Lo primero que le llamó la atención a Noah al entrar en la suite Pariser-Platz no fue la chimenea encendida en el salón separado del dormitorio. Tampoco la pantalla plana que había sobre ella, que mostraba imágenes mudas de pasajeros varados en algún aeropuerto internacional, ni la Puerta de Brandenburgo iluminada, cuya cuadriga podía verse a través de la ventana, que llegaba al suelo. Fue el olor.
Un olor a almendra y orquídeas que desencadenó una explosión en su cerebro. Desde el primer momento, desde la primera inspiración en la suite, el peso de la mochila sobre sus hombros desapareció, y las palabras que Oscar le susurraba se perdieron sin que las escuchara. Noah tampoco hizo caso ya de Vandenberg cuando este se despidió comentando que el doctor Morten conocía bien el hotel y seguro que podría arreglárselas solo.
Noah no sentía nada más que dolor.
Un dolor punzante, agudo, ardiente, que se apoderó de todo su abdomen. Al mismo tiempo su mente recibió una avalancha de imágenes, y más que de recuerdos, tuvo la sensación de que se trataba de una experiencia cercana a la muerte.
Oía un zumbido sordo y grave. Rayos centelleantes atravesaban la oscuridad, iluminaban a personas cuyos cuerpos se agitaban porque…
«¿Bailan? Sí, por Dios, están bailando».
Y a continuación Noah se dio cuenta de que lo hacían hacia atrás, mientras el dolor casi insoportable parecía concentrarse en un punto de su hombro.
«¿Hacia atrás?». Efectivamente.
Toda la película que veía en su cabeza transcurría del revés. Alguien sacó a Noah de la pista de baile y un ascensor lo absorbió, las puertas se cerraron, el indicador de piso saltó del menos dos al quinto, donde Noah, con la cara dirigida hacia la puerta beige arañada de un ascensor de carga, introdujo varios números uno detrás de otro en un teclado.
En ese momento la película de recuerdos se ralentizó, de manera que Noah pudo reconocer las teclas que pulsaba:
«4266».
Después un imán invisible pareció llevarlo a toda velocidad hasta un pasillo de hotel.
«¡Eso es aquí en el Adlon! ¡Lo reconozco!».
Mientras tanto el dolor crecía, y ahora era indudable que provenía del hombro izquierdo. Noah sintió que tropezaba, pero inmediatamente estaba en pie de nuevo y empujaba una puerta de espaldas. Ahora se encontraba en una habitación, de rodillas, con la frente apoyada en una puerta cerrada; un sudor frío se filtraba a través de sus poros de nuevo hacia el interior de su cuerpo.
Oyó un pitido agudo en los oídos, como sucede después de un concierto, y de pronto percibió que un cuerpo extraño aparecía en su hombro; sintió que el proyectil se abría paso a través de la piel para volver a salir. Entonces el eco de un tiro se contrajo sobre sí mismo por así decirlo, terminó en un intenso estallido, y en ese mismo instante el dolor de Noah desapareció. El hombro, en el que justo antes había habido una bala, estaba intacto de nuevo. Noah se volvió y pudo ver la habitación en la que ahora estaba en pie: la suite Pariser-Platz del Adlon.
«Efectivamente. Ya he estado aquí antes».
Miró la ventana rota que llegaba hasta el suelo…
«… a través de la que me dispararon…».
… vio los fragmentos de cristal en el marco y la Puerta de Brandenburgo en la lejanía, pero sobre todo vio al hombre inmóvil tumbado en el suelo justo delante de la chimenea. La alfombra bajo su cabeza se limpiaba como por arte de magia. La sangre que justo antes había empapado el tejido era absorbida de nuevo por la cabeza del hombre.
Y mientras la sangre desaparecía y la herida del muerto se cerraba de nuevo, Noah oyó gritar a una voz desconocida en su cabeza:
«Ya es imposible detenerlo».
«Ya es imposible detenerlo».
«Ya es imposible detenerlo».
Otra vez. Y otra. Y otra.
Hasta que Noah no pudo soportarlo más y por fin abrió los ojos.
A pesar de que la luz estaba atenuada, Noah tardó un rato en hacerse a la idea de que se encontraba en la misma habitación que acababa de ver en un perturbador flashback. Se acercó aturdido a la chimenea, se apoyó sobre una rodilla y acarició la sedosa alfombra con la mano. Creyó sentir un cambio, un lugar en el que las fibras estaban más rígidas y, mirándolas en diagonal, algo más claras, como si la camarera hubiera luchado contra una mancha en ese punto con un producto de limpieza agresivo. Sin embargo, no estaba seguro.
«Ya no estoy seguro de nada.
¿Me llamo doctor Morten?
¿Vivía en esta suite?
¿Me dispararon aquí?
¿Y mataron a un hombre ante mí?».
Lo único que Noah tuvo claro al levantarse y recorrer la habitación con la mirada fue que todo aquello no podía ser casualidad.
Y de que en aquel momento no solo había perdido gran parte de su memoria.
De pronto Oscar también había desaparecido.