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«Si conoces a tu adversario, no debes temer el desenlace de mil batallas».

El viejo sin rostro de voz sonora había aparecido de nuevo en su cabeza, y le había dicho a Noah lo que él ya sabía: «No quieren matarte. Así que apenas te estás arriesgando. Haz como si quisieras hacer entrar en razón a Oscar, simula una bofetada, agarra una de las cadenas detrás de ti y enróllasela al hombre enmascarado al cuello para que se lleve la mano a la garganta instintivamente, lo que te permitirá alcanzar su ametralladora. El resto es un juego de niños».

Pam. Pam. «Dos veces en la cabeza de Elvis». Y pam. «Una en la de su cómplice enmascarado».

Este último colgaba inerte de la cadena anudada a su cabeza, mientras que el cuerpo sin vida de Elvis había quedado en una postura extraña. Casi parecía que se hubiera arrodillado ante Oscar y besara el barro a sus pies.

—¿Era eso realmente necesario? —preguntó la mujer con una voz claramente diferente. Ahora interpretaba el papel de fría amazona. En realidad, tal y como revelaban sus pupilas dilatadas por el horror, el inesperado cambio de papeles le provocaba un miedo difícil de controlar. Ahora fue ella la que tuvo que entrar en la penumbra de la furgoneta y colocarse las cadenas por orden de Noah. Este comprobó que estaba bien sujeta, y entonces se volvió hacia la parte delantera del vehículo.

Una luna cubierta con una membrana de plástico opaca hacía las veces de barrera visual entre la zona de la carga y la cabina de pasajeros. Noah rompió el cristal con el cañón de la ametralladora y desencajó la luna junto con la goma aislante. Entonces se dirigió a Oscar, que seguía fuera bajo la llovizna como clavado al suelo.

—¿Sabes conducir?

Su compañero levantó la cabeza y pareció estar mirando a través de Noah. La mirada de Oscar volvía a ser tan vidriosa como en el taxi, poco después de haber huido del Adlon.

—¿Te ves capaz? —Noah hizo un breve gesto con la cabeza en dirección al volante.

«Maldita sea, ¿tendrá carné de conducir?».

Oscar se inclinó hacia Elvis y le quitó la llave del vehículo de la mano. Actuaba como en trance, moviéndose como a cámara lenta. Noah no le metió prisa. Si alguien hubiera oído los disparos, ya haría tiempo que estaría en camino. Sin embargo, lo más probable era que la obra estuviera vacía los fines de semana, de lo contrario los secuestradores no la habrían elegido para aparcar. Y las personas inmersas en el caos de la estación seguramente tenían otros muchos problemas para preocuparse por una explosión de motor.

Mientras Oscar se arrastraba rodeando la furgoneta, Noah se bajó de ella y metió el cadáver de Elvis en el vehículo. Entonces revisó los bolsillos de su chaqueta y recuperó lo que la mujer le había arrebatado antes: dinero, pasaportes, móvil y las dos pistolas. La suya propia y la del secuestrador. A Oscar solamente le habían quitado un pequeño billetero de cuero mugriento. Noah se lo guardó todo bajo la mirada silenciosa de la mujer. Después liberó al cómplice enmascarado de las cadenas y comprobó las palmas de las manos tanto de este como de Elvis.

«Room 17».

El mismo tatuaje en todos ellos.

¿Se cerraría aquí el círculo? En cualquier caso parecía tratarse de un círculo demencial.

—Seis, seis, seis. Ya lo decía yo, esto iba a acabar mal —oyó decir a Oscar al abrir la puerta del conductor. Sonaba como si estuviera manteniendo una conversación desesperada consigo mismo.

Noah empujó al hombre enmascarado hacia el banco bajo el que antes había colocado a Elvis. Después de haber cerrado desde dentro las puertas, se sentó frente a su secuestradora encadenada.

—¡Conduce! —le gritó a Oscar, que se había situado ante el volante musitando palabras incomprensibles. Su cuerpo corto y su enorme cabeza rizada le daban el aspecto de un osito de peluche que apenas llegaba al salpicadero.

—¿Hacia dónde? —preguntó Oscar y arrancó el motor. Su voz sonaba mecánica.

«Típico de personas en estado de shock».

La furgoneta vibró. El olor a gasolina se mezcló con el de disolvente de pintura.

—Te lo diré enseguida. Por ahora busca una salida de esta obra, pero no la salida principal. Tiene que haber una apartada de la Centraal Station.

«Si no, no habrían elegido la obra para aparcar su vehículo de fuga. Seguro que no planeaban quedarse atrapados en el atasco conmigo dentro».

La furgoneta se puso en marcha a trompicones. Se bamboleaba como un coche de caballos debido a las irregularidades del terreno fangoso. Las cadenas de metal a las que tendrían que haber estado atados Noah y Oscar golpeaban la pared desnuda del vehículo.

—Dígame cuál es nuestro destino —exigió Noah a la mujer. Daba la impresión de haberse controlado un poco, pero de todas formas, con esa postura forzada, le resultaba difícil parecer calmada. Las cadenas eran tan cortas que sus manos esposadas colgaban junto a su cabeza.

—¿Qué pretende hacer, Rambo? ¿Dispararme si no se lo digo?

Los bancos de la furgoneta estaban tan juntos que Noah solo tuvo que inclinarse ligeramente hacia delante para cachear a la mujer.

Su cuerpo bajo el plumífero era huesudo al tacto. Los pechos, los cuales se dejó palpar sin pestañear, tenían una firmeza artificial y posiblemente estaban operados. Aparte del móvil con el que había establecido la conexión con Celine, no llevaba nada consigo. Ningún arma. Ningún objeto personal que permitiera sacar conclusiones sobre su identidad.

Noah cogió la ametralladora, que había dejado un momento sobre el banco, y apuntó con su cañón directamente hacia la rodilla de la mujer.

—¿Quién es usted?

—Celine me llama Amber, al parecer le recuerdo a una antigua compañera de colegio. Puede utilizar ese nombre si quiere, es tan bueno como cualquier otro.

La furgoneta redujo la velocidad. Noah miró hacia delante y vio que el camino sin asfaltar pasaba junto a una zanja.

—De acuerdo. Si responde a mi siguiente pregunta de forma tan insuficiente, Amber, le dispararé en la rodilla.

—¿Y qué es lo que quiere saber?

—Empecemos por el principio: ¿para quién trabaja? ¿Para el Club Bilderberg? ¿Para Room 17?

El interés hizo que los ojos se le encendieran.

—¿Es eso lo que recuerda?

—Oscar me ha hablado de ello.

—Entonces no puedo hacer ningún comentario al respecto.

Noah disparó.

No a la rodilla. Eso apenas le habría dejado margen para intensificar la tortura. Por el momento se había conformado con destrozarle a Amber el dedo meñique del pie a través del zapato de tacón.

«Consecuencias mínimas. Máximos resultados».

Amber abrió mucho los ojos cuando el dolor arrasó su cuerpo como una ola de ácido. Gritó. Al igual que Oscar, que pisó el freno a fondo, al tiempo que Amber se estremecía sujetándose a las cadenas. Y lanzó un chillido desgarrador.

—¿Qué has hecho? —exclamó Oscar conmocionado. En su mirada había algo más intenso que simple horror: repugnancia.

«Lo que he hecho es no perder el tiempo».

—¡Sigue conduciendo! —le gritó Noah. Tuvo que chillar porque de lo contrario no habría podido hacerse oír por encima de los aullidos agónicos de Amber, que aumentaron cuando le quitó el zapato.

—¿Cómo has podido…?

«¿Disparar a una mujer que hace tres minutos ha ordenado que te mataran?».

Noah no reaccionó a los reproches de Oscar. Tenía que concentrarse completamente en el objeto de su interrogatorio.

—Bueno, comencemos de nuevo —dijo cuando los gritos de dolor de Amber se transformaron en un gimoteo ahogado y torturado—. ¿Para quién trabaja?

—Esho, esho… —Su boca se había llenado de saliva y seseaba al hablar—. Esho no puedo decírshelo.

El tormento que estaba sufriendo desfiguraba su hermoso rostro en una mueca horrible. La frente le comenzó a sudar. Era evidente que no se atrevía a apoyar el pie herido, ni siquiera el talón. La sangre le resbalaba por él hasta el suelo de chapa de la furgoneta.

—Conduce de una vez —le gritó a Oscar, que finalmente obedeció, aunque entre protestas.

—Estás loco. Te has vuelto completamente loco.

«Me lo dice el hombre que vive en un túnel del metro».

Por lo menos el disparo parecía haber disipado el velo del trance en el que había estado sumido Oscar hasta entonces. Su actitud ya no era indiferente, su voz ya no era monótona. Todo lo contrario: estaba furioso, y lo expresaba en su manera de conducir. El vehículo se bamboleaba todavía más debido a la velocidad, notablemente mayor.

—¡Y al parecer yo también me he vuelto loco!

Noah se volvió hacia Amber, levantó el dedo índice y lo acercó peligrosamente a donde había estado su dedo meñique.

—¡No! —gritó, y trató de encoger la pierna.

—Entonces dígame quién soy y qué quiere de mí.

Noah dejó el dedo en el aire a modo de amenaza.

—Ashi… —Tragó saliva, entonces habló con más claridad, a pesar de que le costaba respirar—. Ashi no esh como funcionan lash coshash.

—¿Por qué?

—Porque ushted…, porque ha perdido su memoria episódica a largo plazo.

—¿Qué significa eso?

Ella tragó saliva otra vez, después se secó el sudor con el dorso de la mano. Su pie seguía suspendido en el aire.

—Su conocimiento objetivo está intacto, ¿verdad? El ámbito procedimental también, es decir, el área de su cerebro en el que se almacenan patrones de comportamiento complejos.

«¿Como por ejemplo cómo matar? ¿Cómo torturar? ¿Cómo atormentar?».

—Es solo a su pasado personal… —tosió y tuvo que interrumpir brevemente su exposición—… a lo que no puede regresar. Nosotros opinamos…

—¿Quién es «nosotros»?

Cerró los ojos, trató de controlar su respiración mientras otra oleada de dolor parecía recorrerla.

—A eso quiero llegar. No puedo decirle quiénes somos o quién es usted porque debe averiguarlo por sí mismo.

Noah tocó el muñón de su dedo. Lo hizo suavemente, pero eso ya provocó la misma reacción que hubiera tenido una persona sana si le hubieran arrancado una uña del pie.

—Noooooooo… —resolló como un perro. Estiró de las cadenas. Jadeó palabras incomprensibles. Noah miró de nuevo hacia delante, identificó una flecha verde en una señal que le recordó a un símbolo de salida y le indicó a Oscar que tomara esa dirección.

—Bueno, otra vez desde el principio —declaró cuando Amber pareció ser capaz de nuevo de pronunciar palabras medianamente inteligibles—. Dígame todo lo que quiero saber.

—No —gimió.

—¿No?

Esta vez acercó la punta de la ametralladora al radio de dolor de su dedo destrozado.

—Escúcheme, por favor. Cualquier información que le dé bloqueará su propia actividad mental. Debe recordarlo usted mismo. —Amber prácticamente escupía las frases. La saliva le salpicó en la cara como antes había hecho la sangre de los dos asesinos.

—¿Recordar qué?

Para su asombro, ella le dio una respuesta, aunque no fuera satisfactoria:

—Información que necesitamos rápida y urgentemente.

—¿Se trata de un vídeo?

Su mirada se encendió de nuevo.

—¿Eso también se lo ha dicho Oscar?

—Lo he soñado —admitió.

«Si quieres información franca, tú también tendrás que ser sincero».

Por un momento de irrealidad se preguntó si Amber también oía la voz de su cabeza. Por alguna razón esta intentaba sonreír.

—Bien, muy bien —dijo, jadeando aún con fuerza—. Entonces parece que los desencadenantes sí que están funcionando.

No hizo falta que le explicara a Noah de qué estaba hablando. La suite, la maleta, los pasaportes, la reserva del tren; le habían presentado aperitivos de su pasado con la esperanza de obtener recuerdos de la cantera sepultada de su memoria.

—¿Y qué se proponía usted?

«¿Si Elvis aún respirara y el hombre enmascarado aún parpadeara? ¿Si yo estuviera en su lugar?».

—Teníamos un plan detallado en caso de que usted reapareciera —dijo con dificultad—. El primer paso era sacarlo de la ciudad inadvertidamente antes de que le mataran.

Noah botó del asiento debido a una ondulación del terreno sobre la que condujo Oscar. Amber tampoco pudo mantener el equilibrio y apoyó el pie sin querer. Gritó tan fuerte que Oscar se volvió sin dejar de conducir.

—Bien. Paso uno completado, estoy en Ámsterdam. ¿Cuál era el paso dos de su plan? —prosiguió Noah con el interrogatorio.

—Debíamos llevarlo a un bungalow —respondió gimiendo—. En el bosque.

—¿Para que recordara algo allí?

—Ni idea. —Amber tragó saliva, se pasó la mano otra vez por la frente y esparció el sudor. Noah descubrió un pequeño grano en el nacimiento del pelo, el primer defecto de su cuerpo, sin contar el dedo destrozado por el disparo.

»Estoy al corriente de muchos procedimientos, pero no de todos. No sé lo que iba a pasar allí exactamente. El destino exacto solo se nos comunicó después de haber aterrizado.

«El destino».

Noah se rascó pensativo el nacimiento del pelo en la nuca y observó la ametralladora en su mano derecha.

«Cinco muertos. Una periodista retenida. Secuestrada en un vuelo nocturno que ha atravesado el Atlántico, organizado en el último momento desde Estados Unidos».

—Debe de tratarse de una información increíblemente importante, teniendo en cuenta el despliegue que están llevando a cabo.

Amber cerró los ojos con fuerza, pero esta vez no era de dolor.

—No tiene usted ni idea —dijo.

Noah asintió.

—Precisamente ese es mi problema.

«No tengo ni idea. Ni la más mínima idea».

—¿Dónde está exactamente esa casa?

Amber le miró a los ojos en silencio.

Él hizo como si quisiera dar otro golpe a su muñón ensangrentado, pero no fue necesario.

—Está bien, está bien —exclamó—. A un lado de la radio hay un botón. En la parte exterior izquierda. Lleva inscrita la palabra NAV.

—¿El sistema de navegación?

—Sí.

Amber hablaba tan fuerte que Oscar también la oía.

—Encienda el navegador. El destino está guardado.