Celine puso su bolso junto con su reloj y el móvil en una bandeja de plástico, la colocó sobre la cinta del aparato de rayos X y pasó por los detectores de metal. Los controles de seguridad del edificio del New York News siempre habían sido muy estrictos. Pero desde el 11 de Septiembre el procedimiento superaba incluso el control de pasajeros de los vuelos de larga distancia. Primero había que introducir la identificación de empleado con el chip hacia arriba en una máquina, entonces se abría la compuerta hacia una cámara de plexiglás en la que se rociaba a las personas con aire que después se aspiraba y se analizaba en busca de explosivos y partículas de radiactividad. A continuación venían el control personal y de bolsos.
Como siempre, Celine pensó que se había deshecho de todos los metales de su cuerpo, y como siempre, la vigilante Martha se disculpó por tener que pasar el escáner de mano por su cuerpo porque algo había pitado de todas formas.
—¿Se ha enterado de todo el caos, señorita Henderson? —le preguntó mientras le levantaba el brazo a Celine. Martha era una negra con gran sobrepeso a la que le gustaba reírse a carcajadas. Hoy el gesto de su cara era desacostumbradamente sombrío.
—¿Caos?
—Han cerrado el JFK. Todo el aeropuerto está en cuarentena.
—¿Y eso por qué?
Cuando el aparato en las manos de Martha pasó por la hebilla del cinturón de Celine, hizo ruidos similares a los de R2-D2 en La guerra de las galaxias.
—Las Fluke saltaron con un africano.
«¿Fluke? ¿Aún las utilizan?».
Celine había escrito hacía años un artículo sobre las cámaras termográficas sin contacto que se utilizaban de manera encubierta y medían la temperatura corporal de los pasajeros con rayos infrarrojos. Su uso era polémico entre los expertos debido a las frecuentes falsas alarmas.
—El hombre venía de Kenia y tenía cuarenta grados de fiebre. Lo han aislado y allí mismo, en la enfermería, han comprobado con un test rápido que se trataba del virus de la gripe de Manila.
Martha le pidió que se volviera.
—No sabía que ya hubiera un test así.
«Y menos aún que se utilizara en las enfermerías de los aeropuertos».
—Al parecer, sí. Las noticias no paran de hablar de ello.
Martha señaló con su escáner de mano la pared de pantallas del vestíbulo, que informaban de los titulares más actuales a todos los invitados que entraran en el edificio de la editorial. New York News no solo era un periódico, sino toda una multinacional de la comunicación que difundía sus contenidos a través de todos los medios disponibles. NYN contaba con revistas, portales de vídeos, emisoras de radio digitales y cadenas locales de televisión. Una de ellas, Channel 17, mostraba en ese momento imágenes desde un helicóptero de un atasco kilométrico ante el acceso bloqueado del aeropuerto John F. Kennedy.
Mientras Celine colocaba alternativamente el pie derecho y el izquierdo sobre un pequeño taburete, Martha le explicó los motivos de la cuarentena:
—El hombre estaba de paso y había dormido en el área de tránsito. Llegó allí con un montón de gente. El CDC quiere asegurarse de que nadie entra o sale con el virus, así que están haciendo la prueba a todos los que se encuentran en el edificio.
—Dios mío, eso puede llevar una eternidad.
—Una exageración, si quiere saber mi opinión. Como con la gripe porcina, ¿se acuerda? Pánico total. Todo el mundo tenía que vacunarse pero nadie fue al médico, ¿y qué pasó? No murió más gente que cualquier otro invierno. Así que a día de hoy yo sigo creyendo que la enfermedad no existió.
Celine se despidió y se apresuró hacia los ascensores.
—Por cierto, han llegado más —gritó Martha tras ella.
—¿Cómo dice? —Celine se volvió.
—Flores. —Martha sonrió y le guiñó un ojo—. Tiene un admirador realmente cabezota.