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Capítulo nueve

Los dos años siguientes fueron muy activos para Jacque y Carol. Compartieron dos meses de trabajo intensivo geoformando Procyon A, luego pasaron seis meses en la Tierra como sujetos de un proyecto de investigación intensiva del puente de Groombridge. Repitieron el experimento del 26 de agosto de 2051, esta vez con resultados más simétricos.

Estaban acostumbrándose a vivir juntos y a hablar acerca de la obtención de un contrato, cuando Carol fue designada para su primera misión de fecundación. Jacque solicitó ser el padre, un pedido que normalmente era atendido, pero lamentablemente el planeta era Cygnus B 61. La política de la ADE era inflexible al respecto: ningún hombre podía aportar más del 0,5% de la reserva genética de un planeta (a las mujeres se les permitía el 2%) en la primera y segunda generaciones.

Durante los nueve meses en que Carol trabajó y permaneció en Cygnus B 61 se vieron sólo una vez, aunque ella pasó cuatro de esos meses en la Tierra para reducir la xenastenia al mínimo.

Jacque había demostrado una sensibilidad inusitada ante el puente de Groombridge, así que cuando el proyecto fue trasladado al cristal más pequeño de Charleville, Australia, él también participó. Hizo varios viajes de ida y vuelta entre Charleville y Groombridge (un lugar, declaró, era tan desolado como el otro), estableciendo contacto secundario con los puentes después que los tocaban los suicidas voluntarios.

No era agradable establecer contacto con alguien que sabía que iba a morir. Algunos esperaban el momento con ansiedad. Otros se arrepentían. Uno trató de acelerar el proceso precipitándose al rayo de escape de un espectrógrafo de masa. Con un traje MEM no le hubiera pasado nada. Con la protección mínima que utilizaban en Groombridge, vivió casi una hora.

Carol tuvo un buen parto y la ADE les dio a ella y a Jacque seis semanas de permiso juntos. Habían ahorrado mucho dinero, no teniendo en qué gastar el sueldo, y decidieron despilfarrarlo en África y Europa. Hacía un poco de frío en París a fines de octubre de 2052, pero Jacque estaba decidido. Había descubierto un café de la Rive Gauche cuyo propietario había instalado algunas mesas en la acera, con la esperanza de pescar a algún turista desprevenido. Jacque se subió el cuello del abrigo y vertió unas gotas de agua más en su Pernod. En su infancia aún se podía ver el Sena desde este lugar. Ahora estaba plagado de casas flotantes, ni siquiera desde el Louvre se veía ya. Además, decían las guías, no era un lugar saludable para los turistas después del anochecer. Pero Jacque estaba protegido por su uniforme de Domador. No sólo se suponía que los Domadores eran gente dura, sino que a quien hería a uno, la ADE lo encerraba por el resto de sus días.

La señal instalada en la hebilla del cinturón zumbó tres veces: orden de llamar a Colorado Springs. En Francia le habían llamado doce veces; varias personas estaban examinando su informe del experimento de Charleville. Normalmente llamaban a la hora de la cena.

Jacque entró en el café con la botella en la mano y preguntó al dueño del bar:

Où se trouve le téléphone?

El dueño del bar buscó debajo del mostrador y extrajo un aparato anticuado, con una pantalla en lugar de un cubo, y le preguntó si era una llamada local. Jacque dijo que no, pero que la pagaría el destinatario. El hombre asintió y destrabó el aparato. Jacque tecleó el 3037-544-2063.

Del conmutador le pusieron con Operaciones, pero allí le transmitieron una imagen fija que indicaba MENSAJE DE SEGURIDAD. Esta antigualla no tenía un sistema privado de visión y sonido, así que Jacque se alejó lo más posible antes de apretar el botón de ADELANTE.

Las letras se borraron y apareció la cara de John Riley. Entonces no era rutina. Jacque tuvo la agobiante sensación de que las vacaciones terminaban.

—Esto es una grabación —dijo Riley—. Todos los Domadores con base en la Tierra deberán volver a Colorado Springs. Inmediatamente. Esto es lo más importante que le ha ocurrido jamás a la Agencia. Es la forma menos enfática de expresarlo.

»Permanezca en la línea. Si llama desde larga distancia, le comunicarán con el operador de transportes. De lo contrario, regrese lo antes posible. Anfiteatro principal.

Riley se esfumó y fue reemplazado por Mike Sohne, un compañero de juerga de Jacque, que parecía consternado.

—¡Mike! ¿Qué ocurre?

Retraso de medio segundo; el relé del satélite.

—Oh, hola, Jacque. No lo sé. Supongo que lo descubriré al mismo tiempo que tú. Aquí hay un alboroto tremendo, todos corren de un lado para otro y nadie te dice nada. Una sonda de largo alcance volvió con toda la tripulación muerta, es todo lo que sé. Y ni siquiera de eso estoy seguro… ¿Estás en París?

—Exacto.

—Eres un cretino con suerte. Mira, tienes que estar aquí a las 13:00. O sea las 20:00 hora Greenwich, las 21:00 hora de París.

—¿Dos horas? —Jacque miró el reloj pulsera—. Tienes…

—Así es. Una hora cincuenta minutos.

—Tendrán que empezar sin mí, entonces. Y también terminar sin mí. No puedo conseguir un vuelo…

—Nada, Jacque. Sólo deposita el trasero en Orly. ¿Wachal está contigo?

—No, salió de compras.

—Quiero decir si está en París.

—Oh, claro. Sólo que no sé…

—Entonces debe de haberse comunicado con otro operador. Viaja a Orly lo antes posible y espérala. O ella te esperará a ti. Tenéis una reserva en la rampa treinta y nueve, es un expreso suborbital.

—Pero Mike, mira… Tengo todo el equipaje en el hotel… ¡El maldito pasaporte! No puedo…

—No te preocupes por eso, después lo recogeremos. Consulté el presupuesto de viajes y no hay inconveniente, ¿qué hotel?

—Eh… Studio Etoile, un segundo —sacó una libreta del bolsillo—. Es 32-75469-31, ¿de acuerdo?

—De acuerdo. Pasaporte… ¿Sabes tu número?

—No.

—No importa, les daré una foto. Cuando llegues a Orly, ve a la sección de salidas y averigua quién está al mando.

—De acuerdo.

—Te veo en un par de horas. Fuera.

—Fuera —le dijo Jacque a la pantalla en blanco.

Jacque y Carol estaban sentados en el anfiteatro de Colorado Springs.

—¿Encontraste el vestido que buscabas?

—Traje, no vestido. No, los que me gustaban eran muy caros. Si hubiera sabido que volvíamos me habría comprado uno.

—Sí —había cuatrocientas o quinientas personas en la sala, murmurando—. Yo habría bebido más rápido.

—Bebiste bastante rápido. Apestas como una fábrica de licores.

—Me gusta —una mujer salió al escenario e instaló un podio—. ¿Te sientes mejor?

—No —Carol estaba tomando hormonas para interrumpir la lactancia. Estaba mareada y le dolían los pechos—. La caída libre no ayudó.

Un cubo brillante apareció alrededor del podio. En el centro una burbuja blanca se redujo a una punta afilada y el cubo desapareció: estaban enfocando los holoproyectores. John Riley se presentó y depositó un par de hojas de papel en el podio. La concurrencia guardó silencio.

John Riley echó un vistazo alrededor.

—No sé exactamente por dónde empezar —golpeteó nerviosamente el podio—. Todo empezó con el grupo de astrofísica. Gente de la universidad de Bellcomm vino a proponerles un lanzamiento. A Achernar —alguien silbó—. En efecto, son 115 años-luz. Una propuesta cara. Bellcomm ofreció compartir los gastos, pero nos negamos y… optaron por pagar el noventa por ciento.

»Bien, parecía razonable. No había manera de colonizar un planeta tan alejado. Además, es una estrella B5, y es improbable que tenga nada de interés.

»La gente de Bellcomm, los doctores Wiley y Eisberg, habían registrado las ondas gravitatorias. Captaron una fuerte pulsación en Achernar. Al investigar los registros descubrieron que pulsaciones similares venían repitiéndose desde hacía más de veinte años, con intervalos regulares.

»Todos ustedes conocen los mecanismos que producen normalmente ondas gravitatorias. En Achernar no hay nada que sugiera qué podría ser una fuente de irradiación. De modo que querían echar una ojeada.

»Designamos para la misión al equipo de Shirley O’Brien, un salto de treinta minutos. Los pertrechamos como para una misión de exploración normal, más algunos artefactos que les dio la gente de Bellcomm. Esto es lo que regresó —las luces del auditorio se apagaron y el podio y Riley desaparecieron, reemplazados por una imagen de la cámara TLM. Nada sucedió durante unos segundos. Luego apareció la mitad de un traje MEM. Se aflojó y se desplomó en el suelo. Jadeos colectivos de angustia. Volvieron las luces; Riley se enjugaba la frente con un pañuelo—. Muy bien, no es muy bonito. Pero es el riesgo que corremos todos cada vez que entramos en ese cristal.

»Eso fue lo que creímos, que se trataba de un espantoso accidente de catapultación. Evidentemente O’Brien se había separado del equipo, y tenía la caja negra descentrada en el momento del regreso. No sabíamos cómo podían haberse separado en un salto de treinta minutos.

»Pero el centralizador de datos estaba intacto, y traía una holocámara automática para Bellcomm. Así pudimos enterarnos de lo ocurrido —hizo una pausa y sacudió la cabeza—. Lo que descubrieron fue un planeta anómalo semejante a la Tierra. Un planeta habitado.

»Silencio, por favor. Las gentes, las criaturas de este planeta, evidentemente no eran indígenas. También parecían un equipo de exploración. Y ellas encontraron a O’Brien, no viceversa. Aterrizaron en el lado nocturno del planeta y esperaron el flotador —Riley hizo una seña al encargado de la proyección.

Los Domadores estaban de pie en una vasta planicie, bajo un claro de luna azul pálido. Había montañas oscuras en el horizonte, y frondosos árboles solitarios cada doscientos metros. Hablaban excitadamente. O’Brien acababa de informarles que el planeta tenía una atmósfera terrestre.

Estaban tomando muestras del suelo y la vegetación cuando llegó el flotador. Empezaron a subir a bordo; debían apresurarse a llegar al lado diurno de Achernar antes que pasara la media hora.

Entonces llegó otro flotador.

Era una plataforma redonda cercada por una baranda, dentro de una cúpula semitransparente. La cúpula desapareció cuando tocó el suelo.

En la plataforma había cuatro seres humanos; dos con aspecto muy femenino y dos con aspecto muy masculino, sin nada más que una piel bronceada y oscura y cinturones plateados. Eran hermosos.

Brincaron ágilmente a tierra y se acercaron al equipo de O’Brien. La mujer que los conducía levantó la mano derecha en un gesto que parecía indicar «esperad». O quizá un propósito pacífico. Luego el cielo se derrumbó.

Entre ellos y las montañas descendió silenciosamente una enorme masa negra. A la luz opaca no podían verse los detalles, todo un elipsoide esbelto de unos tres kilómetros de largo por medio de ancho. Una nave espacial.

O’Brien había recobrado el habla.

—No hagáis nada que pueda parecer agresivo. Ya debemos parecer bastante temibles con los trajes.

En la parte frontal de la nave se abrió una rendija que irradió una luz cálida y amarilla. La mujer les indicó que fueran hacia la luz.

—¿La seguimos? —preguntó uno de los Domadores.

—No… no sé —dijo O’Brien—. Sí. Pero permaneced cerca de mí. Saltaremos en veintiún minutos.

La mujer los condujo a una rampa que había bajado de la obertura de la nave. Los Domadores esperaron mientras los alienígenas subían por la rampa, que aparentemente no se movía pero actuaba como una cinta transportadora, y luego los siguieron.

La rampa estaba en el extremo de un pasillo que parecía cruzar la nave a todo lo largo. Las paredes eran de una sustancia tersa y vidriosa que irradiaba una luz amarilla uniforme y tenue.

Cuando el último de los Domadores subió por la rampa, el suelo se cerró detrás de él. Luego hubo un estampido hueco, tal vez la rampa cerrándose nuevamente.

—Parece que nos han secuestrado —dijo alguien.

—O recogido —dijo O’Brien—. No importa. El cielorraso es lo bastante alto para hacer la pirámide. No creo que puedan detenernos.

La mujer que guiaba a los alienígenas cerró los puños y se los unió encima del esternón, y luego los separó lentamente: probablemente un gesto invitándolos a abrirse los trajes. Lo repitió varias veces, luego se acarició el cuerpo desnudo y sonrió. Tenía demasiados colmillos.

—Me quitaré el traje con gusto —dijo una voz masculina— si prometes no abrir la boca.

—Cállate. Jerry. Déjame contestar —como las cámaras estaban en el traje de la O’Brien, era imposible ver qué hacía. La mujer meneó la cabeza y dijo algo con un gruñido asombrosamente grave.

—Eso podría significar sí o no, aún en la Tierra.

Una de las criaturas masculinas golpeó la pared con los nudillos y se abrió un pequeño rectángulo. Él metió los dos brazos y extrajo cuatro objetos que parecían micrófonos anticuados. De cada uno colgaban unos cables plateados.

Le entregó uno a la mujer y distribuyó el resto. Cada uno se conectó el cable en el cinturón plateado.

—Quizá sea un traductor —dijo la voz de Jerry—. ¿Un arma?

—Posiblemente es un traductor —dijo alguien—. No lo sabemos todo… —la mujer se acercó al Domador más próximo, le apuntó con el micrófono y sonrió.

La banda sonora del holocubo chilló una fracción de segundo antes que la audiencia.

El rayo de un láser de diez megavatios no podía penetrar el traje, pero donde ella apuntaba el arma se abrió un orificio redondo, que luego se ensanchó en un desgarrón que chorreaba sangre. El Domador moribundo le aferró el brazo y tiró. Ella dejó caer la vara cuando ese tirón amplificado le rompió el brazo.

Los otros tres atacaron simultáneamente; todo terminó en un segundo. La holoimagen se ladeó y luego se tiñó de rojo y se volvió bidimensional cuando la sangre empapó dos de las tres lentes.

Los atacantes se alejaron por el pasillo. La mujer herida no demostraba dolor, aunque un hueso mellado y gris sobresalía del cuajarón de sangre del brazo inutilizado. A unos veinticinco metros, la pared se abrió y giraron a la izquierda.

Las luces del auditorio se encendieron.

—Es todo —dijo Riley—. Siguen diecinueve minutos con la misma escena. Los alienígenas no regresan —por primera vez consultó sus notas—. Nosotros, yo y los representantes de investigación biológica, psicológica y general, hemos elaborado algunos comentarios, observaciones hipotéticas acerca de estas criaturas.

»Lo más asombroso, desde luego, es que se nos parezcan tanto. La explicación que se impone es que tenemos ancestros comunes, ya en la prehistoria o… bien, en muchísimos escenarios interesantes. Otra posibilidad es que puedan cambiar de forma y hayan adoptado ésta para tomar por sorpresa a nuestros Domadores.

»No hay modo de saber cómo conocían el aspecto exterior de un ser humano. Quizá podían leer las mentes de los Domadores.

»Que la conformación de ellos concordara con nuestras pautas de belleza actuales es una coincidencia sospechosa. Como destacó el doctor Sweeney, una cultura generalmente considera hermosos los rasgos valiosos para la supervivencia, ya del individuo o de la raza. Una estética corporal análoga presupone un medio análogo. Desde luego, dos sociedades con un alto desarrollo tecnológico tendrán medios similares, lo más confortables posibles. Lo que nos lleva de nuevo al punto inicial.

Levantó una hoja de papel.

—Vean si alguno de ustedes puede añadir algo a esta lista. La confeccionó el doctor Jameson: diferencias anatómicas entre ellos y nosotros.

»Los dientes son algo obvio. Pero eso podría ser cosmética; varias culturas de la Tierra se afilaban o mellaban los dientes para darles un aspecto más feroz.

»¿Notaron que los hombres no tienen tetillas? Yo no. Jameson dice que sin embargo podían habérselas cercenado en la infancia, por razones cosméticas o rituales, sin dejar cicatrices visibles desde la cámara.

»Los ombligos son todos iguales, un simple tajo vertical. Casi nunca se encontraría algo así en cuatro humanos escogidos al azar. Lo mismo con el tamaño de los genitales masculinos. Pero no hay razones para generalizar; tal vez sólo reclutan para esa tarea a hombres con ombligos extraños y genitales grandes.

»En cuanto a las mujeres…, la abertura genital se extiende un centímetro mas alto, vista de frente, que lo normal en los humanos. Y con un enfoque dorsal desde abajo, la última visión que tenemos de la mujer herida, los genitales externos no son visibles. En un ser humano lo serían —meneó la cabeza—. Éstos son pequeños detalles, pero tal vez ninguno de ellos es relevante.

»Ninguna de las criaturas tenía lunares, marcas de nacimiento, o cualquier otra deformidad cutánea visible. Todas tenían ojos castaños. Las dos mujeres eran de la misma estatura, 173 centímetros. Los hombres eran cuatro y siete centímetros más altos. Ninguno de los dos abrió nunca la boca. Las cuatro criaturas tenían dedos largos y gráciles y las frentes altas que inconsciente y erróneamente solemos asociar con la capacidad intelectual.

»Las uñas de las manos y los pies estaban muy recortadas, hasta un extremo que sería casi doloroso para un humano. Las clavículas y los omóplatos eran menos prominentes que en el humano medio.

»El doctor Jameson considera que la estructura ósea de las piernas y la pelvis es ligeramente diferente de la de los humanos. Pero todavía necesitamos mediciones más precisas.

»Finalmente, la herida sufrida por la mujer. La mayoría de las personas sufriría un shock y un desvanecimiento con semejante fractura. Un humano podría ignorar la lesión si fuera presa de un furor irracional, o si estuviera sometido a hipnosis profunda o anestesia. Ella pareció actuar igual, antes y después.

»Además, en mi opinión, el daño debió ser más grave. El Domador la aferró por encima del codo, en un espasmo agónico, y la sacudió dos veces. Con los circuitos amplificatorios del MEM, eso equivale al ataque de una excavadora. Debió arrancarle el brazo.

»Proyectaremos este holocubo continuamente durante varios días, en el estudio A. Quiero que todos lo vean una y otra vez, tan a menudo como se los permitan los nervios. No hay una especialidad aplicable a este problema; no hay ninguna que no sea aplicable. Cualquier ocurrencia que ustedes tengan, envíenmela a través de Planeamiento.

»Obviamente tenemos que regresar. Probablemente una sonda automática; no ordenaré a nadie que emprenda una misión suicida.

»Además es muy caro. La energía que requiere el cristal para un salto de 115 años-luz de sólo dos horas pagaría cientos de misiones rutinarias de reaprovisionamiento —plegó los papeles y frunció ferozmente el ceño—. Pero una vez que exhibamos este cubo, dudo que se opongan a financiar el proyecto.