Al día siguiente la caravana durmió hasta tarde, los archiduques en casa de una familia noble del burgo, el resto disperso por la pequeña ciudad de bolzano, unos aquí, otros ahí, los caballos de los coraceros distribuidos por las cuadras que todavía tenían lugares disponibles, y los humanos alojados en casas particulares, que eso de acampar al aire libre no tenía nada de apetitoso, ni siquiera era posible, salvo si aún le quedaban fuerzas a la compañía para pasarse el resto de la noche barriendo nieve. Lo que dio más trabajo fue encontrar abrigo para solimán. Después de mucho buscar, acabó descubriéndose un cobertizo que no era nada más que eso, un alpende sin resguardos laterales, que poca más protección podría proporcionarle que si estuviera durmiendo a la belle étoile, manera lírica que tienen los franceses de decir relente, palabra también inapropiada, pues relente no es más que una humedad nocturna, un rocío, una escarcha, niñerías meteorológicas si las comparamos con el nevazo de los alpes que bien ha justificado la designación de níveo manto, lecho acaso mortal. Ahí le dejaron nada menos que tres fardos de forraje para satisfacción de los apetitos, tanto los inmediatos como los nocturnos, de solimán, proclive a éstos como cualquier ser humano. En cuanto al cornaca, tuvo la suerte de beneficiarse, en la distribución de los alojamientos, de un misericordioso jergón en el suelo y de un no menos misericordioso cobertor, cuyo poder calorífico amplió echándole por encima el capote, a pesar de que todavía estaba algo húmedo. En la habitación de la acogedora familia había tres camas, una para el padre y la madre, otra para los tres hijos varones, de edades entre los nueve y los catorce años, y la tercera para la abuela septuagenaria y dos siervas. El único pago que a fritz se le reclamó fue que contara algunas historias de elefantes, a lo que el cornaca accedió de buen grado, comenzando por su piece de résistance, es decir, el nacimiento de ganesh, y acabando en la reciente y, en su opinión, heroica ascensión de los alpes de que creemos haber dado suficiente relato. Fue entonces cuando el padre dijo, desde la cama, mientras se oían los ronquidos de la mujer, que más o menos por estos parajes de los alpes, según antiquísimas historias y las subsiguientes leyendas, anduvieron también, después de atravesar los pirineos, el famoso general cartaginés aníbal y su ejército de hombres y elefantes africanos que tantos disgustos acabaron dándoles a los soldados de roma, aunque, según modernas versiones, no se tratara de elefantes africanos propiamente dichos, de grandes orejas e imponente corpulencia, y sí de los llamados elefantes de los bosques, no mucho mayores que los caballos. Nevascas, sí, eran las de aquellos tiempos, añadió, y entonces no había ni caminos, Parece que no le gustan mucho los romanos, insistió fritz, La verdad es que aquí somos más austriacos que italianos, en alemán nuestra ciudad se llama bozen, A mí me gusta más bolzano, dijo el cornaca, me suena mejor al oído, Será por ser portugués, Venir de portugal no hace de mí portugués, Entonces de dónde es vuestra señoría, si se me permite la pregunta, Nací en la india y soy cornaca, Cornaca, Sí, señor, cornaca es el nombre que se les da a quienes conducen los elefantes, En ese caso, el general cartaginés también traería cornacas en su ejército, No llevaría elefantes a ninguna parte si no hubiese quien los guiase, Los llevó a la guerra, A la guerra de los hombres, Pensándolo bien, no hay otras. El hombre era filósofo.
Por la mañana temprano, repuesto de fuerzas, y con el estómago más o menos reconfortado, fritz agradeció la hospitalidad y fue a ver si todavía tenía elefante que cuidar. Había soñado que solimán salía de bolzano en el silencio de la noche y andaba recorriendo los montes y valles de alrededor, poseído por una especie de embriaguez que sólo podría ser efecto de la nieve, aunque la bibliografía conocida sobre la materia, si exceptuamos la de los desastres de la guerra de aníbal en los alpes, se ha limitado, en los últimos tiempos, a registrar, con cansada monotonía, las piernas y los brazos partidos de los amantes del esquí. Buenos tiempos en los que una persona cae desde lo alto de una montaña para acabar aplastada, mil metros abajo, en el fondo de un valle ya sembrado de costillas, tibias y cráneos de otros aventureros igualmente desafortunados. Eso, sí, es vida. En la plaza ya estaban unos cuantos cara ceros reunidos, algunos montados, otros no, y los que todavía faltaban ya venían acercándose. Nevaba, pero poco. Fiel a sus hábitos de curioso por necesidad, puesto que nadie lo informaba de primera mano, fue a preguntarle al sargento qué noticias había. No necesitó decir nada más que un educado buenos días porque el militar, sabiendo de antemano lo que quería, le transmitió las novedades, Vamos a bressanone, o brixen, como se dice en alemán, hoy el viaje será corto, no llegará a diez leguas. Después de una pausa destinada a crear expectativas, el sargento añadió, Me parece que en brixen vamos a tener unos días de descanso, que bien necesitados estamos, Hablo por mí, solimán apenas puede poner una pata delante de la otra, éste no es un clima para él, a ver si pilla por ahí una neumonía, y después quiero ver lo que su alteza hará con los huesos del pobre, Todo se arreglará, dijo el sargento, hasta ahora las cosas no han ido mal. Fritz no tuvo otro remedio que estar de acuerdo y fue a buscar al elefante. Lo encontró en el alpende, aparentemente tranquilo, pero al cornaca, todavía bajo la impresión del incómodo sueño, le pareció que estaba disimulando, como si de verdad hubiese abandonado bolzano a medianoche para darse un garbeo entre las nieves, tal vez hasta las cimas más altas, donde se dice que son perpetuas. En el suelo no había el menor vestigio del forraje que le habían dejado, ni siquiera una paja de muestra, lo que, por lo menos, permitía esperar que el animal no iba a ponerse a lloriquear como hacen los niños pequeños, aunque, cosa esta generalmente poco sabida, sea, el elefante, una otra especie de niño, si no en el físico, al menos en el imperfecto intelecto. En realidad, no sabemos lo que un elefante piensa, pero tampoco sabemos lo que piensa un niño, salvo lo que él quiera darnos a entender, luego, en principio, nada en lo que se deba depositar demasiada confianza. Fritz hizo señal de que quería subirse y el elefante, presuroso, con todo el aire de desear que le disculpasen alguna travesura, le ofreció el colmillo para apoyo del pie, tal como si de un estribo se tratase, y lo enlazó por la cintura con la trompa, como un abrazo. Con un único impulso lo izó hasta su cogote, donde lo dejó confortablemente instalado. Fritz miró hacia atrás y, al contrario de lo que esperaba, no vio la más leve señal de hielo en los cuartos traseros. Había ahí un misterio que probablemente no le sería dado descifrar. O bien el elefante, cualquiera, o éste en particular, dispone de un sistema de autorregulación térmica accidentalmente capaz, tras una necesaria concentración mental, de derretir una capa de hielo de espesura razonable, o entonces el ejercicio de subir y bajar montañas en marcha acelerada hizo que el dicho hielo se desprendiera de la piel a pesar del laberíntico entramado de pelos que tanto trabajo le dio al cornaca fritz. Ciertos misterios de la naturaleza parecen a primera vista impenetrables y la prudencia tal vez aconseja dejados así, no sea que de un conocimiento adquirido en bruto acabe llegándonos más mal que bien. Véase, por ejemplo, el resultado de que adán comiera en el paraíso lo que parecía una vulgar manzana. Puede ser que el fruto propiamente dicho haya sido una obra deliciosa de dios, pero hay quien afirma que no fue una manzana, que fue, sí, una tajada de sandía, aunque las simientes, en cualquier caso, ésas, fueron ahí puestas por el diablo. Para colmo negras.
El coche de los archiduques ya está a la espera de sus nobles, ilustres, egregios pasajeros. Fritz encamina al elefante hacia el lugar que le está reservado en el séquito, o sea, detrás del coche, pero a una distancia prudente, no vaya a enfadarse el archiduque con la vecindad de un estafador que, sin haber llegado al extremo clásico de vender gato por liebre, consiguió engatusar a los infelices calvos, incluyendo incluso a los más valientes coraceros, con la promesa de una cabellera tan abundante como la del mítico y desgraciado sansón. Inútil preocupación fue ésta, porque el archiduque simplemente no miró hacia atrás, por lo visto tenía más en que pensar, quería llegar a bressanone con luz del día y ya estaban atrasados. Despachó al ayudante de campo para que llevase sus órdenes a la cabecera de la caravana, resumibles en tres palabras prácticamente sinónimas, rapidez, velocidad, presteza, salvando siempre, claro está, los efectos retardado res de la nieve que comenzaba a caer con más fuerza, y también el estado de los caminos, en general malos y ahora peores. Serán sólo diez leguas, informó el servicial sargento, pero si, por las cuentas actuales, diez leguas son cincuenta mil metros, o unas cuantas decenas de miles de pasos de los antiguos, y de eso, cuentas son cuentas, no se puede huir, esta gente y estos animales que acaban de arrancar para una penosa jornada van a tener que sufrir, sobre todo aquellos a quienes les falta el favor de un techo, que son casi todos. Qué bonita es la nieve vista por detrás de la ventana, le dijo ingenuamente la archiduquesa maría al archiduque maximiliano, su marido, pero fuera, con los ojos cegados por las ventiscas y las botas empapadas, con los sabañones de los dedos de los pies y de las manos ardiendo como un fuego del infierno, es momento de preguntar a los cielos qué hemos hecho nosotros para merecer tal castigo. Como escribió el poeta, los pinos bien interrogan, pero el cielo no les responde. Tampoco les responde a los hombres, a pesar de que éstos, en su mayoría, se saben desde pequeños las oraciones precisas, el problema está en acertar con un idioma que dios sea capaz de entender. También el frío, cuando nace, es para todos, se dice, pero no todos reciben en la espalda la misma porción. La diferencia está entre viajar en un coche forrado de pellizas y mantas con termostato y tener que caminar bajo el azote de la nieve por el propio pie o con él sujeto en un estribo helado que oprime como un torniquete. Lo que sirvió de algo fue que la información que el sargento le pasó a fritz sobre la posibilidad de un buen descanso en bressanone había circulado como una brisa de primavera por toda la caravana, aunque enseguida los pesimistas, uno por uno y todos juntos, les recordaban a los olvidadizos los peligros del paso de isarco, por no hablar aún de algo bastante peor que habrá más adelante, el de brenner, ya en territorio austriaca. Hubiese osado aníbal avanzar por ellos y probablemente no habríamos tenido que esperar a la batalla de zama para asistir, en el cine de barrio, a la última y definitiva derrota del ejército cartaginés a manos de escipión, el africano, largometraje de romanos producido por el hijo mayor de benito, vittorio mussolini.
Sobre la nuca de solimán, soportando de lleno en la cara el castigo de la nieve que venía siendo soplada por la incesante ventisca, fritz no está en la mejor de las situaciones para elaborar y desarrollar pensamientos elevados. Aun así, le va dando vueltas a la cabeza para descubrir la manera de mejorar sus relaciones con el archiduque, que no sólo le ha retirado la palabra sino la mirada. En valladolid la cosa comenzó bien, pero solimán, con sus descomposiciones de vientre en el camino hasta rosas, causó serio daño a la noble causa de la armonización de clases sociales tan apartadas unas de las otras como las de los cornacas y los archiduques. Con buena voluntad podría olvidarse todo eso, pero su delito, el de subhro o fritz, o como diablos se llame, ese delirio que le hizo querer enriquecerse por medios ilícitos y moralmente reprobables, acabó con cualquier esperanza de recomposición de la casi fraternal estima que, durante un mágico instante, aproximó al futuro emperador de austria y al humilde conductor de elefantes. Tienen razón los escépticos cuando afirman que la historia de la humanidad es una interminable sucesión de ocasiones perdidas. Afortunadamente, gracias a la inagotable generosidad de la imaginación, vamos supliendo las faltas, llenando las lagunas lo mejor que se puede, abriendo pasos en callejones sin salida y que sin salida seguirán, inventando llaves para abrir puertas huérfanas de cerraduras o que nunca las tuvieron. Es lo que está haciendo fritz en este momento en que solimán, levantando las pesadas patas con dificultad, uno, dos, uno, dos, pisa la nieve que continúa acumulándose en el camino, mientras el agua pura de que ella está hecha insidiosamente se va convirtiendo en el más resbaladizo de los hielos. Amargado, fritz piensa que sólo un acto de heroicidad de su parte podrá restituirle la benevolencia del archiduque, pero por más vueltas que le dé a la cabeza, no encuentra nada suficientemente grandioso para atraer, al menos durante un segundo, la mirada complaciente de su alteza. Es entonces cuando imagina que el eje del carruaje, habiéndose partido una vez, otra vez se puede partir, y que desencajada la puerta del coche por el súbito desequilibrio, por ella se precipita desamparada la archiduquesa que, deslizándose sobre sus múltiples sayas por una pendiente no demasiado empinada, sólo consigue parar en el fondo del barranco, felizmente ilesa. Entonces llega la hora del cornaca fritz. Con un toque enérgico del bastón que le hace la función de volante, encamina a solimán hacia el borde del barranco y le hace bajar con firmeza y seguridad hasta donde estaba, medio aturdida, la hija de carlos quinto. Algunos coraceros se disponían a bajar también, pero el archiduque los detuvo, Déjenlo, vamos a ver cómo se descalza la bota. Todavía no había acabado la frase y ya la archiduquesa, izada por la trompa del elefante, se encontraba sentada entre las piernas escarranchadas de fritz, en una proximidad corporal que, en otras circunstancias, sería motivo de gravísimo escándalo. Fuese ella reina de portugal y tendríamos confesión seguro. Desde arriba, los coraceros y la demás gente del séquito aplaudían con entusiasmo el heroico salvamento, mientras el elefante, que parecía consciente de su acción, subía al paso, con renovada firmeza, la cuesta. Llegados al camino, el archiduque recibió en los brazos a la mujer y, levantando la cabeza para mirar al cornaca de frente, dijo en castellano, Muy bien, fritz, gracias. El alma de fritz habría reventado allí mismo de felicidad, suponiendo que tal fenómeno pudiera suceder en algo que es menos que un puro espíritu, si todo lo que aquí quedó descrito no hubiese sido otra cosa que el fruto enfermizo de una imaginación culpable. La realidad lo mostraba tal como era, curvado sobre el elefante, casi invisible bajo la nieve, la desolada imagen de un triunfador derrotado, demostrándose una vez más que el capitolio está al lado de la roca tarpeia, en uno te coronan de laureles, en otra te empujan a donde, esfumada la gloria, perdida la honra, dejarás los míseros huesos. El eje del coche no se partió, la archiduquesa dormita en paz sobre el hombro del marido, sin sospechar que la salvó un elefante y que un cornaca llegado de portugal le sirvió de instrumento a la providencia divina. A pesar de toda la crítica que sobre él se viene haciendo, el mundo descubre cada día maneras de ir funcionando tant bien que mal, permítasenos este pequeño homenaje a la cultura francesa, la prueba es que cuando las cosas buenas no suceden por sí mismas en la realidad, la libre imaginación da una ayuda para la composición equilibrada del cuadro. Es cierto que el cornaca no salvó a la archiduquesa, pero podría haberlo hecho, puesto que lo imaginó, y eso es lo que cuenta. A pesar de verse devuelto sin piedad a la soledad y a las dentelladas del frío y de la nieve, fritz, gracias a ciertas creencias fatalistas que tuvo tiempo de interiorizar, es decir, de meterse en la cabeza, en lisboa, piensa que, si en las tablas del destino está previsto que el archiduque haga las paces con él, ese momento llegará de todas todas. Con esta confortable certeza, se abandonó al balanceo de los pasos de solimán, solo en el paisaje porque, una vez más, a causa de la nieve que seguía cayendo, la parte de atrás del coche ha dejado de ser vista. La escasa visibilidad todavía le permitía distinguir dónde se ponían los pies, pero no adónde los llevarían. Mientras, la orografía se estaba modificando, primero de una manera que se podría decir discreta, mansa, casi pura ondulación, ahora con una violencia que daba que pensar, como si las montañas hubiesen iniciado un proceso apocalíptico de fracturas en progresión geométrica. Veinte leguas fueron suficientes para pasar de los contrafuertes redondeados, que eran como falsas colinas, a la agitación tumultuosa de las masas rocosas, rotas en desfiladeros, erguidas en picos que escalaban el cielo y desde donde, de vez en cuando, se precipitaban, vertiente abajo, veloces aludes que configuraban nuevos paisajes y nuevas pistas para futuro deleite de los amantes del esquí. Por lo visto nos vamos aproximando al paso de isarco, al que los austriacos insisten en llamar eisack. Todavía va a ser necesario caminar por lo menos una hora más para llegar allí, pero una providencial disminución en la espesa cortina de nieve permitió que se viera a lo lejos, durante un breve instante, un corte vertical en la montaña, El isarco, dijo el cornaca. Así era. Una cosa que cuesta trabajo entender es que el archiduque maximiliano haya decidido hacer el viaje de regreso en esta época del año, pero la historia así lo dejó registrado como hecho in controvertido y documentado, avalado por los historiadores y confirmado por el novelista, a quien se le tendrán que perdonar ciertas libertades en nombre no sólo de su derecho a inventar, sino también de la necesidad de rellenar los vacíos para que no se llegue a perder del todo la sagrada coherencia del relato. En el fondo, hay que reconocer que la historia no es selectiva, también es discriminatoria, toma de la vida lo que le interesa como material socialmente aceptado como histórico y desprecia el resto, precisamente donde tal vez se podría encontrar la verdadera explicación de los hechos, de las cosas, de la puta realidad. En verdad os diré, en verdad os digo que vale más ser novelista, ficcionista, mentiroso. O cornaca, a pesar de la descabellada fantasía a la que, por origen o profesión, parecen ser propensos. Aunque a fritz no le quede otro remedio que dejarse llevar por solimán, tenemos que reconocer que esta aleccionadora historia que venimos contando no sería la misma si otro fuese el guía del elefante. Hasta ahora, fritz ha sido personaje decisivo en todos los momentos del relato, de los dramáticos y de los cómicos, arriesgándose al ridículo siempre que se creyó conveniente para el buen aliño de la narrativa, o tácticamente aconsejable, aguantando las humillaciones sin levantar la voz, sin alterar la expresión de la cara, cuidando en no dejar traspasar que, si no fuese por él, no habría allí nadie que le llevara la carta a garcía, o sea el elefante a viena. Estas observaciones quizá puedan ser consideradas innecesarias por los lectores más interesados en la dinámica del texto que en manifestaciones pretendidamente solidarias, y en cierta manera ecuménicas, pero fritz, como se vio, bastante desanimado por las consecuencias de los últimos desastrosos sucesos, estaba necesitando que alguien le pusiera una mano amiga en el hombro, y es eso lo que hemos hecho, ponerle la mano en el hombro. Cuando el cerebro divaga, cuando nos arrebata las alas del devaneo, no nos damos cuenta de las distancias recorridas, sobre todo si los pies que nos llevan no son los nuestros. Quitando algún que otro copo vagabundo que se perdió en el trayecto, se puede decir que ha dejado de nevar. La vereda estrecha que tenemos ante nosotros es el famoso paso de isarco. A un lado y a otro, prácticamente verticales, las paredes del desfiladero parecen a punto de desmoronarse sobre el camino. El corazón de fritz se encogió de miedo, un frío distinto a todos los que había conocido hasta ahora le llegó a los huesos. Estaba solo ante la terrible amenaza que lo rodeaba, las órdenes del archiduque, esas imperativas órdenes que determinaban que la caravana debía mantenerse unida y cohesionada como única garantía de seguridad, como hacen los alpinistas que se atan con cuerdas unos a otros, habían sido simplemente ignoradas. Un proverbio, si por tal nombre puede ser designado el dicho, que tanto tiene de portugués como de indio y universal, resume de manera elegante y elocuente situaciones como ésta, cuando te recomienda que deberás hacer lo que yo te diga, pero no hacer lo que yo haga. Así procedió el archiduque, había ordenado, Mantengámonos juntos, pero, llegada la ocasión, en lugar de permanecer allí, como le competía, a la espera del elefante y de su cornaca que venían detrás, siendo además propietario de uno y amo del otro, en sentido figurado, espoleó al caballo, y piernas para qué os quiero, derecho a la desembocadura del peligroso paso antes de que se hiciese demasiado tarde y el cielo le cayese encima. Imagínense ahora que la avanzadilla de los coraceros había penetrado en el desfiladero y ahí se quedó a la espera, imagínense que igualmente se quedaban esperando los que fuesen llegando, el archiduque y su archiduquesa, el elefante solimán y el cornaca fritz, el carro de los forrajes, finalmente el resto de coraceros que remataban la marcha, y también las galeras intermedias, cargadas de cofres, arcas y baúles, y la multitud de criados, todos fraternalmente reunidos, a la espera de que la montaña se viniera abajo o que un alud como nunca se había visto otro los amortajara a todos, cortando el desfiladero hasta la primavera. El egoísmo, generalmente tenido por una de las actitudes más negativas y reprobables de la especie humana, puede tener, en ciertas circunstancias, sus buenas razones. Al haber salvado nuestro rico pellejo, escapándonos rápidamente de la ratonera mortal en que el paso de isarco podía tornarse, salvamos también el pellejo de los compañeros de viaje, que, al llegar su turno de avanzar, pudieron seguir el viaje sin ser frenados por embotellamientos de tráfico inoportunos, luego, la conclusión es muy fácil de sacar, que cada uno mire por sí mismo para que nos podamos salvar todos. Quién diría que la moral no siempre es lo que parece y que puede ser moral tanto más efectiva cuanto más contraria a sí misma se manifieste. Ante estas cristalinas evidencias, y estimulado por el impacto súbito, unos cien metros más atrás, de una masa de nieve que, sin aspirar al nombre de alud, fue más que suficiente para que el susto fuera de tomo y lomo, fritz le dio a solimán señal de andar, Ya, ya. Al elefante le pareció poco. Mejor que el simple paso, la situación, porque podía ser tan peligrosa, pedía un trote, o, mejor aún, un galope que rápidamente lo pusiese a salvo de las amenazas del isarco. Rápido fue, por tanto, tan rápido como san antonio cuando usó la cuarta dimensión para ir a lisboa a salvar al padre de la horca. Lo malo es que solimán había abusado demasiado de su fuerza. Jadeando, pocos metros después de haber dejado atrás la boca del desfiladero, se le vinieron abajo las patas delanteras y las rodillas al suelo. El cornaca, sin embargo, tuvo suerte. Lo normal sería que el choque lo hubiera proyectado violentamente delante de la cabeza de la infeliz montura. Sólo dios sabe con qué nefastas consecuencias, pero la tan celebrada memoria de elefante le hizo recordar a solimán lo que había pasado con el cura de la aldea que pretendía exorcizarlo, cuando, en el último segundo, en el postrero instante, logró amortiguar la patada, por ventura mortal, que le había propinado. La diferencia con el caso de ahora es que solimán todavía logró recurrir a la reducida energía que le quedaba para reducir la velocidad de su propia caída, haciendo que las gruesas rodillas tocasen el suelo con la levedad de un copo de nieve. Cómo lo habrá conseguido, no se sabe, ni es cosa que se le vaya a preguntar. Tal como los prestidigitadores, también los elefantes tienen sus secretos. Entre hablar y callar, un elefante siempre preferirá el silencio, por eso le habrá crecido tanto la trompa, además de transportar troncos de árboles y trabajar de ascensor para el cornaca tiene la ventaja de representar un obstáculo serio para cualquier des controlada locuacidad. Cautelosamente, fritz le dio a entender a solimán que ya era hora de realizar un pequeño esfuerzo para levantarse. No ordenó, no recurrió a su variado repertorio de toques de bastón, unos más agresivos que otros, sólo lo dio a entender, lo que demuestra una vez más que el respeto por los sentimientos ajenos es la mejor condición para una próspera y feliz vida de relaciones y afectos. Es la diferencia entre un categórico Levántate y un dubitativo Y si te levantaras. Hay incluso quien sustenta que esta segunda frase, y no la primera, fue la que realmente jesús profirió, prueba probada de que la resurrección dependía, sobre todo, de la libre voluntad de lázaro y no de los poderes milagrosos, por muy sublimes que fuesen, del nazareno. Si lázaro resucitó fue porque le hablaron con buenos modos, tan simple como eso. Y que el método sigue dando buenos resultados se vio cuando solimán, sosteniéndose primero sobre la pata derecha, después con la izquierda, restituyó a fritz a la seguridad relativa de una oscilante verticalidad, él que hasta ese momento sólo se había podido valer de la resistencia de unos cuantos pelos de la nuca del elefante para no verse precipitado trompa abajo. He aquí pues a solimán ya firme sobre sus cuatro patas, helo aquí súbitamente animado por la llegada de la galera del forraje que, habiendo pasado, tras trabajosa lucha de las dos juntas de bueyes, el montón de nieve a que antes nos referimos, avanzaba brioso hacia la salida del desfiladero y al voraz apetito del elefante. Su casi desfallecida alma recibía ahora el premio por la proeza de haber hecho regresar a la vida a su propio cuerpo postrado, como para no levantarse más, en medio del blanco y cruel paisaje. Allí mismo se puso la mesa y, mientras fritz y el boyero celebraban la salvación con unos cuantos tragos de aguardiente propiedad del hombre de los bueyes, solimán devoraba fardo tras fardo con enternecedor entusiasmo. Sólo faltaba que brotasen flores de la nieve y que los pajaritos de la primavera vinieran al tirol a entonar sus dulces trinos. No se puede tener todo. Ya es mucho que fritz y el boyero, multiplicando sus respectivas inteligencias, hubieran encontrado el remedio para la preocupante tendencia a separarse de los diversos componentes de la caravana como si no tuvieran nada que ver unos con otros. Era una solución, digamos, de andar por casa, pero sin duda precursora de una manera diferente de abordar los problemas, es decir, incluso aunque el objetivo sea servir mis intereses personales, es siempre conveniente contar con la otra parte. En una palabra, soluciones integradas. A partir de ahora los bueyes y el elefante viajarán inapelablemente juntos, la galera de los fardos de forraje delante, el elefante, como si dijéramos que al olor de la paja, detrás. Por más lógica y racional que se presentara la distribución topográfica de este reducido grupo, hecho que nadie osará negar, nada de lo que aquí se ha logrado, gracias a la deliberada voluntad de llegar a un acuerdo, se podrá aplicar, faltaría más, a los archiduques, cuyo coche ya va más adelante, incluso hasta puede haber llegado a bressanone. Si tal caso se diere, estamos autorizados a revelar que solimán gozará de un merecido descanso de dos semanas en esta conocida estancia turística, concretamente en una posada que tiene el nombre de am hohen feld, lo que significa, nunca mejor dicho, tierra alta. Es natural que parezca extraño que una posada que todavía se encuentra en territorio italiano tenga nombre alemán, pero la cosa se explica si recordamos que la mayor parte de los huéspedes que aquí vienen son precisamente austriacos y alemanes a los que les gusta sentirse como en su casa. Razones afines harán que un día, en el algarbe, como alguien tendrá el cuidado de escribir, toda playa que se precie no es playa sino beach, cualquier pescador fisherman, tanto da si le gusta como si no, y si de conjuntos turísticos, en vez de aldeas, se trata, quedemos sabiendo que lo más normal será que se diga holiday's village, o village de vacances, o ferienorte. Se llega al cúmulo de que no haya nombre para la tienda de modas porque es, en una especie de portugués de adopción, boutique, y, necesariamente, fashion shop en inglés, menos necesariamente mode en francés, y francamente modegeschäft en alemán. Una zapatería se presenta como shoes, y no se hable más del asunto. Y si el viajero pudiera buscar, como quien despioja, nombres de bares y buates, cuando llegase a sines todavía estaría en las primeras letras del alfabeto. Tan despreciado está en la lusitana organización que del algarbe se puede decir, en estas épocas en que bajan los civilizados hasta la barbarie, que es la tierra del portugués tal cual se calla. Así está bressanone.