Llamó a Elijah Tate desde la tienda, despertándole.
—Elías —dijo—, el momento ha llegado.
—¿Qué? —murmuró Elijah—. ¿Se ha incendiado el local? ¿De qué estás hablando? ¿Nos han robado? ¿Cuánto hemos perdido?
—La no-realidad está volviendo —dijo Herb Asher—. El universo ha empezado a disolverse. No es la tienda; es todo.
—Estás volviendo a oír la música —murmuró Elijah.
—Sí.
—Ésa es la señal. Tienes razón. Ha ocurrido algo, algo que él…, algo que ellos no esperaban. Herb, se ha producido otra caída. Y yo dormía. Gracias a Dios que me has despertado. Probablemente ya es tarde. El accidente…, permitieron que ocurriera un accidente, igual que en el origen. Bueno, así es como se cumplen los ciclos y se completan las profecías. Ahora tú has salido de tu olvido y ha llegado mi momento de actuar. Nuestra tienda debe convertirse en un centro de santidad, el templo del mundo. Debemos entrar en contacto con esa emisora de frecuencia modulada que oyes; tenemos que interferirla y utilizarla tal y como ella te utilizó en el pasado. Será nuestra voz.
—¿Y qué dirá?
—Dirá: Despertad, durmientes —dijo Elijah—. Ése es nuestro mensaje al mundo que escucha. ¡Despertad! Yavé está aquí y la batalla ha empezado, y todas vuestras vidas se encuentran en la balanza; ahora todos vosotros estáis siendo pesados, tanto para lo bueno como para lo malo. Nadie escapa, ni tan siquiera el mismísimo Dios en todas sus manifestaciones. Después de esto no hay nada más, así que alzaos del polvo, criaturas, y empezad a vivir. Sólo podréis vivir mientras luchéis; cuanto vayáis a conseguir, si es que conseguís algo, tenéis que ganároslo ahora mismo, no después. ¡Venid! Ésta será la canción que emitiremos una y otra vez. Y el mundo la oirá, porque llegaremos a todo él, primero a una pequeña parte y luego al resto. Mi voz fue creada en el origen para esta misión; para esto he vuelto al mundo una y otra vez. Y ahora mi voz sonará en esta última ocasión. Vamos. Empecemos a obrar. Y esperemos que no sea demasiado tarde, que no me haya quedado durmiendo demasiado tiempo. Debemos ser la fuente de información del mundo y tenemos que hablar en todas las lenguas. Seremos aquella torre del origen, la que acabó derrumbándose. Y, si fracasamos ahora, entonces todo terminará aquí y el sueño volverá a reinar. El ruido insípido que invade tus oídos acompañará a todo un mundo hasta su tumba y llegará el reino del óxido y el polvo…, no durante un tiempo sino para siempre y para todos los hombres, incluso para sus máquinas y para cuanto hay en el futuro.
—Caray —dijo Herb Asher.
—Observa nuestro penoso estado actual. Nosotros, tú y yo, sabemos la verdad, pero no tenemos forma alguna de hacérsela conocer al mundo. Con la emisora tendremos una forma; tendremos la forma. ¿Cuál es el prefijo de esa emisora? Voy a llamarles por teléfono y les haré una oferta de compra.
—Es la WORP FM —dijo Herb Asher.
—Cuelga, así podré llamarles —dijo Elijah.
—¿De dónde sacaremos el dinero?
—Tengo el dinero —dijo Elijah—. Cuelga. El tiempo es vital.
Herb Asher colgó.
Si Linda Fox hace una cinta para nosotros quizá podamos pasarla por la emisora, pensó. Quiero decir que… Bueno, no deberíamos limitarnos a avisar al mundo. Hay más cosas aparte de Belial.
Sonó el teléfono. Era Elijah.
—Podemos comprar la emisora por treinta millones de dólares —dijo Elijah.
—¿Tienes tanto dinero?
—Disponible inmediatamente no —dijo Elijah—, pero puedo reunirlo. Para empezar, venderemos el local y todas las existencias.
—Jesús —protestó Herb Asher con un hilo de voz—. Pero es nuestra forma de ganarnos la vida.
Elijah le miró con ferocidad.
—Está bien, está bien —dijo Herb.
—Haremos una venta bautismal para liquidar nuestras existencias —dijo Elijah—. Bautizaré a todo el mundo que nos compre algo y al mismo tiempo les pediré que se arrepientan.
—Entonces, eso es que has recordado del todo tu identidad —dijo Herb Asher.
—Ahora sí —dijo Elijah—. Pero durante un tiempo la había olvidado.
—Si Linda Fox se dejara entrevistar…
—En la emisora sólo se podrá poner música religiosa —dijo Elijah.
—Pero eso será igual de malo que los violines melosos. Peor aún. Oye, te digo lo mismo que le dije al policía; pon la Segunda de Mahler…, pon algo interesante, algo que estimule la mente.
—Ya veremos —dijo Elijah.
—Ya sé lo que significa eso —dijo Herb Asher—. Tuve una esposa que solía decir: «Ya veremos». Todos los niños saben lo que significa eso…
—Quizá pudiera cantar espirituales —dijo Elijah.
—Oye, este asunto va a dejarme en la ruina —dijo Herb Asher—. Tenemos que vender la tienda; tenemos que reunir treinta millones de dólares. No puedo aguantar más tiempo Al sur del Pacífico, y creo que tampoco seré capaz de aguantar «Gracia asombrosa». Ese himno siempre me ha hecho acordar de las chicas que trabajan en los salones de masaje. Si te estoy ofendiendo lo siento, pero ese policía estuvo a punto de meterme en la cárcel. Dijo que estoy aquí ilegalmente; que soy un hombre perseguido por la justicia. Eso quiere decir que probablemente también te anden buscando a ti. ¿Y si Belial mata a Emmanuel? ¿Qué será de nosotros? Sin él no podremos sobrevivir. Quiero decir que…, bueno, Belial le echó de la Tierra; ya le derrotó antes. Creo que esta vez también le derrotará. Comprar una emisora de FM de Washington no va a cambiar el curso de la batalla.
—Soy muy persuasivo —dijo Elijah.
—Sí, ya, pero Belial no va estar escuchándote, y aquellos a los que controla tampoco lo harán. Eres una voz… —Se calló durante un segundo—. Iba a decir: «Una voz que clama en el desierto», pero supongo que ya has oído esa frase antes.
—Es muy posible que los dos terminemos con la cabeza servida en una bandeja de plata —dijo Elijah—, tal y como ya me pasó en una ocasión. Lo que ha ocurrido es que Belial ha salido de su jaula, la jaula dentro de la que le encerró Zina: ahora anda suelto. Ha quedado libre en este mundo. Pero lo que yo te digo es: «¡Oh, gente de poca fe!». Claro que cuanto se puede decir ya ha sido dicho hace siglos… Bueno, le dejaré un poco de tiempo a Linda Fox en nuestra emisora. Puedes decírselo. Puede cantar lo que le dé la gana.
—Voy a colgar —dijo Herb Asher—. Tengo que llamarla y decirle que no podré ir a la Costa Oeste durante cierto tiempo. No quiero verla metida en mis problemas. Yo…
—Hablaré contigo después —dijo Elijah—, pero te sugiero que llames a Rybys; la última vez que la vi estaba llorando. Cree que quizá tenga una úlcera de píloro. Y puede que sea maligna.
—Las úlceras de píloro no son malignas —dijo Herb Asher—. Así es como empezó todo, enterándome de que Rybys Rommey estaba llorando por culpa de su enfermedad; esto es lo que me hizo meterme en todo este lío. Está enferma porque quiere estarlo, porque le encanta tener alguna enfermedad. Creí que podría escapar de todo esto. Antes llamaré a Linda Fox. —Y colgó.
Cristo, pensó. Lo único que quiero es volar a California y empezar mi vida de felicidad. Pero el macrocosmos me ha engullido junto con mi vida de felicidad. ¿De dónde va a sacar Elijah treinta millones de dólares? No vendiendo nuestra tienda y las existencias. Probablemente Dios le dio un lingote de oro, o quizás haga llover sobre él trocitos de oro, copos de oro, como el maná que mantuvo vivos en el desierto a los judíos de la antigüedad. Tal y como dice Elijah, todo esto ocurrió hace siglos, y no hay nada nuevo que añadir. Mi vida con la Fox sí habría sido nueva. Y ahora aquí estoy una vez más, teniendo que soportar esos melosos violines que pronto darán paso a una selección de himnos religiosos y espirituales.
Marcó el número privado de Linda Fox, el de su casa en Sherman Oaks. Y le contestó una grabación. El rostro de la Fox apareció en la pequeña pantalla, pero era un rostro mecánico y distorsionado; y Herb se dio cuenta de que tenía la piel llena de grietas y granos y de que sus rasgos parecían hinchados, haciéndola casi gorda.
—No, no quiero dejar un mensaje —dijo, aturdido por lo que veía—. Ya volveré a llamar. —Colgó sin haberse identificado. Probablemente me llamará dentro de poco, pensó. Cuando no aparezca por allí. Después de todo, me está esperando. Pero qué aspecto tan extraño tenía… Quizá se trate de una grabación antigua. Ojalá.
Decidió conectar uno de los sistemas de alta fidelidad que había en la tienda para calmarse un poco; utilizó un preamplificador en el que había también un holograma auditivo. La emisora que sintonizó era una de las que más le gustaban, una que daba música clásica. Pero…
Lo único que emergió de los transductores del sistema fue una voz. Nada de música. Una voz que hablaba en un murmullo casi inaudible; apenas si lograba comprender las palabras. ¿Qué diablos es todo esto?, se preguntó. ¿Qué está diciendo?
—… cansancio —susurraba la voz, seca y quebradiza—, …y miedo. No hay ninguna posibilidad…, vencidos. Naciste para perder; has nacido para perder. No vales nada.
Y, un instante después, un viejo clásico de Linda Ronstadt, «No vales nada». La Ronstadt repitió una y otra vez las palabras de la canción; la canción parecía eterna, interminable. Monótona, hipnótica; Herb la escuchó, fascinado. Que se vaya al infierno, decidió por fin, y desconectó el aparato. Pero las palabras siguieron circulando una y otra vez por su cerebro. Eres un inútil, no vales nada, decían sus pensamientos. Eres una persona que no vale nada. ¡Jesús!, pensó. Esto es mucho peor que esa eterna basura de música dulzona para adormecer oídos; esto es letal.
Llamó a su casa.
—Creí que estabas en California —le respondió Rybys, casi en un murmullo, después de hacerle esperar bastante rato—. Me has despertado. ¿Te das cuenta de qué hora es?
—Tuve que volver —dijo él—. Estoy reclamado por la policía.
—Me vuelvo a dormir —dijo Rybys. La pantalla se oscureció; la luz acabó desvaneciéndose, y Herb se encontró contemplando la nada y siendo contemplado por ella.
Todos están dormidos o grabados en una cinta, pensó. Y, cuando consigues que te digan algo, van y te dicen que eres un inútil, que no vales nada. El dominio de Belial insinúa la inutilidad y la falta de valor en todo. Soberbio. Justo lo que necesitamos. El único punto de luz en las tinieblas fue ese policía pidiéndome que rezara por él. Incluso Elijah está actuando de forma errática, sugiriendo que compremos una emisora de FM por treinta millones de dólares para que así podamos decirle a la gente que… Bueno, lo que vaya a decirles, no sé. Aparte de que si les vendemos un sistema de alta fidelidad les bautizamos gratis. Igual que si fuera una oferta y les regaláramos un animalito de peluche con el equipo.
Animal, pensó. Belial es una bestia; lo que acabo de oír en la radio fue la voz de un animal. Algo inferior al ser humano; no superior. Animal en el peor sentido de la palabra; algo grosero, infrahumano. Se estremeció. Y, mientras tanto, Rybys duerme y sueña con que tiene dentro algo maligno. Su perpetua nube de enfermedad, tanto si está consciente como si no; siempre está con ella, siempre está ahí. Rybys es su propio agente patógeno, infectándose a sí misma.
Apagó las luces, cerró la puerta de la tienda y fue hacia su coche, preguntándose adónde podía ir. ¿Volver con su esposa enferma y llena de quejas? ¿Ir a California y a la rechoncha imagen mecánica que había visto en la pantalla del teléfono?
Cuando estaba cerca de su coche vio moverse algo sobre la acera. Algo pequeño que se echó hacia atrás, como si tuviera miedo de él. Un animal, más grande que un gato. Pero no parecía ser un perro.
Herb Asher se detuvo, se agachó y alargó la mano hacia él. El animal se le aproximó lentamente, indeciso, y un instante después oyó sus pensamientos en su mente. Estaba comunicándose telepáticamente con él. Soy del planeta que hay en el sistema estelar CY30-CY30B, le dijo con su mente. Soy una de las cabras nativas que se sacrificaban a Yah.
—¿Qué estás haciendo aquí? —dijo él, atónito. Algo andaba mal; esto era imposible.
Ayúdame, pensó la criatura que parecía una cabra. Te seguí hasta aquí; viajé a la Tierra siguiéndote.
—Estás mintiendo —dijo él, pero abrió la portezuela de su coche y sacó la linterna; después, se inclinó sobre el animal y lo enfocó con el haz amarillento.
Y, ciertamente, lo que había ante él era una cabra, y no muy grande; sin embargo, no podía ser ninguna cabra corriente de la Tierra: podía notar claramente la diferencia.
Por favor, llévame contigo y cuídame, le dijo el ser-cabra con su mente. Me he extraviado. He perdido a mi madre.
—Claro —dijo Herb Asher. Alargó la mano, y la cabra vino tímidamente hacia él. Qué rostro tan extraño, pequeño y arrugado. Y esas pezuñas tan afiladas… No es más que una cría, pensó; mira cómo tiembla. Debe estar muriéndose de hambre. Si la dejo aquí acabarán atropellándola.
Gracias, pensó el ser-cabra.
—Cuidaré de ti —dijo Herb Asher.
Tengo miedo de Yah, pensó el ser-cabra. Yah es terrible en su ira.
Ideas de fuego y un cuchillo abriendo la garganta de la cabra. Herb Asher se estremeció. El sacrificio primigenio, el de un animal inocente. Para aplacar la ira de la deidad.
—Conmigo estarás a salvo —dijo, y cogió al ser-cabra. La imagen que tenía de Yah le dejó muy sorprendido; ahora veía a Yah tal y como lo veía el ser-cabra, y era una entidad temible, una inmensa e irritada deidad de la montaña que exigía el sacrificio de vidas minúsculas.
¿Me salvarás de Yah?, le preguntó el ser-cabra; en sus pensamientos se leía claramente el miedo.
—Claro que sí —dijo Herb Asher. Y colocó con ternura al ser-cabra en el asiento trasero de su coche.
No le contarás a Yah dónde estoy, ¿verdad?, le suplicó el ser-cabra.
—Juro que no se lo contaré —dijo Herb Asher.
Gracias, pensó el ser-cabra, y Herb Asher sintió su alegría. Y, qué extraño, también percibió su sensación de triunfo. Mientras se ponía al volante y encendía el motor pensó en ello. ¿Será que esto es alguna clase de victoria para ella?, se preguntó.
Me alegro de estar a salvo, nada más, le explicó el ser-cabra. Y de haber encontrado un protector. Un protector en este planeta, donde hay tanta muerte…
Muerte, pensó Herb Asher. Teme a la muerte igual que yo la temo; es un organismo viviente, como yo, aunque difiera de mí en muchos aspectos.
Dos niños intentaron hacerme daño y me maltrataron, le dijo el ser-cabra. Un niño y una niña.
Una imagen apareció en la mente de Herb Asher: un par de niños crueles, con rostros salvajes y ojos llameantes, llenos de hostilidad. El niño y la niña habían atormentado al ser-cabra, y la idea de caer nuevamente en sus manos llenaba a éste de terror.
—No volverá a ocurrir —dijo Herb Asher—. Te lo prometo. Los niños pueden ser horriblemente crueles con los animales.
El ser-cabra rió mentalmente; Herb Asher sintió su salvaje alegría. Sorprendido, se dio la vuelta para mirarle, pero la criatura parecía haberse hecho invisible en la oscuridad del asiento trasero; notaba su presencia, pero era incapaz de verla.
—No estoy muy seguro de adónde debo ir —dijo Herb Asher.
Adonde tenías planeado ir originalmente, pensó el ser-cabra. A California, con Linda.
—De acuerdo —dijo él—, pero yo no…
Esta vez la policía no te detendrá, le dijo el ser-cabra con su mente. Yo me ocuparé de ello.
—Pero si no eres más que un animalito —dijo Herb Asher.
El ser-cabra se rió. Puedes entregarme a Linda como un regalo tuyo, pensó.
Algo inquieto, Herb Asher hizo girar su coche hacia donde quedaba California y se alzó por el cielo.
Los niños están aquí, en Washington, le dijo el ser-cabra. Estaban en Canadá, en la Columbia Británica, pero ahora han venido hasta aquí. Quiero estar lejos de ellos.
—No te culpo —dijo Herb Asher.
Mientras conducía, notó que en el coche había un olor extraño: el olor de la cabra. La cabra apestaba, y aquella idea le hizo sentir cierto nerviosismo. Qué olor tan horrible, pensó, considerando lo pequeña que es… Supongo que debe ser algo normal en su especie. Pero aun así…, el olor estaba empezando a marearle. ¿Realmente quiero regalarle esta criatura apestosa a Linda Fox?, se preguntó.
Claro que quieres, le dijo el ser-cabra, dándose cuenta de lo que pasaba por su mente. Estará muy complacida.
Y entonces Herb Asher percibió una imagen realmente horrible que venía de la mente del ser-cabra, una imagen que le aterró y casi le hizo perder el control del vehículo durante un momento. El anhelo sexual que la criatura sentía hacia Linda Fox, su lujuria.
¡Tengo que estármelo imaginando!, pensó Herb Asher.
La deseo, pensó el ser-cabra. Estaba contemplando sus pechos y sus caderas, todo su cuerpo, desnudo y disponible para ella. Jesús, pensó Herb Asher. Esto es horrible. ¿En qué me he metido? Se dispuso a darle la vuelta al coche para regresar a Washington.
Y descubrió que no podía controlar el volante. El ser-cabra le dominaba; ahora controlaba a Herb Asher, se había instalado en el mismo centro de su mente.
Me amará, pensó el ser-cabra, y yo la amaré a ella. Y después sus pensamientos cruzaron el límite de la comprensión de Herb Asher. Algo relacionado con hacer que Linda Fox se convirtiera en una criatura parecida al ser-cabra, arrastrándola hacia sus dominios, degradándola.
Servirá como sacrificio en lugar mío, pensó el ser-cabra. Su garganta… La veré cortada, tal y como habría sido cortada la mía.
—No —dijo Herb Asher.
Sí, pensó el ser-cabra.
Y le obligó a seguir conduciendo, hacia California y hacia Linda Fox. Y, mientras le controlaba y le dominaba, se complacía en su júbilo; dentro de la oscuridad de su coche realizaba su danza particular, acompañándose con el tamborileo de sus pezuñas: la danza del triunfo. Y de la anticipación. Y de la más embriagada alegría.
Estaba pensando en la muerte, y pensar en la muerte le hacía celebrar esa idea con el éxtasis y una canción espantosa.
Herb Asher siguió conduciendo tan erráticamente como le era posible, con la esperanza de que un coche de la policía volviera a interceptar su vehículo. Pero, tal y como le había prometido el ser-cabra, ningún coche de la policía le detuvo.
La imagen de Linda Fox que había en la mente de Herb Asher siguió sufriendo una terrible transformación: Herb la vio gorda y con la piel destrozada, una criatura fláccida y grasienta que comía demasiado y vagaba de un lado a otro sin rumbo alguno, y entonces comprendió que ése era el punto de vista del Acusador; el ser-cabra era el Acusador de Linda Fox, y se la estaba mostrando tal y como mostraba cuanto existía en la creación, bajo el peor aspecto posible, bajo el aspecto de la fealdad y la repugnancia.
Todo es obra de esa cosa que hay en mi asiento trasero, se dijo. Así es como el ser-cabra ve toda la creación fabricada por Dios, el mundo que Dios declaró que era bueno. Es el pesimismo del mismísimo mal. La naturaleza del mal es verlo todo de esta forma, pronunciar el veredicto de la negación. Así es como deshace la creación, pensó; deshace aquello a lo que el Creador había dado existencia. Este veredicto, este aspecto horrendo, es también una forma de la irrealidad. La creación no es así, y Linda Fox tampoco es así. Pero el ser-cabra me diría que…
Sólo te estaba mostrando la verdad, le dijo el ser-cabra. La verdad sobre tu camarera de pizzería.
—Has salido de la jaula dentro de la que te encerró Zina —dijo Herb Asher—. Elijah tenía razón.
Nada debería estar enjaulado, pensó el ser-cabra. Especialmente yo. Vagaré a mi antojo por el mundo, expandiéndome hasta llenarlo; ése es mi derecho.
—Belial —dijo Herb Asher.
Te escucho, le respondió mentalmente el ser-cabra.
—Y te estoy llevando hacia Linda Fox —dijo Herb Asher—. La persona a la que más amo en el mundo. —Intentó apartar una vez más sus manos del volante, y una vez más éstas permanecieron clavadas en él.
Razonemos un poco, le dijo el ser-cabra. Ésta es la opinión que tengo del mundo, y haré que acabe siendo también la tuya y la de todos. Es la verdad. La luz que brilló originalmente era una luz espúrea. Esa luz se está apagando, y su ausencia revela cuál es la auténtica naturaleza de la realidad. Esa luz cegó a los hombres y no les permitió ver cuál era el auténtico estado de las cosas. Mi trabajo es revelar ese estado real.
La gris verdad es mejor que cuanto habías imaginado, siguió diciendo el ser-cabra. Querías despertar. Ahora estás despierto; te muestro las cosas tal y como son. Implacablemente, sí; pero es así como debe ser. ¿Cómo crees que derroté a Yavé en el pasado? Revelando su creación por lo que es, un objeto lamentable digno de ser despreciado. ¿Lo comprendes? Eso es la derrota…, ver a través de mi mente y mis ojos, contemplar mi visión del mundo: mi visión, que es la visión correcta. Recuerda la cúpula de Rybys Rommey, tal y como estaba cuando la viste por primera vez; recuerda cómo era ella, y piensa en cómo es ahora. ¿Supones que Linda Fox es distinta? ¿O que tú mismo eres distinto? Todos sois iguales, y cuando viste la basura, los desperdicios y la comida a medio pudrir de la cúpula de Rybys viste cómo es la realidad. Viste la vida. Viste la verdad.
Pronto te mostraré esa verdad sobre la Fox, siguió diciendo el ser-cabra. Eso es lo que hallarás al final de este viaje: exactamente lo mismo que hallaste en la sucia y desordenada cúpula de Rybys Rommey ese día, hace años. Nada ha cambiado, nada es diferente. Entonces no pudiste escapar a eso, y ahora tampoco puedes escapar.
¿Qué dices a eso?, le preguntó el ser-cabra.
—El futuro no tiene por qué parecerse al pasado —le contestó Herb Asher.
Nada cambia, replicó el ser-cabra. Las mismas Escrituras nos lo dicen.
—Hasta una cabra puede citar las Escrituras —dijo Herb Asher.
Entraron en el abundante tráfico aéreo que se dirigía hacia el área de Los Ángeles; coches y vehículos comerciales se movían a su alrededor, por encima y por debajo de ellos. Herb Asher vio algunos coches de la policía, pero ninguno de ellos les prestó atención.
Te guiaré hasta su casa, le informó el ser-cabra.
—Criatura de mierda… —dijo Herb Asher con furia.
Una señal que flotaba delante de ellos les indicaba el camino. Ya casi habían llegado a California.
—Te apuesto a que… —empezó a decir Herb Asher, pero el ser-cabra le interrumpió.
No hago apuestas, le dijo. No juego. Soy el más fuerte, y los débiles son mi presa. Tú eres el débil, y Linda Fox es todavía más débil que tú. Olvídate de los juegos; eso es para los niños.
—Si quieres entrar en el Reino de los Cielos debes volverte igual que un niño —dijo Herb Asher.
No tengo el más mínimo interés en ese reino, dijo el ser-cabra. Mi reino está aquí. Pon las coordenadas de su casa en el piloto automático del ordenador.
Las manos de Herb Asher hicieron lo que se le pedía sin ninguna intervención voluntaria por su parte. No podía resistirse; el ser-cabra controlaba sus centros motrices.
Llámala por el teléfono de tu coche, le dijo el ser-cabra. Infórmala de que estás llegando.
—No —dijo él. Pero sus dedos colocaron la tarjeta con su número de teléfono dentro de la ranura.
—Hola. —La voz de Linda Fox brotó de la pequeña rejilla del aparato.
—Aquí Herb —dijo—. Siento llegar tarde. Un policía me hizo parar. ¿Es demasiado tarde?
—No —dijo ella—. Además, tuve que estar un rato fuera. Me encantará volver a verte. Vas a quedarte aquí, ¿verdad? Quiero decir, que no te marcharás esta misma noche.
—Me quedaré —dijo él.
Dile que estoy aquí contigo, le ordenó el ser-cabra. Un animalito, una cría como regalo para ella.
—Te he traído un regalo —dijo Herb Asher—. Una cría de cabra.
—Oh, ¿de veras? ¿Me la vas a regalar?
—Sí —dijo él, no queriendo decirlo; el ser-cabra controlaba sus palabras, incluso el tono de su voz.
—Bueno, qué detalle por tu parte… Ya tengo todo un montón de animales, pero no tengo ninguna cabra. Creo que la pondré junto a mi oveja, Herman W. Mudgett.
—Qué nombre tan raro para una oveja —dijo Herb Asher.
—Hermann W. Mudgett fue un asesino, el tipo que ha matado a más gente en toda la historia de Inglaterra —dijo Linda Fox.
—Bueno, supongo que no es mal nombre —dijo él.
—Te veré dentro de un rato. Aterriza con cuidado. No querrás hacerle daño a la cabrita, ¿verdad? —Linda Fox cortó la conexión.
Unos minutos después, Herb Asher posó suavemente su coche en el tejado de su casa. Apagó el motor.
Abre la puerta, le dijo el ser-cabra.
Herb Asher abrió la puerta del coche.
Linda Fox venía hacia el coche, sonriendo, iluminada por la pálida claridad de los focos, con sus ojos centelleando; agitó la mano para saludarle. Vestía una camiseta y pantalones cortos y, como antes, iba descalza. Su cabello se agitaba con el ritmo de su carrera, y sus pechos subían y bajaban.
El olor del ser-cabra se hizo más fuerte, saturando la atmósfera del coche.
—Hola —dijo ella, casi sin aliento—. ¿Dónde está la cabrita? —Miró dentro del coche—. Oh —dijo—, ya la veo. Sal del coche, cabrita. Ven aquí.
El ser-cabra salió de un salto a la pálida luz de un atardecer californiano.
—Belial —dijo Linda Fox. Se inclinó para acariciarla y la cabra se apresuró a retroceder, pero los dedos de ella rozaron su flanco.
El ser-cabra murió.