Se dice, después de que lo hubiera dicho tolstoi, que las familias felices no tienen historia. Tampoco los elefantes felices parecen tenerla. Véase el caso de solimán. Durante las dos semanas que estuvo en bressanone descansó, durmió, comió y bebió a lo grande, hasta decir basta, algo así como unas cuatro toneladas de forraje y unos tres mil litros de agua, con lo que pudo compensar las numerosas dietas forzosas a las que fue sometido durante el largo viaje por tierras de portugal, españa e italia, cuando no fue posible reabastecerle con regularidad la despensa. Ahora, solimán ha recuperado las fuerzas, está gordo, hermoso, al cabo de una semana la piel flácida y arrugada había dejado de hacerle pliegues como un capote mal colgado de un clavo. Las buenas noticias le llegaron al archiduque, que no tardó en hacer una visita a la casa del elefante, es decir, a su propio establo, en vez de mandarlo salir a la plaza, para que exhibiese ante la archiducal autoridad y la población reunida la excelente figura, el look magnífico, que ahora tiene. Como es natural, fritz estuvo presente en el acto, pero, consciente de que la paz con el archiduque todavía no había sido formalizada, si es que alguna vez lo llega a ser, se mostró discreto y atento, sin llamar demasiado la atención, pero esperando que el archiduque dejase caer, por lo menos, una palabra de congratulación, un breve elogio. Así sucedió. Al final de la visita, el archiduque le dirigió de pasada una rápida mirada y le dijo, Hiciste un buen trabajo, fritz, solimán debe de estar satisfecho, a lo que él respondió, No deseo otra cosa, mi señor, mi vida está puesta al servicio de vuestra alteza. El archiduque no respondió, se limitó a mascullar, lacónico, Uhm, uhm, sonido primitivo, si no inicial, que cada uno tratará de interpretar como mejor le convenga. Para fritz, siempre dispuesto, por temperamento y filosofía de vida, a una visión optimista de los acontecimientos, ese mascullar, a pesar de la aparente sequedad y de lo impropio de tal lenguaje en la boca de una archiducal y mañana imperial persona, fue como un paso, un pequeño pero seguro paso, en dirección a la tan ansiada concordia. Esperemos hasta viena para ver lo que sucede.
De bressanone al desfiladero de brenner la distancia es tan corta que con toda seguridad no habrá tiempo para que la caravana se disperse. Ni tiempo ni distancia. Lo que significará que toparemos una y otra vez con el mismo dilema moral de antes, el del paso de isarco, es decir, si vamos juntos o separados. Asusta sólo de pensar que la extensa caravana podrá verse, toda ella, desde los coraceros de avanzada hasta los coraceros de retaguardia, como empotrada entre las paredes del desfiladero y bajo la amenaza de los aludes de nieve o de los desprendimientos de rocas. Probablemente lo mejor será dejar la resolución del problema en manos de dios, que él decida. Vamos andando, vamos andando, y después ya veremos. Con todo, esta preocupación, por muy comprensible que sea, no deberá hacemos olvidar la otra. Dicen los conocedores que el paso de brenner es diez veces más peligroso que el de isarco, otros dicen veinte veces, y que todos los años se cobra unas cuantas víctimas, sepultadas bajo los aludes o aplastadas por los pedruscos que ruedan montaña abajo, si bien al principio de la caída no parecen llevar consigo ese aciago destino. Ojalá llegue el tiempo en que gracias a la construcción de viaductos que unan las alturas unas a otras se eliminen los pasos profundos en que, aunque todavía vivos, ya vamos medio enterrados. Lo interesante del caso es que quienes tienen que utilizar estos puertos lo hacen siempre con una especie de resignación fatalista que, si no evita que el miedo les asalte el cuerpo, al menos parece dejarles el alma intacta, serena, como una luz firme que ningún huracán será capaz de apagar. Se cuentan muchas cosas y no todas serán ciertas, pero el ser humano fue hecho de esta manera, tan capaz de creer que el pelo de elefante, después de un proceso de maceración, hace crecer el cabello, como de imaginar que porta dentro de sí una luz única que lo conducirá por los caminos de la vida, incluyendo los desfiladeros. De una manera u otra, decía el sabio eremita de los alpes, siempre tendremos que morir.
El tiempo no es bueno, lo que, en esta época del año, como ya hemos tenido abundantes pruebas, no es novedad alguna. Es cierto que la nieve cae sin exageración y la visibilidad es casi normal, pero el viento sopla como láminas afiladas que vienen cortando las ropas, por más abrigo que ellas parezcan dar. Que lo digan los coraceros. Según la noticia que corre por la caravana, si el viaje va a recomenzar hoy es porque mañana se espera un agravamiento de la situación meteorológica, y también porque, así que se hayan recorrido unos cuantos kilómetros hacia el norte, lo peor de los alpes, en principio, comenzará a quedar atrás. O, con otras palabras, antes de que el enemigo nos ataque, ataquémosle nosotros a él. Una buena parte de los habitantes de bressanone acudió para ver la partida del archiduque maximiliano y de su elefante y en pago tuvieron una sorpresa. Cuando el archiduque y su esposa se disponían a entrar en el coche, solimán hincó las dos rodillas en el suelo helado, lo que levantó entre la asistencia una salva de palmas y vítores absolutamente digna de registro. El archiduque comenzó sonriendo, pero luego frunció el ceño, pensando que este nuevo milagro había sido una maniobra desleal de fritz, desesperado por hacer las paces. No tiene razón el noble archiduque, el gesto del elefante fue completamente espontáneo, le salió, por decirlo así, del alma, sería una forma de agradecerle, a quien por derecho lo merecía, el buen trato recibido en la posada am hohen feld durante estos quince días, dos semanas de felicidad auténtica, y, por tanto, sin historia. En todo caso, no deberá excluirse la posibilidad de que nuestro elefante, justamente preocupado por la manifiesta frialdad de las relaciones entre su cornaca y el archiduque, hubiera querido contribuir con tan bonito gesto para apaciguar los ánimos desavenidos, como en el futuro se dirá y después dejará de decirse. O, para que no se nos acuse de parcialidad por estar omitiendo supuestamente la verdadera llave de la cuestión, no se puede excluir la hipótesis, que no es meramente académica, de que fritz, ya sea a caso hecho o por pura casualidad, haya tocado con el bastón en la oreja derecha de solimán, órgano milagrero por excelencia como en padua se demostró. Como ya deberíamos saber, la representación más exacta, más precisa, del alma humana es el laberinto. En ella todo es posible.
La caravana está lista para partir. Hay un sentimiento general de aprensión, una tensión indefinible, se nota que las personas no consiguen sacarse de la cabeza el paso de brenner y sus peligros. El cronista de estos acontecimientos no tiene empacho en confesar que teme no ser capaz de describir el famoso desfiladero que más adelante nos espera, él, que, ya cuando el paso de isarco, tuvo que disimular lo mejor que podía su insuficiencia, divagando con materias secundarias, tal vez de alguna importancia en sí mismas, pero huyendo claramente de lo fundamental. Es una pena que en el siglo dieciséis la fotografía todavía no hubiera sido inventada, porque entonces la solución sería facilísima, bastaría con insertar aquí unas cuantas imágenes de la época, sobre todo si son captadas desde helicóptero, y el lector tendría todos los motivos para considerarse ampliamente compensado y reconocer el ingente esfuerzo informativo de nuestra redacción. A propósito, es hora de decir que la pequeña ciudad que viene a continuación, a poquísima distancia de bressanone, se llama en italiano, ya que en italia estamos todavía, vipiteno. Que los austriacos y los alemanes le llamen sterzing es algo que sobrepasa nuestra capacidad de comprensión. No obstante, admitamos como posible, aunque sin poner las manos en el fuego, que el italiano se calle menos en esta parte que el portugués se está callando en los algarbes.
Ya salimos de bressanone. Cuesta entender que en una región tan accidentada como ésta, donde abundan vertiginosas cadenas de montañas cabalgadas unas sobre otras, todavía haya sido necesario rasgar las cicatrices profundas de los puertos de isarco y de brenner, en vez de ponerlas en otros lugares del planeta menos distinguidos con bienes de la naturaleza, donde la excepcionalidad del asombroso fenómeno geológico pudiese, gracias a la industria del turismo, beneficiar materialmente las modestas y sufridas vidas de sus habitantes. Al contrario de lo que será lícito pensar, teniendo en cuenta los problemas narrativos francamente expuestos a propósito de la travesía del isarco, estos comentarios no se destinan a suplir con anticipación la previsible escasez de descripciones del paso de brenner en que estamos a punto de entrar. Son, eso sí, el humilde reconocimiento de cuánta verdad hay en la conocida frase, Me faltan las palabras. Efectivamente, nos faltan las palabras. Se dice que en una de las lenguas habladas por los indígenas de américa del sur, tal vez en la amazonia, existen más de veinte expresiones, unas veintisiete, creo recordar, para designar el color verde. Comparado con la pobreza de nuestro vocabulario en esta materia, parecerá que sería fácil para ellos describir los bosques en que viven, en medio de todos esos verdes minuciosos y diferenciados, apenas separados por sutiles y casi inaprensibles matices. No sabemos si alguna vez lo intentaron y si se quedaron satisfechos con el resultado. Lo que sí sabemos es que un monocromatismo cualquiera, por ejemplo, para no ir más lejos, el aparente blanco absoluto de estas montañas, tampoco decide la cuestión, quizá porque haya más de veinte matices de blanco que el ojo no puede percibir, pero cuya existencia presiente. La verdad, si queremos aceptarla con toda su crudeza, es que, simplemente, no es posible describir un paisaje con palabras. O mejor, posible sí que es, pero no merece la pena. Me pregunto si merece la pena escribir la palabra montaña cuando no sabemos qué nombre se da la montaña a sí misma. Ya con la pintura es otra cosa, es muy capaz de crear sobre la paleta veintisiete tonos de verde que escaparon de la naturaleza, y algunos más que no lo parecen, y a eso, como compete, le llamamos arte. De los árboles pintados no caen hojas.
Ya estamos en el paso de brenner. Por orden expresa del archiduque, en silencio total. Al contrario de lo que había sucedido hasta ahora, la caravana, como si el miedo hubiese producido un efecto congregador, no ha mostrado tendencias de dispersión, los caballos del coche archiducal casi tocan con los hocicos los cuartos traseros de las últimas monturas de los coraceros, solimán va tan próximo al frasquito de las esencias de la archiduquesa que llega a aspirar gozoso el olor que de él se desprende cada vez que la hija de carlos quinto siente necesidad de refrescarse. El resto de la caravana, comenzando por el carro de bueyes con el forraje y la cuba de agua, sigue el rastro como si no hubiera otra manera de llegar al destino. Se tiembla de frío, pero sobre todo de miedo. En las anfractuosidades de las altísimas escarpas se acumula la nieve que de vez en cuando se desprende y cae con un ruido sordo sobre la caravana en pequeños aludes que, sin mayor peligro por sí mismos, tienen como consecuencia aumentar los temores. No hay aquí nadie que se sienta tan seguro que use los ojos para disfrutar de la belleza del paisaje, aunque no falte un viajero que le va diciendo al vecino, Sin nieve es mucho más bonito, Es más bonito, cómo, preguntó el compañero curioso, No se puede describir. Realmente, la mayor falta de respeto para con la realidad, sea ella, la realidad, lo que quiera que sea, que se puede cometer cuando nos dedicamos al inútil trabajo de describir un paisaje, es tener que hacerla con palabras que no son nuestras, que nunca fueron nuestras, vean, palabras que ya recorrieron millones de páginas y de bocas antes de que llegara nuestro turno de utilizarlas, palabras cansadas, exhaustas de tanto pasar de mano en mano y dejar en cada una parte de su sustancia vital. Si escribimos, por ejemplo, las palabras arroyo cristalino, de tanta aplicación precisamente en la descripción de paisajes, no nos detenemos a pensar si el arroyo sigue siendo tan cristalino como cuando lo vimos por primera vez, o si dejó de ser arroyo para transformarse en caudaloso río, o, maldita suerte esa, en la más repugnante y apestosa de las ciénagas. Aunque no lo parezca a primera vista, todo esto tiene mucho que ver con esa valiente afirmación, más arriba consignada, de que simplemente no es posible describir un paisaje y, por extensión, cualquier otra cosa. En boca de una persona de confianza que, por lo que parece, conoce los lugares tal como se nos presentan en las diversas estaciones del año, tales palabras dan que pensar. Si esa persona, con su honestidad y su saber hecho de experiencia, dice que no se puede describir lo que los ojos ven, traduciéndolo en palabras, nieve sea o florido vergel, cómo podrá atreverse a tal alguien que nunca en su vida atravesó el paso de brenner y ni en sueños en aquel siglo dieciséis, cuando faltaban autopistas y los puestos de abastecimiento de gasolina, croquetas y tazas de café, además de un motel para pasar la noche bien confortable, cuando aquí fuera ruge la tempestad y un elefante perdido suelta el más angustioso de los barritos. No estuvimos allí, nos guiamos sólo por informaciones, y quién sabe lo que éstas valen, por ejemplo, un viejo grabado, sólo respetable por su edad provecta y por el dibujo ingenuo, muestra un elefante del ejército de aníbal despeñándose por una quebrada, cuando lo cierto es que durante la trabajosa travesía de los alpes que realizó el ejército cartaginés, por lo menos así lo ha confirmado quien de la materia sabe, ningún elefante se perdió. Aquí tampoco se perderá nadie. La caravana continúa compacta, firme, cualidades que no son menos loables por el hecho de estar fundamentalmente determinadas, como ya quedó explicado antes, por sentimientos egoístas. Pero hay excepciones. La mayor preocupación de los coraceros, por ejemplo, no tiene nada que ver con la seguridad personal de cada uno, y sí con la de sus caballos, obligados ahora a avanzar sobre un suelo resbaladizo, de hielo duro, gris azulado, donde un metacarpo partido tendría la más fatal consecuencia. Hasta este momento, el milagro perpetrado por solimán a las puertas de la basílica de san antonio en padua, por mucho que le pese al todavía empedernido luteranismo del archiduque maximiliano segundo de austria, ha protegido la caravana, no sólo a los poderosos que van en ella, sino también a la gente corriente, lo que prueba, si todavía fuera necesaria la demostración, las raras y excelentes virtudes taumatúrgicas del santo, fernando de bulhões, en el mundo, que dos ciudades, lisboa y padua, se vienen disputando desde hace siglos, bastante proforma, dígase, porque ya está claro para todos que fue padua la que acabó alzándose con el pendón de la victoria, mientras lisboa se tuvo que contentar con las marchas populares de los barrios, el vino tinto y la sardina asada en las brasas, además de los globos y de las macetas de albahaca. No basta saber cómo y dónde nació fernando de bulhões, hay que esperar para ver cómo y dónde morirá san antonio.
Sigue nevando y, disculpen la vulgaridad de la expresión, hace un frío que pela. El suelo conviene pisarlo con mil y un cuidados por culpa del maldito hielo, pero, aunque las montañas no se hayan acabado, parece que los pulmones comienzan a respirar mejor, con otro desahogo, libres de la extraña opresión que baja de las alturas inaccesibles. La próxima ciudad es innsbruck, en la margen del río inn, y, si el archiduque no se ha arrepentido de la idea comunicada al intendente cuando aún estaba en bressanone, gran parte de la distancia que nos separa de viena será recorrida en barco, navegación fluvial, por tanto, bajando la corriente, primero por el inn, hasta passau, y después por el danubio, ríos de gran caudal, en particular el danubio, al que en austria llaman donau. Es más que probable que acabemos disfrutando de un viaje tranquilo, como tranquila fue la estancia de dos semanas en bressanone, en que no sucedió nada que fuera digno de nota, ningún episodio burlesco para narrar al amor de la lumbre, ninguna historia de fantasmas para contar a los nietos, y por eso la gente se sintió afortunada como poquísimas veces, todos a salvo en la posada am hohen feld, la familia lejos, las preocupaciones pospuestas, los acreedores disimulando la impaciencia, ninguna carta comprometedora caída en manos indebidas, en fin, el porvenir, como los antiguos decían, y creían, sólo a dios pertenece, vivamos nosotros el día de hoy, que del mañana nunca se sabe. La alteración del itinerario no se debe a un capricho del archiduque, aunque se han incluido en dicho itinerario dos visitas por razones de cortesía, pero también de alta política centroeuropea, la primera en wasserburg, al duque de baviera, la segunda, más prolongada, en müldhorf, al duque ernst de baviera, administrador del arzobispado de salzburgo. Volviendo a los caminos, es verdad que la carretera de innsbruck a viena es relativamente cómoda, sin catastróficos accidentes orográficos como fueron los alpes y, si no va en línea recta, por lo menos está bastante segura de hasta dónde quiere llegar. Sin embargo, la ventaja de los ríos es que son como carreteras andantes, van por su pie, especialmente éstos, con sus poderosos caudales. El más beneficiado con el cambio es solimán que, para beber, sólo tiene que acercarse a la borda de la balsa, meter la trompa en el agua y aspirar. Pese a eso, no estaría contento si pudiera saber que un cronista de la ciudad ribereña de hall, poco más adelante de innsbruck, un escriba cualquiera de nombre franz schweyger, escribirá, Maximiliano regresó en esplendor de españa trayendo también un elefante que tiene doce pies de altura, siendo de color de ratón. La rectificación de solimán, por lo que de él conocemos, sería rápida, directa e incisiva, No es el elefante el que tiene color de ratón, es el ratón el que tiene color de elefante. Y añadiría, Más respeto, por favor.
Balanceándose al ritmo del paso de solimán, fritz limpia la nieve que lleva incrustada en las cejas y piensa en lo que será su futuro en viena, cornaca es, cornaca seguirá siendo, nunca podría ser otra cosa, pero el recuerdo de lo que fue su tiempo en lisboa, olvidado de todo el mundo después de haber sido motivo de júbilo del populacho, incluyendo a los hidalgos de la corte que, en rigor, populacho son igualmente, le hace preguntarse a sí mismo si también en viena lo meterán en una empalizada con el elefante, pudriéndose. Algo tendrá que sucedernos, salomón, dijo, este viaje ha sido solo un intervalo, y ya ahora agradece que el cornaca subhro te haya restituido tu verdadero nombre, buena o mala, tendrás la vida para la que naciste y de la que no podrás huir, pero yo no nací para ser cornaca, en realidad ningún hombre nace para ser cornaca aunque no se le abra otra puerta en toda su existencia, en el fondo soy una especie de parásito tuyo, un piojo perdido entre las cerdas de tu lomo, supongo que no viviré tanto tiempo como tú, las vidas de los hombres son cortas comparadas con las de los elefantes, eso es sabido, me pregunto qué será de ti no estando yo en el mundo, llamarán a otro cornaca, claro, alguien tendrá que cuidar de solimán, quizá la archiduquesa se ofrezca, tendría su gracia, una archiduquesa sirviendo a un elefante, o uno de los príncipes cuando hayan crecido, de una manera u otra, querido amigo, siempre tendrás un porvenir garantizado, yo no, yo soy el cornaca, un parásito, un apéndice.
Cansados de tan larga caminata, llegamos a innsbruck en la fecha señalada en el calendario católico, el día de reyes, siendo el año mil quinientos cincuenta y dos. La fiesta fue sonada como era de esperar en la primera gran ciudad austriaca que recibía al archiduque. Que ya no se sabe muy bien si los aplausos son para él o para el elefante, pero eso le importa poco al futuro emperador para quien solimán es, aparte de otras cosas, un instrumento político de primera grandeza, cuya importancia nunca podría ser aceptada por ridículos celos. El éxito de los encuentros en wasserburg y en müldhorf algo deberá a la presencia de un animal hasta ahora desconocido en austria, como si maximiliano segundo lo hubiera hecho salir de la nada para satisfacción de sus súbditos, desde los más humildes a los principales. Esta parte final del viaje del elefante constituirá, toda ella, un clamor de constante júbilo que pasará de una ciudad a otra como un reguero de pólvora, además de ser un motivo de inspiración para que los artistas y los poetas de cada lugar de paso se esmeren en pinturas y grabados, en medallas conmemorativas, en inscripciones poéticas como las del conocido humanista caspar bruschius, destinadas al ayuntamiento de linz. Y, por hablar de linz, donde la caravana abandonará barcos, botes y balsas para hacer lo que falta de camino, es natural que alguien quiera que le digan por qué no continuó el archiduque usando la cómoda vía fluvial, puesto que el mismo danubio que los trajo a linz también podría llevados a viena. Pensar así es ingenuidad, o, en el peor de los casos, desconocer o no comprender la importancia de una publicidad bien orientada en la vida de las naciones en general y en la política y otros comercios en particular. Imaginemos que el archiduque maximiliano de austria cometía el error de desembarcar en el puerto fluvial de viena, sí, oyeron bien, en el puerto fluvial de viena. Ora bien, los puertos, sean grandes o pequeños, de río o de mar, nunca se han distinguido por el orden y por el aseo, y cuando casualmente se nos presentan bajo una apariencia de normalidad organizada conviene saber que eso es sólo una de las innumerables y no pocas contradictorias imágenes del caos. Imaginemos al archiduque desembarcando con toda su caravana, incluyendo un elefante, en un muelle atestado de contenedores, sacos de todo tipo, fardos de esto y de aquello, en medio de basura, con la multitud entorpeciendo, dígannos cómo podría abrirse camino hasta llegar a las avenidas nuevas y ahí preparar el desfile. Sería una triste entrada después de más de tres años de ausencia. No será así. En müldhorf el archiduque dará órdenes a su intendente para comenzar a elaborar un programa de recepción en viena a la altura del acontecimiento, o de los acontecimientos, en primer lugar, como es obvio, la llegada de su persona y de la archiduquesa, en segundo lugar la de ese prodigio de la naturaleza que es el elefante solimán, que deslumbrará a los vieneses tal como ya deslumbró a cuantos le pusieron los ojos encima en portugal, españa e italia, que, hablando con justicia, no son propiamente países bárbaros. Correos a caballo partieron hacia viena con instrucciones para el burgomaestre en las que se expresaba el deseo del archiduque de ver retribuido en los corazones y en las calles todo el amor que él y la archiduquesa dedicaban a la ciudad. Al buen entendedor hasta media palabra le sobra. Otras instrucciones fueron transmitidas, éstas para uso interno, que se referían a la conveniencia de aprovechar la navegación por el inn y por el danubio para proceder a un lavado general de personas y animales, que, no pudiendo, por razones comprensibles, incluir baños en las aguas heladas, tendría que ser mínimamente efectivo. A los archiduques les era fornecida todas las mañanas una buena cantidad de agua caliente para sus abluciones, lo que llevó a algunos en la caravana, más preocupados por su higiene personal, a murmurar con un suspiro de pesar, Si yo fuese archiduque. No querían el poder que el archiduque tenía en sus manos, es posible que ni siquiera supieran qué hacer con él, sólo querían el agua caliente, sobre cuya utilidad no parecían tener dudas.
Cuando desembarcó en linz, el archiduque ya llevaba ideas muy claras acerca de la nueva manera de organizar la caravana para recibir los mejores provechos posibles, en particular en lo que se refería a los efectos psicológicos de su regreso en el ánimo de la población de viena, cabeza del reino y, por tanto, sede de la más aguda sensibilidad política. Los coraceros, hasta entonces divididos en vanguardia y retaguardia, se constituirán en una formación única, abriendo paso a la caravana. Después vendrá el elefante, lo que, tenemos que reconocerlo, era una jugada estratégica digna de un alekhine, sobre todo cuando no tardaremos en saber que el coche del archiduque sólo ocupará el tercer lugar en esta secuencia. El objetivo era claro, dar el máximo protagonismo a solimán, lo que tenía todo el sentido del mundo, pues archiduques de austria se habían conocido antes en viena, mientras que en materia de elefantes éste era el primero. De linz a viena van treinta y dos leguas, habiendo previsto dos paradas intermedias, una en melk y otra en la ciudad de amstetten, donde dormirán, pequeñas etapas con las que se pretende que la caravana pueda entrar en viena en razonable estado de frescura física. El tiempo no está de rosas, la nieve sigue cayendo y el viento no perdió aquel hilo que corta, pero, comparado con los puertos de isarco y de brenner, esta carretera bien podría semejarse a la del paraíso, aunque sea dudoso que en aquel celeste lugar existan carreteras, puesto que las almas, apenas cumplen las formalidades de acceso, son inmediatamente dotadas de un par de alas, único medio de locomoción allí autorizado. Después de amstetten no habrá otro descanso. La gente de las aldeas bajó toda al camino para ver al archiduque y se encontró con un animal del que habían oído hablar vagamente y que provocaba las curiosidades más justificadas y las más absurdas explicaciones, como le sucedió a aquel jovencito que, habiéndole preguntado al abuelo por qué se llamaba elefante el elefante, recibió como respuesta que era porque tenía trompa. Un austriaco, incluso perteneciendo a las clases populares, no es una persona como cualquier otra, siempre tiene que saber todo lo que haya para saber. Otra idea que nació entre esta buena gente, así con este aire de protección solemos decirlo, fue que en el país de donde el elefante procede todas las personas poseían Uno, como aquí un caballo, una mula, o más frecuentemente un burro, y que todas eran bastante ricas como para poder alimentar un animal de ese tamaño. La prueba de que así era la tuvieron cuando se necesitó parar en medio del camino para darle de comer a solimán que, por una razón desconocida, torció la nariz en el desayuno. Se le juntó alrededor una pequeña multitud asombrada por la rapidez con que el elefante, ayudado de la trompa, se metía en la boca y engullía los haces de paja después de haberles dado dos vueltas entre unos poderosos molares que, no pudiendo ser vistos desde fuera, fácilmente se imaginaban. A medida que se aproximaban a viena se iba notando, poco a poco, una cierta mejoría en el estado del tiempo. Nada extraordinario, las nubes seguían bajas, pero había dejado de nevar. Alguien dijo, Si esto sigue así, llegaremos a viena con el cielo descubierto y el sol brillando. No sería exactamente de esa manera, sin embargo, otro gallo habría cantado en este viaje si la meteorología general hubiera seguido el ejemplo de esta que será conocida un día por la ciudad del vals. De vez en cuando la caravana era obligada a parar porque los aldeanos y las aldeanas de los alrededores querían mostrar sus habilidades de canto y danza, los cuales agradaban especialmente a la archiduquesa cuya satisfacción el archiduque compartía de una manera benevolente, casi paternal, que correspondía a un pensamiento muy común, entonces y siempre, Qué se va a hacer, las mujeres son así. Las torres y las cúpulas de viena ya estaban en el horizonte, las puertas de la ciudad abiertas de par en par, y la gente en las calles y en las plazas, vistiendo sus mejores galas en honor de los archiduques. Había sido así en valladolid cuando la llegada del elefante, pero los pueblos ibéricos por cualquier cosa se ponen contentos, son como niños. Aquí, en viena de austria, se cultivan la disciplina y el orden, hay algo de teutón en esta educación, como el futuro se encargará de explicar mejor. Viene entrando en la ciudad la máxima expresión de la autoridad pública y un sentimiento de respeto y acatamiento incondicional es lo que prevalece entre la población. La vida, sin embargo, tiene muchas cartas en la baraja y no es infrecuente que las juegue cuando menos se espera. Iba el elefante con su paso medido, sin prisa, el paso de quien sabe que para llegar no siempre es necesario correr. De repente, una niña de unos cinco años, se supo más tarde que ésta era su edad, que asistía con los padres al desfile del cortejo, se soltó de la mano de la madre y corrió hacia el elefante. Un grito de susto salió de la garganta de cuantos se dieron cuenta de la tragedia que se preparaba, las patas del animal derribando y aplastando el pobre cuerpecito, el regreso del archiduque señalado por una desgracia, un luto, una terrible mancha de sangre en el escudo de armas de la ciudad. Era no conocer a salomón. Enlazó con la trompa el cuerpo de la niña como si la abrazase y la levantó en el aire como una nueva bandera, la de una vida salvada en el último instante, cuando ya se perdía. Los padres de la niña, llorando, corrieron hasta salomón y recibieron en los brazos a la hija recuperada, resucitada, mientras todo el mundo aplaudía, no pocos deshaciéndose en lágrimas de incontenida emoción, algunos diciendo que aquello había sido un milagro, y eso sin saber aquel que salomón había cometido en padua, arrodillándose a la puerta de la basílica de san antonio. Como si todavía le faltara algo al desenlace del dramático lance al que acabamos de asistir, se vio al archiduque bajar del coche, darle la mano a la archiduquesa para ayudarla a bajar también, y los dos, juntos, con las manos entrelazadas, se dirigieron hasta el elefante, que las personas seguían rodeando y festejando como el héroe de ese día y que lo será por mucho tiempo más, pues la historia del elefante que en viena salvó de muerte cierta a una niña será contada mil veces, ampliada otras tantas, hasta hoy. Cuando las personas se den cuenta de la aproximación de los archiduques se hará silencio y se abrirá paso. La conmoción era visible en muchos de esos rostros, todavía había algunos que se enjugaban con dificultad las últimas lágrimas. Fritz había bajado del elefante y esperaba. El archiduque se paró ante él, lo miró a los ojos. Fritz bajó la cabeza y encontró ante sí la mano derecha, abierta y expectante, del archiduque, Señor, no me atrevo, dijo, y mostró sus propias manos, sucias por los continuos contactos con la piel del elefante, que, pese a todo, era el más limpio de los dos, dado que fritz ya perdió la memoria de lo que es un baño general y solimán no puede ver un charco de agua sin que corra a revolcarse en él. Como el archiduque no retiraba la mano, fritz no tuvo otra solución que tocarla con la suya, la piel gruesa y callosa de un cornaca y la piel fina y delicada de quien ni siquiera se viste con sus propias manos. Entonces el archiduque dijo, Te agradezco que hayas evitado una tragedia, Yo no he hecho nada, mi señor, los méritos son todos de solimán, Así habrá sido, pero imagino que en algo has ayudado, Hice lo que pude, mi señor, para eso soy el cornaca, Si todo el mundo hiciera lo que puede, el mundo sería, con certeza, mejor, Basta que vuestra alteza lo diga para que ya sea verdad, Estás perdonado, no necesitas lisonjearme, Gracias, mi señor, Que seas bienvenido a viena y que viena te merezca a ti y a solimán, aquí seréis felices. Y con estas palabras el archiduque se retiró al coche llevando a la archiduquesa de la mano. La hija de carlos quinto está embarazada otra vez.