Jacque cerró la puerta de la sala de informes y cabeceo para saludar. Se sentó al lado de Carol. El blando crujido del cuero era el único ruido de la sala.
—Muy bien —dijo Tania, apartando los ojos de sus papeles—. Ya estamos todos. Jacque, éste es nuestro nuevo compañero de equipo, Gustav Hasenfel, de Bremehauven. Jacque Lefavre.
Jacque se inclinó sobre la mesa para estrecharle la mano.
—Guten Tag.
Pelo rubio y claro, rasgos atractivos y enérgicos, alto, una tristeza inefable en los ojos celestes. Un apretón cálido, seco, firme. A Jacque no le cayó bien el recién llegado.
—Tag. Sind Schweizer?
—Ja naturlich. Mein Akzent?
—Jawohl.
—Eh —dijo Carol—. Hablad francés o algo que se entienda.
—Gus es un Domador Dos —dijo Tania—. Ha realizado cuatro misiones —lo cual significaba, por lo que sabía Jacque, que después de la última misión el equipo de Gustav había quedado reducido a dos o tres personas por retiros y/o muertes. De lo contrario no habrían disuelto el equipo; la ADE trataba de no separar a la gente.
—Bien —dijo Tania, golpeteando sus papeles—. Dos cosas; tres cosas. Jacque y Gus, os han designado para una misión de fecundación. Pasado mañana, el dos de setiembre, 0536.
—Cómo te hacen trabajar —susurró Carol apocadamente.
—¿Dónde será? —preguntó Gus.
—Cygni B Sesenta y uno. Un lugar fascinante.
—Ya lo creo. Pasamos dos meses allí, geoformándolo.
Ella sonrió.
—El año pasado tuve un hijo allí.
—Entonces nos perdimos durante tres años.
Siguió un breve silencio mientras los dos se hacían un gesto.
—El resto de nosotros no saldrá hasta el mes próximo. Lograron financiar una nueva expedición a Groombridge, más larga que la anterior. Estaremos allí cuarenta y siete días, a partir del once de octubre. Con el espectrógrafo de masa.
—¿Empezando la geoformación? —preguntó Vivian.
—Probablemente no. Según el análisis preliminar, Groombridge presenta más problemas que ventajas. Lo que haremos, de todos modos, es levantar unos pocos edificios para un centro de investigación psíquica. Nuestra misión consistirá sólo en la búsqueda de puentes. Y aislar elementos para un equipo de ingenieros que vendrá al cabo de un par de semanas.
—Nuestros planes de trabajo estarán impresos para la última semana de septiembre. Todos tenéis permiso hasta el veinticinco, excepto Jacque y Gus.
—¿Cuánto durará la misión? —dijo Jacque.
—Veinte horas. Oh, toma esto —le arrojó una pequeña redoma de plástico—. Toma una cada seis horas, a partir de esta medianoche. Y pórtate bien —arqueó una ceja.
—A partir de esta medianoche —dijo Carol. Tania rió.
—A partir de esta medianoche. Pero no lo agotes. Hoy el puente vuelve a su planeta. Lo van a diseccionar, a partir de las diecinueve. Los que quieran asistir están invitados.
Carol levantó la mano.
—¿Descubrieron por qué murió Ch’ing?
—No. Depende de a quién te refieras. El equipo médico dice que tuvo que ser el traje. Los bioingenieros dicen que no. Aún siguen investigándolo.
—Es un consuelo —dijo Carol.
Tania se encogió de hombros.
—Ya ha sucedido antes. No sé a quién creer. Sólo espero que no haya sido el traje. Tendremos una reunión el veinticinco. Unos días antes fijaos si recibisteis correspondencia. Haremos una especie de síntesis preliminar de las investigaciones. El comité de matemáticas y el grupo de biología ya han publicado algunos hallazgos, por si os interesa. Por lo demás, estaréis libres un mes. ¿Cuántos queréis presenciar la disección? —todos levantaron la mano menos Carol; luego ella también la levantó—. Bien, pasaré el informe. Hasta luego.
Jacque y Carol fueron a cenar a la ciudad. El restaurante mexicano no era bueno, pero era mejor que la cafetería de la ADE.
—¿Por qué no nos olvidamos de la disección? —dijo Carol después que pidieron el menú—. Podríamos pasar una noche tranquila en casa.
Él rió.
—Actúas como si yo estuviera a punto de emprender un viaje muy largo.
—Bueno, así es.
—Menos de un día —agitó el hielo en el vaso de agua—. En realidad, creo que estás celosa.
—No es verdad. No seas tonto.
—No me refiero a esta mujer en particular. Me refiero a la situación. Tú tienes que quedarte en un lugar y hacer hijos mientras yo… revoloteo por toda la galaxia como una mariposa.
—No es tan embarazoso —el juego de palabras hizo sonreír a Jacque—. Además es más seguro.
—¿Sabes dentro de cuánto…?
—¿Me fecundarán? No. Tania dice que antes debo cumplir por lo menos con dos misiones regulares más. Luego, si sigo su ejemplo, me tendrán embarazada varios años.
—¿Ella tuvo seis?
—Sí. Pero no es lo más común —el camarero les trajo los platos: habichuelas fritas y una sustancia parecida a la carne.
—Si yo fuera mujer no estaría tan entusiasmado.
—Se conocen muchos hombres interesantes —Carol saboreó la comida y luego la roció con salsa caliente—. ¿Qué opinas de Gus?
—Parece un buen tipo.
—Vamos Jacque —rió ella—. Si hubieras podido verte cuando os saludasteis…
—No seas tonta. Apenas hablé dos palabras con él.
—Claro —murmuró ella—. ¿Oíste lo que le pasó?
—¿Qué?
—Somos su tercer equipo. En el primero desaparecieron cuatro personas. Salieron en un flotador, y poco después el monitor registró cuatro muertes simultáneas. El flotador regresó sin un rasguño.
—Es bastante inquietante ¿Descubrieron qué sucedió?
—Nunca. No había cadáveres, ni trajes, nada. Eso ocurrió hace un par de años, en Ophiuchi A Setenta. El otro fue un accidente de geoformación, el año pasado en Tau Ceti. Una especie de explosión mató a la mitad del equipo.
—¿Cómo te enteraste de todo esto?
—Llegando temprano a las reuniones.
Comieron un rato en silencio. Jacque se sirvió el último trago de cerveza.
—Pobre Gus —dijo—. Qué suerte que no somos supersticiosos.
—Realmente.
La reunión era en la cámara hiperbárica, donde unas treinta personas se apartaban del camino del grupo biológico de Willard y el equipo holográfico, que estaban instalando cámaras para filmar la disección.
Un periodista de Science-News TFX preguntó al doctor Willard si estaban buscando alguna cosa en especial.
—En realidad no sabemos exactamente qué estamos buscando. Es decir, cómo será por dentro. Obviamente lo que nos interesa es el órgano que le confiere ese talento especial. Hemos examinado a la criatura con cámaras neutrónicas y neutrínicas; películas de rayos X, digamos. Por lo que sabemos, no tiene más sistema nervioso que una uva. Es poco más que un tubo hueco que ingiere alimentos por un extremo y expele los desechos por el otro. Y que permite leer las mentes —abrió un maletín negro y empezó a ordenar instrumentos relucientes sobre la mesa que tenía delante—. No aplicaremos anestésicos. En el resumen del programa experimental comprobarán que es el experimento número once, el 26 de agosto. Por lo que hemos podido ver, nada le provoca dolor a la criatura. No tengo ninguna explicación para esto. Hasta los protozoos reaccionan ante un trauma.
—¿Jacque Lefavre y Carol Wachal están presentes? —levantaron las manos—. Acérquense, por favor… ¿Les molestaría ayudar un poco?
—En absoluto —dijo Jacque. Carol accedió con un gesto—. Pero no estamos esterilizados.
—No importa, yo tampoco —al periodista— Lefavre y Wachal son los dos Domadores más sensibles al efecto del puente.
—Ésta es una sugerencia del doctor Jameson. Queremos que los dos Domadores se mantengan en contacto con el puente mientras se realiza el experimento. Esperamos que ustedes puedan decirnos en qué etapa de la disección la criatura pierde su poder. Y darnos algunas impresiones subjetivas de, bien, del ritmo de declinación de ese poder, de sus puntos máximos y fluctuaciones…, y detalles por el estilo. ¿De acuerdo?
—Lo intentaremos —dijo Jacque. Carol estaba un poco pálida. Como le había dicho a Jacque cuando volvían del restaurante, tenía un miedo irracional a presenciar disecciones. A los cinco o seis años había visto un documental de divulgación científica donde le extraían el corazón a una tortuga viva y lo conservaban palpitando semanas enteras. Ese corazón todavía le provocaba pesadillas.
Ubicaron a los dos Domadores de tal modo que no estorbaran la filmación del experimento. Cuando tocaron el puente, Jacque percibió el miedo creciente en la mente de Carol. Trató de comunicarle confianza, ternura. Apenas oía las palabras del doctor Willard.
—Desde luego, nunca se ha diseccionado una de estas criaturas. Los nudibranchia, sin embargo, son bastante similares en la estructura —recogió un escalpelo—. Por lo tanto, haré… Ha… Haré una sss… Una incisión. A lo largo de la zona dorsal… dorsal…
—Doctor… —un asistente le tendió los brazos.
El escalpelo tintineó sobre la mesa. Con una expresión perpleja en la cara surcada de arrugas, Willard se aferró el pecho y se sentó en el suelo. Cayó de lado y no se levantó.
El asistente le tomó el pulso.
—Paro cardíaco —dijo. Desgarró la parte delantera de la túnica de Willard.
—¡Sáquenlo de aquí! —gritó el doctor Jameson—. Llévenlo al vestíbulo, denle oxígeno, usted… —señaló a otro asistente—. ¡Llame un flotador!
Hubo una gran confusión, gritos, carreras entre la multitud. Jameson pidió que todos salvo los médicos permanecieran dentro de la cámara hasta que trasladaran a Willard al hospital.
A los pocos minutos Jameson regresó a la cámara. Se detuvo frente a la mesa y se dirigió al grupo.
—Esto es algo… terrible. Hace diez años… —señaló al periodista—. Esto no es para publicar. Hace diez años o más que le insisto a Bob para que se haga un trasplante, un trasplante cardíaco. Un hombre de ochenta años que fuma y bebe como él… Bien, casi todos ustedes conocen a Bob. Dijo que se haría hacer un trasplante el día que dejara el tenis.
—Llegaron aquí en cuatro minutos y hay un equipo de cardiólogos reunido esperándole en el Hospital General. Así que tal vez le salven.
—Entretanto…, me gustaría seguir hablando de Bob, pero tenemos menos de una hora para terminar, antes que la criatura sea catapultada de regreso. Así que adelante.
Se dirigió al otro extremo de la mesa y recogió el escalpelo que Willard había soltado.
—Ahora bien, no pretendo saber la mitad de lo que Bob sobre anatomía de los invertebrados. ¿Hay alguien aquí que crea que puede hacerlo mejor que yo? —nadie respondió—. Hablen, maldita sea. No es cuestión de rango. ¿Usted, Modibo? El mes pasado diseccionó esa maldita babosa.
Un negro corpulento meneo lentamente la cabeza desde la primera fila de la multitud.
—No por ser especialmente experto, doctor. Estaba de servicio en ese momento.
—Siga adelante, Phil —dijo otro—. Si notamos algo se lo avisamos.
—De acuerdo —a Carol y Jacque—: Ustedes agarren bien la criatura. Ahora. Una incisión dorsal —bajó el escalpelo y titubeó—. Hm. Dorsal.
Miró a Jacque y sacudió la cabeza violentamente. Luego levantó cuidadosamente el escalpelo y se abrió un tajo en la garganta.