En primer lugar, Maudsley habló de los devoradores; sus costumbres y cultura, hábitos y reacciones, medios y arbitrios. Era muy importante que Carmody supiera qué le había pasado y porqué, aun cuando ese conocimiento fuera posterior al evento.
—Muy especialmente si se adquiere con posterioridad al evento —agregó el Premio.
Maudsley continuó diciendo que así como para cada hombre hay una mujer, para cada organismo viviente existe un devorador:
—La Gran Cadena del Comer debe continuar (una imagen poética, para toda vida en estado de dinamismo en el universo), aunque más no sea por razones de necesidad íntima. Como sabemos, la vida supone creación y la creación es inconcebible sin la muerte. De modo que…
—¿Por qué la creación es inconcebible sin la muerte? —preguntó Carmody.
—No haga preguntas estúpidas. ¿Qué estaba diciendo? ¡Ah, sí! De esta manera queda justificado el crimen, aunque no se aprecien de tan buena gana algunas de sus concomitantes.
»Un ser, en su hábitat natural, vive de otras criaturas. Y otras criaturas viven de él. Este proceso, tan simple y natural, se encuentra en un estado de equilibrio tan perfecto que tanto devoradores como devorados tienen propensión a ignorarlo por largos períodos, durante los cuales dedican su atención a la creación de objetos de arte, a recoger nueces del suelo, a la contemplación del Absoluto o a cualquier otra cosa que despierte el interés de la especie. Y así es como deben ser las cosas, porque la Naturaleza (a la que podemos personificar como una vieja vestida de negro y bermejo), no le gusta que sus normas y reglamentos sean sujeto de cada reunión de cóctel, nido hormigueante, cónclave, o como quieran llamarle a todo eso. Pero usted Carmody, al escapar sin advertirlo a los controles y equilibrios de su planeta nativo, no ha logrado escapar a la Ley de Proceso inexorable. Por lo tanto, si en las vastas extensiones del espacio no existiera un devorador para usted, sería necesario encontrar uno. Si no pudiera encontrársele, habría que crearlo.
—Bueno…, sí —dijo Carmody—. Pero esa nave espacial, esa gente…
—No eran lo que parecían ser —le dijo Maudsley—. Debe ser claro y rotundo para usted.
—Ahora sí.
—Ellos son en realidad eso; una simple unidad, una criatura creada especialmente para usted, Carmody. Era su predador y siguió, de manera casi clásica, las simples normas establecidas de la Devoración.
—¿Y cuáles son? —preguntó Carmody.
—Sí, ¿cuáles son? —suspiró el Premio—. Lo ha dicho con las palabras justas; podemos vociferar contra la suerte y el mundo, pero al final nos quedamos con una estricta proposición: Las cosas son como son.
—Yo no he hecho ningún comentario —dijo Carmody— sino que simplemente preguntaba: ¿Cuáles son las Leyes de la Devoración?
—¡Oh! Lamento haberle interpretado mal —dijo el Premio.
—No tiene importancia.
—Gracias —dijo el Premio.
—De nada —dijo Carmody—. No quise decir… Lo que quise decir es: ¿Cuáles son esas simples normas establecidas de la Devoración?
—¿Es preciso que usted haga esa pregunta? —dijo Maudsley.
—Sí, temo que sí.
—Cuando usted lo presenta en forma de pregunta —dijo Maudsley con severidad—, el devorar deja de ser simple y elemental, y hasta su condición de ley se hace dudosa. El conocimiento de la devoración es innato en todos los organismos, así como los brazos, las piernas y las cabezas, pero más seguro «un ¿Sabe usted? Es mucho más elemental que la ley de la ciencia y por lo tanto, no está sujeta a reducciones simplistas. El mero hecho de hacer esa clase de pregunta impone una estricta mesura a la respuesta.
—A pesar de eso, creo que debo conocer todo lo posible sobre devoración —dijo Carmody—. Sobre todo, de la mía.
—Sí, por cierto que debe saberlo —dijo Maudsley—. O mejor dicho, debió haberlo sabido, que no es la misma cosa. Pero voy a intentarlo… —Maudsley se frotó vigorosamente la frente al afirmar—: Usted come. Por lo tanto, también es comido. Eso lo sabe. Pero precisamente, ¿de qué manera y cómo va a ser comido? ¿Cómo van a atraparle, capturar, inmovilizar y preparar? ¿Será servido bien caliente, un poco helado o a temperatura ambiente? Es obvio que eso depende del gusto de quien se alimente de usted. Además, ¿qué curso de acción elegirá su devorador? ¿Le saltará de sorpresa a la espalda desde una altura conveniente? ¿Cavará un pozo para usted, o le tenderá una red? ¿Le desafiará a un combate, o se le echará encima con los espolones extendidos? Eso depende de la índole de su devorador, que determina su forma y función. A su vez, quien responde limita dicha índole por exigencias de la propia, que por estar modelada al libre albedrío es en esencia, inescrutable.
»Ahora vamos a los detalles. Abalanzarse, cavar o tramar son acciones directas, pero pierden eficacia con un ser con la capacidad de la memoria. Si alguien como usted, Carmody, puede evitar una vez el simplista ataque mortal, quizá nunca más vuelva a ser engañado. Sin embargo, la rectitud no figura en el proceder de la naturaleza. Se ha dicho que la naturaleza tiene invertidos grandes capitales en las ilusiones, que son caminos hacia la muerte y el nacimiento. Por mi parte, no me atrevo a discutir esa proposición. Si la aceptamos, debemos reconocer que su devorador tiene que recurrir a maniobras harto complejas a fin de hacer caer en la celada a una criatura tan compleja como usted.
»El problema tiene también otra faceta. Su devorador no ha sido concebido con el sólo propósito de comérselo a usted. Admito que usted es la única cosa más importante en la vida de él, pero él también, como usted, posee libre albedrío. Por lo tanto, no está limitado a la lógica estricta de su función devoradora. Un ratón de granero puede pensar que el búho posado en la viga fue concebido con el único propósito de cazar ratones. Pero sabemos bien que el búho tiene otras cosas en su mente. Así sucede con todos los devoradores, incluso el suyo. De esto podemos obtener una conclusión importante: el libre albedrío convierte en imperfectos a todos los devoradores, desde el punto de vista de su función.
—Nunca había pensado así —admitió Carmody—. ¿Cree que eso me ayuda?
—En realidad, no. Pero he pensado que usted debía saberlo, de todos modos. Vea; hablando en términos prácticos quizás usted nunca llegue a ser capaz de explotar todas las imperfecciones de su devorador. De verdad, es posible que ni siquiera llegue a saber en qué consisten. En esta situación usted es igual al ratón del granero. Cuando escuche el agitar de las alas podrá encontrar un agujero por donde escabullirse, pero nunca llegará a analizar la naturaleza, los talentos y limitaciones del búho.
—¡Ah, pero esto es magnífico! —dijo Carmody con evidente sarcasmo—. Estoy derrotado antes de empezar. O de acuerdo con su terminología, ya puedo considerarme comido, aunque nadie me haya hincado el tenedor todavía.
—Moderación, moderación —preconizó el Premio—. No es tan malo como parece.
—¿Y cuán malo es? ¿Alguno de vosotros es capaz de decirme algo útil? —insistió Carmody.
—Es lo que estamos tratando de hacer —afirmó Maudsley con paciencia.
—Entonces dígame: ¿qué aspecto tiene este devorador?
Maudsley meneó la cabeza.
—Eso es imposible. ¿Cree usted que cualquier víctima puede saber el aspecto que tiene su devorador? Si fuera así, la víctima sería inmortal.
—Y eso está contra las reglas —añadió el Premio—. Por lo menos denme una idea —dijo Carmody—. ¿Va siempre dando vueltas disfrazado de nave espacial?
—Por supuesto que no —contestó Maudsley—. Desde su punto de vista, es una forma cambiante. ¿Oyó decir alguna vez que un ratón va a meterse entre las fauces de una serpiente, o que una mosca ka a apoyarse en la lengua de un sapo, o que un cervatillo irá caminando directamente a las garras de un tigre? ¡Ésa es la esencia de la devoración! Posiblemente usted se preguntará adonde creían ir esas víctimas ilusas. ¿Qué creían tener delante de sí? De igual manera se preguntará qué había realmente frente a sus ojos cuando hablaba con los tres dedos del devorador, y los seguía directamente a la boca.
—Parecían personas —contestó Carmody—. Pero todavía no sé qué apariencia tenía el devorador.
—No hay manera alguna en que pueda ilustrarle sobre ese punto —declaró Maudsley—. No es fácil lograr información sobre devoradores; son demasiado complementarios de uno mismo. Las artimañas y encubrimientos de aquéllos se basan en nuestras propias memorias, nuestros sueños y fantasías, nuestras esperanzas y deseos. El devorador se apodera del drama que usted atesora, y como lo ha visto, lo representa para usted. Para reconocer a su devorador debe reconocerse a usted mismo…, y ya sabe usted cuánto más fácil es conocer el universo entero que a uno mismo.
—¿Qué puedo hacer? —preguntó Carmody.
—¡Aprenda! —contestó Maudsley—. Esté eternamente vigilante, muévase a toda velocidad, no confíe en nadie ni en nada. No piense en descansar hasta que haya llegado a su destino.
—¡Mi destino…! —dijo Carmody.
—Sí. En su planeta estará a salvo. Su devorador no podrá entrar en su dominio. Estará expuesto a todos los desastres que son comunes, pero al menos evitará ése.
—¿Puede enviarme a mi casa? —preguntó Carmody—. Usted había dicho que estaba trabajando en una máquina.
—Ya la he terminado —dijo Maudsley—. Pero debe entender sus limitaciones, que corresponden a las mías. La máquina que he construido puede llevarle hasta el lugar donde ahora se encuentra la Tierra; pero eso es todo cuanto puedo hacer.
—¡Eso es todo lo que necesito! —exclamó Carmody.
—No, no es así. «Dónde» le proporciona solamente la primera D, de locación. Le quedarán por resolver «Cuándo» y «Cuál». Mi consejo es que las tome por orden. Para emplear una expresión común, la Temporalidad antes de la Particularidad. Tendrá que partir de inmediato de aquí; usted ha logrado despertar tontamente el apetito de su devorador, que puede volver en cualquier momento, y esta vez quizá no tenga tanta suerte en mi intento por rescatarle.
—¿Y cómo fue que pudo sacarme de su boca? —preguntó Carmody.
—Fabriqué apresuradamente un señuelo —le contó Maudsley—. Era muy parecido a usted, pero lo hice más grande que el tamaño real, y le di más vitalidad. El devorador se confundió y coleteó tras de él babeando. Pero no podríamos emplear otra vez el mismo truco.
Carmody prefirió no preguntar si el señuelo había sufrido.
—Estoy listo —dijo—. Pero ¿adónde voy y qué va a suceder?
—Irá a una Tierra. Probablemente no sea la correcta, pero enviaré también una carta a alguien a quien conozco y que es muy listo para resolver problemas temporales. Si decidiera encargarse de su caso, él lo encontrará y después de eso… bueno, ¿quién puede saber, Carmody? Tómelo como venga, y esté agradecido si algo sucede.
—Estoy muy agradecido —dijo Carmody—. Deseo agradecerle todo lo que ha hecho por mí, no importa cuál sea el resultado.
—Está bien —dijo Maudsley—. No se olvide de dar mi mensaje al viejo amigo, si alguna vez vuelve a su casa. ¿Está listo para salir? La máquina está aquí, a mi lado. No he tenido tiempo de hacerla visible, pero tiene el mismo aspecto que una radio de onda corta operada a batería. Aquí está. ¿Tiene el Premio?
—Yo lo tengo a él —ayo el Premio, tomándose con ambas manos del brazo izquierdo de Carmody.
—Entonces, estamos listos. Ajusto este dial y ahora este otro, y aquellos dos de allí… Carmody, le aseguro que le resultará muy placentero salir del Macrocosmos y volver a su planeta, aunque no sea el suyo. Por supuesto que no hay diferencias cualitativas entre átomos, planetas, galaxia o universo. Es todo cuestión de escalas en las que se pueda vivir cómodamente. Y ahora, empujo esto…
¡Bum! ¡Puf! ¡Rump! Desvanecimiento gradual del paisaje, desvanecimiento rápido del suelo, vuelta completa sobre la pista, música electrónica, símbolos del espacio profundo; espacio profundo, símbolos de música electrónica. Vuelan las páginas de un calendario. Carmody da vueltas, la cabeza hacia abajo, los pies hacia arriba, en una situación de caída libre. Suenan las notas siniestras de un timbal, brillante relampaguear de colores, la voz de una mujer cuyo eco sale de una cámara; risas de niños, un cúmulo iluminado de naranjas de Jaffa, para simular planetas, collage de un sistema solar iluminado para que parezca las ondas de un arroyo. Disminuye la velocidad de la cinta, aumenta la velocidad de la cinta, disolución, luces.
Fue un viaje de los demonios, pero nada inesperado para Carmody.