20

—Hay más de ellas —le dijo a Herb Asher, que estaba inmóvil y aturdido contemplando el cadáver de la cabra—. Ven dentro. La reconocí por el olor. Belial apesta de una forma horrible. Pasa, por favor. —Lo tomó del brazo y lo llevó hacia la puerta—. Estás temblando. Sabías qué era, ¿verdad?

—Sí —dijo él—. Pero, ¿quién eres tú?

—A veces me llaman el Abogado —dijo Linda Fox—. Cuando defiendo soy el Abogado. A veces me llaman Consuelo, cuando doy consuelo. Soy Quien Ayuda. Belial es el Acusador. Somos los dos Adversarios que se enfrentan en el Tribunal. Entra, por favor, así podrás sentarte un rato. Sé que todo esto debe haber sido horrible para ti. ¿Entramos?

—De acuerdo. —Dejó que le llevara hacia el ascensor del techo.

—¿No te he consolado? —le preguntó Linda Fox—. Me refiero al pasado. Cuando estabas solo dentro de tu cúpula, en un planeta extraño, sin nadie con quien hablar… Ése es mi trabajo. Uno de mis trabajos. —Puso la mano sobre el pecho de Herb—. Tu corazón late muy fuerte. Debías estar aterrorizado; te contó lo que pensaba hacer conmigo, ¿verdad? Pero, como ya has visto, no sabía adónde le llevabas. No sabía ni adónde ni con quién.

—Le has destruido —dijo él—. Y…

—Pero ha proliferado y se ha extendido a través de todo el universo —dijo Linda—. Lo que viste en el tejado es sólo un ejemplo. Cada hombre tiene un Abogado y un Acusador. En hebreo, para los israelitas de la antigüedad, yetzer ha-tov era el Abogado y yetzer ha-ra el Acusador. Te prepararé algo de beber. Un buen zinfandel de California; un zinfandel de Buena Vista. Es una uva húngara. La mayor parte de la gente lo ignora.

Una vez en su sala de estar, Herb se dejó caer en un sillón flotante, lleno de gratitud. Todavía podía oler la pestilencia de la cabra.

—¿Crees que…? —empezó a preguntar.

—El olor acabará desvaneciéndose. —Linda Fox fue hacia él con una copa llena de vino tinto—. Lo abrí hace un rato y dejé que respirara. Te gustará.

Herb lo encontró delicioso. Y el pulso de su corazón empezaba a volver a la normalidad.

Linda Fox, sentada frente a él con otra copa de vino en la mano, le miró con atención.

—No le habrá hecho daño a tu mujer, ¿verdad? Ni a Elijah…

—No —dijo él—. Cuando se me apareció estaba solo. Fingió ser un animalito extraviado.

—Cada persona de la Tierra deberá escoger entre su yetzer ha-tov y su yetzer ha-ra —dijo Linda Fox—. Tú me escogiste y por eso te salvé…, si hubieras escogido al ser-cabra no habría podido salvarte. En tu caso, yo fui la elegida. La batalla tiene como objeto el alma de cada individuo. Eso es lo que enseñan los rabinos. No tienen ninguna doctrina que hable del hombre caído como un todo. La salvación es algo que se decide de uno en uno. ¿Te gusta el zinfandel?

—Sí —dijo él.

—Utilizaré tu emisora de FM —dijo ella—. Será un buen sitio para difundir las nuevas canciones.

—¿Estás enterada de eso? —preguntó él.

—Elías es demasiado austero e inflexible. Mis canciones resultarán más adecuadas. Mis canciones alegran el corazón humano, y eso es lo que importa. Bien, Herb Asher; aquí estás, en California, conmigo, tal y como imaginaste al principio de todo. Tal y como imaginaste en otro sistema estelar, en tu cúpula, con tus pósters holográficos con mi imagen que se movía y hablaba, con las versiones sintéticas de mi persona, las imitaciones… Ahora tienes contigo a mi yo real, sentado delante de ti. ¿Qué sientes?

—¿Es real? —preguntó él.

—¿Oyes sonar doscientos violines dulzones?

—No.

—Es real —dijo Linda Fox. Dejó su copa de vino sobre la mesa, se puso en pie, fue hacia él y le rodeó con sus brazos.

Despertó por la mañana con la Fox junto a él, con su cabello rozándole el rostro, y se dijo: esto es real; no es un sueño, y el maligno ser-cabra yace muerto en el tejado, mi ser-cabra particular que vino a mí para degradar y rebajar mi existencia…

Ésta es la mujer a la que amo, pensó mientras acariciaba el oscuro cabello y la pálida mejilla. Tiene un cabello precioso y sus pestañas son largas y bonitas, incluso mientras duerme. Es imposible, pero es verdad. Puede ocurrir. ¿Qué le había dicho Elijah sobre la fe religiosa? «Certum est quia impossibile est». «Por lo tanto es creíble justamente porque es absurdo». La gran afirmación hecha por Tertuliano, uno de los primeros padres de la Iglesia, hablando sobre la resurrección de Jesucristo. «Et sepultus rexurrexit; certum est quia impossibile est». Y éste es el mismo caso.

Qué camino tan largo he recorrido, pensó, acariciando el brazo desnudo de la mujer. Hubo un tiempo en que imaginé esto, y ahora lo experimento. ¡He vuelto al sitio desde donde empecé, y, sin embargo, estoy en otro sitio totalmente distinto! Esto es una paradoja y un milagro al mismo tiempo. E incluso ocurre en California, donde me imaginé que sería. Es como si, soñando, hubiera visto por anticipado mi realidad futura; la experimenté antes de que ocurriera.

Y la cosa muerta del tejado es la prueba que esto es real. Porque mi imaginación habría sido incapaz de crear a esa bestia maloliente que pegó su mente a la mía y me contó mentiras, me contó historias horribles sobre una mujer bajita y gorda con el cutis destrozado. Un objeto tan feo como la misma cosa…, una proyección de sí misma.

¿Habrá alguien que haya amado alguna vez a otro ser humano tanto como yo la amo a ella?, se preguntó, y un instante después pensó: ella es mi Abogado y Quien me Ayuda. Me reveló unas palabras hebreas que he olvidado y que la describen. Es mi espíritu tutelar, y el ser-cabra hizo todo ese camino hasta aquí, más de cinco mil kilómetros, para perecer en cuanto ella puso los dedos sobre su flanco. Murió sin emitir ni un solo sonido, así de fácilmente le mató… Estaba esperando su llegada. Como me ha dicho, es su trabajo, uno de sus trabajos. Tiene otros; me consoló, y consuela a millones; defiende; da alivio. Y está allí a tiempo; nunca llega demasiado tarde.

Se inclinó sobre Linda y la besó en la mejilla. Linda suspiró en sueños. Débil y en poder del ser-cabra, pensó él; así estaba yo cuando llegué aquí. Ella me protegió porque yo era débil. No me ama como yo la amo, porque debe amar a todos los seres humanos. Pero yo sólo la amo a ella. Con todo lo que soy. Yo, el débil, la amo a ella, que es fuerte. Le soy leal, y ella me protege. Es el Pacto que Dios hizo con los israelitas: que el fuerte protegerá al débil y el débil le dará a cambio su devoción y su lealtad; es un pacto mutuo. Tengo hecho un pacto con Linda Fox, y ese pacto nunca será roto por ninguna de las dos partes.

Voy a prepararle el desayuno, decidió. Se levantó sigilosamente de la cama de agua y fue hacia la cocina.

Y, en la cocina, le aguardaba una figura. Una figura familiar.

—Emmanuel —dijo Herb Asher.

El niño brillaba débilmente, igual que si fuera un fantasma, y Herb Asher se dio cuenta de que a través de su silueta podía ver la pared, el estante y los armarios de la cocina. Estaba ante una epifanía de lo divino; en realidad, Emmanuel se encontraba en algún otro sitio. Y, sin embargo, estaba aquí; aquí, y consciente de la presencia de Herb Asher.

—La encontraste —dijo Emmanuel.

—Sí —dijo Herb Asher.

—Ella te mantendrá a salvo.

—Lo sé —dijo él—. Por primera vez en mi vida.

—Ahora no tendrás que huir nunca más —dijo Emmanuel—. No tendrás que esconderte como hiciste en tu cúpula. Te escondiste porque tenías miedo. Ahora no tienes nada que temer… debido a su presencia. Ella es tal como la ves ahora, Herbert…, real y viva, no una imagen.

—Comprendo —dijo él.

—Hay una diferencia. Haz que actúe en tu emisora; ayúdala; ayuda a tu protectora.

—Una paradoja —dijo Herb Asher.

—Pero cierta. Puedes hacer mucho por ella. Cuando pensabas en ese pacto mutuo tenías toda la razón. Esta noche ella salvó tu vida. —Emmanuel alzó la mano—. Está contigo porque yo te la he entregado.

—Comprendo. —Ya lo había imaginado.

—A veces, la ecuación dentro de la que el fuerte protege al débil presenta la dificultad de establecer quién es el fuerte y quién el débil —dijo Emmanuel—. En casi todos los aspectos ella es más fuerte que tú, pero hay algunas facetas determinadas en las que tú puedes protegerla; puedes cubrirle la espalda. Ésa es la auténtica ley de la vida; la protección mutua. En última instancia todo es a la vez fuerte y débil, incluso el yetzer ha-tov…, tu yetzer ha-tov. Es una fuerza y es una persona; es un misterio. En la vida que te aguarda tendrás tiempo para penetrar un poco en ese misterio. La irás conociendo cada vez mejor. Pero ella te conoce del todo; al igual que Zina posee un conocimiento absoluto sobre mí, Linda Fox posee un conocimiento absoluto sobre ti. ¿Te habías dado cuenta de ello? ¿Comprendías que la Fox lo ha sabido todo sobre ti desde hace mucho tiempo?

—La aparición del ser-cabra no la sorprendió en lo más mínimo —dijo Herb Asher.

—No hay nada que pueda sorprender al yetzer ha-tov de un ser humano —dijo Emmanuel.

—¿Volveré a verte alguna vez? —le preguntó Herb Asher.

—No tal y como me ves ahora. No como una figura humana semejante a la tuya. No soy tal y como me ves; voy a desprenderme de mi aspecto humano, aquel que derivaba de mi madre, Rybys. Zina y yo nos uniremos en una sicigia macrocósmica; no tendremos un soma, es decir, un cuerpo físico separado del mundo. El mundo será nuestro cuerpo, y nuestra mente será la mente del mundo. Y también será tu mente, Herbert. Y la mente de todas las otras criaturas que hayan escogido a su yetzer ha-tov, su espíritu bueno. Esto es lo que enseñaron los rabinos, que cada ser humano…, pero esto es algo que ya sabes; Linda te lo ha contado. Lo que no te ha revelado es el último regalo que te reserva: el regalo de quedar absolutamente libre de culpabilidad en cuanto a tu entera existencia. Cuando seas juzgado, ella se encontrará allí, y el juicio a celebrar será más bien el de ella que el tuyo. Linda carece de mácula y, cuando llegue el momento del escrutinio definitivo, te conferirá esa perfección. Por eso no debes temer nada; tu salvación final está asegurada. Linda sería capaz de dar su vida por ti, que eres su amigo. Tal y como dijo Jesús, «No existe amor mayor que el del hombre capaz de dar la vida por sus amigos». Cuando tocó al ser-cabra, ella… Bueno, quizá será mejor que no te lo diga.

—Ella misma murió durante un momento —dijo Herb Asher.

—Durante un momento tan breve que apenas si llegó a existir.

—Pero ocurrió. Murió y volvió a la vida. A pesar de que yo no viera nada.

—Así es. ¿Cómo lo sabías?

—Pude sentirlo esta mañana mientras la veía dormir —dijo Herb Asher—; pude sentir su amor.

Linda Fox entró en la cocina, con cara de sueño y vestida con una bata de seda estampada de flores; cuando vio a Emmanuel se quedó inmóvil.

—Kyrios —dijo en voz baja.

Du hast den Mensch gerettet —le dijo Emmanuel—. Die giftige Schlange bekämpfe… es freut mich sehr. Danke.

Die Absicht ist nur allzuklar —respondió Linda Fox—. Lass mich fragen: wann also wird das Dunkel schwinden?

Sobald dich fürht der Freundschaft Hand ins Heiligtum zum ew’gen Band.

O wie? —preguntó Linda Fox.

Du… —Emmanuel la miró—. Wie stark ist nicht dein Zauberton, deine Musik. Sing immer für alle Menschen durch Ewigkeit. Dabei ist das Dunkel zerstören.

Ja —dijo Linda Fox, y asintió con la cabeza.

—Le he dicho que te ha salvado —le explicó Emmanuel a Herb Asher—. La serpiente venenosa ha sido vencida, y me complazco en ello. Y le he dado las gracias. Ella me ha dicho que las intenciones de la serpiente le habían resultado muy claras. Y luego me ha preguntado cuándo desaparecería la oscuridad.

—¿Y qué le has respondido?

—Eso es algo que debe quedar entre ella y yo —dijo Emmanuel—. Pero le he dicho que su música existe para toda la eternidad y para todos los seres humanos; eso es parte del todo. Lo que importa es que ella comprenda. Y hará lo que debe hacer. Entre ella y nosotros no puede haber discrepancia alguna, así como tampoco puede haberla entre ella y el Tribunal.

Linda Fox fue hacia el hornillo —en la cocina todo estaba limpio y ordenado, con cada cosa en su sitio— y apretó unos cuantos botones. Después sacó comida de la nevera.

—Voy a preparar el desayuno —dijo.

—Iba a hacerlo yo —dijo Herb Asher, algo apenado.

—Descansa —le dijo ella—. Tus últimas veinticuatro horas han sido terribles. Detenido por la policía, Belial apoderándose de tu voluntad… —Se dio la vuelta y le sonrió. Incluso con el cabello revuelto y despeinado era… Bueno, le resultaba imposible expresarlo; lo que Linda Fox era para él no podía expresarse en palabras. Al menos, él era incapaz de hacerlo. No en ese momento. Verla junto a Emmanuel le había dejado abrumado. No pudo hablar; tuvo que limitarse a mover la cabeza.

—Te quiere mucho —le dijo Emmanuel a Linda.

—Sí —dijo ella con expresión sombría.

Sei fröhlich —dijo Emmanuel.

—Me está diciendo que sea feliz —le explicó Linda a Herb Asher—. Soy feliz. ¿Lo eres tú?

—Yo… —Vaciló. Ella le ha preguntado cuándo desaparecerá la oscuridad, recordó. La oscuridad no había desaparecido. La serpiente venenosa ha sido vencida, pero la oscuridad sigue existiendo.

—Estad alegres —dijo Emmanuel.

—De acuerdo —dijo Herb Asher—. Lo intentaré.

Linda Fox preparó el desayuno, y Herb creyó oírla cantar. No pudo estar muy seguro de ello, porque su mente llevaba siempre consigo la belleza de sus melodías. Siempre estaban allí.

—Está cantando —dijo Emmanuel—. Tienes razón.

Linda puso el café al fuego mientras seguía cantando. El día había empezado.

—Esa cosa del tejado… —dijo Herb Asher. Pero Emmanuel había desaparecido; ahora en la cocina sólo estaban él y Linda Fox.

—Llamaré a la ciudad —dijo Linda Fox—. Ellos se encargarán de llevársela. Tienen una máquina para eso. Se lleva a la serpiente venenosa y la arranca de las vidas de la gente y de los tejados de las casas. Pon la radio y busca las noticias. Habrá guerras y rumores de guerra. Habrá grandes trastornos. El mundo… Sólo hemos visto una pequeña parte del todo. Y, después, llamaremos a Elijah para hablar sobre la emisora de radio.

—No más versiones de Al sur del Pacífico para violines —dijo él.

—Dentro de un tiempo todo volverá a la normalidad —dijo ella—. Logró salir de su jaula, pero acabará entrando de nuevo en ella.

—¿Y si somos derrotados? —preguntó él.

—Puedo ver lo que ocurrirá —dijo Linda—. Venceremos. Ya hemos vencido. Siempre hemos vencido, desde el principio, desde antes de la creación. ¿Cómo tomas el café? Se me ha olvidado.

Después, él y Linda Fox volvieron al tejado para contemplar los restos de Belial. Pero Herb, sorprendido, no vio el cadáver de ninguna criatura arrugada semejante a una cabra; en vez de eso, lo que vio se parecía a los restos de una gran cometa luminosa que se hubiera estrellado en el tejado y cuyos fragmentos se hubieran esparcido por toda su extensión.

Él y Linda contemplaron con expresión sombría aquel ser inmenso, hermoso y destrozado que yacía ante ellos. Convertido en fragmentos, hacía pensar en la luz, una luz rota.

—Así es como fue en tiempos —dijo Linda—. En el origen, antes de caer… Ésta es su forma original. Le llamábamos la Mariposa. La Mariposa que cayó lentamente, durante miles y miles de años, y su curso intersectó el de la Tierra, como un objeto geométrico que fue degradándose paso a paso hasta que no quedó nada de su forma original…

—Era muy hermoso —dijo Herb Asher.

—Era la estrella matutina —dijo Linda—. La estrella más brillante de todo el cielo. Y, ahora, de él no queda nada más que esto.

—Qué grande ha sido su caída —dijo Herb Asher.

—Y todo lo demás ha caído con él —dijo ella.

Bajaron juntos por las escaleras para llamar a la ciudad, para hacer que viniera la máquina a llevarse los restos.

—¿Volverá a ser alguna vez como fue antes? —le preguntó Herb Asher.

—Quizá —dijo ella—. Quizá todos podamos volver a ser como antes. —Y entonces le cantó a Herb Asher una de las canciones de Dowland. Era la canción que la Fox cantaba tradicionalmente el día de Navidad para todos los planetas. La más tierna y la más hermosa de todas las canciones que había adaptado de los libros para laúd escritos por John Dowland.

Cuando el pobre lisiado se tendió junto al estanque,

tras muchos años de pasar miserias y dolores,

apenas vieron sus ojos a Cristo,

volvió a sentirse bien y lleno de consuelo.

—Gracias —dijo Herb Asher.

Sobre sus cabezas, la máquina venida de la ciudad trabajaba recogiendo los despojos de Belial, reuniendo los destrozados fragmentos de lo que en un tiempo fue luz.