Capítulo 10

Salvo una pelea sin demasiada importancia entre algunos soldados, tres por cada lado, la caminata hasta valladolid transcurrió sin incidentes destacables. En un gesto de paz digno de mención, el comandante portugués cedió la organización de la caravana, o sea, decidir quién va delante y quién va detrás, al buen albedrío del capitán austriaco, el cual fue muy explícito en su opción, Nosotros vamos delante, el resto que se las arregle como mejor entienda, o, puesto que ya tienen una experiencia, de acuerdo con la disposición de la columna con que salieron de lisboa. Había dos excelentes y obvias razones para haber escogido ir al frente, la primera era el hecho de que, prácticamente, estaban en casa, la segunda, aunque no confesada, porque, en caso de cielo descubierto, como ahora, y hasta que el sol alcanzara el cénit, es decir, durante las mañanas, tendrían al llamado astro rey de frente desde la primera línea, con evidente beneficio para el fulgor de las corazas. En cuanto a repetir la disposición de la columna, nosotros sabemos que tal no será posible, puesto que los hombres de carga ya van camino de lisboa, con parada por la que será, en un futuro todavía distante, la invicta y siempre leal ciudad de aporto. De todos modos, no había que darle muchas vueltas, si se mantiene vigente la norma de que el más lento de la caravana será el que marque el paso, y por tanto la velocidad de avance, entonces no hay duda, los bueyes marcharán detrás de los coraceros, que tendrán naturalmente vía libre para galopar siempre que les apetezca, a fin de que el gentío que se acerque al camino para ver el desfile no pueda confundir churras con merinas, proverbio castellano que utilizamos precisamente por estar en castilla y no desconocer la capacidad sugestiva de un leve toque de color local, siendo que las churras, para quien no lo sepa, son lana sucia y las merinas las lanas limpias. O, con otras palabras, una cosa son los caballos, para colmo montados por coraceros chapados de sol, y otra, muy diferente, dos juntas de bueyes flacos tirando de un carro cargado con una cuba de agua y unos cuantos fardos de forraje para un elefante que viene a continuación y trae a un hombre encaramado en el lomo. Después del elefante viene ya el destacamento de caballería portuguesa, todavía trémulo de orgullo por su valerosa actuación en la víspera, tapando con sus propios cuerpos la entrada del castillo. A ninguno de los soldados que aquí van se le olvidará, por muchos años que viva, el momento en que, tras la visita al elefante, el comandante austriaco le dio orden al sargento de montar el campamento allí mismo, en la plaza, Es sólo por una noche, justificó, al abrigo de unos cuantos robles que, aunque por la edad hubieran visto muchas cosas, nunca soldados durmiendo al relente al lado de un castillo donde hubieran podido alojarse con toda comodidad tres divisiones de infantería con sus respectivas bandas de música. El triunfo sobre las abusivas pretensiones de los austriacos, que había sido absoluto, era también, cosa rara en casos como éste, el triunfo del sentido común, porque, por mucha sangre que hubiese corrido en castelo rodrigo, cualquier guerra entre portugal y austria sería no sólo absurda, sino impracticable, a no ser que los dos países alquilaran, por ejemplo, a francia, una porción de su territorio, más o menos a medio camino entre los dos contendientes, para poder alinear las tropas y organizar los combates. En fin, todo está bien cuando bien acaba.

Subhro no está seguro de que pueda sacarle algún tipo de provecho al tranquilizador refrán. Los babiecas que lo ven pasar por el camino, encumbrado a tres metros de altura y vistiendo su colorido traje nuevo, el de ir a ver a la madrina, si la tuviera, que se puso, no por vanidad personal, sino para que el país de donde venía fuese bien visto, suponen que ahí va un ser dotado de poderes extraordinarios, cuando la realidad es que el pobre hindú tiembla al pensar en su futuro próximo. Cree que hasta valladolid tendrá garantizado el empleo, alguien habrá de pagarle el tiempo y el trabajo, parece pequeña cosa viajar a lomos de un elefante, pero quien dice eso es que nunca ha sufrido la experiencia de obligarlo, por ejemplo, a ir a la derecha cuando él quiere ir a la izquierda. Por eso, de ahí en adelante los aires se turbaron. Que haya pensado desde el primer día que su misión era acompañar a salomón hasta viena, motivos creía tener, porque eso entraba en el dominio de lo implícito, dado que si un elefante tiene su cornaca personal, es natural que a donde fuere uno tendrá que ir el otro. Pero que se lo hayan dicho, mirándole a los ojos, eso nunca sucedió. A valladolid, sí, pero nada más. Es por tanto natural que la imaginación de subhro le haya inducido a representarse la peor de las situaciones posibles, llegar a valladolid y encontrar otro cornaca a la espera del testigo para proseguir la jornada y, al llegar a viena, vivir de barriga saciada en la corte del archiduque maximiliano. Sin embargo, al contrario de lo que cualquiera pueda pensar, acostumbrados como estamos a colocar los bajos intereses materiales por encima de los auténticos valores espirituales, no fue la comida y la bebida, y la cama hecha todos los días, lo que hizo suspirar a subhro, sino una revelación súbita que, siendo revelación, súbita no lo era en sentido riguroso, pues los estados latentes también cuentan, como amar a ese animal y no querer separarse de él. Sí, pero si ya estuviera en valladolid otro cuidador esperando a tomar posesión del cargo, las razones del corazón de subhro no pesarán nada en la imparcial balanza del archiduque. Fue entonces cuando subhro, balanceándose al ritmo de los pasos del elefante, dijo en voz alta, desde arriba, donde no podía ser oído, Necesito tener una conversación en serio contigo, salomón. Afortunadamente no había nadie presente, pensarían que el cornaca estaba loco y, en consecuencia, la seguridad de la caravana corría serio peligro. A partir de ese momento los sueños de subhro tomaron otra dirección. Como en un caso de amores contrariados, de esos que todo el mundo no se sabe por qué no puede evitar, subhro huía con el elefante a través de planicies, colinas y montañas, iba por la orilla de lagos, atravesaba ríos y bosques engañando la persecución de los coraceros, a quienes no les servía de mucho el rápido galopar de sus alazanes, porque un elefante, cuando quiere, también es capaz de sus trotecitos. Esa noche subhro, que nunca dormía lejos de salomón, se le acercó más teniendo cuidado de no despertarlo, y empezó a hablarle al oído. Vertía las palabras dentro de la oreja, en un susurro ininteligible, que tanto podía ser hindi como bengalí, o una lengua sólo de los dos conocida, nacida y criada en los años de soledad, que soledad fue, incluso cuando la interrumpían los grititos de los hidalguiños de la corte de lisboa o las carcajadas del populacho de la ciudad y alrededores, o, antes de eso, en el largo viaje en barco que los trajo a portugal, las burlas de los marineros. Por absoluto desconocimiento de las lenguas, no podemos revelar lo que estuvo diciendo subhro al oído de salomón, pero, conocidas las inquietantes expectativas que preocupan al cornaca, no es imposible imaginar en qué habrá consistido la conversación. Subhro, simplemente, estaba pidiéndole ayuda a salomón, haciéndole ciertas sugerencias prácticas de comportamiento, como, por ejemplo, manifestar, con los procedimientos más expresivos al alcance de cualquier elefante, incluyendo los radicales, su descontento por la separación forzada del cornaca, si ése llega a ser el caso. Un escéptico objetará que no se puede esperar mucho de una conversación de éstas, una vez que el elefante no dio ninguna respuesta a la petición, sino que siguió durmiendo plácidamente. Es no conocer a los elefantes. Si les hablan al oído en hindi o en bengalí, sobre todo cuando duermen, son como el genio de la lámpara, que nada más salir pregunta, Qué manda mi señor. De todos modos, estamos en condiciones de anticipar que nada sucederá en valladolid. A la noche siguiente, movido por el arrepentimiento, subhro fue a decirle a salomón que no hiciese caso de lo que le había pedido, que había sido peor que el peor de los egoístas, que ésas no eran maneras de resolver los asuntos, Si sucede lo que me temo, soy yo quien deberá asumir las responsabilidades y tratar de convencer al archiduque de que nos deje seguir juntos, porque, óyeme, suceda lo que suceda, tú no haces nada, me oyes, no haces nada. El mismo escéptico, si aquí estuviera, no tendría otro remedio que dejar a un lado durante un instante su escepticismo y reconocer, Bonito gesto, este cornaca es realmente un buen hombre, no hay duda de que las mejores lecciones nos llegan siempre de la gente sencilla. Con el espíritu en paz, subhro regresó a su jergón de paja y en pocos minutos dormía. Cuando despertó a la mañana siguiente y recordó la decisión que había tomado, no pudo evitar preguntarse a sí mismo, Y para qué iba a querer el archiduque un cornaca si ya está servido con éste. Y siguió desafiando sus razones, Tengo al capitán de los coraceros por testigo y garante, nos vio en el castillo y es imposible que no se haya dado cuenta de que pocas veces se habrá visto una conjunción más perfecta entre un animal y una persona, es verdad que de elefantes entenderá poco, pero sabe bastante de caballos, y eso ya es algo. Que salomón tenga un buen fondo natural, todo el mundo lo reconoce, pero yo pregunto si con otro cornaca él habría hecho lo que hizo en la despedida de los hombres de carga. No es que lo haya enseñado, quiero dejarlo aquí bien claro, eso fue cosa que le salió espontáneamente del alma, yo mismo pensaba que él llegaría allí, haría, como mucho, un movimiento con la trompa, soltaría un barrito, daría dos pasos de danza y adiós, hasta la vista, pero, conociéndolo como lo conozco, comencé a sospechar que algo andaba germinando en esa cabezorra que nos iba a dejar estupefactos a todos. Imagino que mucho se habrá escrito ya sobre los elefantes como especie y mucho más se habrá de escribir en el futuro, pero dudo que alguno de esos autores haya sido testigo o simplemente haya oído hablar de un prodigio elefantino que se pueda comparar con aquel que, apenas sin dar crédito a lo que mis ojos veían, presencié en castelo rodrigo.

En la columna de los coraceros hay diferencias de opinión. Unos, tal vez por ser más jóvenes y atrevidos, todavía con sangre en las venas, defienden que su comandante debería, costase lo que costase, haber mantenido hasta el último reducto la línea estratégica con que entró en castelo rodrigo, o sea, la entrega inmediata y sin condiciones del elefante, incluso aunque llegara a ser necesario hacer uso persuasorio de la fuerza. Todo menos aquella súbita rendición ante las provocaciones sucesivas del capitán portugués, que hasta parecía ansioso por pasar a vías de hecho, aunque tuviera la certeza matemática de que acabaría derrotado en la confrontación. Pensaban éstos que bastaría un simple gesto de efecto, como el desenvainar simultáneo de cuarenta espadas a la orden de atacar, para que la aparente intransigencia de los escuálidos portugueses se desmoronase y las puertas del castillo fueran abiertas de par en par para los vencedores austriacos. Otros, encontrando igualmente incomprensible la actitud abdicante del capitán, consideraban que el primer error fue llegar al castillo y, sin más hablas, imponerse, Traigan aquí el elefante, que no tenemos tiempo que perder. Cualquier austriaco, nacido y criado en la europa central, sabe que en un caso como éste habría que dialogar, ser amable, interesarse por la salud de la familia, hacer un comentario lisonjero sobre el aspecto de los caballos portugueses y la majestad imponente de las fortificaciones de castelo rodrigo, y después, sí, como quien súbitamente recuerda tener un asunto más que tratar, Ah, es verdad, el elefante. Otros militares aún, más atentos a las duras realidades de la vida, argumentaban que si las cosas hubieran pasado como querían los colegas, estarían ahora en el camino con el elefante y sin nada que darle de comer, puesto que no tendría ningún sentido que los portugueses hubiesen dejado ir el carro de los bueyes con los fardos de forraje y la cuba del agua, quedándose ellos en castelo rodrigo, no se sabe cuántos días a la espera del regreso, Esto sólo tiene una explicación, remató un cabo que tenía cara de haber hecho estudios, el capitán no traía órdenes del archiduque o de quienquiera que fuese para exigir la entrega inmediata del elefante, y sólo después, durante el camino o ya en castelo rodrigo, se le ocurrió la idea, Si yo pudiese excluir a los portugueses de esta partida de naipes, pensó, las honras serían todas para mis hombres y para mí. Es legítimo preguntarse cómo es posible llegar a oficial de los coraceros austriacos con pensamientos de estos y tan grave falta de sinceridad, pues, como hasta un niño fácilmente comprendería, la amistosa alusión a los soldados no pasó de mera táctica para disimular su propia y exclusiva ambición. Una pena. Somos, cada vez más, los defectos que tenemos, no las cualidades.