Manila, Filipinas
Noel estaba dormido. Su respiración era tan superficial e imperceptible que Alicia se inclinaba cada dos minutos sobre la cesta de bicicleta, que Jay había encontrado en la basura y había convertido en una cuna provisional, para comprobar si el bebé aún vivía. Noel estaba tumbado sobre un lecho de periódicos y porexpan, y hacía horas que no lloraba ni movía los bracitos.
«Parece tan tranquilo…», pensó Alicia, aunque sabía que la luz la engañaba.
«Todo parece tranquilo a la luz de las velas».
Hacía tiempo que había oscurecido, y otra vez no había corriente. Un día más que se acercaba a su desolador final.
«Como el niño ante mis ojos».
—… Es cierto. ¿Alicia? Eh. ¿Me has entendido?
—¿Cómo dices? —Apartó su mirada del bebé y miró a Marlon, al que efectivamente apenas había escuchado desde que había entrado diez minutos antes en la cabaña con las palabras «tengo un plan».
»Lo siento. ¿Qué has dicho?
Marlon estaba despatarrado sobre el saco que servía a Jay como cama, e hizo rodar los ojos nervioso.
—He dicho que he estado con la gente de Edwin, y me lo han confirmado: estamos completamente rodeados. Un mensajero ha intentado atravesar la valla de alambre de espino por el lado oeste hacia el vertedero. Miro, lo conoces.
—¿El pequeño?
Tenía cinco años como máximo y aún tenía todos los dientes de leche.
—Ese. Una patrulla callejera lo descubrió. Le dispararon en la cabeza cuando intentó entregarse.
Alicia sacudió la cabeza.
«¿Le habrán pedido dinero que no tenía?».
Se preguntó si habrían matado al pequeño por cinco dólares, si ese era efectivamente el peaje, tal y como había afirmado el matrimonio de «la ciénaga».
—No me lo creo, Marlon.
—Pues deberías —oyó Alicia decir tras ella. Se volvió rápidamente.
—¡Jay! —exclamó enfadada cuando vio de pronto a su hijo mayor en la cabaña—. ¿Dónde demonios has estado todo este tiem…? —Se llevó la mano a la boca asustada, y en lugar de terminar la frase, preguntó—: ¿Qué ha pasado?
—Nada, mamá.
—¿Nada? —Levantó la vela de su base e iluminó la cara de su hijo—. Dios mío, pero si estás sangrando. ¿Y qué ha pasado con tus cosas?
Efectivamente, la mitad derecha de la cara de Jay estaba ensangrentada desde la sien hasta la barbilla, y su camiseta estaba desgarrada. Estaba descalzo, a pesar de que sus zapatillas ya no estaban junto a su cama, lo que significaba que había salido de la cabaña con ellas al dormirse ella por un momento.
—Me han atracado —reconoció Jay a regañadientes.
—¿Atracado? ¿Quién te ha atracado?
—No importa —declaró Jay, y le lanzó a Alicia una mirada implorante para que no lo atosigara más. No delante de Marlon. Al parecer le daba vergüenza que su madre lo tratara como a un niño pequeño delante de su primo.
—Buscabas una salida —dijo Marlon con aprobación. Sonó más como una afirmación que como una pregunta. Jay asintió brevemente, pero Alicia sospechaba que su hijo solo quería zanjar el tema. Normalmente le notaba en la cara si le estaba mintiendo o no, pero a la luz de las velas y con la cantidad de sangre que tenía en el rostro, no fue capaz.
—Lo importante es que has vuelto —dijo ella y reprimió el impulso de pasarle la mano por el pelo rebelde. Cogió una cazuela y vertió en ella algo de agua de una botella de plástico. Entonces sumergió un trapo en el agua y se lo tendió a Jay para que se limpiara.
Un helicóptero se acercó volando a baja altura, y nadie dijo una sola palabra hasta que el ruido del rotor disminuyó.
—¿Cómo está? —preguntó Jay con la vista puesta en Noel en la cesta.
Alicia suspiró y luchó por encontrar las palabras.
—Tenemos que sacarlo de aquí enseguida —respondió finalmente Marlon por ella. Jay le dio la razón.
—Sí, ¿pero adónde?
«¿Y cómo?».
Marlon se puso de pie.
—¿Os acordáis de la vacuna del año pasado?
Jay asintió, Alicia también sabía de qué hablaba Marlon.
Una organización humanitaria había montado una enfermería gratuita en un campamento sobre el terreno, y había vacunado contra la polio, el tétanos y la difteria exclusivamente a pobres y a necesitados.
—Los médicos de Worldsaver están aquí otra vez. Esta vez con algo que cura la nueva gripe, lo han dicho por la tele.
«¿Un remedio?».
—Pero entonces, si hay medicamentos, ¿por qué nos encierran aquí? —preguntó Alicia sorprendida, y miró de nuevo a Noel, sobre cuya nariz brillaban pequeñas perlas de sudor.
«¿Por qué estamos en cuarentena si no suponemos ningún peligro?».
—Porque no hay suficiente sustancia para todos —respondió Marlon—. Las fábricas de su propietario han sufrido ataques. Ya sabes, ese del nombre raro.
«Zaphire». Alicia se acordaba.
—Desde entonces no consiguen sacar adelante la producción de las pastillas. Y los ricos tienen miedo de que no quede para ellos si toda Quezon City se pone en marcha.
Se frotó los ojos. De pronto Marlon parecía tremendamente cansado, y Alicia se preguntó cuándo habría sido la última vez que había dormido más de cuatro horas.
—Muy bien —oyó decir a Jay, que había perdido las ganas de limpiarse la sangre de la cara—. Los médicos han vuelto. Pero ¿cómo demonios vamos a llegar hasta ellos sin que nos disparen?
—Tenemos que ir por la fosa —dijo Marlon.
«¿La fosa? ¡No!».
—Te has vuelto loco —protestó Alicia—. Es imposible que lo digas en serio.
«Yo no bajo ahí ni loca».
—Así es —dijo Marlon, y miró alternativamente a Jay y a Alicia—. Sé que parece un suicidio, pero yo conozco la zona. Podemos conseguirlo.
Dio una palmada, de manera que la llama de la vela titiló.
—Solo necesitamos una linterna.