Capítulo 2

Tres días después, bien entrada la tarde, el caballerizo mayor, al frente de su escolta, bastante menos lucida ahora gracias a la polvareda de los caminos y a los inevitables y malolientes sudores, tanto los equinos como los humanos, desmontó ante la puerta de palacio, se sacudió el polvo, subió la escalera y entró en la antecámara que presurosamente corrió a indicarle el lacayo mayor, título que, mejor es que lo confesemos desde ya, no sabemos si realmente existía en aquel tiempo, pero que nos parece adecuado por la composición del olor corporal, una mezcla de presunción y falsa humildad, que en volutas se desprendía del personaje. Ansioso por conocer la respuesta del archiduque, el rey recibió inmediatamente al recién llegado. La reina catalina estaba presente en el salón de mando, lo que, considerando la trascendencia del momento, a nadie debería sorprender, sobre todo sabiéndose que, por decisión del rey su marido, ella participaba regularmente en las reuniones de estado, donde nunca se comportó como pasiva espectadora. Existía otra razón para querer oír la lectura de la carta nada más llegar, la reina alimentaba la vaga esperanza, aunque no le pareciera plausible la posibilidad, de que la misiva del archiduque maximiliano viniese escrita en alemán, en ese caso la traductora mejor colocada ya estaría allí, al alcance de la mano, si se nos permite la expresión, dispuesta para el servicio. En este intervalo de tiempo, el rey recibió la misiva de manos del caballerizo mayor, él mismo la desenrolló después de desatar las cintas selladas con las armas del archiduque, pero una simple mirada fue suficiente para entender que venía escrita en latín. Ora bien, don Juan, el tercero de portugal con este nombre, aunque no ignorante en latines, porque estudios hizo en los años de su juventud, tenía perfecta conciencia de que las inevitables dudas, las pausas demasiado prolongadas, los más que probables errores de interpretación, darían a los presentes una mísera y quizá no merecida imagen de su real figura. Con la agilidad de espíritu que ya le reconocemos y la consecuente fluidez de reflejos, el secretario había dado dos pasos discretos hacia delante y esperaba. En tono natural, como si la marcación de escena hubiera sido ensayada antes, el rey dijo, El señor secretario hará la lectura, traduciendo al portugués el mensaje en el que nuestro amado primo maximiliano ciertamente responde a la oferta del elefante salomón, de todos modos, me parece dispensable hacer una lectura íntegra de la carta, basta con que en este momento conozcamos lo esencial, Así se hará, mi señor. El secretario pasó los ojos sobre las extensas y redundantes fórmulas de cortesía que el estilo epistolar de la época hacía prosperar como setas después de la lluvia, buscó más abajo y encontró. No tradujo, sólo anunció, El archiduque maximiliano de austria acepta y agradece el ofrecimiento del rey de portugal. En el real rostro, entre la masa pilosa formada por la barba y el bigote, asomó una sonrisa de satisfacción. La reina sonrió también, al mismo tiempo que juntaba las manos en un gesto de agradecimiento que, pasando en primer lugar por el archiduque maximiliano de austria, tenía a dios todopoderoso como último destinatario. Las contradicciones que se andaban digladiando en lo íntimo de la reina habían llegado a una síntesis, la más banal de todas, o sea, que nadie puede huir de su destino. Tomando nuevamente la palabra, el secretario dio a conocer, con una voz en que la gravedad monacal del latín parecía resonar en la elocución del portugués corriente en que se expresaba, otras disposiciones que contenía la carta, Dice que no tiene claro en qué momento partirá hacia viena, tal vez a mediados de octubre, pero no es seguro, Y estamos a principios de agosto, anunció innecesariamente la reina, También dice el archiduque, mi señor, que vuestra alteza, si quiere, no necesita esperar a que se aproxime la fecha de partida para mandarle a solimán a valladolid, Qué solimán es ése, preguntó, sulfurado, el rey, todavía no tienen el elefante y ya le quieren mudar el nombre, Solimán, el magnífico, mi señor, el sultán otomana, No sé lo que haría yo sin usted, señor secretario, cómo conseguiría saber quién es ese tal solimán si su brillante memoria no estuviera ahí para ilustrarme y orientarme a todas horas, Pido perdón, mi señor, dijo el secretario. Hubo un silencio embarazoso en que todos los presentes evitaron mirarse. La cara del funcionario, después de un flujo rápido de sangre, estaba ahora lívida. Soy yo quien debe pedirle perdón, dijo el rey, y se lo digo sin ningún constreñimiento, salvo el de mi conciencia, Mi señor, balbuceó pedro de alcáçova carneiro, no soy nadie para perdonarle lo que quiera que sea, Es mi secretario, al que le acabo de faltar al respeto, Por favor, mi señor. El rey hizo un gesto imponiendo silencio, y finalmente dijo, Salomón, que así seguirá llamándose mientras aquí esté, no puede imaginarse las perturbaciones que ha originado entre nosotros desde el día en que decidí entregarlo al archiduque, creo que en el fondo ninguno de los aquí presentes quiere que se vaya, extraño caso, no es gato que se roce en nuestras piernas, no es perro que nos mire como si fuésemos su criador, y, sin embargo, estamos aquí afligidos, casi desesperados, como si algo nos estuviese siendo arrancado, Nadie lo habría expresado mejor que vuestra alteza, dijo el secretario, Regresemos a la cuestión, en qué punto nos habíamos quedado en esta historia del envío de salomón a valladolid, preguntó el rey, Escribe el archiduque que sería bueno que no tardara demasiado, de manera que se vaya habituando al cambio de las personas y del ambiente, la palabra latina utilizada no significa exactamente eso, pero es lo mejor que se me ocurre en este momento, No es necesario que le dé más vueltas, lo entendemos, dijo el rey. Después de un minuto de reflexión añadió, El señor caballerizo mayor tomará la responsabilidad de organizar la expedición, dos hombres para ayudar al cornaca en su trabajo, unos cuantos más para encargarse del abastecimiento de agua y de forraje, un carro de bueyes para lo que sea necesario, transportar la cuba de agua, por ejemplo, aunque sea cierto que en nuestro portugal no van a faltar ni ríos ni arroyos donde salomón pueda beber y enlodazarse, lo malo es esa maldita castilla, seca y reseca como un hueso expuesto al sol, y, como remate, un pelotón de caballería por si se diera el improbable caso de que alguien pretendiera robar a nuestro salomoncito, el caballerizo mayor irá informando del progreso del asunto al señor secretario de estado, a quien le pido disculpas por estar entreteniéndolo con estas trivialidades, No son trivialidades, mi señor, como secretario, este asunto me atañe particularmente porque lo que aquí estamos haciendo es nada más y nada menos que enajenar un bien de estado, Salomón nunca debe de haber pensado que era un bien de estado, dijo el rey con un asomo de sonrisa, Bastaría con que hubiera comprendido que el agua y el forraje no le caen del cielo, mi señor, Por mi parte, intervino la reina, ordeno y mando que a nadie se le ocurra venir a comunicarme que ya se ha ido salomón, yo lo preguntaré cuando lo entienda conveniente, y entonces me darán respuesta. La última palabra apenas se entendió, como si el llanto, súbitamente, hubiese agarrotado su real garganta. Una reina llorando es un espectáculo del que, por decencia, todos estamos obligados a desviar los ojos. Así lo hicieron el rey, el secretario de estado y el caballerizo mayor. Después, cuando hubo salido y se dejó de oír el ruido de sus faldas barriendo el suelo, el rey insistió, Es lo que yo decía, no queremos que salomón se vaya, Vuestra alteza todavía está a tiempo de arrepentirse, dijo el secretario, Arrepentido estoy, creo, pero el tiempo se ha acabado, salomón ya va de camino, Vuestra alteza tiene cuestiones más importantes que tratar, no permita que un elefante se convierta en el centro de sus preocupaciones, Cómo se llama el cornaca, preguntó súbitamente el rey, Subhro, creo, señor, Qué significa, No lo sé, pero puedo preguntarle, Pregúntele, quiero saber en qué manos se va a quedar salomón, Las mismas en las que ya estaba antes, mi señor, permítame que le recuerde que el elefante llegó de la india con este cornaca, Es diferente estar lejos o estar cerca, hasta hoy nunca me había importado saber cómo se llamaba el hombre, ahora sí, Lo comprendo, mi señor, Es lo que me gusta de su persona, no necesita que le digan todas las palabras para que entienda de qué se está hablando, Tuve un buen maestro en mi padre y vuestra alteza no lo es menos, A primera vista el elogio no vale gran cosa, pero siendo su padre la medida me doy por satisfecho, Permite vuestra alteza que me retire, preguntó el secretario, Vaya, vaya a su trabajo, y no se olvide de las ropas nuevas para el cornaca, cómo dijo que se llamaba, Subhro, mi señor, con hache, Bien.