Capítulo 3

A los diez días de esta conversación, cuando el sol comenzaba a apuntar en el horizonte, salomón salía del cercado donde durante dos años malvivió. La caravana era la que había sido anunciada, el cornaca, que presidía, allá en lo alto, sentado sobre el cuello del animal, los dos hombres para ayudarlo en lo que fuera necesario, los otros que deberían mantener el abastecimiento, el carro de los bueyes con la cuba del agua, que los accidentes del camino constantemente hacían ir y venir de un lado a otro, y un gigantesco cargamento de fardos de forraje variado, el pelotón de caballería que respondería por la seguridad del viaje y la llegada de todos a buen puerto, y, por fin, algo que al rey no se le había ocurrido, el carro de la intendencia de las fuerzas armadas tirado por dos mulas. La hora, tan matutina, y el secreto con que fue organizada la salida explicaban la ausencia de curiosos y otros testigos, aunque tengamos que destacar, sin embargo, la presencia de un carruaje de palacio que se puso en movimiento hacia lisboa cuando elefante y compañía desaparecieron en la primera curva del camino. Dentro iban el rey de portugal, don juan, el tercero, y su secretario de estado, pedro de alcáçova carneiro, a quien tal vez no veamos más, o tal vez sí, porque la vida se ríe de las previsiones y pone palabras donde imaginábamos silencios y súbitos regresos cuando pensábamos que no volveríamos a encontrarnos. Se me ha olvidado el significado del nombre del cornaca, cómo era, preguntó el rey, Blanco, mi señor, subhro significa blanco, aunque no lo parezca. En una cámara del palacio, en la penumbra del dosel, la reina duerme y tiene una pesadilla. Sueña que se han llevado a salomón de belén, sueña que pregunta a todo el mundo, Por qué no me habéis avisado, pero, cuando se decide a despertar, a mitad de la mañana, no repetirá la pregunta ni sabrá decir si, por iniciativa propia, la hará alguna vez. Puede suceder que dentro de dos o tres años alguien, casualmente, pronuncie delante de ella la palabra elefante, y entonces sí, entonces la reina de portugal, catalina de austria, preguntará, Ya que se habla de elefantes, qué ha sido de salomón, todavía está en belén o ya lo mandaron a viena, y cuando le respondan que, estando en viena, donde está es en una especie de jardín zoológico con otros animales salvajes, dirá, haciéndose la despreocupada, Qué suerte acabó teniendo ese animal, gozando la vida en la ciudad más bella del mundo, y yo aquí, aprisionada entre hoy y el futuro, y sin esperanza en ninguno de los dos. El rey, si estuviera presente, hará como que no la ha oído, y el secretario de estado, el mismo pedro de alcáçova carneiro que ya conocemos, aunque no sea persona de rezos, baste recordar lo que dijo de la inquisición y sobre todo lo que consideró prudente callar, lanzará una súplica muda a los cielos para que cubran al elefante con un espeso manto de olvido que le modifique las formas y lo confunda, en las imaginaciones perezosas, con un dromedario cualquiera, animal también de raro aspecto, o con un camello al que la fatalidad de cargar con dos gibas realmente no favorece, y mucho menos lisonjea la memoria de quien se interese por estas insignificantes historias. El pasado es un inmenso pedregal que a muchos les gustaría recorrer como si de una autopista se tratara, mientras otros, pacientemente, van de piedra en piedra, y las levantan, porque necesitan saber qué hay debajo de ellas. A veces les salen alacranes o escolopendras, gruesos gusanos blancos o crisálidas a punto, pero no es imposible que, al menos una vez, aparezca un elefante, y que ese elefante traiga sobre la nuca un cornaca llamado subhro, nombre que significa blanco, palabra esta totalmente desajustada con la figura que, a la vista del rey de portugal y de su secretario de estado, se presentó en el cercado de belén, inmunda como el elefante que debería cuidar. Hay razones para comprender ese dictado que sabiamente nos avisa de que en el mejor paño puede caer una mancha y eso fue lo que les sucedió al cornaca y a su elefante. Cuando fueron lanzados allí, la curiosidad popular subió al límite y la propia corte llegó a organizar selectas excursiones a belén de hidalgos e hidalgas, de damas y de caballeros para ver al paquidermo, pero en poco tiempo el interés comenzó a decaer, y el resultado se vio, las ropas hindúes del cornaca se transformaron en harapos y los pelos y los lunares del elefante casi llegaron a desaparecer bajo la costra de suciedad acumulada durante dos años. No es, sin embargo, la situación de ahora. Quitando la inefable polvareda de los caminos que ya le viene ensuciando las patas hasta la mitad, salomón avanza airoso y limpio como una patena, y el cornaca, aunque sin las coloridas ropas hindúes, reluce en su nuevo traje de trabajo que, para colmo, fuese por olvido, fuese por generosidad, no tuvo que pagar. Escarranchado sobre el encaje del cuello con el tronco macizo de salomón, manejando el bastón con que conduce el paso, ya sea por medio de leves tientos, ya sea con castigadores toques que hacen mella en la piel dura, el cornaca subhro, o blanco, se prepara para ser la segunda o tercera figura de esta historia, siendo la primera, por natural primacía y obligado protagonismo, el elefante salomón, y viniendo después, disputando en valías, ora éste, ora aquél, ora por esto, ora por aquello, el dicho subhro y el archiduque. Sin embargo, quien en este momento lleva la voz cantante es el cornaca. Mirando a un lado y a otro la caravana, se descubre en ella un cierto desaliño, comprensible si tenemos en cuenta la diversidad de animales que la componen, es decir, elefante, hombres, caballos, mulas y bueyes, cada uno con su andadura propia, tanto natural como forzada, pues está claro que en este viaje nadie podrá ir más deprisa que el más lento, y ése, ya se sabe, es el buey. Los bueyes, dijo subhro, súbitamente alarmado, dónde están los bueyes. No se veía sombra de ellos ni de la pesada carga que arrastraban, la cuba llena de agua, los fardos de forraje. Se quedaron atrás, pensó, tranquilizándose, no hay otro remedio que esperar. Se preparaba para deslizarse desde lo alto del elefante, pero desistió. Podía tener necesidad de volver a subir, y no conseguirlo. En principio, era el propio elefante el que lo levantaba con la trompa y prácticamente lo depositaba en el asiento. Con todo, la prudencia mandaba prevenir esas situaciones en que el animal, por mala disposición, por irritación, o sólo para llevar la contraria, se negase a prestar servicio de ascensor, y ahí es cuando la escalera entraría en acción aunque sea difícil de creer que un elefante enfadado acepte convertirse en un simple punto de apoyo y permita, sin ningún tipo de resistencia, la subida del cornaca o de quienquiera que sea. El valor de la escalera era meramente simbólico, como un relicario al pecho o una medallita de una santa cualquiera. En este caso, de todas maneras, la escalera no podría servirle de nada, venía en el carro de los retrasados. Subhro llamó a uno de sus ayudantes para que avisara al comandante del pelotón de caballería de que tenían que esperar al carro de los bueyes. El descanso les haría bien a los caballos, que, digamos la verdad, tampoco habían tenido que esforzarse mucho, ni un solo galope, ni un solo trote, todo a paso corto desde lisboa. Nada que ver con la expedición del caballerizo mayor a valladolid, todavía en la memoria de algunos de los que allí iban, veteranos de esa heroica cabalgada. Los caballeros desmontaron, los hombres de a pie se sentaron o se tumbaron en el suelo, no pocos aprovecharon para dormir. Erguido sobre el elefante, el cornaca hizo cuentas del viaje y no quedó satisfecho. A juzgar por la altura del sol, habrían andado unas tres horas, modo de decir demasiado conciliatorio porque una parte no pequeña de ese tiempo la había empleado salomón en darse chapuzones en el tajo, alternándolos con voluptuosos revolcones en el barro, lo que, a su vez, era motivo, según la lógica elefantina, para nuevos y más prolongados baños. Era evidente que salomón estaba excitado, nervioso, lidiar con él iba a requerir mucha paciencia, sobre todo no tomado demasiado en serio. Debemos de haber perdido una hora con las travesuras de salomón, pensó el cornaca, y después, pasando de una reflexión sobre el tiempo a una meditación sobre el espacio, Cuánto camino habremos hecho, una legua, dos, se preguntó. Cruel duda, trascendente cuestión. Si estuviéramos todavía entre los antiguos griegos y romanos, diríamos, con la tranquilidad que siempre confieren los saberes adquiridos en la vida práctica, que las grandes medidas itinerarias eran, en esa época, el estadio, la milla y la legua. Dejando en paz el estadio y la milla, con su división de pies y pasos, fijémonos en la legua, que fue la palabra que subhro empleó, distancia que también se compone de pasos y de pies, pero que tiene la enorme ventaja de colocarnos en tierra conocida. Vamos, vamos, leguas todo el mundo sabe qué son, dirán con la inevitable sonrisa de ironía fácil los contemporáneos que nos han cabido en suerte. La mejor respuesta que podemos darles es la siguiente, Sí, también todo el mundo lo sabía en la época en que vivió, pero sólo y únicamente en la época en que vivió. La vieja palabra legua, o leuga, que, podría decirse, parece igual para todos y durante todos los tiempos, por ejemplo hizo un largo viaje desde los siete mil quinientos pies y quinientos pasos que tuvo entre los romanos y la baja edad media hasta los kilómetros y metros con que hoy dividimos la distancia, nada menos que cinco y cinco mil, respectivamente. Encontraríamos casos similares en cualquier área de medición. Y para no dejar la afirmación sin prueba, contemplemos el almud, medida de capacidad que se dividía en doce celemines o cuarenta y ocho cuartillos, y que en lisboa equivalía, en números redondos, a dieciséis litros y medio, y, en oporto, a veinticinco litros. Y cómo se entendían entre ellos, preguntará el lector curioso y amante del saber, Y cómo nos entenderemos nosotros, pregunta, huyendo de la respuesta quien trajo a la conversación este asunto de pesos y medidas. Asunto que, una vez expuesto con esta meridiana claridad, nos permitirá adoptar una decisión absolutamente crucial, en cierta manera revolucionaria, a saber, en tanto el cornaca y quienes lo acompañan, porque no tendrían otra manera de entenderse, seguirán hablando de distancias de acuerdo con los usos y costumbres de su tiempo, nosotros, para que podamos entender lo que allí va pasando en esta materia, usaremos nuestras modernas medidas itinerarias, sin tener que recurrir constantemente a fastidiosas tablas de conversión. En el fondo será como si a una película, desconocida en aquel siglo dieciséis, le estuviésemos poniendo subtítulos en nuestra lengua para suplir la ignorancia o un insuficiente conocimiento del idioma hablado por los actores. Habrá por tanto en este relato dos discursos paralelos que nunca se encontrarán, uno, éste, que podremos seguir sin dificultad, y otro que, a partir de este momento, entra en el silencio. Interesante solución.

Todas estas observaciones y cogniciones hicieron que el cornaca bajara finalmente del elefante, deslizándose por la trompa, y se encaminara con voluntarioso paso hacia el pelotón de caballería. Era fácil distinguir dónde se encontraba el comandante. Se veía allá una especie de toldo que estaría protegiendo del castigador sol de agosto a un personaje, por tanto la conclusión era facilísima de sacar, si había un toldo, había un comandante debajo, si había un comandante, tendría que haber un toldo para cubrirlo. El cornaca llevaba una idea que no sabía bien cómo introducir en la conversación, pero el comandante, sin saberlo, le facilitó el trabajo, Qué pasa con esos bueyes, aparecen o no aparecen, preguntó, Sepa vuestra señoría que todavía no los veo, pero por el tiempo transcurrido deben de estar llegando, Esperemos que así sea. El cornaca respiró hondo y dijo con la voz ronca de la emoción, Si vuestra señoría me lo permite, he tenido una idea, Si ya la has tenido no necesitas de mi autorización, Vuestra señoría tiene razón, pero yo, el portugués, lo hablo mal, Dime ya entonces cuál es esa idea, Nuestra dificultad está en los bueyes, Sí, todavía no han aparecido, Lo que quiero decirle a vuestra señoría es que el problema seguirá incluso después de que hayan aparecido, Por qué, Porque los bueyes andan despacio por naturaleza, mi señor, Hasta ahí, ya lo sé, y sin necesitar a ningún hindú, Si tuviésemos otra yunta de bueyes y la unciéramos al carro delante de la que llevamos, andaríamos seguramente más deprisa y todos al mismo tiempo, La idea me parece buena, pero dónde vamos a encontrar una yunta de bueyes, Por ahí hay aldeas, mi comandante. El comandante frunció la frente, no podía negar que había aldeas por ahí, se podría comprar una yunta de bueyes. Comprar, se preguntó, nada de eso, se requisan los bueyes en nombre del rey y al regreso de valladolid los dejamos, en tan buen estado como espero que estén ahora. Se oyó un clamor, los bueyes habían aparecido finalmente, los hombres aplaudían y hasta el elefante levantó la trompa y soltó un barrito de satisfacción. La mala vista no le permitía distinguir los fardos de forraje desde tan lejos, pero en la inmensa caverna de su estómago retumbaban las protestas de que la hora de comer ya estaba más que pasada. Esto no significa que los elefantes deban alimentarse a horas exactas como se dice que, por el bien que hace a la salud, les conviene a los seres humanos. Por asombroso que parezca, un elefante necesita diariamente cerca de doscientos litros de agua y entre ciento cincuenta y trescientos kilos de vegetales, no podemos imaginarlo con una servilleta al cuello, sentado ante una mesa, haciendo sus tres comidas diarias, un elefante come lo que puede, cuando puede y donde puede, y su principio es no dejar nada detrás que pueda hacerle falta después. Fue necesario esperar todavía casi media hora antes de que el carro de bueyes llegase, en ese tiempo, el comandante dio orden de acampar, pero se necesitó buscar para tal un sitio menos castigado por el sol, antes de que militares y paisanos acabaran transformados en torreznos. A unos quinientos metros se encontraba una pequeña mata de chopos y hacia allí se encaminó la compañía. Las sombras eran ralas, pero mejor ese poco que permanecer asándose bajo la inclemente chapa del astro rey. Los hombres que vinieron para trabajar, y a quienes hasta ahora no se les ha ordenado gran cosa, por no decir nada de nada, traían su comida en las alforjas o en los zurrones, lo mismo de siempre, un trozo de pan grande, unas sardinas arenques, unos higos secos, una pieza de queso de cabra, de ese que cuando se endurece se pone como una piedra, y que, en rigor, no se deja masticar, lo vamos royendo con paciencia y con la ventaja de disfrutar durante más tiempo del sabor del manjar. En cuanto a los militares, ellos llevaban su arreglo. Un soldado de caballería que, espada desenvainada o lanza en ristre, galopa a la carga contra el enemigo, o que simplemente lleva un elefante a valladolid, no tiene que preocuparse con los asuntos de intendencia. No le interesa preguntar de dónde viene la comida ni quién la ha preparado, lo que cuenta es que la escudilla venga llena y el contenido no sea intragable del todo. Dispersas, en grupos, ya todas las personas están ocupadas en sus actividades masticatorias y deglutorias, sólo falta salomón. Subhro, el cornaca, mandó llevar dos fardos de forraje hasta donde él está esperando su vez, desatados y dejado tranquilo, Si es necesario, se le trae otro fardo, dijo. Esta descripción, que a muchos les parecerá sobreabundante por el tanto pormenorizar al que deliberadamente recurrimos, tiene un fin útil, el de activar la mente de subhro para que llegue a una conclusión optimista sobre el futuro del viaje, Puesto que, pensó finalmente, salomón tendrá que comer tres o cuatro fardos por día, el peso de la carga se irá aliviando, y si, para colmo, conseguimos la tal yunta de bueyes, entonces, por muchas montañas que nos salgan al paso, no va a haber quien nos detenga. Con las buenas ideas, y a veces también con las malas, pasa lo mismo que con los átomos de demócrito o con las cerezas de la cesta, vienen enganchadas unas a otras. Al imaginar los bueyes tirando del carro por una ladera empinada, subhro se dio cuenta de que se cometió un error en la composición original de la caravana y que ese error no fue corregido durante el tiempo que duró la caminata, falta de la que se consideraba responsable. Los treinta hombres que vinieron como ayudantes, subhro se tomó la molestia de contados uno por uno, no habían hecho nada desde la salida de lisboa, salvo aprovechar la mañana para un paseo por el campo. Para desatar y arrastrar los fardos de forraje serían más que suficientes los auxiliares directos, y, en caso de necesidad, él mismo podría echar una mano. Qué hacer entonces, devolverlos, librarme de este peso, se preguntó subhro. La idea sería buena si no hubiese otra mejor. El pensamiento abrió una sonrisa resplandeciente en la cara del cornaca. Dio un grito llamando a los hombres, los reunió ante sí, algunos todavía venían masticando el último higo seco, y les dijo, A partir de ahora, divididos en dos grupos, ahí unos y ahí otros, darán ayuda al carro de los bueyes, tirando y empujando, está visto que la carga es demasiada para los animales, que además son lentos por naturaleza, de dos en dos kilómetros los grupos se irán relevando, éste será vuestro principal trabajo hasta llegar a valladolid. Hubo un murmullo que tenía todo el aspecto de ser de descontento, pero subhro hizo como que no lo oía, y continuó, Cada grupo será gobernado por un capataz que, además de responder ante mí por los buenos resultados del trabajo, tendrá que mantener la disciplina y desarrollar el espíritu de cohesión siempre necesarios para cualquier tarea colectiva. El lenguaje no debió de agradar a los oyentes, pues el murmullo se repitió, Muy bien, dijo subhro, si alguien no está satisfecho con las órdenes que acabo de dar, que se dirija al comandante, él es la suprema autoridad aquí, como representante del rey. El aire pareció haberse enfriado de repente, el murmullo se sustituyó por un arrastrar confuso de pies. Subhro preguntó, Quién se propone para capataz. Se levantaron tres manos dubitativas, y el cornaca precisó, Dos capataces, no tres. Una de las manos se encogió, desapareció, las otras permanecieron levantadas. Tú y tú, apuntó subhro, escoged a vuestros hombres, pero hacedlo de una manera equitativa, para que las fuerzas de los dos grupos queden equilibradas, y ahora a dispersarse, necesito hablar con el comandante. Antes, sin embargo, todavía tuvo que atender a sus auxiliares, que se aproximaron para dar cuenta de que habían abierto otro fardo de forraje, pero que salomón parecía satisfecho, y según todos los indicios, con ganas de dormir, No me asombra, comió bien y ésta suele ser la hora de su siesta, Lo malo es que se ha bebido casi toda el agua del abrevadero, Después de haber comido tanto, es lógico, Podemos llevar los bueyes hasta el río, debe de haber por ahí un camino, No se la bebería, el agua, a esta altura del río, todavía es salada, Cómo lo sabe, preguntó el auxiliar, Salomón se bañó varias veces, la última aquí cerca, y nunca metió la trompa para beber, Si el agua del mar llega hasta donde estamos eso muestra el poco camino que hemos recorrido, Es cierto, pero, a partir de hoy, puedes tener la seguridad de que iremos más deprisa, palabra de cornaca. Dejando atrás este solemne compromiso subhro fue en busca del comandante. Lo encontró durmiendo a la sombra de un chopo más frondoso, con ese sueño leve que distingue al buen soldado, pronto para saltar sobre sus armas al mínimo ruido sospechoso. Le hacían guardia dos militares que, con gesto imperativo, mandaron parar a subhro. Éste hizo una señal de que había entendido y se sentó en el suelo, a la espera. El comandante se despertó media hora después, se desperezó y bostezó, volvió a bostezar, volvió a desperezarse, hasta que se sintió efectivamente despierto para la vida. Incluso así tuvo que mirar dos veces para ver que el cornaca estaba allí, Qué quieres ahora, preguntó con voz ronca, no me digas que has tenido otras ideas, Sepa vuestra señoría que sí, Dime, He dividido en dos grupos a los hombres que, de dos en dos kilómetros, alternándose, ayudarán a los bueyes, quince hombres cada vez empujando el carro, se va a notar la diferencia, Bien pensado, no hay duda, veo que lo que tienes sobre los hombros te sirve para algo, los que acabarán ganando serán mis caballos, que podrán trotar de cuando en cuando, en vez de ir como pasmados a paso de desfile, Sepa vuestra señoría que también he pensado en eso, y has pensado en algo más, te lo leo en la cara, preguntó el comandante, Sepa vuestra señoría que sí, Vamos a ver, Mi idea es que deberíamos organizarnos en función de los hábitos y necesidades de salomón, ahora mismo, mire vuestra señoría, está durmiendo, si lo despertáramos se irritaría y sólo nos daría problemas, Pero cómo puede dormir si está de pie, preguntó incrédulo el comandante, A veces se tumba para dormir, pero lo normal es que lo haga de pie, Creo que nunca entenderé a los elefantes, Sepa vuestra señoría que yo vivo con ellos casi desde que nací y todavía no he conseguido entenderlos, Y eso por qué, Tal vez porque el elefante sea mucho más que un elefante, Basta de charlas, Es que todavía tengo otra idea para presentarle, mi comandante, Otra idea, rió el militar, va a ser que tú no eres cornaca, eres una cornucopia, Favor que me hace vuestra señoría, Qué más has producido en esa tu cabeza privilegiada, Se me ha ocurrido que iríamos mejor organizados si vuestra señoría fuese detrás con los soldados cerrando la caravana, yendo delante el carro de los bueyes por ser el que marca el paso de avance, después yo con el elefante, a continuación, los de a pie, y el carro de intendencia. Muy bien, eso se llama una idea, Así me lo parece, Una idea estúpida, quiero decir, Por qué, preguntó subhro, ofendido, sin darse cuenta de la gravísima falta de educación, una auténtica ofensa, que la interpelación directa representaba, Porque mis soldados y yo iríamos tragándonos el polvo que vuestras patas levantaran, Ah, qué vergüenza, debería haber pensado en eso y no lo pensé, ruego a vuestra señoría, por todos los santos de la corte del cielo, que me perdone, Así podremos hacer un galope de vez en cuando y esperar más adelante a que lleguéis, Sí, mi señor, es la solución perfecta, permitís que me retire, preguntó subhro, Todavía tengo dos cuestiones para tratar contigo, la primera es que si vuelves a preguntarme por qué, en el tono en que lo has hecho ahora, daré orden de que te den una buena ración de chicote en el lomo, Sí, señor, murmuró subhro con la cabeza baja, La segunda tiene que ver con esa tu cabecita y con el viaje que apenas ha comenzado, si en esa testorra todavía quedan algunos restos de ideas aprovechables, me gustaría saber si es tu voluntad que nos quedemos aquí eternamente, hasta la consumación de los siglos, Salomón todavía duerme, mi comandante, Ahora resulta que quien gobierna aquí es el elefante, preguntó el militar entre irritado y divertido, No, mi comandante, seguro que recordáis que os dije que nos deberíamos organizar en función, confieso que no sé de dónde me salió esta palabra, de los hábitos y necesidades de salomón, Sí, y qué, preguntó el comandante, que ya perdía la paciencia, Es que, mi comandante, salomón, para estar bien, para que podamos entregarlo con buena salud al archiduque de austria, tendrá que descansar en las horas de calor, De acuerdo, respondió el comandante, levemente perturbado con la referencia al archiduque, pero la verdad es que no ha hecho otra cosa en todo el santo día, Este día no cuenta, mi comandante, ha sido el primero, y ya se sabe que en el primer día las cosas siempre suceden mal, Entonces, qué hacemos, Dividimos los días en tres partes, la primera, desde la mañana temprano, y la tercera, hasta la puesta de sol, para avanzar lo más deprisa que podamos, la segunda, esta en que estamos, para comer y descansar, Me parece un buen programa, dijo el comandante, optando por la benevolencia. El cambio de tono animó al cornaca a expresar la inquietud que lo venía atormentando durante todo el día, Mi comandante, hay algo en este viaje que no entiendo, Qué es lo que no entiendes, A lo largo de todo el camino no nos hemos cruzado con nadie, en mi modesta opinión esto no es normal, Estás equivocado, nos hemos cruzado con bastantes personas, tanto en una dirección como en otra, Cómo, si no he visto a nadie, preguntó subhro con los ojos agrandados por el asombro, Estabas bañando al elefante, Quiere decir que cada vez que salomón se estaba bañando pasó gente, No me hagas repetir las cosas, Extraña coincidencia, podría decirse que salomón no quiere que lo vean, Podría ser, sí, Pero ahora, estando aquí acampados desde hace no pocas horas tampoco ha pasado nadie, Ahí la razón es otra, la gente ve al elefante de lejos como una visión, y da marcha atrás o se mete por atajos, seguramente creen que es algún enviado del diablo, Siento la cabeza tonta, hasta llegué a pensar que el rey nuestro señor hubiera mandado despejar los caminos, No eres tan importante como para eso, cornaca, Yo no, pero salomón sí. El comandante prefirió no responder a lo que parecía el principio de una nueva discusión y dijo, Antes de que te vayas quiero hacerte una pregunta, Soy todo oídos, Recuerdas que has invocado hace un poco a todos los santos de la corte del cielo, Sí, mi comandante, Quiere eso decir que eres cristiano, piensa bien antes de responder, Más o menos, mi comandante, más o menos.