Capítulo 7

Los lobos aparecieron al día siguiente. Hablamos tanto de ellos aquí que, por fin, decidieron mostrarse. No parece que vengan con ánimos de guerra, quizá porque el resultado de la caza, durante las últimas horas de la noche, haya sido suficiente para reconfortarles el estómago, aparte de que una columna de éstas, con más de cincuenta hombres, buena parte de ellos armados, impone respeto y prudencia, los lobos pueden ser malos, pero estúpidos no son. Peritos en la valoración relativa de las fuerzas en presencia, las propias y las ajenas, no se rigen por entusiasmos, no pierden la cabeza, tal vez porque no tengan bandera ni banda de música para conducirlos a la gloria, cuando se lanzan al ataque es para ganar, regla que, en todo caso, como se verá un poco más adelante, admite alguna excepción. Estos lobos nunca habían visto un elefante. No es de extrañar que alguno, más imaginativo, hubiera pensado, si los lobos tienen un pensamiento paralelo a los procesos mentales humanos, la gran suerte que supondría para la manada disponer de esas toneladas de carne nada más salir del cubil, la mesa siempre puesta, almuerzo, merienda y cena. No sabe el ingenuo canis lupus signatus, nombre latino del lobo ibérico, que en aquella piel ni las balas consiguen entrar, reconociendo desde ya la enorme diferencia que existe entre una bala de las antiguas, de esas que casi nunca sabían adónde iban, y los dientes de estos tres representantes del pueblo lupino que, desde lo alto del montículo que han trepado, contemplan el animado espectáculo de la columna de hombres, caballos y bueyes que se prepara para una nueva etapa en el camino hacia castelo rodrigo. Es muy posible que la piel de salomón no pudiese resistir durante mucho tiempo la acción concertada de las tres dentaduras entrenadas en el duro oficio de comer lo que aparece para sobrevivir. Los hombres hacen comentarios sobre los lobos, y uno les dice a los que tiene más cerca, Si alguna vez sois atacados por un animal de éstos y sólo tenéis un palo para defenderos, hay que procurar que el lobo nunca consiga hincarle los dientes al palo, Por qué, preguntó uno, Porque el lobo irá avanzando poco a poco a lo largo del palo, siempre con los dientes clavados en la madera, hasta llegar a tu alcance y saltarte encima, Maldito animal, Hay que decir que los lobos no son, por naturaleza, enemigos del hombre, y, si a veces lo parecen, es porque somos un obstáculo al libre disfrute de lo que el mundo tiene para ofrecerle a un lobo honrado, En todo caso, esos tres no parecen dar muestra de hostilidad o de malas ideas contra nosotros, Deben de haber comido, además somos demasiados aquí para que se atrevan a saltar sobre, por ejemplo, uno de estos caballos, que para ellos representaría un bocado de primera clase, Se van, gritó un soldado. Era verdad. La inmovilidad en que habían permanecido todo el tiempo desde que llegaron se acababa de romper. Ahora, recortados primero contra el fondo de nubes y moviéndose como si en vez de andar se deslizaran, los lobos, uno a uno, desaparecieron. Volveremos a verlos, preguntó el soldado, Es posible, aunque sólo sea para saber si todavía seguimos por aquí o si algún caballo se ha quedado atrás estropeado, dijo el hombre que sabía de lobos. Más adelante, el corneta hizo oír la orden de preparar la marcha. Una media hora después la columna, pesadamente, comenzó a moverse, por delante el carro de bueyes, a continuación el elefante y los hombres de carga, después la caballería, y, cerrando el cortejo, el carro de la intendencia. La fatiga era general. Entre tanto, el cornaca ya le había dicho al comandante que salomón venía cansado, y no era tanto por obra de la distancia recorrida desde lisboa como por el pésimo estado de los caminos, si insistimos en llamarlos así. El comandante le respondió que en un día más, dos como máximo, avistarían castelo rodrigo, Si somos los primeros en llegar, añadió, el elefante podrá descansar los días o las horas que los españoles tarden, descansará salomón y todos cuantos aquí van, hombres y bestias, Y si somos nosotros los que llegamos después, Depende de la prisa que traigan, de las órdenes que tengan, supongo que también querrán descansar por lo menos un día. Vuestra señoría sabe que estamos bajo su responsabilidad, por mi parte sólo deseo que, hasta el final, su beneficio sea nuestro beneficio, Así ha de ser, dijo el comandante. Azuzó con la espuela al caballo y se fue más adelante a animar al boyero, de cuya ciencia de conducción dependía en mucho la velocidad de progresión de la columna, Vamos, hombre, espabíleme a esos bueyes, gritó, castelo rodrigo ya está cerca, no falta mucho para que podamos dormir una noche bajo techo, Y comer como persona, espero, se desahogó el boyero en sordina para que no lo oyesen. En cualquier caso, las órdenes dadas por el comandante no cayeron en saco roto. El boyero restalló la punta del látigo sobre el lomo de los bueyes, con efectivo e inmediato resultado gritó unas palabras de incitación en el dialecto común, un tirón brusco que se mantendrá tal vez durante los próximos diez minutos o un cuarto de hora, así el boyero no dejará que se apague la llama. Acamparon ya con el sol puesto ya las primeras avanzadas de la noche, más muertos que vivos, hambrientos aunque sin ganas de comer, tal era la fatiga. Afortunadamente, los lobos no regresaron. Si lo hubieran hecho podrían haber circulado a sus anchas por medio del campamento y elegir, entre los caballos, la víctima más suculenta. Es cierto que un robo tan desproporcionado no hubiera podido prosperar, un equino es un animal demasiado grande para ser llevado a rastras así, sin más ni menos, pero si tuviéramos que describir aquí el susto de los expedicionarios cuando descubriesen la presencia de los lobos infiltrados, seguramente no encontraríamos palabras bastante fuertes, sería un sálvese quien pueda. Demos gracias al cielo por haber escapado de esa prueba, demos gracias al cielo porque ya se avistan las imponentes torres del castillo, dan ganas de decir como el otro, Hoy estarás conmigo en el paraíso, o, repitiendo las palabras más terrenales del comandante, Hoy dormiremos bajo techo, es bien cierto que los paraísos no son todos iguales, los hay con huríes y sin huríes, aunque, para saber en qué paraíso estamos basta que nos dejen echar una ojeada desde la puerta. Una pared que proteja de los vientos del norte, un tejado que defienda de la lluvia y del relente, y poco más es necesario para vivir en el mayor confort del mundo. O en las delicias del paraíso.

Quien venga siguiendo con suficiente atención este relato ya se habrá extrañado de que después del divertido episodio de la patada que salomón le dio al cura de la aldea no haya habido referencia a otros encuentros con los habitantes de estas tierras, como si viniésemos atravesando un desierto y no un país europeo civilizado que, para colmo, como ni los niños de escuela ignoran, dio nuevos mundos al mundo. Encuentros, los hubo, pero de paso, en el sentido más inmediato del término, es decir, las personas salían de sus casas para ver quién venía y se topaban con el elefante, que a unos los hacía santiguarse de pasmo y aprensión y a otros, aunque también con aprensión, les provocaba la risa, es de suponer que a causa de la trompa. Nada, por tanto, que se compare al entusiasmo y a la cantidad de mozalbetes y de algún que otro adulto desocupado que vienen corriendo desde la villa así que tuvieron noticia del viaje del elefante, que no se sabe cómo llegó aquí, a la noticia nos referimos, no al elefante, que ése todavía tardará. Nervioso, excitado, el comandante dio orden al sargento para que mandara preguntar a uno de los muchachos más crecidos si los militares españoles ya habían llegado. El mozalbete debía de ser gallego porque respondió a la pregunta con otra pregunta, Qué van a hacer ellos aquí, va a haber guerra, Responde, llegaron o no llegaron los españoles, No, señor, no llegaron. La información fue entregada al comandante en cuya boca, en el mismo instante, apareció la más feliz de las sonrisas. No restaban dudas, la suerte parecía decidida a favorecer las armas de portugal.

Todavía demoraron casi una hora en entrar a la villa, una caravana de hombres y animales muertos de cansancio, que apenas tenían fuerzas para levantar el brazo o mover las orejas en señal de agradecimiento a los aplausos con que los vecinos de castelo rodrigo los recibían. Un representante del alcaide los guió hasta la plaza de armas de la fortificación, donde podrían caber por lo menos diez caravanas como ésa. Ahí los esperaban tres miembros de la familia de los castellanos, que después acompañarían al comandante a inspeccionar los espacios disponibles para abrigar a los hombres, sin olvidar que los españoles necesitarían el suyo propio en caso de no acampar fuera del castillo. El alcaide, a quien el comandante fue a presentar sus respetos después de la inspección, dijo, Lo más probable es que instalen el campamento fuera de las murallas de castelo, lo que, además de otras razones, tendría la gran ventaja de reducir la posibilidad de confrontaciones, Por qué piensa vuestra señoría que podrá haber confrontaciones, preguntó el comandante, Con estos españoles nunca se sabe, desde que tienen un emperador parece que andan con el rey en la barriga, y mucho peor sería si en vez de venir los españoles viniesen los austriacos, Es mala gente, preguntó el comandante, Se creen superiores a los demás, Eso es un pecado común, yo, por ejemplo, me creo superior a mis soldados, mis soldados se creen superiores a los hombres que vienen para hacer el trabajo pesado, Y el elefante, preguntó el alcaide, sonriendo, El elefante no cree, no es de este mundo, respondió el comandante, Lo he visto llegar desde una ventana, de hecho es un animal soberbio, me gustaría verlo desde más cerca, Es todo suyo cuando quiera, No sabría qué hacer con él, a no ser alimentarlo, Prevengo a vuestra señoría que este animal requiere mucho alimento, Así lo he oído decir, y no me presento para ser propietario de un elefante, soy un simple alcaide del interior, Es decir, ni rey ni archiduque, Tal cual, ni rey ni archiduque, sólo dispongo de lo que puedo llamar mío. El comandante se levantó, No le ocupo más tiempo, señor, muchas gracias por la atención con que me ha recibido, Es en servicio del rey, comandante, sólo sería servicio mío si aceptase ser huésped de esta casa mientras permaneciese en castelo rodrigo, Agradezco la invitación, que me honra mucho más de lo que pueda imaginar, pero debo estar con mis hombres, Lo comprendo, tengo la obligación de comprender, en cualquier caso espero que no encontrará disculpa para una cena en uno de estos próximos días, Con todo gusto, aunque dependerá del tiempo que tenga que esperar, imagínese que los españoles aparecen ya mañana, o incluso hoy, Tengo espías al otro lado encargados de dar aviso, Cómo lo harán, Con palomas mensajeras. El comandante puso cara de duda, Palomas mensajeras, se extrañó, he oído hablar de ellas, pero, francamente, no creo que una paloma sea capaz de volar durante horas como dicen, distancias enormes, para acabar, sin equivocarse, en el palomar donde nació, Va a tener ocasión de comprobarlo con sus propios ojos, si me lo permite mandaré llamarlo cuando la paloma llegue para que asista a la retirada y la lectura del mensaje que traerá atado a una pata, Si eso llega a suceder ya sólo nos falta que los mensajes lleguen por el aire sin necesidad de las alas de ninguna paloma, Supongo que eso será un poco más difícil, sonrió el alcaide, pero habiendo mundo, todo podrá suceder, Habiendo mundo, No existe otra manera, comandante, el mundo es indispensable, No debo robarle más tiempo, Me ha dado una gran satisfacción conversar con vuestra merced, Para mí, señor alcaide, después de este viaje, ha sido como un vaso de agua fresca, Un vaso de agua fresca que no le he ofrecido, Queda para la próxima vez, No se olvide de mi invitación, dijo el alcaide cuando el comandante ya bajaba las escalinatas de piedra, Seré puntual, señor.

Apenas entró en castelo, ordenó que se presentase el sargento, al que dio instrucciones sobre el destino próximo de los treinta hombres que venían para los trabajos pesados. Puesto que habían dejado de ser necesarios, se quedarían todavía para descansar mañana, y regresarían un día después, Avise al personal de intendencia para que prepare una razonable cantidad de alimentos, treinta hombres son treinta bocas, treinta lenguas y una cantidad enorme de dientes, claro que no será posible proveerlos de comida para todo el tiempo que necesiten hasta llegar a lisboa, pero que ellos se gobiernen por el camino, trabajando o, O robando, acudió el sargento ante la suspensión para no dejar la frase inacabada, Que se las arreglen como puedan, dijo el comandante, recurriendo, ante la falta de algo mejor, a una de las frases que componen la panacea universal, estando a la cabeza, como ejemplo perfecto de la más descarada hipocresía personal y social, esa que recomienda paciencia al pobre al que se acaba de negar una limosna. Los hombres que habían ejercido de capataces quisieron saber cuándo podrían ir a cobrar su trabajo, y el comandante mandó decirles que no sabía, pero que se presentaran en palacio y mandasen recado al secretario o a quien por él pudiera responder, Pero les aconsejo, la frase la repitió el sargento, palabra por palabra, que no vayan todos juntos, por la mala impresión que darían treinta harapientos a la puerta de palacio como si quisieran asaltarlo, en mi opinión deberían ir los capataces, y nadie más, y ésos que traten de ir tan aseados como les sea posible. Uno de ellos, más tarde, encontrando por casualidad al comandante, le pidió licencia para hablar, sólo quería decirle que tenía mucha pena de no llegar a valladolid. El comandante no supo qué responderle, durante algunos segundos se miraron uno a otro en silencio y luego cada cual se fue a su vida.

A los soldados el comandante les hizo un rápido resumen de la situación, esperarían ahí a que llegaran los españoles, todavía no se sabe cuándo será, de momento no hay noticias, en este punto contuvo en el último instante la referencia a las palomas mensajeras, consciente de los inconvenientes de cualquier posible relajación de la disciplina. No sabía que entre los subordinados había dos amantes de las palomas, dos colombófilos, palabra tal vez no existente en la época, salvo por ventura entre los iniciados, pero que ya debía de estar llamando a la puerta, con ese aire falsamente distraído que tienen las palabras nuevas, pidiendo que las dejen entrar. Los soldados estaban de pie, en posición de descanso, postura esta ejecutada ad libitum, sin preocupaciones de armonía corporal. Tiempo vendrá en que estar en reposo formal le costará casi tanto a un militar como la más tensa de las guardias, con el enemigo emboscado al otro lado del camino. En el suelo, extendidos, había manojos de heno con espesura suficiente para que las alas de los omoplatos no tuvieran que sufrir demasiado en contacto con la dureza intratable de las piedras. De pie, los arcabuces se apilaban a lo largo de una pared. Quiera dios que no sea necesario darles uso, pensó el oficial, preocupado con la posibilidad de que la entrega de salomón pudiera desencadenar, por falta de tacto a un lado o a otro, un casus belli. Tenía bien presentes en la memoria las palabras del secretario pedro de alcáçova carneiro, también las explícitas, claro, pero sobre todo las que, pese a no haber sido escritas, se sobreentendían, es decir, si los españoles, o los austriacos, o unos y otros, llegan a mostrarse antipáticos o provocadores, deberá procederse en conformidad. El comandante no conseguía imaginar bajo qué pretexto los soldados que venían de camino, fueran ellos españoles o austriacos, se podían mostrar provocadores, ni siquiera antipáticos. Un comandante de caballería no tiene las luces ni la experiencia política de un secretario de estado, por tanto hará bien en dejarse guiar por quien más sabe, hasta llegar, en caso de que llegue, la hora de la acción. Estaba el comandante dándoles vueltas a estos pensamientos cuando subhro hizo entrada en la improvisada sala donde algunas brazadas de heno habían sido reservadas por diligencia del sargento. Al verlo, el comandante sintió una desazón que sólo podría atribuirse a la incómoda conciencia de que no se había interesado por el estado de salud de salomón, no había ido a verlo, como si, con la llegada a castelo rodrigo, su misión hubiese terminado. Cómo está salomón, preguntó, Cuando lo dejé, dormía, respondió el cornaca, Valiente animal, exclamó con falso entusiasmo el comandante, Vino hasta donde lo trajeron, la fuerza y la resistencia nacieron con él, no son virtud propia, Te veo muy severo con el pobre salomón, Tal vez sea por culpa de la historia que uno de los ayudantes me acaba de contar, Qué historia es ésa, preguntó el comandante, La historia de una vaca, Las vacas tienen historia, volvió a comandante a preguntar, sonriendo, Ésta, sí, fueron doce días y doce noches en unos montes de galicia, con frío, y lluvia, y hielo, y barro, y piedras como navajas, y matorrales como uñas, y breves intervalos de descanso, y más combate y ataques, y aullidos, y mugidos, la historia de una vaca que se perdió en los campos con su cría de leche, y se vio rodeada de lobos durante doce días y doce noches, y fue obligada a defenderse y a defender al hijo, en una larguísima batalla, la agonía de vivir en el límite de la muerte, un círculo de dientes, de fauces abiertas, las arremetidas bruscas, las cornadas que no podían faltar, de tener que luchar por sí misma y por un animalito que todavía no se podía valer, y también esos momentos en que el ternero buscaba las tetas de la madre, y mamaba lentamente, mientras los lobos se aproximaban, con el espinazo tenso y las orejas aguzadas. Subhro respiró hondo y prosiguió, Al cabo de doce días la vaca fue encontrada y salvada, también el ternero, y fueron conducidos en triunfo hasta la aldea, sin embargo el cuento no acaba aquí, la cosa siguió dos días más, tras los que, porque se había convertido en vaca brava, porque aprendió a defenderse, porque nadie podía dominada o acercársele, la vaca fue muerta, la mataron, no los lobos a los que había vencido durante doce días, sino los mismos hombres que la habían salvado, tal vez el propio dueño, incapaz de comprender que, habiendo aprendido a luchar, aquel antes conformado y pacífico animal no podría detenerse nunca más.

Un silencio respetuoso reinó durante algunos segundos en la gran sala de piedra. Los soldados presentes, aunque no muy experimentados en guerras, baste decir que los más jóvenes nunca habían olido la pólvora en los campos de batalla, estaban asombrados en su foro íntimo por el valor de un irracional, una vaca, imagínense, que había mostrado poseer sentimientos tan humanos como el amor de familia, el don del sacrificio personal, la abnegación llevada hasta el extremo. El primero en hablar fue el soldado que sabía mucho de lobos, Tu historia es bonita, le dijo a subhro, y esa vaca merecía, por lo menos, una medalla al valor y al mérito, pero hay en tu relato algunas cosas poco claras y hasta bastante dudosas, Por ejemplo, preguntó el cornaca con tono de quien ya se está preparando para la lucha, Por ejemplo, quién te contó ese caso, Un gallego, Y cómo lo supo él, Debe de haberlo oído por ahí, O leído, No creo que sepa leer, Lo oyó y lo memorizó, Puede ser, yo me he limitado a repetirlo lo mejor que pude, Tienes buena retentiva, sobre todo teniendo en cuenta que la historia está contada con un lenguaje nada común, Gracias, dijo subhro, pero ahora me gustaría saber qué cosas poco claras y bastante dudosas encuentras tú en el relato, La primera es el hecho de darse a entender, o mejor, de afirmar claramente que la lucha entre la vaca y los lobos duró doce días y doce noches, lo que significaría que los lobos atacaron a la vaca nada más empezar la primera noche y se retiraron, probablemente con bajas, en la última, No estábamos allí, no pudimos verlo, Sí, pero los que conozcan algo sobre lobos saben que esos animales, aunque vivan en manadas, cazan solos, Adónde quieres llegar, preguntó subhro, Quiero llegar a que la vaca no podría resistir un ataque concertado de tres o cuatro lobos, ya no digo doce días, sino una sola hora, Entonces, en la historia de la vaca luchadora es todo mentira, No, mentira son sólo las exageraciones, los adornos del lenguaje, las medias verdades que quieren pasar por verdades completas, Qué crees tú entonces que pasó, preguntó subhro, Creo que la vaca realmente se perdió, que fue atacada por un lobo, que luchó con él y lo obligó a huir tal vez malherido, y después se quedó allí pastando y dando de mamar al ternero, hasta ser encontrada, Y no podría haber ocurrido que llegara otro lobo, Sí, pero eso ya sería mucho imaginar, para justificar la medalla al valor y al mérito un lobo ya es bastante. La asistencia aplaudió pensando que, bien vistas las cosas, la vaca gallega merecía la verdad tanto como la medalla.