Un mes después
Nueva Jersey, EE.UU.
La carta pesaba una tonelada. Como mínimo.
Y a cada segundo que la sostenía en la mano, su peso aumentaba varios cientos de kilos. Celine la dejó delante de ella sobre la mesa de la cocina, pero la carga que sentía no disminuyó.
«MedSearch Inc.» decía el sello en el campo del remitente. Un laboratorio de Boston. Lo más probable era que los demás de la zona estuvieran ocupados. Como la mayoría, desde que prácticamente todo el mundo quería saber si tenía la gripe de Manila y vacunarse.
Celine observó el sobre sin tocarlo. No sabía si debía esperar a que su madre volviera de la compra. Así no estaría sola cuando lo abriera. Sin embargo, eso no cambiaría el contenido de la carta.
«Ni lo más mínimo».
Desde que estaba de nuevo en casa, donde había ocupado su antigua habitación, Celine se acercaba cada día al buzón con esperanza y temor. Y cada día se había sentido aliviada al ver que el sobre que le había anunciado el doctor Malcom no estaba allí. Hasta ese día.
«Recibirá los resultados el mismo día que yo. Llámeme en cuanto los tenga y hablaremos sobre cómo proceder», le había dicho.
Cómo proceder…
«¿Y ahora?».
El sobre tenía aspecto inofensivo. Papel blanco, impreso en negro. Ligeramente abombado, así que contenía varias páginas, al igual que la carta de despedida de Kevin que había encontrado en el buzón al regresar a Estados Unidos. El redactor jefe le había confesado su amor de nuevo con grandes palabras y se había disculpado por haberle involucrado en aquel asunto, en cuyos objetivos él seguía creyendo. Poco después de redactar la carta se había ahorcado en su apartamento de Nueva York. Ella se había entristecido, pero no había sentido la necesidad de llorar. Kevin le había hecho demasiado daño, y había significado demasiado poco para ella. Ese día no podría contenerse, de eso estaba segura. Ese día derramaría lágrimas. Ya fueran de alegría o de tristeza. Dependiendo de lo que hubiera averiguado el laboratorio.
En circunstancias normales habría recibido los resultados mucho antes, pero ¿acaso había sucedido algo normal en las últimas semanas? Celine había tenido suerte de que la intervención se hubiera llevado a cabo. A pesar de que posteriormente se había arrepentido de haberse hecho la amniocentesis. Gracias a Dios el riesgo de aborto no se había hecho realidad; pero ¿y si habían descubierto lo peor?
Se acarició la tripa, que ahora ya estaba curvada, y pensó en Puntito.
«Llámeme en cuanto los tenga…».
En la última ecografía ella misma había distinguido los bracitos, las piernas, el trasero. Un osito de goma que había dado una alegre voltereta en su útero.
«… y hablaremos sobre cómo proceder».
Celine cerró los ojos y decidió hacerlo de una vez. Cogió el sobre respirando profundamente. Lo giró. Y desgarró la pestaña.
Poco después levantó el auricular.