—Bueno —dijo el Premio—, ya está. Espero que no volvamos a encontrarnos con esa horrible criatura. Carmody, vamos a tu casa.
—Excelente idea —dijo Carmody—. ¡Mensajero! Ahora quiero ir a mi casa…
—Es un sentimiento bastante normal —admitió el Mensajero—, y también bastante fundado en la realidad. Yo diría que usted debe irse a casa, y lo más rápidamente que pueda.
—Entonces, lléveme —dijo Carmody.
El Mensajero meneó la cabeza.
—Yo no hago ese trabajo. Mi deber es sólo traerle hasta aquí.
—¿Y quién es el que hace ese trabajo?
—Usted, Carmody —afirmó el Empleado.
Carmody experimentó una sensación de vacío. Empezaba a comprender porqué Karmodi había cedido con tanta facilidad.
—Miren muchachos —dijo—. Aborrezco tener que molestarles, pero en realidad, necesito que me ayuden.
—¡Oh, está bien! —dijo el Mensajero—. Deme usted las coordenadas y yo le acompañaré.
—¿Las coordenadas? No tengo idea de lo que es eso. Se trata de un planeta llamado Tierra.
—No me importa que se llame Queso Verde —manifestó el Mensajero—. Para poder prestarle asistencia, necesito saber las coordenadas.
—¡Pero si usted acaba de estar allí! —explicó Carmody—. Usted ha ido a la Tierra y me ha traído hasta aquí. —Eso es lo que a usted le parece— explicó el Mensajero pacientemente, —pero no es el caso. Me he limitado a ir hasta las coordenadas que me dio el Empleado, quien a su vez las obtuvo de la Computadora de Lotería; no tardé en encontrarle a usted y traerle hasta aquí.
—¿Y no podría llevarme empleando las mismas coordenadas?
—Podría hacerlo, con toda facilidad. Pero ya no encontraríamos nada allí. Recuerde usted que la galaxia no es algo estático; todos sus elementos están en movimiento, cada cual con su propia velocidad y de diferente manera.
—Y según las coordenadas, ¿no se podría calcular dónde está la Tierra ahora? —preguntó Carmody.
—Soy incapaz de sumar una columna de números —afirmó con orgullo el Mensajero—. Poseo otro tipo de talentos.
Carmody se volvió hacia el Empleado.
—Y usted, ¿no las puede calcular? ¿O tal vez la Computadora de Lotería?
—Tampoco sé sumar muy bien —admitió el Empleado.
La Computadora entró en la habitación a la carrera.
—Sé sumar perfectamente —manifestó—. Pero mi función está limitada a seleccionar y localizar los ganadores de la Lotería dentro de un margen de error previsible. Lo he localizado a usted (por eso está aquí); y por lo tanto, me está prohibido realizar el interesante trabajo teórico de averiguar las actuales coordenadas de su planeta.
—¿No podría hacerlo como un favor especial? —rogó Carmody.
—No dispongo de cocientes para favores —contestó la Computadora—. Soy tan incapaz de encontrar su planeta como de freír un huevo o trisecar una nova.
—¿No hay nadie que pueda ayudarme? —preguntó Carmody.
—No se desespere —dijo el Empleado—. La Asistencia para Viajeros puede arreglar este asunto en un abrir y cerrar de ojos; yo le acompañaré hasta allá. Sólo tiene que darme las coordenadas de su casa.
—¡Pero no las conozco! —dijo Carmody.
Se produjo un silencio preñado de sorpresa. El Mensajero fue el primero en hablar.
—Si usted no sabe su dirección, ¿cómo espera que los demás la conozcan? Esta galaxia no es infinita, pero de to —das maneras es un lugar muy extenso. De verdad, nadie que desconozca su locación debería salir de su casa.
—En ese momento yo no sabía eso —explicó Carmody.
—Podría haberlo preguntado…
—No lo pensé… Pero ¡tenéis que ayudarme! No ha de ser tan difícil averiguar adonde está mi planeta.
—Es increíblemente difícil —le respondió el Empleado—. Una de las coordenadas que necesitamos es «Dónde», y son tres en total.
—¿Cuáles son las otras dos?
—También necesitamos saber «Cuándo» y «Cuál». La llamamos la locación DCC.
—No me importa que la llamen Queso Verde —dijo Carmody en un brusco ataque de ira—. ¿Cómo encuentran el camino de regreso a sus casas las otras formas de vida?
—Por medio de un inherente sentido de orientación —dijo el Mensajero—. Ya que estamos en eso, ¿está usted seguro que no lo posee?
—No lo creo —dijo Carmody.
—Por supuesto que no tiene un sentido de dirección hacia su casa —estalló el Premio con indignación—. Es que esté hombre nunca ha salido de su planeta original, ¿cómo podría haber desarrollado un sentido de orientación hogareño?
—Es muy cierto —dijo el Empleado, frotándose la cara, fatigado—. Esto es lo que pasa por tratar con formas inferiores de vida. ¡Maldita sea esa Computadora y sus errores piadosos…!
—Sólo uno en cinco billones —contestó la Computadora—. No es pedir demasiado.
—Nadie la está culpando a usted —dijo el Empleado—; en realidad, no culpamos a nadie. Pero aún nos queda por calcular qué haremos con él.
—Es una tremenda responsabilidad —afirmó el Mensajero.
—No se puede negar eso —concordó el Empleado—. ¿Qué les parece si lo matamos y nos olvidamos del asunto?
—¡Oiga…! —exclamó Carmody.
—Yo estoy de acuerdo —dijo el Mensajero.
—Si vosotros estáis de acuerdo —dijo la Computadora—, yo doy mi conformidad.
—Yo no participo —dijo el Premio—. En este momento no podría precisar las razones con exactitud, pero toda esta idea me parece equivocada.
Carmody hizo varias declaraciones vehementes en el sentido de que no quería morir y que no era justo que lo mataran. Trató de apelar a los mejores instintos y sentimientos de justicia de los otros, quienes consideraron estas declaraciones como tendenciosas y las borraron del registro.
—¡Esperad, ya lo tengo! —dijo de súbito el Mensajero—. ¿Qué les parece esta solución como alternativa? No lo matemos, ayudémosle en cambio con toda sinceridad y empleando todas nuestras habilidades, para que este hombre pueda volver vivo a su casa y en buena salud mental y física.
—No deja de ser una idea —admitió el Empleado.
—De esa manera —continuó el Mensajero—, habremos efectuado una acción ejemplar del mayor mérito, mucho más digna de atención por cuanto será completamente fútil. Me parece obvio que, de todos modos, probablemente le matarán durante el viaje.
—Será mejor que empecemos —dijo el Empleado—. A menos que deseemos que le maten mientras estamos hablando…
—¿De qué se trata todo esto? —preguntó Carmody.
—Más tarde le explicaré todo —le susurró el Premio—. Si es que hay un más tarde. Y si tenemos tiempo, también le contaré una historia fascinante de algo que me ocurrió.
—¡Carmody, prepárese! —gritó el Mensajero.
—Estoy listo —contestó Carmody—. Al menos, eso espero.
—Bien, listo o no, allá va.
Y se fue.