En los siguientes segundos Noah averiguó algo sobre sí mismo que le hizo dudar aún más de que fuera una buena persona.
La velocidad con la que su cerebro cambió al modo de alerta y la rapidez con la que llegó a la entrada de la suite para enfrentarse al intruso cuando aún estaba en la puerta solo permitían llegar a dos conclusiones: ya se había encontrado a menudo en situaciones de peligro mortal; y estaba entrenado para superarlas. Entrenado para acabar con ellas con violencia.
Sabía dónde debía golpear para paralizar. Conocía el doloroso punto sensible de los vasos sanguíneos del cuello. Sabía dónde debía presionar con el pulgar para desencadenar el reflejo del seno carotídeo, que dependiendo de la intensidad del ataque podía provocar o un paro cardíaco o una caída súbita de la presión sanguínea y que la víctima se desmayara, como en este caso.
El hombre se desplomó sobre el suelo con un grito ahogado y sus ojos se giraron hasta que solo se vio el blanco de los mismos.
Oscar tardó tres minutos en volver en sí.