Manila, Filipinas
Efectivamente Marlon había logrado conducirlos sanos y salvos al aparcamiento ante el almacén de Quezon City en el que los médicos de la organización humanitaria Worldsaver habían levantado su gigantesco hospital de campaña. Apenas se hubieron deslizado a través de la valla metálica que rodeaba el cementerio de contenedores, se alzó ante ellos tan alto y ancho como un hangar. Ahora estaban sobre una pequeña colina y observaban el campamento desde arriba.
—Está lleno de camas y medicamentos para al menos cincuenta personas, si no para cien —les había prometido Marlon, y había dicho la verdad.
Por desgracia.
Cien camas no eran ni mucho menos suficientes para la masa de personas que acudía en busca de ayuda. Alicia había perdido toda esperanza de que su hijo sobreviviera hasta el día siguiente.
—En algún lugar debe de haber una fuga —dijo Marlon como única explicación sensata a la tragedia que tenía lugar ante sus ojos—. Alguna salida sin vigilar. Si no, no me explico cómo puede haber tanta gente aquí.
—Yo cuento quinientos treinta y dos —dijo Jay, que al parecer había puesto en práctica lo que Gustavo una vez le había explicado como «fotografía de la memoria». Una imagen mental que su hijo podía tomar con los ojos para después descomponerla en diferentes partes en su cerebro. A Alicia el talento de su hijo le resultaba un poco inquietante a veces, pero en ese momento estaba más preocupada por el resultado de su análisis.
«¿Quinientas treinta y dos personas?».
El lugar estaba protegido hacia la carretera por verjas tan altas como una persona, y había una segunda hilera justo delante de la entrada a la tienda, lo que producía el efecto de una jaula que acorralaba a los que esperaban.
Alicia sintió que le ardían los ojos y se volvió, miró hacia los rascacielos con sus fachadas espejadas. Para conservar el orgullo y no llorar, no delante de su hijo mayor, intentó recordar algo positivo, ya que la hermana Silvania, que a veces los visitaba en las chabolas, le había dicho que los pensamientos positivos eran buenos para producir leche materna. Y eso era lo único que recibiría Noel hoy, si es que lo lograba. Ya que de Worldsaver no podían esperar ayuda alguna. Nadie de los cientos de personas que se apretujaban en la entrada cerrada podía esperarla.
«Son demasiados».
Demasiados que habían debido de salir de la barriada por alguna salida sin vigilancia. O que venían de alguno de los otros miles de barrios de chabolas del área de Manila.
—¿Por qué no hay soldados aquí? —quiso saber Jay.
—Porque han tapado la fuga —respondió Marlon, señalando la carretera de acceso que tenía delante. Estaba vacía excepto por unos cuantos perros callejeros. Nadie más trataba de abrirse paso hacia el campamento.
—La situación se ha solucionado. Y aquellos que han logrado salir les da igual. Mira.
La verja exterior de la esquina izquierda se tambaleaba amenazadora porque varios hombres trataban de escalarla. La multitud aún estaba relativamente tranquila y formaba una cola casi ordenada ante la entrada de la tienda de campaña. Nadie atosigaba a la monja con la carpeta que en ese momento no dejaba pasar a nadie. Pero era cuestión de tiempo que una pequeña pelea desencadenara los primeros tumultos y después el pánico, y que el gentío se abalanzara sobre las verjas y derribara los toldos.
—Volvamos —dijo Alicia, y ya se estaba volviendo cuando Marlon la agarró del brazo con firmeza.
—¿Volver? ¿Por el agujero de mierda hasta la «estación final»? ¿Por qué? Para estirar la pata te da igual estar fuera que dentro.
—¿Tienes un plan mejor? —preguntó.
—Quizá.
Señaló un camión aparcado detrás de la tienda de campaña, en el almacén abierto. Una raja atravesaba el parabrisas. Los neumáticos delanteros estaban pinchados.
—¿Qué pasa con eso? —preguntó Alicia.
—Ahí vive Heinz.
«¿Heinz?».
Alicia recordaba vagamente el extraño nombre que Jay le había mencionado la noche anterior.
«Heinz es un hombre amable. Es bueno con nosotros».
—Se ocupa de los niños de la basura.
—¿Y?
—Y esa es su casa. Vive en el camión con el que Worldsaver transporta los medicamentos.
—¿Y quieres ir donde él sin más?
—Sí. Puede darnos de todo. La medicina contra la epidemia. Y alimento para el bebé.
Automáticamente apretó a Noel más fuerte contra su cuerpo.
—¿Tú ves cuánta gente está suplicando allí abajo que les dejen entrar? No podremos llegar al recinto, y mucho menos al camión. Y aunque así fuera, ¿por qué nos iba a ayudar ese hombre precisamente a nosotros?
—Porque Heinz es buena persona —dijo Jay, sonriendo confiado.
—Tonterías. —Marlon chutó un vaso de cartón que había junto a sus pies. Se levantó polvo y formó una nube de suciedad.
—No es bueno. Pero es un hombre de negocios.
—¿Hombre de negocios? ¡Pero si no tenemos dinero! —dijo Alicia con voz desesperada—. No tenemos nada que ofrecerle.
—Sí que lo tenemos —dijo Marlon serio mientras recorría el cuerpo de Alicia con la mirada.