Nunca antes había disparado un arma. Ni había experimentado la violencia del retroceso en el brazo. Ni había matado a una persona.
Podía ver en los ojos de Celine que era su primera vez.
Vio que en el mismo instante en que había apretado el dedo, había deseado deshacer lo que había hecho. Lo sentía. Lo olía.
El olor a desesperación tenía la misma nota de fondo que el miedo: un aroma amargo que taponaba los conductos nasales. También sentía el hedor acre que había llenado la habitación después del disparo.
La mirada de Celine buscaba un lugar en la habitación en el que posarse. Él también podía ver que a ella le habría gustado detener el tiempo. Le habría gustado rebobinar toda su vida como un viejo vídeo y ponerlo otra vez desde el principio con la esperanza de ver una película mejor en la repetición. Una que no le hiciera pedazos. Una en la que le volara la cabeza a su violador, tal y como había planeado.
Y no a Amber.
Noah la había obligado a ir delante. A pesar de su pie destrozado. A modo de escudo humano.
La secuestradora murió en silencio. Con los labios cerrados, sin lamentos, sin gemidos.
Al igual que el guardián semidesnudo, a quien Noah le metió una bala en el cerebro cuando este intentó coger del suelo el arma que se le había caído a Celine Henderson.