Zaphire guardó silencio un momento, y Noah oyó por primera vez el murmullo continuo de la ventilación. Miró el techo encalado de la habitación y se preguntó si allí abajo, en aquel sótano sin ventanas tres pisos por debajo del nivel del suelo, se ahogaría en cuanto el aire acondicionado se apagara.
—Durante mucho tiempo el presidente Baywater no se tomó en serio a Room 17. Lo cierto es que sus predecesores tampoco —dijo el hombre que decía ser su padre—. La conspiración del proyecto Noah era tan tremenda que resultaba inconcebible. Todos los servicios secretos indagaron, pero no transmitieron los indicios a sus presidentes, porque consideraban que sus hallazgos eran inverosímiles.
—Pero en algún momento llegó a saberlo, ¿verdad? —preguntó Noah.
—Con la fase dos, sí. La pandemia de gripe porcina. No era la primera vez que exagerábamos una enfermedad que en realidad no era tan peligrosa. Esta vez fue para distribuir supuestas vacunas a personas escogidas. A jefes de operaciones del ejército, expertos en Economía, científicos, el presidente estadounidense.
Zaphire miró a Altmann, que había intentado en vano levantarse apoyándose en el radiador, y que ahora mantenía agotado los ojos cerrados.
—Baywater y los miembros de su gabinete fueron inmunizados en secreto. Recibieron una sustancia activa diferente a la del resto de la población.
—¿A la de los prescindibles? —recordó Noah de la llamada con Kilian Brahms.
—A la de los parásitos que amenazan la vida en nuestro planeta —le contradijo Zaphire—. Por desgracia se produjo una filtración, la información sobre las diferentes vacunas se difundió. El entonces presidente abrió una comisión secreta de investigación.
—¿Por qué Baywater no ha dicho la verdad a la población? —quiso saber Altmann.
Zaphire se rio sin ganas.
—¿Qué iba a decirle al mundo? «Hola, hace años que lleváis en vuestro interior un patógeno mortal. ¡Una bomba de relojería que puede activarse en cualquier momento! Que además se ha transmitido genéticamente a vuestros hijos sin que podamos hacer nada para eliminarlo». No, la verdad es demasiado para el pueblo. Tenía miedo de provocar el pánico descontrolado de las masas.
—No me creo que el presidente de Estados Unidos esté dispuesto a sacrificar a miles de millones de personas —dijo Noah, sacudiendo la cabeza.
—No es lo que él quería. Baywater no ha escatimado esfuerzos para detenerme. Ha bombardeado mis fábricas, ha ordenado atentados contra mí. Ha llamado a boicotear mis medicamentos. Ayer mismo escapé por los pelos de un ataque.
—Pero ¿de qué serviría eso? —preguntó Altmann, que aún tenía los ojos cerrados—. ¿Por qué iban a destruir sus fábricas si tres mil millones de personas ya están infectadas?
—Por el ZetFlu —dijo en tono apagado Noah, que de pronto relacionaba unos hechos con otros.
Altmann pestañeó.
—Exacto —confirmó Zaphire la terrible sospecha—. El presidente dice la verdad. La gripe de Manila no existe. Es un invento de los medios controlados por Room 17, como por ejemplo NYN.
Los ojos de Noah se abrieron como platos cuando dijo:
—ZetFlu no funciona como antídoto.
Zaphire asintió.
—Al contrario. ZetFlu favorece que la epidemia se extienda. Lo único que necesitamos para concluir el proyecto Noah es que el mayor número posible de personas tomen el medicamento.
«¡ZetFlu es la fase tres!».
Noah pensó en el cierre del aeropuerto JFK de Nueva York. En los miles de pasajeros a los que se había suministrado ZetFlu con el pretexto de protegerlos de una enfermedad que aún no existía, para después soltarlos de nuevo en avión para que la enfermedad se extendiera por todos los rincones del mundo. Para una organización como Room 17, que tenía enormes medios a su disposición, el cierre de uno de los mayores aeropuertos del mundo seguramente no había sido una empresa demasiado complicada.
—No puede ser. Ninguna institución sanitaria de este mundo autorizaría un medicamento así —protestó Altmann con la voz ronca.
—Claro que sí. Por un lado, parte de esas instituciones están controladas por Room 17. Por otro, la sustancia activa es completamente inocua. Tan inofensiva como el agua. Se puede beber, bañarse o lavarse el pelo en ella. Lo único que no se debe hacer es verterla en una sartén con aceite de oliva caliente. Entonces explota. Algo parecido sucede con el ZetFlu. Por sí solo no es tóxico, solo desarrolla su efecto mortal en la sangre de alguien infectado en la fase uno.
Miró brevemente a Noah, después se dirigió de nuevo a Altmann.
—El auténtico ZetFlu desencadena la fase tres también en personas inmunizadas. Nunca debería haber comprado las pastillas por su cuenta, Adam. Como funcionario de Estados Unidos con un papel importante en la seguridad, fue vacunado en la fase dos y más tarde le suministraron placebo. Pero neutralizó su efecto tomando ZetFlu.
Miró una vez más el reloj, entonces Zaphire se apoyó sobre su muleta y se levantó de la butaca.
—Tengo mucha prisa, John, así que nos ahorraremos la parte en la que me acusas de ser un maníaco que dirige un asesinato en masa para garantizar los intereses de los poderosos. No desperdiciaré el poco tiempo que nos queda explicándote que he liberado una enfermedad democrática y que todas las personas tienen el mismo riesgo de contraerla.
—A no ser que sea uno rico y haya sido vacunado —dijo Altmann y lanzó una carcajada sarcástica.
—Eso no tiene nada que ver con ser pobre o rico. Se seleccionaron dos millones escasos de personajes con habilidades decisivas que restablecieran el orden en la época posterior a Noah. Entre ellas tú, John. —Asintió—. Sí, has oído bien. Tú también estás inmunizado.
Noah se llevó la mano a la garganta. Si eso era cierto, sobreviviría a la pandemia. Miró a Altmann. Nunca se había sentido tan miserable al escuchar una buena noticia.
—Incluso he intentado evitar que los más pobres entre los pobres en los barrios de chabolas caigan víctimas de la pandemia —se justificó Zaphire—. He hecho valer mi influencia para cerrar las favelas y los vertederos para que sus habitantes no puedan conseguir ZetFlu. Al mismo tiempo he alimentado el miedo a la escasez del medicamento entre los ricos. He extendido el rumor de que quiero suministrarlo gratis solo en los países en vías de desarrollo.
Zaphire recogió la segunda muleta del suelo y cojeó hacia Noah hasta estar a un metro escaso de distancia de él. Como al principio del encuentro, se observaron en silencio, y esta vez Zaphire le sostuvo la mirada.
—¿La cinta que supuestamente tengo también contiene este discurso piadoso, papá? —Casi podría decirse que le escupió a Zaphire esta última palabra en la cara.
De pronto una ira casi incontrolable se había encendido en su interior. Al parecer su padre se alegraba de aquel brote emocional, ya que sonreía.
—Sé que te acuerdas de David, del internado y del cuadro que te dio.
Noah asintió inconscientemente.
—¿Y te acuerdas de mí, verdad?
—No.
—De la voz de tu cabeza. Sigue ahí, ¿no?
—¿Por qué sabes…? —Noah se mordió el labio, pero ya se había descubierto.
—Te conozco mejor que tú mismo, John. No solo soy tu padre. Soy tu sostén. Tu único vínculo con tu pasado.
«No, no lo eres».
Noah luchaba contra una certeza que cada vez era más difícil de negar. Era un soldado. Al que habían ordenado encontrar a su propio hermano.
«Crac».
El recuerdo del ruido de la ventana rompiéndose le dolió de nuevo.
«Es demasiado tarde. Ya no puedo esconder el vídeo».
Sintió otra vez un dolor tirante y punzante, y de un momento a otro su cerebro se inundó de imágenes inconexas: la chimenea. La habitación de hotel. Pasaportes. Extendidos sobre la cama.
Su reflejo, que no era su reflejo, sino… «David», que le sonreía: «Roma, Ámsterdam, Mombasa. ¡Aquí está la salvación!».
—¿Sabes lo mal que lo he pasado cuando no sabía dónde te habías metido? —La voz de Zaphire penetró de nuevo en su conciencia y desgarró los débiles hilos del recuerdo. Noah debía de haber seguido mirándolo impasible todo ese tiempo, pero parecía que el anciano no había percibido el flashback, de manera que continuó hablando:
»Si te soy sincero, a día de hoy aún no sé cómo sobreviviste tanto tiempo sin ayuda médica. Una parte de mí estaba segura de que estabas muerto. La otra contaba con ver el vídeo en Internet en cualquier momento.
—Por eso nunca has dejado de buscarme.
—Sí. Y debido a tu enfermedad, debía contar con que en algún momento ya no recordarías tu encargo. Con que en algún momento, como tantas otras veces, te olvidarías de ti mismo.
Otro relámpago iluminó durante una fracción de segundo la zona oscura de la memoria de Noah. Vio que David se acercaba de nuevo a la maleta sobre la cama. «Rápido, antes de que lleguen…».
¡Y sacaba la estilográfica!
—Como ya he dicho —prosiguió Zaphire—, son pocas las experiencias decisivas que se fijan de forma permanente en tu memoria, John. Como por ejemplo el día en que David te abandonó y se fue a otro internado en el que su inteligencia se viera más estimulada, mientras que tú, a causa de tu amnesia, tuviste que quedarte en una escuela que tuviera en cuenta tu situación especial.
—¿Me sacasteis de mi escondite con un cuadro? —preguntó Noah haciendo esfuerzos porque no se le notara nada. Si no se equivocaba, acababa de encontrar en su cabeza la llave a la verdad, y no quería entregársela a su padre por nada del mundo.
—Sabía que en cuanto lo vieras llamarías al número que se indicaba —dijo Zaphire—. Ya ha funcionado varias veces. Es nuestro detonante.
—¿Detonante?
—Sí. Te lo diré una vez más: soy tu ancla. Tu única persona de contacto. Nos reunimos, nos vemos o hablamos cada tres semanas, y yo te cuento cosas sobre tu pasado, como ahora. Normalmente inicio las reuniones como has visto. A veces, cuando tus lagunas son demasiado grandes, te muestro la imagen. Reaccionas de manera muy positiva a ella. Por eso sabía que marcarías el número de teléfono si la veías en el periódico o por televisión. Lo único que no sabía era dónde estabas. Sin embargo, estábamos casi convencidos de que aún estabas escondido en Berlín, pero después de no poder dar contigo durante tanto tiempo, nos temimos que hubieras logrado salir de la ciudad.
—Por eso pusisteis en marcha esa campaña a escala mundial —dijo Noah con voz apagada.
Al contrario que los acontecimientos con su hermano en la suite del hotel, el recuerdo del campamento de periódicos que había levantado con Oscar en la estación de metro aún era reciente, pero al echar la vista atrás a Noah ya le parecía estar mirando a través de unos prismáticos al revés: Oscar, Toto, el artículo, la cabina de teléfono; todo era claramente visible, pero muy pequeño y a una gran distancia. En cambio la indescriptible sensación de tristeza por su compañero había pasado a un primer plano, de tal manera que ni siquiera el enfrentamiento con su padre podía aplacarla.
—La historia de la oferta millonaria por el cuadro fue idea de Kevin Rood, el redactor jefe de NYN. Todos los medios difundieron la historia, no solo los controlados por Room 17. Con éxito, como puedes ver. El cuadro nos ha reunido.
—¿Y si no hubiera dado señales de vida nunca más?
«¿Y si no hubiera encontrado ese periódico?».
—No habría supuesto ninguna diferencia para el proyecto Noah. Lo creas o no, Noah, no solo te buscaba por el vídeo. De hecho, a medida que pasaba el tiempo cada vez era menos importante. Puede que el presidente siga interesado en matarte para encubrir su complicidad y su fracaso a la hora de proteger a la población, a pesar de que me he enterado de que los agentes ya se han retirado y de que se han puesto en marcha las trituradoras de documentos. Y para mí el vídeo tampoco supone ya diferencia alguna. Incluso aunque lo tengas, ya no podrás utilizarlo en mi contra.
—¿Porque me vas a matar?
Noah miró a Altmann, que hacía tiempo que no decía nada. Al parecer el agente se había vuelto a dormir. Dormitaba con la boca abierta y los ojos cerrados, la cabeza echada hacia atrás y apoyado en el radiador. Un delgado hilo rojo de saliva le resbalaba por la barbilla.
—Si hubiera querido que murieras, no estaríamos aquí hablando.
Noah asintió. Pensó en el hombre del Adlon, que no había disparado al jacuzzi cuando tuvo la oportunidad. En los sicarios de la tienda de electrónica, de los que había escapado, al igual que de los secuaces de Ámsterdam. De todo aquello solo hacía unas pocas horas y, si Zaphire tenía razón, ese era el único motivo por el que no se había borrado de la pizarra de su memoria a largo plazo.
—¿Entonces por qué tanto esfuerzo? ¿Por qué me has conducido al Adlon, después a Ámsterdam y finalmente aquí?
—Para despedirme de ti, John.
—Tonterías.
—Si hubiera recibido permiso para aterrizar en Ámsterdam, habría ido al bungalow.
—¿Quién era el hombre que había allí?
Zaphire hizo un gesto despectivo con la mano, como si esa persona no fuera digna de mención.
—El mentor de David. No tiene ninguna importancia en esta historia. No os conocíais, solo tu hermano tenía relación con él. Allí no debías encontrarte con él, sino conmigo. Pero como eso no salió bien, tuve que improvisar con Kilian Brahms para que nos pudiéramos ver en Roma antes de que fuera demasiado tarde.
Zaphire miró otra vez el reloj, mucho más tiempo del necesario. Ni siquiera despegó los ojos de la esfera cuando continuó hablando.
—No me queda mucho tiempo, muchacho. Y con eso no me refiero a la audiencia de medianoche con el Papa, a la que ya llego tarde. Hoy por la tarde, al aterrizar en Roma, he tomado ZetFlu.
—¿Qué estás diciendo?
Zaphire levantó la mirada.
—Ahora estoy infectado. Los primeros síntomas se presentarán en pocas horas. Por eso ya no llevo traje protector.
Noah buscó señales de demencia en su rostro, especialmente en los ojos, pero no las encontró. No había duda. Las convicciones del hombre que posiblemente fuera su padre eran tan firmes que estaba dispuesto a morir por ellas.
—¿Creías que no predicaría con el ejemplo? Cezet también se quitará su traje en cuanto la fase tres haya alcanzado un estadio irreversible y sus servicios ya no sean necesarios. Entonces dejaremos que la naturaleza decida si seguimos con vida o no.
Suspiró.
—Esta es nuestra última conversación, John. Por eso he respondido a todas tus preguntas, a pesar de que pronto lo olvidarás todo. Llámame sentimental, maldita sea. Ya lo fui una vez, cuando salvé de una muerte segura a una niña pequeña que hoy es tu hermanastra. Y ahora no quería perder la oportunidad de hablar contigo una última vez. De padre a hijo.
Zaphire le tendió la mano, pero Noah se apartó.
—No tengas miedo. Ya no. Por favor. —Sus ojos brillaban. Noah sintió asco al distinguir en ellos el deseo del anciano de estrecharle entre sus brazos.
—Quiero ser sincero contigo, John. Si hubieras sabido dónde estaba el vídeo, te habría matado. No habría permitido que detuvieras el proyecto Noah en el último segundo. Ninguna vida es más importante que la supervivencia de la Tierra.
—¿Y si ya lo tuviera?
—Lo sabría. Lo vería. Sabes de qué estoy hablando. Tú también distingues el bien del mal y las mentiras de la sinceridad cuando las tienes delante. Esa habilidad la heredaste de mí.
Noah apartó la mirada, como si quisiera apartarse de la verdad que contenían las palabras de Zaphire.
—Morirás en vano —dijo casi con terquedad—. El presidente ya ha informado a la población de que la gripe de Manila no existe.
—¿Y crees que le harán caso?
Noah asintió.
—Puede que haya rebeldes. Pero la mayoría respetará los toques de queda. Se quedarán en casa. Renunciarán al ZetFlu.
—Eres muy listo, John. Quizá tengas razón. Pero ¿cómo crees que reaccionará el Papa cuando le muestre las imágenes de personas moribundas? ¿De Brasil, de África, de Filipinas? De personas acordonadas por el ejército en los barrios de chabolas porque quiere prohibírseles el acceso al medicamento que los salvaría. A los que se rocía con un desinfectante inútil en lugar de darles medicamentos eficaces. ¿Cómo reaccionará cuando le pida que me permita suministrar a sus fieles más pobres las vacunas gratuitas autorizadas que Estados Unidos quiere arrebatarles a los oprimidos, porque tiene miedo de que no haya suficientes pastillas para los ciudadanos privilegiados? Le recomendaré al Papa que se ponga del lado de los débiles. Sus palabras tendrán más peso que las del presidente, ¿no crees? Especialmente cuando él mismo esté contagiado después de mi visita.
Un tirón visible recorrió su cuerpo.
—Ahora me iré, John. Para siempre.
Pasó junto a Noah cojeando asombrosamente rápido y golpeó la puerta con una de las muletas. Cezet se presentó al momento. Abrió la puerta y apuntó a Noah con el arma. Apenas prestó atención a Altmann. Aparte del peligro de contagio, del que se protegía con el traje, no suponía ninguna amenaza. El agente se había desplomado de nuevo hacia un lado y estaba tumbado inconsciente con la cabeza sobre la alfombra.
—He disfrutado mucho del tiempo que pasamos juntos, John, a pesar de que no siempre hayamos estado de acuerdo.
Zaphire sonrió triste y señaló el armario empotrado.
—Ahí dentro tienes agua y comida para las próximas semanas. He dispuesto que te dejen salir de aquí dentro de seis semanas.
«En cuanto no me acuerde de nada».
—¡No puedes hacer eso! —dijo Noah, a pesar de que sabía que Zaphire también tenía razón a ese respecto.
Su padre no había ido a Roma por él. Ni por el vídeo. Sino para concluir definitivamente el proyecto Noah.
Y ahora que la puerta se había cerrado tras él y que también la habían atrancado desde fuera, no había nada que pudiera hacer para impedir la catástrofe.