De RUSSEL GROENKE:
La ciencia al alcance de todos,
Hartmen TFX. Chicago, 2059. c
Hartmen House, 2059. R28, CIO
La Traslación Levant-Meyer es denominada así en memoria de dos científicos norteamericanos: el que accidentalmente descubrió el proceso y el que lo transformó en un recurso práctico para el viaje interestelar.
Muchos descubrimientos científicos se han realizado de modo accidental. Por ejemplo, una de las veces en que se descubrió el elemento fósforo fue porque la cocinera de un alquimista se había olvidado de quitar la cena del fuego (véase R12, C39). Y las patas de rana que cenaba Galvani —que se flexionaron ante el contacto de dos clases distintas de metal— condujeron a la invención del acumulador (véase R21, C53).
El accidente de Tobías J. Levant no fue de naturaleza culinaria, sino, literalmente, un rayo caído del cielo. Según sus propias palabras:
«Había preparado un experimento con un gran cristal (unos dos centímetros de grosor) de bromuro de calcio. El bromuro de calcio es un “conductor iónico”, de modo que conduce electricidad sólo a temperaturas relativamente altas.
»El propósito del experimento era registrar los cambios de la estructura reticular del cristal al ser calentado mediante una pequeña corriente eléctrica que circulaba de una cara a la otra. El cristal era examinado con un tipo especial de microscopio electrónico.
»Esa noche soplaba una furiosa tormenta y las luces del laboratorio habían pestañeado varias veces, pero decidí seguir adelante con el experimento. La única parte del equipo alimentada con corriente de la línea era el pequeño serpentín que rodeaba al cristal para calentarlo, lo cual no era excesivamente importante. El laboratorio tenía un generador de emergencia que se ponía en marcha automáticamente cuando había cortes de energía.
»Una brutal descarga eléctrica dio contra la pared del laboratorio (ignorando el pararrayos del techo) y un brillante arco azul envolvió el serpentín al tiempo que estallaba el trueno. Las luces se apagaron y hubo un fuerte olor a quemado. Sentí un agudo dolor en el dedo, pero obviamente no estaba quemado ni electrocutado.
»Las luces volvieron a encenderse en otra parte del laboratorio —donde estaba yo los cables se habían volatilizado— y fui hacia allí para llamar a los bomberos. Una vez a la luz, comprobé que tenía rebanada la punta del índice. Así que también llamé a un médico.
»La sorpresa me había idiotizado un poco y se me ocurrió que debía volver al laboratorio —antes de que se quemara del todo— para encontrar la punta del dedo, a fin de que pudieran cosérmela. Encontré una linterna y regresé al banco a través de la humareda.
»El serpentín era un pingajo chamuscado, pero curiosamente el cristal en sí parecía intacto, y relucía como una lente en la superficie de la mesa.
»Cuando cayó el rayo, yo estaba ajustando los controles del microscopio electrónico, así que busqué el dedo en ese lugar. No lo encontré, pero vi algo asombroso.
»Un orificio atravesaba el aparato a lo largo, en la línea del eje del cristal y con la forma exacta del corte transversal del cristal. Al principio pensé que el rayo lo había quemado, pero no había nada chamuscado ni fundido. Esa parte del microscopio simplemente había dejado de existir.
»Reapareció segundos más tarde; en medio del aire, directamente encima del cristal, y cayó con gran estrépito. Piezas metálicas, componentes electrónicos, y la punta de mi índice, todo desparramado sobre la mesa.
»Recuperé la punta del dedo con la mano sana; estaba congelada hasta tal punto que se me pegó a la piel y me dejó una quemadura. Los objetos metálicos estaban bordeados de escarcha y humeaban, un tipo de frío que yo jamás había visto salvo en los experimentos de criogénica.
»Mientras los bomberos derrumbaban la pared para llegar al foco del incendio, yo llamé a todos los científicos y técnicos con quienes tenía la confianza suficiente para interrumpirles la cena. Nos reunimos alrededor del microscopio electrónico destrozado, a la luz de las linternas.
»Esa misma noche. Theo Meyer descubrió lo que resultó ser la explicación correcta. Mientras el doctor me curaba la herida, me dijo: “Tobías, acabas de inventar un transmisor de materia. Tu dedo ha hecho un viaje de ida y vuelta a Júpiter”».
(—Time TFX, 16/10/2034, ©Time Inc., 2034).
Había ido mucho más lejos que a Júpiter, desde luego. Como descubriría el mismo Meyer, la distancia mínima a que un objeto puede ser trasladado por TLM está en el orden de los 1014 kilómetros, o sea unos tres parsecs. Nunca sabremos adónde fue exactamente la punta del índice de Tobías Levant, pero fue lejos de nuestro sistema solar.