—¿Qué encargo?
Fue Altmann quien formuló con voz febril la pregunta, cuya respuesta era Noah quien más temía.
Zaphire carraspeó, pero su voz sonó tomada de todas formas.
—Sucedió hace pocos meses. Tu hermano empezó a mostrar reparos. Se enamoró de una ayudante de laboratorio. Y de repente su propio destino le parecía más importante que el de miles de millones de personas a las que dejamos morir de hambre y de sed por culpa de nuestro modo de vida, cuando no las azuzamos en guerras sin sentido por los recursos menguantes.
Noah asintió. Poco a poco todo encajaba.
—David quería destapar vuestras actividades. ¿Con un vídeo de la reunión en la que hablasteis del asesinato en masa?
—En la que decidimos la fase tres, sí. Como director del departamento de investigación estaba autorizado en todos los niveles de seguridad. No sabía que nos estaba grabando en secreto. David me chantajeó. Quería publicar el vídeo.
«Con ayuda de Anonymous Force, una fuente que despierta mucha expectación, cuyas noticias no acabarían como fantasías en una página de teorías conspirativas», pensó Noah.
—El vídeo desvela cómo se desataría la epidemia, cómo funciona el antídoto. Quién está implicado en el proyecto Noah. David quería que se difundiera por todo el mundo a modo de advertencia. Por eso se vio aquí en Roma con Kilian Brahms.
—Pero ¿no le dio la grabación?
—Eso sucedería en una segunda cita en Berlín.
«Que no llegó a producirse nunca porque David fue asesinado antes».
Noah volvió a abrir los puños solo para cerrarlos con más fuerza.
—¡Obligasteis a Kilian a mentirme para atraernos a esta trampa!
Se trataba de una afirmación más que de una pregunta.
—Así es.
—¿Por qué?
Zaphire se frotó los ojos como un niño cansado.
—Tu encargo consistía en rastrear a David en Europa.
—¿Yo sabía que…
«… alguien lo mataría?».
—No —respondió Zaphire a la pregunta que no había llegado a formular—. Solo tenías que encontrarlo y llevarte el vídeo. Habíamos hablado a menudo acerca del proyecto Noah, John. Pero nunca te puse al corriente de todo porque sabía que jamás te convencería.
—¿Entonces por qué podía ser uno de tus «soldados», como has dicho?
—Porque es tu naturaleza, John. Cada persona tiene un talento especial que la hace única. En tu caso es matar. La rabia por tu destino, que te condena a vivir en soledad, te ha empujado a perfeccionar tu talento. Y yo lo he fomentado.
—¿Me estás diciendo que mato a inocentes? ¿Por encargo de una organización cuyos objetivos no comparto?
Zaphire levantó una mano en señal conciliadora.
—No, no lo haces. Sí que trabajas para mí y para Room 17, pero nunca has apoyado el proyecto Noah. Sin embargo, tu aversión era tan grande como tu amor.
—¿Hacia quién?
—Hacia mí.
—¡Ja! —Noah dejó escapar una risa incrédula.
—No te miento —insistió Zaphire—. Tenemos una relación estrecha, John. Muy estrecha. —Suspiró, como si no esperara que su hijo le creyera, pero de todas formas se explicó—: Los autores de atentados, los sicarios contratados por el Gobierno que debían callarme para siempre, también eran tus enemigos. Mientras Cezet se quedaba a mi lado para protegerme de ataques y secuestros, tú rastreabas y eliminabas a las personas que pretendían atentar contra mi vida.
Noah abrió la boca sin saber qué decir. La cantidad de verdades que su padre le exigía procesar le estaban provocando dolor de cabeza. Necesitaba un momento para concentrarse. Entonces dijo:
—Pero a David no, ¿verdad?
—No, a tu hermano no.
—¿Qué sucedió después de que le encontrara en Berlín?
Zaphire respiró con dificultad. El recuerdo parecía afligirlo.
—Como ya he dicho, John, tú no tenías ni idea de que la fase tres ya se había iniciado. De todos modos David te lo contó todo.
Noah frunció el ceño.
—¿Por qué sabes tú eso?
—Room 17 tiene informadores por todas partes. Ayer te reencontraste con uno de ellos. Se llama Vandenberg. El jefe de seguridad del Adlon. Después de que me informaras de dónde estaba David, Vandenberg instaló micrófonos en su suite. A partir de los informes de las escuchas concluimos que David te había entregado el vídeo.
—¿Quieres decir antes de que ordenaras que le dispararan?
—¿Por quién me tomas? —se indignó Zaphire.
«Por un segundo Adolf Hitler. Un hombre que justifica la eutanasia con argumentos megalómanos».
—No he matado a mi hijo. —Miró a Altmann—. Él es el responsable de eso. —El rostro arrugado hablaba con puro odio—. Me habría gustado estrangularlo con mis propias manos por el asesinato de David. Pero verlo morir me produce aún más satisfacción.
Altmann protestó.
—No tengo nada que ver con la muerte de su hijo.
—Entonces alguno de sus compañeros —bufó Zaphire—. Tienes que creerme, John. Solo quería recuperar el vídeo. Pero el Gobierno quería mataros. Y en el caso de David los asesinos a sueldo tuvieron éxito. Un francotirador apostado en el tejado de la embajada le disparó antes de que pudiéramos tomaros bajo custodia. Unos pocos minutos más y mis tropas de intervención habrían llegado al lugar de los hechos.
Noah oyó una vez más el cristal hacerse pedazos, sintió el dolor otra vez. Pero en esa ocasión no fue en su hombro, sino en su mano. Sorprendido miró el punto en el que estaba torpemente tatuado.
«Noah…».
Mientras tanto Zaphire explicó que sus hombres se habían precipitado en la suite poco después del disparo mortal, cuando Noah ya había huido. Con ayuda de Vandenberg habían hecho desaparecer el cadáver y habían salido en su busca sin éxito.
—Quería encontrarte, John. No solo porque tuvieras el vídeo. Sino porque eres mi hijo. Ese cerdo en cambio —Zaphire señaló a Altmann— quería matarte a tiros.
—Pero ¿por qué? —preguntó Altmann pensativo. Señaló a Noah y se limpió la boca con el brazo. La sangre rojo oscuro empapaba las fibras del albornoz—. ¿Por qué tenía la orden de asesinar al hombre que podía salvar la vida de miles de millones de personas?
Noah dejó de mirar fijamente la palma de su mano. Se le ocurrió una idea inconcebible.
—El Gobierno está implicado, ¿verdad? —preguntó a su padre.
Altmann negó con la cabeza.
—¿Crees que el presidente desearía la muerte de la mitad de la raza humana? —preguntó.
—No. Claro que no —le dio la razón Zaphire al agente, y miró de nuevo su reloj—. Es mucho más complicado que eso.