—¿Situación?
—Compleja.
Altmann entrecerró los ojos. Noah lo había visto y se había retirado a un pasillo en el que según los planos había dos cuartos de lavandería y un montacargas.
«Vaya marrón».
—¿Por qué no ha completado el trabajo? —quiso saber la voz femenina en su oreja.
—¿Por qué no me habían dicho nada del tercer hombre?
Altmann metió de nuevo la pistola en su funda, regresó a la suite de la que Noah y Oscar acababan de escapar delante de sus narices, y cerró la puerta.
—¿El tercero?
—Cuando he entrado, ya había alguien allí.
—¿Quién?
—¡Eso mismo le estoy preguntando!
Altmann se dirigió al cuarto de baño y contempló la escabechina. Teniendo en cuenta la temperatura de la calefacción del suelo, el clean-team debía darse prisa si no querían que el olor se extendiera por todo el edificio. Los sistemas de ventilación de los hoteles muchas veces estaban conectados entre sí.
Altmann se arrodilló e hizo una foto del hombre con el móvil, que envió a la central.
Era joven, por lo menos más joven que él.
«No tiene ni treinta años».
Un asesino, no había duda. También estaba claro que se trataba de un profesional.
«Pero tiene un estilo desastroso».
Alguien que no se había preparado lo suficiente.
«O que contaba con aún menos información que yo».
Ningún especialista experimentado comenzaba un trabajo antes de haber localizado a todos los oponentes. Posiblemente aquel hombre no sabía de la existencia de la segunda habitación ni del acompañante de Noah.
«Seguro que pensó que era su día de suerte cuando escuchó cantar a su objetivo en la bañera».
—¿Han encargado el trabajo a alguien más aparte de mí?
—No, claro que no.
—Entonces este tal Noah goza de menos simpatías de las que pensábamos.
Al incorporarse, Altmann sintió un dolor sordo detrás de su rótula.
—Y tampoco me dijeron nada del perro.
—Maldita sea, ¿de qué perro habla? —maldijo la mujer en su oído. Su voz sonaba estridente. Casi podía ver como la mujer estaba a punto de arrancarse los auriculares de la cabeza.
Altmann todavía no había conocido personalmente a la mujer de la línea de operaciones. Para él la fría voz era neutra. No sabía qué aspecto tenía, cómo se llamaba, cómo se vestía o qué le gustaba comer. Ignoraba tanto su orientación política como sus preferencias sexuales. Cuando hablaba con ella, era como si estuviese conversando con un sistema de navegación. Hasta entonces eso siempre le había ayudado en sus operaciones. Necesitaba distanciarse para trabajar tranquilamente. El hecho de que la mujer se hubiera alterado tanto cuando mencionó el perro la hacía más humana y le confería un carácter. Altmann no estaba seguro de que ese cambio le gustara.
—Sí, un cachorro.
—¿Y es eso lo que le ha distraído? ¿Un cachorro?
—A mí no. Al otro.
«Como he podido observar desde mi escondite tras las pesadas cortinas de lino».
—¿Ha identificado al hombre?
—Les acabo de enviar una foto.
—Bien.
—¿Y ahora qué? ¿Lo registro o los persigo?
—¿Por qué no ha hecho lo último hace un rato ya? ¿Es que no ha tenido ninguna oportunidad de liquidar al objetivo en todo este tiempo?
«Sí. Varias.
Podría haber disparado a Noah en la cabeza cuando ha salido del baño. O en la nuca cuando ha sacado al perro de debajo de la cama. Incluso podría haberle alcanzado en el ascensor».
—No —mintió Altmann.
Tenía sus principios. Cuando una operación se complicaba, detenía cualquier actividad hasta que la situación se hubiera aclarado. No se había desviado de este procedimiento ni una sola vez, y estaba convencido de que ese era el motivo de que aún estuviera en activo con cuarenta y un años.
—Vaya mierda, hoy está saliendo todo mal —se permitió la mujer hacer otro comentario poco profesional.
—¿Qué más? —preguntó Altmann.
—Zaphire.
—¿Qué pasa con él?
La directora de operaciones suspiró.
—Por lo que parece, desgraciadamente sobrevivirá.