18

El pequeño animal liberado de su jaula se removió entre los brazos de Emmanuel. Tanto él como Zina lo acariciaron, y el animal les dio las gracias. Los dos sintieron su gratitud.

—Es una cabra —dijo Zina, examinando sus pezuñas—. Una cría.

—Qué amables habéis sido —les dijo la cría—. He esperado mucho tiempo ser liberado de mi jaula. La jaula dentro de la que tú me encerraste, Zina Palas…

—¿Me conoces? —dijo ella, sorprendida.

—Sí, te conozco —dijo la cría, pegándose a su cuerpo—. Os conozco a los dos, aunque en realidad los dos sois uno solo. Habéis reunido vuestras personalidades separadas, pero la batalla no ha terminado; la batalla empieza ahora.

—Conozco a esta criatura —dijo Emmanuel.

—Soy Belial —dijo la pequeña cabra que Zina tenía en sus brazos—. Belial, al que hiciste prisionero, y al que ahora acabas de liberar.

—Belial —dijo Emmanuel—, mi Adversario.

—Bienvenido a mi mundo —dijo Belial.

—No es tu mundo, es mi mundo —dijo Zina.

—Ya no. —La voz de la pequeña cabra se volvió más potente e imperiosa—. En vuestra premura por liberar a los prisioneros, habéis liberado al más poderoso y grande de todos ellos. Volveré a luchar contra ti, divinidad de la luz. Te llevaré a las cavernas donde no hay luz alguna. Ahora tu brillo quedará apagado; la luz ya se ha esfumado, o no tardará en hacerlo. Hasta ahora el juego no era más que una broma en la que te enfrentabas a tu propio yo. ¿Cómo era posible que la deidad de la luz perdiera cuando los dos contendientes eran partes de ella misma? Tú, que creaste el orden del caos, tú, que acabas de sacarme de ese mismo orden…, ahora te enfrentas a un auténtico adversario. Pondré a prueba tus poderes. Ya has cometido un error; me liberaste sin saber quién era. Tuve que ser yo quien te lo dijera. Tu sabiduría no es perfecta; se te puede coger por sorpresa. ¿Acaso no te he sorprendido?

Tanto Emmanuel como Zina guardaron silencio.

—Me habías dejado indefenso —dijo Belial—, me habías encerrado dentro de una jaula, y después sentiste pena por mí. Eres demasiado sentimental, deidad de la luz. Eso será tu perdición. Te acuso de ser débil, de que nunca podrás ser lo bastante fuerte. Yo soy el que acusa, y acuso a mi propio creador. Para gobernar debes ser fuerte. Son los fuertes quienes gobiernan; gobiernan a los débiles. En vez de eso, tú te has dedicado a proteger a los débiles; me has ofrecido ayuda, a mí que soy tu enemigo. Ya veremos si eso fue muy inteligente por tu parte.

—Los fuertes deberían proteger a los débiles —dijo Zina—. Eso es lo que dice la Torá. Es una idea básica de la Torá; es la base de la ley de Dios. Tal y como Dios protege al hombre, así debería proteger el hombre a quienes son más débiles que él, incluyendo en esa protección a los animales y a los más nobles de los árboles.

—Eso va en contra de la naturaleza de la vida, la naturaleza que tú mismo implantaste en ella —dijo Belial—. Así es como evoluciona la vida. Te acuso de violar tus propios fundamentos biológicos, el orden del mundo. Sí, anda, libera a todos los prisioneros; deja suelta por el mundo una oleada de asesinos. Has empezado conmigo. Vuelvo a darte las gracias. Pero ahora te dejo; tengo que hacer tantas cosas como tú…, quizá más. Bájame. —La pequeña cabra saltó de sus brazos y echó a correr; Zina y Emmanuel la vieron marcharse. Y, mientras corría, iba creciendo.

—Destruirá nuestro mundo —dijo Zina.

—No, le mataremos antes de que lo haga —dijo Emmanuel. Alzó su mano, y el chivo se desvaneció.

—No se ha ido —dijo Zina—. Se ha ocultado en el mundo. Se ha camuflado. Ahora ni tan siquiera seremos capaces de encontrarle. Sabes muy bien que no puede morir. Es eterno, igual que nosotros.

En el resto de las jaulas, los demás animales prisioneros gritaban pidiendo ser liberados. Zina y Emmanuel no les hicieron caso y empezaron a buscar a la cabra que habían dejado suelta…, suelta para hacer lo que le viniera en gana.

—Siento su presencia —dijo Zina.

—Yo también —dijo Emmanuel, con expresión sombría—. Nuestra obra ya está siendo deshecha.

—Pero la batalla aún no ha terminado —dijo Zina. Tal y como había dicho la cabra, «la batalla empieza ahora».

—Así sea —dijo Emmanuel—. Lucharemos contra él juntos, tal y como hicimos en el comienzo, antes de la caída.

Zina se inclinó sobre él y le besó.

Emmanuel sintió su miedo, su considerable temor. Y aquel mismo temor estaba también dentro de él.

¿Qué será de ellos ahora?, se preguntó. La gente a la cual deseaba liberar… ¿Qué clase de prisión creará Belial para ellos, con su infinita habilidad para concebir prisiones? Prisiones sutiles y groseras, prisiones dentro de otras prisiones; prisiones para el cuerpo y, todavía peor, prisiones para la mente.

La Cueva de los Tesoros bajo el Jardín: oscura y pequeña, sin aire y sin luz, sin tiempo y sin espacio auténticos…, paredes que se van uniendo y, apresadas entre ellas, mentes que se encogen. Y Zina y yo hemos permitido que todo esto ocurra; hemos ayudado a la cabra para que todo esto sea posible.

Su liberación es lo que les encarcelará, comprendió. Una paradoja; le hemos dado libertad al constructor de mazmorras. En nuestro deseo de emanciparles, hemos aplastado las almas de todos los seres vivientes.

Afectará a cuantos viven en este mundo, desde la más grande hasta la más pequeña de las criaturas. Hasta que seamos capaces de volver a meter a la cabra en su jaula; hasta que podamos colocarla de nuevo dentro de su prisión…

Y ahora está por todas partes; ahora no está encerrado. Los átomos del aire son su morada; es inhalado igual que un vapor. Y cada criatura morirá al respirarlo. No del todo y no físicamente, pero, aun así, la muerte acabará llegando. Hemos liberado a la muerte, la muerte del espíritu. La muerte para todo lo que ahora está vivo y desea vivir. Éste es el regalo que les hacemos, el fruto de nuestra bondad.

—Los motivos no importan —dijo Zina, dándose cuenta de sus pensamientos.

—El camino al infierno —dijo Emmanuel. Y, en este caso, eso es literalmente, pensó. Ésa es la única puerta que hemos abierto: la puerta que lleva a la tumba.

Y a quienes más compadezco es a las pequeñas criaturas del mundo, pensó, las que menos daño han hecho. Ellas son las que menos merecen este destino. La cabra las escogerá para infligirles el máximo sufrimiento; las castigará en proporción a su inocencia…, éste es su método, el método mediante el cual la gran balanza se ve apartada del equilibrio y el Plan queda deshecho. Acusará a los débiles y destruirá a los indefensos; utilizará su poder contra quienes menos pueden defenderse. Y, por encima de todo, devorará las pequeñas esperanzas, los magros sueños de los débiles.

Y es aquí donde debemos intervenir, se dijo. Para proteger a los más pequeños. Ésta es nuestra primera labor y la primera línea de nuestra defensa.

Herb Asher despegó de Washington e inició el vuelo hacia California y Linda Fox sintiéndose lleno de alegría. Éste va a ser el período más feliz de toda mi vida, se dijo. Llevaba sus maletas en el asiento trasero, y las había llenado con cuanto podía necesitar; estaría lejos de Washington y de Rybys durante cierto tiempo…, quizá para siempre. Una nueva vida, pensó mientras dirigía su coche por entre las calzadas del tráfico transcontinental, marcadas con brillantes señales luminosas. Es como un sueño, pensó. Un sueño que se ha hecho realidad.

Y, de repente, se dio cuenta de que la atmósfera de su coche estaba saturada por una música dulzona. Sorprendido, dejó de pensar y escuchó. Al sur del Pacífico, se dijo. La canción «Voy a lavarme el pelo para olvidar a ese hombre». Ochocientos nueve instrumentos de cuerda, todos sonando al mismo tiempo. ¿Tenía conectado el estéreo del coche? Miró su luz indicadora y el dial. No, estaba apagado.

¡Estoy en suspensión criónica!, pensó. Es el gigantesco transmisor de frecuencia modulada contiguo. Cincuenta mil vatios de emisión metiéndose en la cabeza de todos los presentes en Cri-Labs Incorporada. ¡Hijo de puta!

Redujo la velocidad, aturdido y asustado. No lo entiendo, pensó, lleno de pánico. Recuerdo haber salido de la suspensión criónica; estuve congelado durante diez años, y al final acabaron encontrando los órganos que me hacían falta y me devolvieron a la vida. ¿Verdad que sí? ¿O todo eso no fue más que una fantasía criónica de mi cerebro muerto? Y esto también es una…, oh, Dios mío. No me extraña que todo pareciese un sueño; es un sueño.

La Fox es un sueño, pensó. Mi sueño. Yo la inventé mientras me encontraba en suspensión; y ahora mismo estoy inventándola. Y mi única pista es esa horrible música que se infiltra por todas partes. Sin la música, jamás habría llegado a enterarme.

Es diabólico, pensó. Jugar de esa forma con un ser humano y con sus esperanzas… Con todo lo que cree va a conseguir.

Una luz roja se encendió en su salpicadero, y simultáneamente empezó a sonar un pitido. Y ahora, aparte todo lo demás, se había convertido en blanco de un vehículo de la policía.

El coche de la policía se puso junto a él y quedó adherido al suyo. Las puertas de los dos vehículos se abrieron al unísono, y Herb se encontró con un policía que le miraba fijamente.

—Déme su licencia —dijo el policía. Su rostro quedaba oculto por la máscara de plástico; parecía una especie de fortificación de la Primera Guerra Mundial, algo construido en Verdún.

—Aquí tiene. —Herb Asher le entregó la licencia al policía mientras los dos vehículos, ahora unidos, avanzaban lentamente como si fueran uno solo.

—Señor Asher, ¿hay alguna acusación contra usted? —le preguntó el policía mientras tecleaba los datos en su consola.

—No —dijo Herb Asher.

—Se equivoca. —Hileras de letras luminosas aparecieron en la pantalla del policía—. Según nuestros archivos, no tiene usted permiso legal para estar en la Tierra. ¿Lo sabía?

—Eso no es cierto —dijo él.

—La orden de búsqueda es bastante vieja. Ya hace tiempo que intentan atraparle. Voy a detenerle.

—No puede hacerlo —dijo Herb Asher—. Estoy en suspensión criónica. Mire, voy a pasar mi mano a través de usted. —Alargó la mano y tocó al policía. Sus dedos encontraron la solidez de la carne protegida por la coraza—. Qué extraño… —dijo Herb Asher. Empujó con más fuerza, y en ese mismo instante se dio cuenta de que el policía le apuntaba con una pistola.

—¿Quiere que apostemos a si está en suspensión criónica o no? —dijo el policía.

—No —dijo Herb Asher.

—Se lo digo porque, como haga otra tontería, le mato. Es usted un delincuente buscado por la ley. Puedo matarle en cuanto me dé la gana. Quíteme la mano de encima. Vamos, quítela.

Herb Asher apartó la mano. Y, sin embargo, aún podía oír Al sur del Pacífico. La dulzona música seguía llegándole desde todas partes.

—Si fuera capaz de atravesarme con la mano ya se habría caído a través del suelo de su coche —dijo el policía—. Piense con un poco de lógica. No se trata de que yo sea real o no; se trata de si todo es real o no. Para usted, quiero decir. Es su problema. O usted cree que es su problema. ¿Estuvo en suspensión criónica?

—Sí.

—Entonces es que sufre una vuelta atrás. Es algo muy común. Su cerebro se ve sometido a presión y sufre trastornos. La suspensión criónica proporciona la misma sensación de seguridad que estar dentro del útero, y su cerebro registra esa sensación y luego puede volver a ella. ¿Es la primera vez que le ocurre? Me he encontrado con personas que estuvieron en suspensión criónica y… Bueno, no había forma alguna de convencerlas de que eso ya había terminado, no importa lo que les dijeras o lo que pasara.

—Pues ahora está hablando con una de esas personas —dijo Herb Asher.

—¿Por qué cree estar en suspensión criónica?

—Esa música dulzona.

—Yo no…

—Claro que no la oye. De eso se trata, precisamente.

—Está sufriendo alucinaciones.

—De acuerdo. —Herb Asher asintió—. Eso es lo que le estaba diciendo. —Alargó la mano hacia la pistola del policía—. Adelante, dispare —dijo—. No me hará daño. El haz pasará a través de mi cuerpo.

—Creo que su sitio está en un hospital psiquiátrico, no en una cárcel.

—Puede que sí.

—¿Adónde iba? —le preguntó el policía.

—A California. A visitar a la Fox.

—¿Fox como en la productora de cine?

—La mayor cantante que existe.

—Nunca he oído hablar de ella.

—En este mundo no es muy conocida —dijo Herb Asher—. En este mundo acaba de empezar su carrera. Voy a ayudarla para que sea famosa y conocida en toda la galaxia. Se lo he prometido.

—¿Y qué tal es el otro mundo, comparado con éste?

—El mundo real… —dijo Herb Asher—. Dios hizo que lo recordara. Soy una de las pocas personas que lo recuerdan. Se me apareció por entre los bambúes y había palabras escritas con fuego rojo, palabras que me explicaron la verdad y me devolvieron mis recuerdos.

—Está usted muy enfermo. Cree estar en suspensión criónica y recuerda otro universo. Me pregunto que habría sido de usted si no le hubiera atrapado…

—Me lo habría pasado estupendamente en la Costa Oeste —dijo Herb Asher—. Me lo habría pasado muchísimo mejor de lo que me lo estoy pasando ahora.

—¿Y qué más le contó Dios?

—Otras cosas.

—¿Y Dios habla frecuentemente con usted?

—Muy pocas veces. Soy su padre legal.

El policía le miró fijamente.

—¿Qué?

—Soy el padre legal de Dios. No su padre auténtico; sólo su padre legal. Mi esposa es su madre.

El policía siguió mirándole. La pistola láser temblaba ligeramente en su mano.

—Dios hizo que yo me casara con su madre para que así…

—Extienda las manos.

Herb Asher extendió las manos hacia el policía, y un instante después las esposas se cerraron alrededor de sus muñecas.

—Siga —dijo el policía—. Pero debo advertirle de que cuanto diga puede ser utilizado en su contra ante los tribunales.

—El plan era llevar de contrabando a Dios e introducirlo nuevamente en la Tierra —dijo Herb Asher—. En el útero de mi esposa. El plan tuvo éxito. Por eso hay una orden de búsqueda contra mí. El crimen que cometí fue introducir de contrabando a Dios en la Tierra, donde gobierna el Maligno. Aquí el Maligno lo controla todo y a todos, y nadie lo sabe. Por ejemplo, usted trabaja para el Maligno.

—Yo…

—Pero no se da cuenta de ello. Jamás ha oído hablar de Belial.

—Cierto —dijo el policía.

—Eso demuestra que tengo razón —dijo Herb Asher.

—Todo lo que ha dicho desde que detuve su vehículo ha sido grabado —indicó el policía—. Lo analizarán. Así que usted es el padre de Dios…

—Su padre legal.

—Y ésa es la razón de que la ley le ande buscando. Me pregunto cuál será la definición legal exacta de ese delito… Nunca lo he visto en el código. Presentarse como el padre de Dios…

—El padre legal.

—¿Quién es su auténtico padre?

—Él mismo —dijo Herb Asher—. Él fecundó a su madre.

—Eso es repugnante.

—Es la verdad. La fecundó con su misma esencia y gracias a ello se duplicó a sí mismo en una microforma, y gracias a ese método pudo…

—Oiga, ¿cree que hace bien contándome todo esto?

—La batalla ha terminado. Dios ha vencido. El poder de Belial ha sido aniquilado.

—Entonces, ¿qué hace usted con las esposas puestas, y por qué le estoy apuntando con un láser?

—No estoy seguro. La verdad es que me cuesta dar con la respuesta a eso. Eso y Al sur del Pacífico. Hay unos cuantos fragmentos que no consigo encajar en el rompecabezas. Pero estoy trabajando en ello. De lo que no me cabe ninguna duda es de que Yah ha vencido.

—«Yah». Supongo que ése es Dios, ¿no?

—Sí; es su auténtico nombre. Su nombre original. De cuando vivía en lo alto de la montaña.

—No quiero empeorar sus problemas —le dijo el policía—, pero es usted el peor chiflado que he visto en toda mi vida, y veo a montones de personas diferentes. Cuando le pusieron en suspensión criónica debieron dejarle el cerebro hecho puré. Supongo que no llegaron a tiempo. Yo diría que aproximadamente sólo funciona una sexta parte de su cerebro, y esa sexta parte no funciona nada bien. Voy a llevarle a un sitio donde estará mucho mejor de lo que ha estado hasta ahora y le darán un tratamiento que le hace muchísima falta. No se lo puede ni imaginar. En mi opinión…

—Voy a contarle otra cosa —dijo Herb Asher—. ¿Sabe a quién tengo como socio en mi tienda? Al profeta Elías.

—Aquí 356 Kansas —dijo el policía por su micrófono—. Voy a traer a un individuo para evaluación psiquiátrica. Blanco, varón, de… —Se volvió hacia Herb Asher y le dijo—: Oiga, ¿le he devuelto el permiso de conducir? —El policía guardó su arma en la funda y empezó a hurgar en sus bolsillos, buscando el permiso de Herb Asher.

Herb Asher cogió el arma de la funda del policía y le apuntó con ella; tenía que mantener las manos muy juntas debido a las esposas, pero aun así pudo hacerlo.

—Me ha quitado el arma —dijo el policía.

—¿Has dejado que un tipo con los sesos hechos puré te quitara el arma? —crepitó el altavoz.

—Bueno; no paraba de hablar de Dios, y pensé que estaba… —El policía se quedó callado antes de completar la frase.

—¿Cuál es el nombre del individuo? —preguntó el altavoz.

—Asher. Herbert Asher.

—Señor Asher, por favor —dijo el altavoz—, devuélvale su arma al agente.

—No puedo —dijo Herb Asher—. Estoy congelado en suspensión criónica. Y junto al edificio hay un transmisor de frecuencia modulada de cincuenta mil vatios que está emitiendo Al sur del Pacífico. Me está volviendo loco.

—Suponga que le damos instrucciones a la emisora para que desconecten el aparato —dijo el altavoz—. Si hacemos eso, ¿le devolverá la pistola al agente?

—Estoy paralizado —dijo Herb Asher—. Estoy muerto.

—Si está muerto no necesita una pistola —dijo el altavoz—. De hecho, si está muerto, ¿cómo va a dispararla? Usted mismo ha dicho que estaba congelado. La gente en suspensión criónica no puede moverse; está tiesa como un tronco.

—Pues entonces dígale al agente que me quite la pistola —respondió Herb Asher.

—Quítele el… —dijo el altavoz.

—El arma es real y Asher es real —dijo el agente—. Está loco. No está congelado. ¿Me cree capaz de arrestar a un muerto? ¿Cree que un muerto podría estar yendo hacia California? Hay una orden de busca y captura a su nombre; es un delincuente perseguido por la justicia.

—¿Por qué le buscan? —preguntó el altavoz—. Eh, señor Asher, estoy hablando con usted. Estoy hablando con un muerto que está tieso y congelado a cero grados.

—No, a mucha menos temperatura —dijo Herb Asher—. Pídales que emitan la Segunda Sinfonía de Mahler. Y que sea la versión original de la partitura; no una versión sólo para instrumentos de cuerda, nada de esa música para relajarse. No tengo ganas de relajarme. En una ocasión tuve que estarme meses enteros escuchando El violinista en el tejado. Y estaba pasando por una época muy crítica de mi ciclo vital; estaba…

—De acuerdo —dijo el altavoz, intentando calmarle—. A ver qué opina de esto: haremos que la emisora ponga la Segunda Sinfonía de Mahler, y a cambio de ello usted le devuelve su arma al agente. Lo que… Espere un momento… —Silencio.

—Aquí hay un fallo de lógica —dijo el agente—. Se está dejando atrapar usted por su idée fixe. ¿Sabe qué pienso yo de todo esto? Pues pienso que es un caso de folie à deux. Esto tiene que acabar. No hay ninguna emisora de frecuencia modulada transmitiendo Al sur del Pacífico. Si existiera, yo podría oírla. No se puede llamar a la emisora, a ninguna emisora, y pedirle que pongan la Segunda de Mahler; no saldrá bien…

—Pero él se lo tragará, so gilipollas… —crepitó el altavoz.

—Oh —dijo el policía.

—Déme unos cuantos minutos, señor Asher —dijo el altavoz—. Me pondré en contacto con la emisora y…

—No —dijo Herb Asher—. Es un truco. No pienso devolverle el arma. Deje libre mi vehículo —le dijo al policía.

—Será mejor que lo haga —dijo el altavoz.

—Y quíteme las esposas —dijo Herb Asher.

—La Segunda Sinfonía de Mahler le va a encantar —dijo el altavoz—. Lleva un coro incluido y…

—¿Sabe lo que es la Segunda Sinfonía de Mahler? —dijo Herb Asher—. ¿Sabe para qué instrumentos fue escrita? Yo voy a decirle para qué instrumentos fue escrita. Cuatro flautas, todas alternando con piccolos, cuatro oboes, el tercero y el cuarto alternando con el corno inglés, un trombón de varas, cuatro clarinetes, el tercero alternando con el clarinete bajo y el cuarto con el segundo trombón de varas, cuatro violoncelos, el tercero y el cuarto alternando con el contrabajo, diez cuernos, diez trompetas, cuatro trombones…

—¿Cuatro trombones? —preguntó el policía.

—Cristo —dijo el altavoz.

—… una tuba —siguió diciendo Herb Asher—. Órgano, dos timbales más un tambor adicional fuera de la orquesta, dos tambores de graves, uno de ellos fuera de la orquesta, dos pares de címbalos, uno fuera de la orquesta, dos gongs, uno de ellos relativamente agudo, el otro grave, dos triángulos, uno fuera de la orquesta, un atabal, preferiblemente más de uno, campanillas, campanas, un ruthe…

—¿Qué es un «ruthe»? —preguntó el policía.

—«Ruthe» significa literalmente «varilla» —dijo Herb Asher—. Está hecho con un montón de trocitos de cáñamo; parece una especie de plumero grande o una escobilla. Se utiliza para tocar la batería. Mozart escribió música para ruthe. Dos arpas, con dos o más músicos para cada pasaje si es posible… —Hizo memoria—. Además, naturalmente, tiene que haber la orquesta habitual, incluyendo toda una sección de cuerda. Haga que utilicen su tablero de mezclas para tapar un poco el sonido de las cuerdas. Ya he oído bastantes cuerdas. Y asegúrese de que los dos solistas son buenos, tanto la soprano como el alto.

—¿Eso es todo? —preguntó el altavoz.

—Te has dejado atrapar por sus ilusiones —dijo el policía.

—¿Sabes una cosa? —dijo el altavoz—. Me parece que ese tipo está bastante cuerdo. ¿Estás seguro de que te ha quitado el arma? Señor Asher, ¿cómo es que sabe tanto de música? Parece ser toda una autoridad en la materia.

—Hay dos razones para ello —dijo Herb Asher—. Una se debe a que vivo en un planeta del sistema estelar CY30-CY30B; manejo un sofisticado montón de equipo electrónico, tanto video como audio; recibo transmisiones de la nave madre, las registro, y luego las emito a las otras cúpulas que hay tanto en mi planeta como en los planetas cercanos, y también manejo el tráfico de Fomalhaut, así como el tráfico de las emergencias domésticas. Y la otra razón es que el profeta Elías y yo somos propietarios de una tienda de alta fidelidad en Washington.

—Dejando aparte el hecho de que se encuentra en suspensión criónica —dijo el policía.

—Sí, ésas son las tres razones —dijo Herb Asher.

—Y Dios le cuenta cosas —añadió el policía.

—De música no —dijo Herb Asher—. No le hace falta. Pero borró todas mis cintas de Linda Fox. Y además interfirió con las señales que recibía…

—Hay otro universo donde esa tal Linda Fox es increíblemente famosa —explicó el policía sentado junto a Herb Asher—. El señor Asher va a California para reunirse con ella. El cómo es capaz de hacer eso mientras se encuentra congelado en suspensión criónica no consigo entenderlo, pero ésos son sus planes, o eran sus planes hasta que yo detuve su coche.

—Sigo pensando ir ahí —dijo Herb Asher, y entonces se dio cuenta de que había cometido un error al revelárselo; ahora podrían seguirle aunque lograra escapar. Había cometido una gran estupidez; había hablado demasiado.

—Creo que su circuito de autocontrol acaba de notificarle que se ha ido de la lengua —dijo el policía, mirándole con mucha atención.

—Ya estaba preguntándome cuando actuaría —dijo el altavoz.

—Ahora no puedo ir a reunirme con la Fox —dijo Herb Asher—. No iré ahí. Volveré a mi cúpula en el Sistema CY30-CY30B. Su jurisdicción no llega hasta ahí. Además, Belial no gobierna ese sistema. Allí es Yah quien gobierna.

—Creí haberle oído decir que Yah volvió aquí, y supongo que si volvió es él quien gobierna ahora, ¿no? —dijo el policía.

—Durante el transcurso de nuestra conversación se me ha presentado muy claro que no gobierna este sitio o al menos no por completo —dijo Herb Asher—. Algo va mal. Lo supe cuando empecé a oír esa horrible y melosa música de cuerdas. Y, sobre todo, me di cuenta cuando usted detuvo mi vehículo y me dijo que hay una orden de búsqueda y captura a mi nombre. Puede que Belial haya ganado; quizá sea eso. Todos ustedes son servidores de Belial. Quíteme las esposas o le mato.

El policía le quitó las esposas, no de muy buena gana.

—Señor Asher —dijo el altavoz—, tengo la impresión de que en sus palabras hay una contradicción interna. Si se concentra en ellas verá por qué da la impresión de tener los sesos hechos puré. Primero dice usted una cosa y luego dice otra. El único intervalo de lucidez en todo su discurso tuvo lugar cuando habló sobre la Segunda Sinfonía de Mahler, y eso probablemente sea debido, tal y como dice usted, al hecho de que anda metido en el negocio de la alta fidelidad. Es un último resto de lo que en tiempos fue una mente intacta. Debe entender que, si acompaña al agente, no será castigado; será tratado como el lunático que obviamente es. Ningún juez condenaría a un hombre capaz de contar las cosas que usted dice.

—Es cierto —dijo el policía—. Lo único que tiene que hacer es contarle al juez eso de que Dios habla con usted entre los bambúes y quedará tan libre como un pájaro. Y, sobre todo, cuando le diga que es usted el padre de Dios…

—Su padre legal —le corrigió Herb Asher.

—Eso dejará muy impresionado al tribunal —admitió el policía.

—En este momento se libra una gran guerra entre Dios y Belial —dijo Herb Asher—. El destino del universo y su misma existencia física se hallan en juego. Cuando partí hacia la Costa Oeste daba por sentado que todo iba bien, y tenía razones para ello. Ahora no estoy seguro; creo que algo ha ido mal, espantosamente mal. Usted es el paradigma de lo que ha ido mal, el epítome. Si Yah hubiese ganado, usted no habría detenido mi coche. No iré a California porque eso pondría en peligro a Linda Fox. Acabarán encontrándola, naturalmente, pero no sabe nada; es un nuevo talento que lucha por triunfar y al que yo intentaba echarle una mano…, al menos, eso es lo que es en este mundo. Déjenla en paz. Y déjenme en paz a mí, déjennos a todos en paz. No saben a quién sirven. ¿Comprenden lo que estoy diciendo? Piensen lo que piensen, están al servicio del mal. Son máquinas que procesan una orden de busca y captura vieja. No saben lo que hice o de qué se me acusó…, no pueden verle sentido alguno a lo que digo porque no comprenden la situación. Siguen reglas que no son de aplicación a este caso. Estamos en un momento único. Están ocurriendo cosas sin precedentes; fuerzas inigualables se enfrentan una a la otra. No iré a ver a Linda Fox, pero tampoco sé adónde ir. Tal vez Elijah lo sepa; quizás él pueda decirme lo que debo hacer. Mi sueño quedó destruido cuando usted detuvo mi vehículo, y puede que también el sueño de Linda Fox haya quedado destruido. Quizás ahora no pueda ayudarla a que se convierta en una estrella, tal y como le había prometido. El tiempo lo dirá. El desenlace de la gran batalla decidirá lo que suceda. Y les compadezco, porque, sea cual sea el desenlace, ustedes ya han sido destruidos; sus almas ya no existen.

Silencio.

—Es usted un hombre muy poco corriente, señor Asher —dijo el policía—. Puede que esté loco o puede que no, pero, sea lo que sea lo que anda mal en su cabeza, creo que no hay dos como usted. —Movió lentamente la cabeza, como sumido en sus pensamientos—. Ésta no es ninguna locura corriente. Esto no se parece a nada que haya visto u oído comentar antes. Usted habla de todo el universo…, no, de más que el universo, si es que eso es posible. Me impresiona y, en cierta forma, me asusta. Ahora que le he escuchado lamento haber detenido su vehículo. No me dispare. Dejaré libre su coche y podrá marcharse; no le perseguiré. Me gustaría olvidar todo lo que he oído en los últimos minutos. Usted habla de Dios y de un anti-Dios y de una batalla terrible que parece haber sido perdida…, quiero decir que quien ha ganado es ese anti-Dios. Esto no encaja con nada de cuanto sé o comprendo. Váyase. Le olvidaré, y usted puede olvidarse de mí. —El policía se ajustó la máscara con un gesto lleno de cansancio.

—No puedes dejarle marchar —dijo el altavoz.

—Oh, sí que puedo —dijo el policía—. Puedo dejarle marchar y luego puedo olvidarme de cuanto ha dicho y de lo que he oído.

—Pero todo está grabado —dijo el altavoz.

El policía se inclinó sobre el tablero y apretó un botón.

—Acabo de borrarlo —dijo.

—Pensé que la batalla había sido ganada —dijo Herb Asher—. Pensé que Dios había ganado. Dios no ha ganado. Lo sé, aunque me deje marchar. Pero quizás el que usted me deje libre sea una señal. Veo alguna respuesta en su ser, cierta cantidad de calor humano…

—No soy una máquina —dijo el policía.

—Pero, ¿seguirá siendo cierto eso dentro de poco? —le preguntó Herb Asher—. No estoy seguro. ¿En qué se habrá convertido dentro de una semana? ¿Y dentro de un mes? ¿En qué nos habremos convertido todos? ¿Y en qué medida podemos alterar el resultado final?

—Lo único que deseo es alejarme de usted —dijo el policía—. Quiero que entre nosotros dos haya una gran distancia.

—Perfecto —dijo Herb Asher—. Puede hacerse. Alguien tiene que contarle la verdad al mundo —añadió—. La verdad que usted conoce, la que le conté: que Dios libra un combate y está perdiendo. ¿Quién puede hacer eso?

—Usted —dijo el policía.

—No —dijo Herb Asher. Pero sabía quién podía hacerlo—. Elías puede hacerlo —dijo—. Es su tarea; ha venido para esto, para que el mundo lo sepa.

—Pues entonces oblíguele a que se encargue de ello —dijo el policía.

—Lo haré —dijo Herb Asher—. Ahí es donde iré; volveré a Washington, con mi socio.

Olvidaré a la Fox, se dijo; ésa es la pérdida que debo aceptar. Al comprenderlo, sintió que una amarga pena llenaba todo su ser. Pero ésa era la realidad; ahora no podía estar con ella, no hasta que todo hubiera terminado.

No hasta que hubieran ganado la batalla.

Y, mientras dejaba libre su vehículo, el policía dijo algo muy extraño.

—Rece por mí, señor Asher —le dijo.

—Lo haré —dijo Herb Asher.

Cuando su vehículo hubo quedado libre, lo hizo girar en un gran arco y volvió hacia Washington. El coche de la policía no le siguió. El policía había cumplido su palabra.