Capítulo 11

La ciudad de valladolid decidió poner de manifiesto sus mejores galas para recibir al paquidermo desde hada tanto tiempo esperado, llegándose al extremo, como si de una procesión mayor se tratase, de colocar unas cuantas colgaduras en los balcones y poner a fluctuar con la brisa ya casi otoñal unos cuantos pendones que todavía no habían perdido del todo el colorido. Vestidas de limpio hasta donde en aquellas difíciles épocas lo permitía la poca higiene, las familias recorrían las calles, éstas bastante menos limpias, impelidas, las familias, por dos ideas centrales, saber dónde se encontraba el elefante y qué iba a pasar después. Había aguafiestas que afirmaban que el elefante era un rumor, tal vez apareciera un día, sí, pero de momento no se podía saber cuándo tal sucedería. Había quien jurase que el pobre animal, exhausto, estaba reposando desde su llegada, ayer, tras los largos y duros caminos que tuvo que recorrer hasta llegar a valladolid, primero entre lisboa y figueira de castelo rodrigo, después entre la frontera portuguesa y esta ciudad que tenía la honra de albergar desde hacía dos años, en su cualidad de regente de españa, las excelsas personas de su alteza real el archiduque maximiliano y su esposa, maría, hija del emperador carlos quinto. Esto se escribe para que se vea cuán importante era este mundo de personajes, todos ellos pertenecientes a las más altas realezas, que vivieron en el tiempo de salomón y que, de una manera u otra, no sólo tuvieron conocimiento directo de su existencia, sino también de las épicas aunque pacíficas hazañas que protagonizó. Ahora mismo, el archiduque y la esposa asisten, embelesados, al aseo del elefante, en presencia de miembros distinguidos de la corte y del clero y de algunos artistas expresamente llamados para inmortalizar en papel, en tabla o en tela el semblante del animal y su imponente esqueleto. Orienta las operaciones, para las que, una vez más, no faltan el agua a chorros y el cepillo de fibra de palmera y palo largo, el álter ego de salomón que es el hindú subhro. Subhro está feliz porque no ha visto desde que llegó, hace más de veinticuatro horas, ninguna señal de la intrusión de otro cornaca, pero ya ha sido informado oficialmente por el intendente del archiduque de que salomón, de aquí en adelante, pasará a llamarse solimán. Le disgustó profundamente el cambio de nombre, pero, como se suele decir, que se pierdan los anillos y que queden los dedos. La apariencia de solimán, resignémonos, no tenemos otro remedio que llamarlo así, había mejorado mucho con el lavado general a que fue sujeto, pero se convirtió en un auténtico esplendor, diremos que hasta un deslumbramiento, cuando, con gran esfuerzo, unos cuantos criados le lanzaron por encima una enorme gualdrapa en que más de veinte bordadoras estuvieron trabajando durante semanas, sin interrupción, una obra que difícilmente encontrará par en el mundo, tal era la abundancia de piedras que, aunque no todas fueran preciosas, brillaban como si lo fuesen, más el hilo de oro y los opulentísimos terciopelos. Qué manera de malgastar, rezongó consigo mismo el arzobispo, sentado a poca distancia del archiduque, con todo lo que se ha derrochado en este animal se habría bordado un palio magnífico para la catedral, para no tener que salir siempre con el mismo, como si fuésemos, en vez de valladolid, una aldea de medio pelo, de esas de por ahí. Un gesto del regente le interrumpió los subversivos pensamientos. No fue necesario entender las palabras, bastó el juego de las reales manos, apuntando, bajando, subiendo, era clarísimo, el archiduque quería hablar con el cornaca. Acompañado por un dignatario menor de la corte, a subhro le pareció que estaba soñando un sueño ya soñado, cuando, en el inmundo vallado de belén, fue conducido ante un hombre de barbas largas que era el rey de portugal, juan tercero. Este señor que ahora lo manda llamar no lleva barba, tiene la cara perfectamente afeitada, y es, sin favor ninguno, una hermosa figura de hombre. A su lado está sentada la guapísima esposa, la archiduquesa maría, en cuyo rostro y cuerpo la belleza no durará mucho porque parirá ni más ni menos que dieciséis veces, diez varones y seis hembras. Una barbaridad. Subhro se detiene ante el archiduque, y aguarda las preguntas. Cómo te llamas, fue, como era más que previsible, la primera, Mi nombre es subhro, mi señor, Sub, qué, Subhro, mi señor, ése es mi nombre, Y significa algo ese tu nombre, Significa blanco, mi señor, En qué lengua, En bengalí, mi señor, una de las lenguas de la india. El archiduque se quedó en silencio durante algunos segundos, después preguntó, Eres natural de la india, Sí, mi señor, fui a portugal con el elefante, hace dos años, Te gusta tu nombre, No lo elegí, fue el nombre que me dieron, mi señor, Escogerías otro, si pudieras, No lo sé, mi señor, nunca he pensado en eso, Qué dirías tú si yo te hiciese cambiar de nombre, Vuestra alteza habría de tener una razón, La tengo. Subhro no respondió, demasiado bien sabía que no está permitido dirigirles preguntas a los reyes, ése puede ser el motivo por el que siempre ha sido difícil, y a veces incluso imposible, obtener una respuesta para las dudas y las perplejidades de sus súbditos. Entonces el archiduque maximiliano dijo, Tu nombre es trabajoso de pronunciar, Ya me lo habían dicho, mi señor, Estoy seguro de que en viena nadie lo entendería, El mal será mío, mi señor, Pero ese mal tiene remedio, pasarás a llamarte fritz, Fritz, repitió con voz dolorida subhro, Sí, es un nombre fácil de retener, además hay ya una cantidad enorme de fritz en austria, tú serás uno más, pero el único con un elefante, Si vuestra alteza me lo permite, yo preferiría seguir con mi nombre de siempre, Ya lo he decidido, y quedas avisado de que me enfadaré contigo si vuelves a pedírmelo, métete en la cabeza que tu nombre es fritz y ningún otro, Sí, mi señor. Entonces el archiduque, levantándose del suntuoso asiento que ocupaba, dijo en alta y sonora voz, Atención, este hombre acaba de aceptar el nombre de fritz que le he dado, eso más la responsabilidad de ser el cuidador del elefante solimán me llevan a determinar que por todos vosotros sea tratado con consideración y respeto, bajo pena, en caso de desacato, de que los responsables sufran las consecuencias de mi desagrado. El aviso no cayó bien en los espíritus, hubo de todo en el brevísimo murmullo que se produjo a continuación, acatamiento disciplinado, ironía benevolente, irritación ofendida, figúrense, tener que guardar respeto a un cornaca, a un domador, a un hombre que apesta a animales salvajes, como si fuese una primera figura del reino, lo que nos salva es que en poco tiempo se le pasará el capricho al archiduque. Dígase, sin embargo, por amor a la verdad, que un otro murmullo no tardó en oírse, uno en que no se percibían sentimientos hostiles o contradictorios, porque fue de pura admiración, cuando el elefante levantó con la trompa y uno de los colmillos al cornaca y lo depositó en su amplia nuca, espaciosa como una era. Entonces el cornaca dijo, Fuimos subhro y salomón, ahora seremos fritz y solimán. No se dirigía a nadie en particular, se lo decía a sí mismo, sabiendo que estos nombres nada significan, incluso habiendo venido a ocupar el lugar de otros que sí tenían significado. Nací para ser subhro, y no fritz, pensó. Guió los pasos de solimán hasta el recinto que le fue consignado, un patio del palacio que, a pesar de ser interior, tenía fácil comunicación con la calle, y allí lo dejó con sus forrajes y su abrevadero de agua, además de la compañía de los dos ayudantes que desde lisboa habían venido. Subhro, o fritz, va a ser difícil habituarnos, necesita hablar con el comandante, el nuestro, que el de los coraceros austriacos no volvió a aparecer, debe de estar haciendo penitencia por el mal papel que protagonizó en figueira de castelo rodrigo. Todavía no será para despedirse, los lusíadas sólo parten mañana, subhro pretende conversar un poco sobre la vida que le espera, anunciar que les cambiaron los nombres, a él y al elefante. Y desearles, a él y a sus soldados, buen viaje de regreso, en fin, adiós, hasta nunca más. Los militares están acampados a poca distancia de la ciudad, en una arboleda, con un arroyo de aguas claras que corren, donde la mayor parte de ellos ya se ha bañado. El comandante fue al encuentro de subhro y, viéndolo con cara de circunstancias, preguntó, Pasa algo, Nos han cambiado los nombres, ahora soy fritz, y salomón pasa a ser solimán, Quién ha hecho eso, Lo ha hecho quien podía, el archiduque, Y por qué, Él lo sabrá, en mi caso porque subhro le parece difícil de pronunciar, Hasta que nos acostumbramos, Sí, pero él no tiene a nadie que le diga que debería acostumbrarse. Hubo un silencio incómodo, que el comandante rompió lo mejor que pudo, Partimos mañana, dijo, Ya lo sabía, respondió subhro, vine aquí a despedirme, Volveremos a vemos, preguntó el comandante, Lo más seguro es que no, viena está lejos de lisboa, Me da pena, ahora que ya éramos amigos, Amigo es una palabra grande, señor, yo no soy más que un cornaca a quien le acaban de cambiar el nombre, Y yo un capitán de caballería al que algo también le ha mudado por dentro durante este viaje, Supongo que haber visto lobos por primera vez, Vi uno hace muchos años, cuando era pequeño, ya ni me acuerdo, La experiencia de los lobos debe de cambiar mucho a las personas, No creo que ésa fuera la causa, Entonces el elefante, Es más probable, si bien que, pudiendo comprender más o menos a un perro o a un gato, no consigo entender a un elefante, Los perros y los gatos viven a nuestro lado, eso facilita mucho la relación, incluso si nos equivocamos, la convivencia resolverá la cuestión, ellos, no sabemos si se equivocan y si tienen conciencia de eso, Y el elefante, El elefante, ya lo dije otro día, es otra cosa, en un elefante hay dos elefantes, uno que aprende lo que se le enseña y otro que persiste en ignorarlo todo, Cómo sabes tú eso, He descubierto que soy tal cual el elefante, una parte de mí aprende, la otra ignora lo que la otra parte aprendió, y tanto más va ignorando cuanto más tiempo va viviendo, No soy capaz de seguirte en esos juegos de palabras, No soy yo quien Juega con las palabras, son ellas las que juegan conmigo, Cuándo parte el archiduque, Oí decir que de aquí a tres días, Voy a sentir tu falta, Y yo la suya, dijo subhro, o fritz. El comandante le tendió la mano, subhro la apretó con poca fuerza, como si no quisiera lastimarlo, Nos vemos mañana, dijo, Nos vemos mañana, repitió el militar. Se dieron la espalda el uno al otro y se apartaron. Ninguno de los dos miró atrás.

Al día siguiente, temprano, subhro volvió al campamento, llevando con él al elefante. Lo acompañaban los dos ayudantes, que se subieron inmediatamente al carro de los bueyes, donde pensaban disfrutar del más agradable de los paseos. Los soldados esperaban la orden de montar. El comandante se aproximó al cornaca y dijo, Aquí nos separamos, Les deseo buen viaje, capitán, a usted y a sus hombres, Tú y salomón todavía tenéis mucho camino por andar desde aquí hasta viena, supongo que ya será invierno cuando lleguéis, Salomón me lleva a sus espaldas, no me cansaré mucho, Por lo que creo saber, esas tierras son de frío, nieve y hielo, molestias que nunca tuviste que sufrir en lisboa, Frío, alguno, hay que decirlo, señor, Lisboa es la ciudad más fría del mundo, dijo el comandante sonriendo, lo que la salva es estar donde está. Subhro sonrió también, la conversación era interesante, podría quedarse allí el resto de la mañana y la tarde, partir sólo al día siguiente, qué diferencia iba a haber, me pregunto, llegar a casa veinticuatro horas más tarde. Fue en ese momento cuando el comandante decidió pronunciar su discurso del adiós, Soldados, subhro ha venido a despedirse de nosotros y trae, para nuestra alegría, al elefante cuya seguridad tuvimos la responsabilidad de proteger durante las últimas semanas. Haber compartido las horas con este hombre ha sido una de las más felices experiencias de mi vida, quizá porque en la india se sepan algunas cosas que nosotros desconocemos. No tengo la seguridad de haber llegado a conocerlo bien, pero la tengo, sí, de que él y yo podríamos ser, más que simples amigos, hermanos. Viena está lejos, lisboa más lejos aún, es probable que no nos veamos nunca más, y tal vez sea mejor así, que guardemos el recuerdo de estos días de tal manera que se pueda decir que también nosotros, estos modestos soldados portugueses, tenemos memoria de elefante. El capitán todavía siguió hablando unos cinco minutos más, pero lo esencial ya estaba dicho. Mientras él hablaba subhro pensaba en lo que haría el elefante, si se le ocurriría algo similar a lo que fue la despedida de los hombres de carga, pero la verdad es que las repeticiones decepcionan casi siempre, pierden la gracia, se les nota que falta espontaneidad, y, si la espontaneidad falta, falta todo. Mejor sería que simplemente nos separásemos, pensó el cornaca. El elefante, sin embargo, no estaba de acuerdo. Cuando el discurso terminó y el capitán se aproximó a subhro para abrazarlo, salomón dio dos pasos adelante y tocó con el extremo de la trompa, esa especie de labio palpitante, el hombro del militar. La despedida de los cargadores había sido, digámoslo así, más cinematográfica, pero ésta, quizá porque los soldados estén habituados a otro tipo de adioses, tipo Honrad la patria, que la patria os contempla, les tocó las cuerdas sensibles, y no fueron ni uno ni dos los que tuvieron que enjugarse, avergonzados, las lágrimas con las mangas de la guerrera o de la chaqueta, o como quiera que se llamase en la época esa pieza del vestuario militar. El cornaca acompañó a salomón en la revista, dándose también él por despedido. No era hombre para permitir que se le desmandara el corazón en público, incluso cuando, como ahora, lágrimas invisibles se le deslizaban cara abajo. La columna se puso en movimiento, el carro de bueyes va delante, se acabó, no los volveremos a ver en este teatro, la vida es así, los actores aparecen, luego salen del escenario, porque lo apropiado, lo común, lo que siempre sucede más pronto o más tarde, es declamar las hablas que aprendieron y hacer mutis por la puerta del fondo, la que da al jardín. Más adelante el camino hace una curva, los soldados detienen los caballos para levantar un brazo y dar un último adiós. Subhro les imita el gesto y salomón deja salir de la garganta su barrito más sentido, es todo cuanto se les permite hacer, este telón caído ya no se levantará más.

El tercer día amaneció lluvioso, lo que enfadó especialmente al archiduque porque, aunque no le faltaba personal para organizar la caravana de la manera más funcional y efectiva, insistió en ser él quien decidiera en qué lugar del cortejo debería marchar el elefante. Era simple, exactamente delante del carro que les transportaría a él y a la archiduquesa. Un privado de confianza le rogó que atendiera al hecho conocido de que los elefantes, tal como, por ejemplo, los caballos, defecan y orinan en movimiento, El espectáculo ofendería inevitablemente la sensibilidad de sus altezas, anticipó el privado poniendo cara de profunda inquietud cívica, a lo que el archiduque respondió que no se preocupase con ese asunto, siempre habría gente en la caravana para limpiar el camino cada vez que se produjesen tales deposiciones naturales. Lo malo era la lluvia. Al elefante, históricamente acostumbrado al monzón, tanto es así que lo había echado de menos en los últimos dos años, no se le alterarían ni los humores ni el ritmo de los pasos, el problema, que realmente requería solución, era el archiduque. Se comprende. Atravesar media españa detrás de un elefante para el que había sido bordada esa que tal vez fuese la más bella gualdrapa del mundo y no poder usarla porque la lluvia la dañaría seriamente hasta el punto de no servir ni para un palio de aldea, sería la peor de las decepciones de su archiducado. Pues bien, maximiliano no daría ni un paso mientras solimán no estuviera debidamente cubierto, con los afeites de la gualdrapa refulgiendo al sol. He aquí por tanto lo que él dijo, Esta lluvia tendrá que parar alguna vez, vamos a esperar a que escampe. Y así fue. Durante dos horas la lluvia no cesó, pero al cabo de ese tiempo el cielo comenzó a clarear, había nubes, más o menos oscuras, y de repente dejó de llover, el aire se hizo más leve, transparente a la primera luz del sol, por fin descubierto. De tan contento que estaba, el archiduque se permitió dar una palmadita intencionalmente pícara en el muslo de la archiduquesa. Retornada la compostura, mandó venir a un ayudante de campo al que le dio orden de galopar hasta la cabecera de la columna, donde brillaban los coraceros, Que arranquen inmediatamente, dijo, tenemos que recuperar el tiempo perdido. En este intermedio, los criados responsables, con gran esfuerzo, ya habían acercado la inmensa gualdrapa y, siguiendo las indicaciones de fritz, la extendieron sobre el poderoso dorso de solimán. Vestido con un traje que por la calidad de los tejidos y el lujo de la confección dejaba en mantillas el que trajo de lisboa y que tanto afectó al equilibrio del erario público local, fritz fue izado hasta el lomo de solimán, donde, por delante y por detrás, podía disfrutar de la imponente visión de la caravana en toda su extensión. Más alto que él no viajaba nadie, ni siquiera el archiduque de austria con todo su poder. Capaz de mudar de nombre a un hombre y a un elefante, pero con los ojos a la altura de la más común de las personas, era conducido dentro de un coche donde los perfumes no conseguían disimular todos los malos olores exteriores.

Es lógico que se quiera saber si toda esta caravana va camino de viena. Aclaremos ya que no. Una buena parte de los que van viajando aquí a lo grande no irá más allá del puerto de mar de la villa de rosas, junto a la frontera francesa. Allí se despedirán de los archiduques, asistirán probablemente al embarque, y sobre todo observarán con preocupación qué consecuencias tendrá la súbita carga de las cuatro toneladas brutas de solimán, si el combés del barco aguantará tanto peso, en fin, si no regresarán a valladolid con una historia de naufragio que contar. Los más agoreros prevén daños a la navegación y a la seguridad del barco causados por el elefante, asustado con el balanceo de la embarcación, inseguro, incapaz de mantenerse en equilibrio sobre las patas, No quiero ni pensarlo, decían compungidos a los más próximos, lisonjeándose a sí mismos con la posibilidad de poder decir, Yo ya lo avisé. Se olvidan los aguafiestas de que este elefante vino de lejos, de la india remota, desafiando impávido las tormentas del índico y del atlántico, y helo aquí, firme, decidido, como si no hubiese hecho otra cosa en su vida sino navegar. De momento, y sin embargo, sólo se trata de andar. De momento. Una persona mira el mapa y sólo de mirarlo se cansa. Y, no obstante, parece que todo está cerca, por decirlo de alguna manera, al alcance de la mano, la explicación, evidentemente, se encuentra en la escala. Es fácil de aceptar que un centímetro en el mapa equivalga a veinte kilómetros en la realidad, pero lo que no solemos pensar es que nosotros mismos sufrimos en la operación una reducción dimensional equivalente, por eso, siendo ya tan mínima cosa en el mundo, lo somos infinitamente menos en los mapas. Sería interesante saber, por ejemplo, cuánto mediría un pie humano en esa misma escala. O la pata de un elefante. O la comitiva toda del archiduque maximiliano de austria.

No han pasado más de dos días y el cortejo ya ha perdido buena parte de su esplendor. La persistente lluvia que cayó en la mañana de la salida tuvo una acción nefasta en las ornamentaciones de los coches y carruajes, pero también en las indumentarias de quienes, por deber de cargo, tuvieron que arrostrar la intemperie más o menos tiempo. Ahora la caravana avanza por una región donde parece que no ha llovido desde el principio del mundo. El polvo comienza a levantarse con el paso de los coraceros, a quienes la lluvia tampoco había perdonado, pues una coraza no es una caja hermética, las partes que la componen no siempre se ajustan bien unas a las otras y las uniones hechas con correas dejan espacios por donde las espadas y las lanzas pueden penetrar casi sin obstáculo, en definitiva, todo ese esplendor, orgullosamente exhibido en figueira de castelo rodrigo, no sirve de mucho en la vida práctica. Después viene una fila enorme de carros, galeras, coches y carruajes de todos los tipos y finalidades, los carros de carga, los escuadrones de la servidumbre, y todo esto levanta polvo que, por falta de viento, quedará suspenso en el aire hasta que la tarde se cierre. Esta vez no se ha cumplido el precepto de que la velocidad del más lento determina la velocidad general. Los dos carros de bueyes que traen el forraje y el agua para el elefante fueron relegados a la cola del cortejo, lo que significa que de vez en cuando es necesario mandar parar todo para que el conjunto pueda restituirse. Lo que aburre e irrita a todo el mundo, comenzando por el archiduque, que mal disimula su contrariedad, es la siesta obligatoria de solimán, ese descanso del que supuestamente nadie más se beneficia a no ser él, pero del que, al final, todos acaban aprovechándose, aunque insistan en sus críticas, diciendo, Así nunca vamos a llegar. La primera vez que la caravana se detuvo y comenzó a circular la noticia de que la causa era la necesidad de descanso de solimán, el archiduque mandó llamar a fritz para preguntarle quién mandaba allí, la pregunta no fue exactamente así, un archiduque de austria nunca se rebajaría admitiendo que pudiese haber alguien que mandara más que él dondequiera que él estuviese, pero, tal como la dejamos formulada, en una expresión de tono decididamente popular, la única respuesta acorde con la situación debería ser que fritz, por vergüenza, se metiera bajo tierra. Tuvimos ocasión de verificar, sin embargo, a lo largo de estos días, que subhro no es hombre que se asuste fácilmente, y ahora, en este su nuevo avatar, es difícil, si no imposible, imaginarlo en silencio por un ataque de timidez, con el rabo entre las piernas, diciendo, Deme sus órdenes, mi señor. Su respuesta fue ejemplar, Si el archiduque no ha hecho delegación de autoridad, el mando absoluto le pertenece por derecho, tradición y reconocimiento de sus súbditos naturales o adquiridos, como es mi caso, Hablas como un letrado, Soy simplemente un cornaca que hizo algunas lecturas en la vida, Qué pasa con solimán, qué es eso de que tiene que descansar durante la primera parte de la tarde, Son costumbres de la india, mi señor, Estamos en españa, no en la india, Si vuestra alteza conociese a los elefantes como yo tengo la pretensión de conocerlos, sabría que para un elefante hindú, de los africanos no hablo, no son de mi competencia, cualquier lugar en que se encuentre es la india, una india que suceda lo que suceda siempre permanecerá intacta en su interior, Todo eso es muy bonito, pero yo tengo un largo viaje por delante y ese elefante me hace perder tres o cuatro horas por día, a partir de hoy solimán descansará una hora y basta, Me siento un miserable por no poder estar de acuerdo con vuestra alteza, pero, crea en mí y en mi experiencia, no será suficiente, Veremos. La orden fue dada, pero cancelada al día siguiente. Es necesario ser lógico, decía fritz, así como no tomamos en consideración la idea de reducir a un tercio la cantidad de forraje y de agua que solimán necesita para vivir, tampoco puedo consentir sin protestar que se le robe la mayor parte de su justo descanso, sin el que tampoco podrá sobrevivir al esfuerzo titánico que todos los días se le exige, es cierto que un elefante en la selva de la india anda muchos kilómetros desde la mañana hasta el anochecer, pero está en tierra que es suya, no en un descampado como éste, sin una sombra a la que pueda acogerse un gato. No nos olvidemos de que cuando fritz se llamaba subhro no puso ninguna objeción a la reducción del reposo de salomón de cuatro a dos horas, pero ésos eran otros tiempos, el comandante de la caballería portuguesa era un hombre con quien se podía hablar, un amigo, no un archiduque autoritario como éste, que, aparte de ser yerno de carlos quinto, no se ve que posea ningún otro mérito. Fritz estaba siendo injusto, por lo menos debería ser obligado a reconocer que nunca nadie había tratado a solimán como este archiduque de austria de repente tan mal estimado. La gualdrapa, por ejemplo. Ni siquiera en la india los elefantes pertenecientes a los rajás eran mimados así. Sea como sea, el archiduque no estaba contento, había demasiada rebelión en el aire que se respiraba. Castigar a fritz por sus atrevimientos dialécticos estaría más que justificado, pero el archiduque sabía perfectamente que no iba a encontrar en viena otro cornaca. Y si, por milagro, existiese esa rara avis, sería indispensable un periodo de compenetración mutua entre el elefante y el nuevo tratador, sin el que podríamos temer lo peor del comportamiento de un animal de esa corpulencia, cuyo cerebro, para cualquier ser humano, incluyendo a los archiduques, no pasaba de una apuesta en que las esperanzas de ganar eran casi nulas. El elefante verdaderamente era otro ser. Tan otro que nada tenía que ver con este mundo, se gobernaba por reglas que no se inscribían en ningún código moral conocido, hasta el punto de que, como más tarde se vio, le fuera indiferente viajar delante o detrás del coche archiducal. En realidad, los archiduques ya no podían soportar más el espectáculo repetido de las defecaciones de solimán, además de tener que recibir en sus delicadas narices, habituadas a otros aromas, los fétidos olores que de éstas se desprendían. En el fondo, a quien el archiduque quería castigar era a fritz, ahora relegado a una posición secundaria después de haber aparecido durante unos días ante los ojos de todo el mundo como una de las grandes figuras de la comitiva. Viajaba a la misma altura que antes, pero del coche del archiduque no podrá ver nunca nada más que la parte trasera. Fritz sospecha que está siendo castigado, pero no puede pedir justicia, porque la misma justicia, al determinar el cambio de sitio del elefante en la caravana, no hacía más que impedir las molestias sensoriales por él causadas al archiduque maximiliano y a su esposa maría, hija de carlos quinto, resuelto este problema, el otro se solventó también, y fue en esa misma noche. Animada por haber relegado al elefante a la condición de mero seguidor, maría le pidió al marido que se librasen de la gualdrapa. Creo que llevarla encima es un castigo que el pobre solimán no merece, y además, Además, qué, preguntó el archiduque, Con esa especie de paramento de iglesia encima, un animal tan grande, tan imponente, pasado el primer efecto de sorpresa, se vuelve rápidamente ridículo, grotesco, y peor será todavía cuanto más lo miremos, La idea ha sido mía, dijo el archiduque, pero pienso que tienes razón, se la voy a mandar al obispo de valladolid, él le buscará destino, probablemente, si nos quedáramos en españa, acabaríamos encontrándonos, bajo la gualdrapa convertida en palio, a un general de los mejor vistos por la santa madre iglesia.