El teléfono sonó. Como cada semana. Desde hacía un mes. Siempre sonaba a la misma hora. En el mismo minuto. A las diecinueve hora local.
Noah descolgó después del tercer tono. Como siempre.
—¿Quién es? —preguntó, a pesar de que ya lo sabía.
—Celine —dijo, a pesar de que no podía haber ninguna duda acerca de quién llamaba.
La llamada, la hora, las fórmulas de saludo, siempre iguales, se habían convertido en un ritual entre ellos.
Un ritual que le proporcionaba equilibrio. Un ancla en el mar del olvido. Un mar cada vez más oscuro desde que había desembarcado.
—¿Cómo está tu padre? —preguntó Noah.
Leyó la pregunta de una de sus múltiples notas. Se las había escrito cuando aún estaba en el barco, todas ellas con diferentes apuntes que había hecho sobre Celine y su familia cuando los recuerdos aún eran recientes.
Tras el apunte sobre su padre, al que habían retenido como medida de cuarentena en el aeropuerto JFK al principio de la epidemia de Manila, como la llamaban desde entonces los medios, solo había una raya. Eso significaba que solamente había preguntado por él una vez.
—Mal. Las hemorragias son muy fuertes. Al principio decían que había pasado lo peor, ahora le han tenido que ingresar otra vez —dijo Celine.
Noah carraspeó y no supo qué decir. Sabía que el señor Henderson había tomado ZetFlu porque lo ponía en la nota. Pero no recordaba si Celine ya le había hablado alguna vez de su estado y simplemente había olvidado apuntar la respuesta.
«No recuerdo qué he olvidado».
Hizo una segunda raya tras el párrafo sobre el padre de Celine con el lápiz que tenía en la mano. Además añadió «está en el hospital» justo al lado.
—¿Cómo estás tú? —le preguntó a Celine, y trató de recordar su cara. En vano.
Lo cierto era que había vivido muchas cosas junto a ella, pero al parecer nada que lo hubiera marcado tanto como lo que le unía a Oscar, cuyo rostro bonachón se le aparecía a veces incluso en sueños.
Maldito síndrome amnésico.
«Sencillamente no se atiene a ninguna regla».
A juzgar por su voz, seguro que Celine era una mujer guapa, y desde luego simpática. Pero con el tiempo se había convertido en una mujer sin rostro para él. Como la voz al teléfono en el portahelicópteros, cuya oferta había rechazado.
—He recibido los resultados de las pruebas —le escuchó decir.
—¿Los resultados de las pruebas?
—Ha llevado algo más de tiempo por la pandemia, las consultas estaban saturadas, pero hoy el sobre estaba por fin en el buzón.
—Bien, muy bien. Entonces…
Giró la nota que tenía en la mano y encontró el apunte que había hecho acerca del embarazo de Celine.
«Resultados de la amniocentesis pendientes. Trisomía 21 no confirmada aún».
—¿Entonces el bebé está sano?
—No lo sé.
Noah frunció el ceño.
—¿Todavía no has abierto la carta?
—La he abierto pero la he tirado sin leerla.
—¿Por qué?
—Quiero tener el niño de todas formas, con trisomía o sin ella.
—Me parece bien, de verdad —dijo Noah, y escrutó su interior para saber si realmente lo sentía así.
«Sí, creo que sí».
—Es una buena decisión —repitió más convencido.
—En cualquier caso es una decisión que acojona —se rio Celine nerviosa. Cambió rápidamente de tema—: ¿Y tú? ¿Cómo estás?
Noah miró fijamente la nota, como si fuera a encontrar en ella la respuesta a sus preguntas. Reflexionó un momento, y finalmente dijo:
—Poco a poco voy teniendo la sensación de haber llegado a casa.
Celine se rio de nuevo, seguía estando nerviosa. Parecía estar pensando aún en su hijo, pero de todas formas le preguntó:
—¿Podré ir a visitarte alguna vez?
—Bueno. —Noah carraspeó—. No sé. El sitio es más bien feo.
—Pero ¿dónde exactamente…?
—Lo siento, tengo que colgar —la interrumpió Noah a mitad de frase, antes de que pudiera adentrarse aún más en su esfera privada.
—Vale, está bien. Pues nada.
Sonaba melancólica.
—Hasta la semana que viene —dijo, a pesar de que sentía que no habría una próxima vez.
—Sí, hasta entonces —respondió Noah, a pesar de que sabía que ella lo sabía.
Colgó. Miró fijamente la nota. Poco a poco, como a cámara lenta, cerró los dedos, estrujó el papel, que de todos modos ya estaba arrugado, y formó una bola cada vez más pequeña, hasta hacerla desaparecer en su enorme puño.
Entonces lanzó la bola de papel al cubo de basura, justo al lado del teléfono público frente al quiosco junto al que habían instalado su campamento nocturno un mes atrás.
—Venga —dijo, y cogió la correa que había estado pisando con sus botas durante la llamada—. Nos vamos.
Toto había crecido bastante y ya no era tan torpe. Jenny, a la que había encontrado de nuevo en la Estación Central, había cuidado bien del animal en su clínica móvil HundeDoc. Estaba contento y espabilado. Al contrario que Patricia, que había muerto de sobredosis. O de congelación. En la calle uno nunca estaba muy seguro.
—Te suelto ya, tranquilo —dijo Noah, y se inclinó hacia Toto, después de que este tironeara de la correa y ladrara enfadado. Normalmente el animal no se apartaba de su lado. Toto solo se marchaba de expedición cuando él se quedaba quieto mucho rato, como por ejemplo al llamar por teléfono.
Una vez libre de la correa, siguió a Noah obediente hasta las escaleras mecánicas, donde este le cogió en brazos brevemente para subir.
Noah olió la goma quemada, el polvo y el diésel. Oyó que un tren se acercaba y esperó hasta que hubiera salido de nuevo de la estación.
Entonces Noah recorrió el andén y al hacerlo pensó en Oscar, del que esperaba que, si podía verlo desde algún lugar, no tuviera nada en contra de que se hubiera mudado a su escondite.
Y con la esperanza de que Oscar, al igual que el dibujo abstracto de su hermano y algunas frases pronunciadas con voz paternal que rondaban su cabeza, también se hubiera grabado en su memoria para siempre, Noah saltó a las vías al final del andén y se adentró en la oscuridad con Toto a su lado.
Esto es una novela. Tanto el argumento como todos los personajes son ficticios. Sin embargo, las conocidas como conferencias Bilderberg sí se celebran anualmente de acuerdo con las normas de seguridad y confidencialidad descritas en este libro. Los temas y las conclusiones que se discuten en estas conferencias no están a disposición de la opinión pública, y por lo tanto las teorías expuestas en este libro acerca de los miembros del Club Bilderberg y sus teorías son pura ficción; esto se refiere especialmente a la organización inventada Room 17.
En cambio, las condiciones de vida en los barrios de chabolas de Manila que se narran son tan ciertas como todos los datos sobre la situación actual de nuestro planeta expuestos por el personaje ficticio de Jonathan Zaphire. (A fecha de entrega del manuscrito, 1-5-2013).
No obstante, las opiniones y tesis sostenidas en Noah pertenecen exclusivamente a los personajes de la obra, y no a su autor o a la editorial.