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Noah apenas había entrado en el dormitorio en busca de Oscar cuando el teléfono sonó. Al mismo tiempo alguien comenzó a gimotear.

«Lo siento, Toto, me he olvidado de ti completamente».

Puso la mochila que llevaba al hombro sobre la cama, la abrió y dejó salir al cachorro. Toto se estiró y se desperezó, y salió sigilosamente de la bolsa con ganas de investigar. Mientras olfateaba con curiosidad miró a Noah, que cogió el teléfono inalámbrico de la mesilla de noche.

Era Vandenberg informándole de que habían abierto la puerta que conducía a la suite vecina.

—Nos hemos permitido la libertad de preparar una segunda habitación. Así el profesor Schwartz no tendrá que dormir con usted y dispondrá de su propio refugio.

Noah miró hacia la cabecera de la habitación y descubrió una segunda puerta junto al baño. Vandenberg quiso despedirse, pero Noah lo interrumpió antes de que colgara.

—¿Cuándo estuve aquí por última vez?

Silencio. La frase pareció desconcertar al conserje (o fuera cual fuese su función en el hotel).

—Ehh, tendría que consultarlo en el ordenador.

—Hágalo, por favor. Y ya que está en ello, me gustaría recibir información detallada acerca de los datos que tienen registrados sobre mi persona.

—¿Cómo dice?

—Empresa y número de la tarjeta de crédito con la que suelo pagar, dirección de facturación, la dirección privada que seguro debe indicarse en recepción.

—¿Ha cambiado alguno de estos datos, doctor Morten? Si es así, puedo apuntarlo ahora mismo. Ya sabe que como cliente habitual le ahorramos todo el papeleo del registro. En cualquier caso de esta estancia se hace cargo el New York News. Y la subida de categoría y la habitación adicional corren a cuenta de la casa.

Vandenberg transmitió su mejor sonrisa artificial a través del auricular.

—Muchas gracias, pero de todas formas me gustaría tener un listado detallado de mis datos personales, ¿supone algún problema?

Noah entró en el baño, decorado en tonos mármol claros y en el que hacía algo más de calor que en la suite. Aquí tampoco había ni rastro de Oscar. Ni bajo la ducha de lluvia, ni en la zona del váter, discretamente separada del resto del aseo mediante un vidrio opaco, ni tampoco en el jacuzzi.

—No, por supuesto no supone ninguna molestia. Haré que le preparen los documentos. ¿Le bastará tenerlos para el desayuno?

—Los necesito hoy —dijo Noah, y se quitó por fin la chaqueta.

—Como desee, me encargaré de que le hagan llegar la información lo antes posible, doctor Morten.

«Morten. Morten. Una y otra vez este nombre, Morten».

Noah se preguntó por qué podía recordar un muerto en la habitación, pero no el nombre con el que al parecer se registraba aquí regularmente.

Sirvió un poco de agua en un recipiente de cristal que en realidad estaba pensado para el jabón de manos y se lo llevó a Toto, que, sin embargo, no parecía tener sed y prefería averiguar cuál era la mejor manera de bajar de la elevada cama de canapé.

Noah dio las gracias y se dispuso a colgar, pero esta vez fue Vandenberg quien se lo impidió en el último momento.

—Casi había olvidado mencionarlo, doctor Morten. Qué falta de atención por mi parte, disculpe mi negligencia. Sus cosas están en el armario del dormitorio.

—¿Mis cosas?

La mirada de Noah recayó sobre el armario de arce de barniz oscuro situado en la caída del tejado.

—Las que se dejó con las prisas en su última visita. Le escribimos, pero como su apretada agenda seguramente no le permitió responder, nos permitimos la libertad de guardarle la maleta mientras tanto.