Capítulo 6

Quiso la casualidad, tal vez debido al efecto de alguna alteración atmosférica, que el comandante se encontrara pensando en la mujer y en los hijos, ella embarazada de cinco meses, ellos, un muchachito y una niña, de seis y cuatro años respectivamente. Las rudas gentes de estas épocas recién salidas de la barbarie primera prestan tan poca atención a los sentimientos delicados que escasas veces les dan uso. Aunque ya se esté notando por aquí cierta fermentación de emociones en la fatigosa construcción de una identidad nacional coherente y cohesionada, la saudade y sus subproductos todavía no estaban integrados en portugal como filosofía habitual de vida, lo que ha dado origen a no pocas dificultades de comunicación en la sociedad en general, y también no pocas perplejidades en la relación de cada uno consigo mismo. Por ejemplo, en nombre del más obvio sentido común, no sería aconsejable que nos acercáramos hasta el estribo del comandante para preguntarle, Dígame, comandante, tiene saudade de su esposa y de sus hijitos. El interpelado, aunque no está completamente desprovisto de gusto y de sensibilidad, como se ha podido deducir de diversos pasajes de este relato, observando siempre, claro está, la más recatada discreción para no ofender el pudor del personaje, nos miraría con sorpresa ante nuestra evidente falta de tacto y daría una respuesta vaga, aérea, sin principio ni fin, dejándonos, por lo menos, con serias preocupaciones sobre la vida íntima de la pareja. Es cierto que el comandante nunca ha dado una serenata ni nunca ha escrito, que se sepa, un sonetillo, uno por lo menos, pero eso no significa que no sea, digamos que por naturaleza, muy competente para estimar las cosas bellas creadas por el ingenio de sus semejantes. Una de ellas, por ejemplo, podría haberla traído con él, envuelta en paños en la valija, como ya lo ha hecho en otras expediciones más o menos bélicas, pero esta vez prefirió dejarla en la seguridad de la casa. Dada la escasez de la soldada que cobra, a veces con retraso, y que, como es evidente, las finanzas no la calcularon para que la tropa se diera lujos, el comandante, si quiso su joya, de eso ya hace más de una larga docena de años, tuvo que vender un tahalí de ricos materiales, delicado de diseño y de notable decoración, en cualquier caso más para lucir en los salones que para llevar en el campo de batalla, una pieza magnífica de equipamiento militar que fue propiedad del abuelo materno y que, desde aquel momento, se convirtió en objeto de deseo de cuantos la veían. En su lugar, pero no para los mismos fines, se encuentra un grueso volumen, con el título amadís de gaula, obra de la que parece que fue autor, como juran algunos eruditos más patriotas, un tal vasco de lobeira, portugués del siglo catorce, aunque la obra sería publicada en farragosa, en traducción castellana, en mil quinientos ocho por garci rodríguez de montalvo, que le añadió unos cuantos capítulos de aventuras y amores y enmendó y corrigió los antiguos textos. Sospecha el comandante que su ejemplar procede de cepa bastarda, de una edición de esas a las que hoy llamamos piratas, lo que demuestra de cuán lejos vienen ciertas ilícitas prácticas comerciales. Salomón, otras veces lo hemos dicho, hablamos del rey de judea, no del elefante, tenía razón cuando escribió que no hay nada nuevo bajo el sol. Cuesta imaginar que todo ya fuese igual a todo en aquellas bíblicas eras, cuando nuestra pertinaz inocencia sigue obstinándose en imaginarlas líricas, bucólicas y pastoriles, quizá por estar tan próximas de los primeros tanteos de nuestra occidental civilización.

El comandante está leyendo por cuarta o quinta vez su amadís. Como en cualquier otra novela de caballerías, no faltan batallas sangrientas, piernas y brazos amputados a cercén, cuerpos cortados por la cintura, lo que dice mucho sobre la fuerza bruta de esos espirituales caballeros, puesto que en aquella época no eran conocidas, ni imaginables, las virtudes seccionadoras de las sierras metálicas con el vanadio y el molibdeno, hoy fáciles de encontrar en cualquier cuchillo de cocina, lo que demuestra cuánto hemos progresado en la buena dirección. El libro cuenta con minucia y deleite los atribulados amores de amadís de gaula y oriana, ambos hijos de reyes, lo que no fue obstáculo para que la madre del niño decidiera repudiarlo, mandando que lo llevasen al mar y allí, en una caja de madera, con una espada al lado, lo abandonaran a merced de las corrientes marinas y del ímpetu de las olas. En cuanto a oriana, la pobre, contra su voluntad, se vio prometida en casamiento por el propio padre con el emperador de roma, cuando todos sus deseos e ilusiones estaban puestos en amadís, a quien amaba desde los siete años, cuando el mocito tenía ya doce, aunque por la complexión física aparentaba los quince. Verse y amarse fue obra de un instante de deslumbramiento que permaneció intacto durante toda la vida. Era el tiempo en que la andante caballería se había propuesto terminar la obra de dios, es decir, eliminar el mal del planeta. Era también el tiempo en que el amor para serlo tendría que ser extremo, radical, la fidelidad absoluta un don del espíritu tan natural como el comer y el beber lo es del cuerpo. Y, hablando del cuerpo, es cosa de preguntar en qué estado estaría el de amadís, tan cosido de cicatrices, abrazado al cuerpo perfecto de la sin par oriana. Las armaduras, sin el vanadio y el molibdeno, de poco podrían servir, y el narrador de la historia no evita señalar la fragilidad de las chapas y de las cotas de malla. Un simple golpe de espada inutilizaba un yelmo y abría la cabeza que estaba dentro. Es asombroso cómo esa gente consiguió llegar viva al siglo en que estamos. Ya me gustaría a mí, suspiró el comandante. Al menos durante un tiempo no le importaría ceder su patente de capitán a cambio de cabalgar, en figura de un nuevo amadís de gaula, por las playas de la isla firme o por los bosques y serranías donde acechaban los enemigos del señor. La vida de un capitán de caballería portugués, en tiempo de paz, es una completa pesadez, hay que darle vueltas y vueltas a la cabeza para encontrar algo en que ocupar con suficiente provecho recreativo las horas muertas del día. El capitán imagina a amadís cabalgando por estas peñas agrestes, con el impiadoso pedregal castigando los cascos del caballo y al escudero gandalín diciéndole al amigo que es tiempo de descansar. El voto fantasioso le hizo mudar el rumbo del pensamiento hacia una cuestión fuera de la literatura, ceñida a la disciplina militar en lo que ésta tiene de más básico, el cumplimiento de las órdenes recibidas. Si el comandante hubiera podido entrar en las cavilaciones del rey don juan tercero en el momento, descrito atrás, en que la real persona imaginaba a salomón y a su comitiva pisando las extensas y monótonas distancias de castilla, no estaría ahora aquí, subiendo y bajando estos barrancos, recorriendo estas peligrosas laderas, mientras el boyero intenta descubrir caminos no demasiado desviados cada vez que los incipientes y mal definidos senderos desaparecen bajo los peñascos rodados y las lascas de pizarra. Aunque el rey no hubiese llegado a expresar su opinión y nadie se hubiera atrevido a pedírsela por motivos tan mínimos, el oficial comandante general de caballería dio su aprobación, la ruta por las planicies de castilla era realmente la más indicada, la más suave, prácticamente, como ya se dijo, un paseo por el campo. En esto se estaba, y se diría que no existía ninguna razón para la reconsideración del itinerario, cuando el secretario pedro de alcáçova carneiro, casualmente informado del acuerdo, decidió tomar cartas en el asunto. Dijo, No me parece bien, señor, eso a que estáis llamando paseo por el campo, si no usamos de cautela, podría llegar a tener consecuencias negativas, muy serias, incluso graves, No veo por qué, señor secretario, Imagine que surge un problema de abastecimiento con las poblaciones durante la travesía de castilla, tanto a causa del agua como por el forraje, imagine que la gente de ahí se niega a cualquier trato de compra y venta con nosotros, incluso yendo eso contra sus intereses del momento, Sí, podría suceder, reconoció el oficial, Imagine también que las cuadrillas de bandoleros, que por ahí las hay, mucho más que aquí, viendo tan reducida la protección que damos al elefante, treinta soldados de caballería no son nada, Permítaseme no estar de acuerdo, señor secretario, si treinta soldados portugueses hubiesen estado en las termópilas a un lado o a otro, por ejemplo, el resultado de la lucha habría sido diferente, Le pido disculpas, señor, lejos de mí la intención de ofender los bríos de nuestro glorioso ejército, pero, vuelvo a decir, imagine que esos bandidos, que ciertamente saben lo que es el marfil, se unen para atacamos, matan al elefante y le arrancan los dientes, He oído decir que las balas no atraviesan la piel de esos animales, Es posible, pero habrá sin duda otra manera de matarlo, lo que le pido a vuestra alteza, sobre todo, es que piense en la vergüenza que sería para nosotros perder el regalo que le hacemos al archiduque maximiliano en una escaramuza con bandoleros españoles y en territorio español, Qué piensa entonces el señor secretario que debamos hacer, Para la ruta de castilla sólo existe una alternativa, la nuestra propia, a lo largo de la frontera, en dirección norte, hasta castelo rodrigo, Son malos caminos, dijo el oficial, el señor secretario no conoce aquello, Pues no, pero no tenemos otra solución, y ésta, además, tiene una ventaja complementaria, Cuál, señor secretario, La de poder hacer la mayor parte del recorrido en territorio nacional, Pormenor importante, sin duda, el señor secretario piensa en todo.

Dos semanas después de esta conversación se hizo evidente que el secretario pedro de alcáçova carneiro en definitiva no había pensado en todo. Un mensajero del secretario del archiduque llegó con una carta en que, entre otras frioleras que parecían colocadas para desviar la atención, se preguntaba por qué punto de la frontera entraría el elefante, porque ahí habría un destacamento militar español o austriaco para recibirlo. El secretario portugués respondió por la misma vía, informando de que la entrada se haría por la frontera de castelo rodrigo, y, acto seguido, comenzó a organizar su contraataque. Aunque estas palabras puedan parecer una exageración fuera de lugar, teniendo en cuenta la paz que reina entre los dos países ibéricos, la verdad es que al sexto sentido de que pedro de alcáçova carneiro está dotado no le había gustado nada ver en la carta de su colega español la palabra recibir. El hombre podía haber usado los términos acoger o dar la bienvenida, pero no, o dijo más de lo que pensaba, o, como se suele decir, se le escapó la verdad de la boca. Unas cuantas instrucciones al capitán de la caballería sobre el procedimiento a seguir evitarán malentendidos, pensó pedro de alcáçova carneiro, si al otro lado tienen la misma disposición. El resultado de estos planes estratégicos sería anunciado por el sargento, en otro lugar y unos cuantos días más tarde, justo en este preciso instante, Vienen acercándose por detrás dos caballeros, mi comandante. El comandante miró, era evidente que los jinetes, con un trote rápido y eficaz, traían prisa. El sargento mandó hacer alto a la columna, y, por si acaso, colocó a los visitantes en la mira discreta de unos cuantos arcabuces. Con los miembros trémulos y la espuma cayéndoles de las bocas, los caballos resoplaron cuando les hicieron frenar. Los dos hombres saludaron y uno de ellos dijo, Somos portadores de un mensaje del secretario pedro de alcáçova carneiro para el comandante de la fuerza que acompaña al elefante, Soy yo ese comandante. El hombre abrió la talega, retiró de ella un papel doblado en cuatro, sellado con el timbre oficial de la secretaría del reino, y se lo entregó al comandante, que se apartó una decena de pasos para leerlo. Cuando regresó le brillaban los ojos. Llamó al sargento aparte y le dijo, Sargento, mande darles de comer a estos hombres y que les preparen una merienda para el camino, Sí, mi comandante, Avise a todo el mundo de que, a partir de ahora, avanzaremos a marchas forzadas, Sí, mi comandante, Y que el tiempo de la siesta será reducido a la mitad, Sí, mi comandante, Tenemos que llegar a castelo rodrigo antes que los españoles, debemos conseguirlo, ellos no están prevenidos, nosotros sí, Y si no lo conseguimos, se atrevió a preguntar el sargento, Lo conseguiremos, de todos modos quien llegue primero, espera. Tan simple como eso, quien llegue primero, espera, para eso no era necesario que el secretario pedro de alcáçova carneiro hubiera escrito la carta. Algo más habrá.