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Capítulo tres

Jacque necesitó varios minutos para llegar a un terreno sólido, o al menos a un fango relativamente sólido. El matorral que había tomado como referencia era la única vegetación a su alrededor; en las cercanías no había nada parecido a la hierba, el musgo o siquiera un alga. Desde este punto favorable pudo ver que la «floresta» de más allá era simplemente un puñado de matorrales apenas mayores que el que había visto al principio.

—Ya tendría que llegar el flotador —dijo Carol. Hacía siete minutos que estaban en el planeta.

—Depende —el flotador había sido lanzado poco más de cinco minutos después que el equipo de Domadores. Estaba en alguna parte del planeta, probablemente en el mismo hemisferio. Pero era imposible decir exactamente dónde había aparecido.

El flotador se orientaría por una señal del traje de Tania, la misma señal que focalizaría el regreso del campo TLM cuando llegara el momento de volver a la Tierra. Si la atmósfera de Groombridge tenía una especie de ionosfera que permitiera a la señal atravesar todo el horizonte, entonces el flotador llegaría a ellos en pocos minutos. De lo contrario, el vehículo tendría que ponerse en órbita y viajar alrededor del planeta en busca de la señal.

Minutos más tarde el flotador apareció con una impresionante detonación sónica. Captó las posiciones de los cinco Domadores y aterrizó a una distancia prudente, aunque infortunadamente en medio del cieno.

De modo que Jacque pasó sus dos primeras horas en Groombridge ayudando a los demás a sacar la máquina del barro y luego a limpiarla laboriosamente.

Tania se paseó alrededor del flotador reluciente, inspeccionándolo.

—No sé. Las toberas parecen limpias —el aparato era activado por vapor supercalentado en un espejo de fusión, un propulsor principal y ocho salidas para guiarlo—. Pero no tengo idea de la seriedad del problema. Tal vez funcione aunque esté lleno de barro. Quizá el mismo chorro limpie las toberas.

—O quizá una pequeña obstrucción desate un remolino en el plasma del escape —dijo Ch’ing—. Y haga volar el flotador en pedazos en un instante.

—¿Alguien lo sabe con certeza?

Nadie lo sabía.

—La única certeza que tengo —dijo Jacque— es que quiero estar lejos cuando lo hagamos arrancar. Si estalla hará un agujero tan grande que…

—Oh, el espejo no volará —dijo Ch’ing—. Podría romperse, pero no estallar. Tiene un sistema de seguridad.

—De acuerdo, entonces tú quédate mirando. Yo voy a…

—Mira, no vale la pena discutir…

¿Quién está discutiendo?

—¡Baja el volumen, Jacque! —dijo Tania. Y continuó—: De todos modos tenemos que hacer una exploración preliminar. Cuando estemos a unos kilómetros llamaré al flotador. Si estalla, le damos una medalla a Jacque. Si funciona, le damos una medalla a Ch’ing.

En la exploración del terreno, los cinco funcionaban simplemente como recolectores de especímenes. Había una pequeña caja al frente de los trajes MEM que automáticamente evaluaba un espécimen según la apariencia, densidad, resistencia de tensión, estructura cristalina si la había, puntos de fusión y ebullición, composición química, presencia de microorganismos y otros detalles. Los datos eran transmitidos automáticamente al centralizador del traje de Tania.

(En sus cristales el centralizador también registraba permanentemente temperatura corporal, presión sanguínea, reacciones químicas, ondas cerebrales, respiración, análisis fecales y de orina, conductividad de la piel y las membranas mucosas, campo Kirlian y hasta el número de sombrero. No era para protegerles la salud —el tratamiento médico más próximo estaba a catorce años-luz de distancia—, sino para saber qué había ocurrido en caso de que murieran imprevistamente. Pues así era, aunque los folletos de reclutamiento no lo mencionaban, como se retiraban la mayoría de los Domadores).

Sincronizaron los compases, inerciales y no magnéticos, se abrieron en una línea de cien metros, de este a oeste, y avanzaron hacia el norte. Todo lo que parecía interesante lo recogían y lo guardaban en la caja de análisis. Cada cien pasos arrojaban dentro un puñado de tierra o, más a menudo, barro De esta manera lograron una síntesis bastante completa de las propiedades geológicas y biológicas de una franja de terreno de cien metros de ancho por cinco kilómetros y medio de largo. En el aspecto biológico no era muy llamativo, varios tipos de plantas grises demasiado similares a las formas conocidas para despertar entusiasmo, y lo bastante distintas de las terrestres como para provocar dolores de cabeza a los geoformadores.

Cinco kilómetros después encontraron un río. La corriente se arrastraba lentamente y una delgada película de limo claro flotaba en la superficie. Parecía leche sucia. A lo largo de la orilla se extendía una especie de telaraña pegajosa que resultó ser una forma de vida vegetal.

La orilla opuesta del río se perdía en la niebla; debía de estar a más de cien metros.

—Un buen momento para llamar al flotador —dijo Tania. Algo que no podía hacerse con el traje MEM era nadar. Pocos segundos más tarde dijo—: Debería llegar en cualquier… —y el estruendo de la explosión y la onda expansiva los alcanzó simultáneamente. Jacque vio el agua lechosa deslizándosele bajo los pies, mientras el estabilizador trabajaba aceleradamente, con penetrantes zumbidos, para mantenerlo derecho, y luego rozó la superficie y se deslizó un trecho de espaldas antes de hundirse en el agua.

—¿Ves, Ch’ing? —gritó—. ¿Qué cuernos te dije?

—¿Qué? —dijo Ch’ing. Había olvidado sus diferencias de opinión acerca del flotador—. ¿Qué dices, por favor?

—Tú… Bien, olvídalo —Jacque comprendió que se había enfurruñado como un niño caprichoso. Y ese espía entrometido palpándole la corriente sanguínea, controlando las hormonas, registrando cada segundo de furia, y ahora de embarazo.

—¿Todos estáis bajo el agua? —dijo Tania. Hubo un pandemonio de respuestas—. Esperad. ¿Alguno no está bajo el agua? —nadie contestó—. Bien, tomemos una muestra del agua y volvamos.

—Dios… La maldita caja de muestras está bajo el barro —gruñó Jacque.

—Entonces toma una muestra del barro —dijo alguien. Jacque obedeció, apretando los labios, luego encendió la lámpara y avanzó hacia el sur. No veía nada, pero era mejor desplazarse a través de una sopa de brillo opaco que a través de la negrura.

Asomó la cabeza por encima del agua y esperó a que se le secara el visor. La voz de Ch’ing le estalló en los audífonos, por una vez excitada.

—Creo que he encontrado un animal.

—¿Un animal? ¿De qué tamaño?

—No muy grande. Como un puño. Nadaba frente a mí y lo capturé —rió—. Creí que era una planta, pero hace contorsiones.

Algunas plantas lo hacen, pensó Jacque. Tanatropismo.

Ch’ing emergió a pocos metros de distancia, acunando suavemente a la criatura en ambas manos. Parecía un erizo de mar o algo así, negra y espinosa. Ondulante.

Los dos llegaron a la orilla antes de que salieran los demás.

—¿Puedo verla, Ch’ing?

—Por supuesto. Pero ten cuidado.

—Tendré cuidado —Ch’ing le alcanzó la criatura y tal vez por un vigésimo de segundo los sensores de las «manos» de ambos trajes estuvieron simultáneamente en contacto con el animal. Durante ese instante, oyeron:

Ch’ing   Jacque
«… este chino maldito cree que le romperé el juguete, al diablo con él, si lo asfixio, como zambulléndome, lo asfixio y alimento el…».   «… la vida por todas partes aun aquí, flotando en la mugre una mugre estéril y asfixiante y el alimento es vida, sí»

—¿Qué? —casi lo dejó caer.

—¿Has dicho algo?

—Hmmm —hizo girar el animal en las manos. A la luz visible era purpúreo y brillante, y las que parecían espinas no eran rígidas ni afiladas. Ondeaban con una gracia inquietante que no sugería pánico—. Cilios —dijo Jacque—. Especies de cilios. Quizá los usa para nadar.

—Quizá —dijo Ch’ing—. No parecen muy prácticos para la locomoción.

—Tal vez no es un animal acuático, en realidad No parece importarle estar fuera del agua.

—Puede que tengas razón —tomó nuevamente la criatura y cuando la tocaron los dos oyeron:

Ch’ing   Jacque
«… pero podría estar agonizando en contorsiones de este modo, como el gusano en el fuego, mamá decía, Jacque, busca… Estás leyéndome la mente por Dios leyéndome la mente…».   «… pero quizá agoniza de este modo, grácil y lento poema de muerte como ¿gusano?, ¿contorsiones en el fuego? Una mala imagen, diluyéndose, sí, veo tus pensamientos y…»

Se miraron fijamente.