Herb Asher se sentía dominado por la convicción de que había conocido a Manny Palas en algún otro momento, quizás en otra vida. ¿Cuántas vidas llegamos a tener?, se preguntó. ¿Estaremos grabados en cintas? ¿No será que alguien ha vuelto a poner la cinta?
—Ese niño se parecía mucho a ti —le dijo a Rybys.
—¿Ah, sí? No me he fijado. —Rybys, como de costumbre, estaba intentando hacer un vestido siguiendo unos patrones y, como de costumbre, no lo estaba consiguiendo; la sala estaba llena de trozos de tela, aparte de platos sucios, ceniceros repletos de colillas y revistas arrugadas y llenas de manchas.
Herb decidió consultar con su socio, un negro de mediana edad llamado Elijah Tate. Él y Tate llevaban ya varios años juntos como propietarios de un negocio que vendía sistemas de alta fidelidad. Pero Tate consideraba que su negocio, Electronic Audio, era algo colateral: su interés básico en la vida era su labor misionera. Tate predicaba en una pequeña iglesia del extrarradio, y su público era casi todo negro. Su mensaje siempre consistía en estas palabras:
¡ARREPENTÍOS!
¡EL REINO DE DIOS SE APROXIMA!
A Herb Asher aquello le parecía una ocupación bastante extraña para un hombre tan inteligente, pero, en última instancia, eso era problema de Tate, y raramente hablaban del asunto.
—La noche anterior fui a un club de Hollywood y conocí a un niño muy extraño —le dijo Herb a su socio mientras estaban sentados en la sala de audición de la tienda.
—¿Y qué hacías tú en Hollywood? —murmuró Tate, que estaba montando un nuevo regulador láser—. ¿Intentabas meterte en el cine o qué?
—Fui para ver actuar a una cantante nueva llamada Linda Fox.
—Nunca he oído hablar de ella.
—Es terriblemente sexy y muy buena —dijo Herb—. Ella…
—Estás casado.
—Pero puedo soñar —dijo Herb.
—Quizá te gustaría invitarla a que firmara autógrafos en la tienda, ¿eh?
—Nuestra tienda no se dedica a ese tipo de cosas.
—Bueno, nuestra tienda se llama Electronic Audio, y ella canta. Eso es algo auditivo, ¿no? ¿O es que no se la oye?
—Que yo sepa no ha grabado ninguna cinta, no tiene ningún disco ni ha estado en televisión. La oí por casualidad el mes pasado, cuando estaba en la exposición del Anaheim Trade Center. Ya te dije que deberías haber venido conmigo.
—El sexo es la enfermedad de este mundo —dijo Tate—. Estamos metidos en un planeta lujurioso y enloquecido.
—Y acabaremos yéndonos al infierno.
—Eso espero —dijo Tate.
—Oye, ¿sabes que te estás quedando anticuado? De veras. Tienes un código moral que se remonta a las Edades Oscuras.
—Oh, no, es anterior a eso —dijo Tate. Colocó un disco sobre el plato y puso en marcha el equipo. Su osciloscopio mostró que la pauta de giro estaba bastante bien pero no era perfecta; Tate frunció el ceño.
—Casi llegué a conocerla. Estuve tan cerca; cuestión de segundos… Nunca he visto de cerca a una mujer que resulte tan atractiva como ella. Tendrías que verla. Sé que llegará hasta la cumbre, es una corazonada…
—Está bien —dijo Tate, con voz cargada de paciencia—. Me parece estupendo. Escríbele una carta contándole que eres fan suyo. Anda, explícaselo.
—Elijah —dijo Herb—, el niño que conocí anoche… Se parecía mucho a Rybys.
El negro alzó la cabeza y le miró.
—¿De veras?
—Si Rybys fuese capaz de poner algo de orden en su maldita cabeza, aunque sólo fuera por un segundo, quizá se hubiera dado cuenta. Es incapaz de concentrarse, eso es lo que pasa. No miró al chico ni una sola vez. Podría haber sido su hijo.
—Quizá hay algo de lo que no estás enterado.
—Olvídalo —dijo Herb.
—Me gustaría ver a ese niño —dijo Elijah.
—Tengo la sensación de haberle conocido antes, en alguna otra vida. Durante un segundo fue como si empezara a recordarlo todo y entonces… —Agitó la mano—. Lo perdí. No logré atraparlo. Y había más…, como si recordara todo un mundo distinto a éste. Otra vida totalmente diferente.
Elijah dejó de trabajar en el equipo.
—Descríbemela.
—Tú eras más viejo. Y no eras negro. Eras un anciano y vestías túnica. Yo no estaba en la Tierra; pude ver un paisaje helado, y no era de la Tierra. Elijah… ¿Crees que puedo ser una criatura de otro planeta, y que algún poder haya colocado falsos recuerdos en mi mente, recuerdos que cubren a los auténticos? Y el niño, el ver al niño… ¿Crees que eso pudo hacer que los recuerdos auténticos empezaran a regresar? Y estaba convencido de que Rybys se encontraba muy enferma. De hecho, estaba a punto de morirse. Y había algo sobre agentes de Inmigración con armas.
—Los agentes de Inmigración no llevan armas.
—Y una nave. Un largo viaje a grandes velocidades. Una gran premura. Y, por encima de todo…, una presencia. Una presencia muy extraña. No era humana. Quizá fuera un extraterrestre, un miembro de esa raza de la cual formo parte. Alguien de mi planeta natal.
—Herb, tienes la cabeza llena de pájaros —dijo Elijah.
—Lo sé. Pero durante un segundo experimenté todo lo que te he contado. Y…, escucha esto. —Empezó a mover las manos, muy nervioso—. Un accidente. Nuestra nave estrellándose contra otra nave. Mi cuerpo lo recordó; recordó la conmoción, el trauma.
—Ve a un hipnoterapeuta —dijo Elijah—. Haz que te ponga en trance y te haga recordar. Está clarísimo que eres un alienígena programado para hacer saltar el mundo en pedazos. Probablemente llevas una bomba implantada.
—Eso no tiene gracia —dijo Herb.
—De acuerdo; vienes de una sabia y superavanzada noble raza espiritual, y has sido enviado aquí para iluminar a la humanidad. Para salvarnos.
Y la mente de Herb Asher se llenó de recuerdos que se desvanecieron un segundo después. Casi al instante.
—¿Qué pasa? —preguntó Elijah, mirándole con atención.
—Más recuerdos. Cuando dijiste eso.
—Ojalá leyeras la Biblia de vez en cuando —dijo Elijah después de un momento de silencio.
—Mi misión tenía algo que ver con la Biblia —dijo Herb.
—Quizá seas un mensajero —dijo Elijah—. Quizá tienes que entregarle un mensaje al mundo. Un mensaje de Dios.
—Deja de tomarme el pelo.
—No te tomo el pelo —dijo Elijah—. Ahora no. —Y, al parecer, así era; su negro rostro se había puesto muy serio.
—¿Qué pasa? —dijo Herb.
—Algunas veces creo que este planeta se encuentra bajo un hechizo —dijo Elijah—. Estamos dormidos o en trance, y algo nos hace ver lo que ese algo quiere que veamos, y recordamos y pensamos lo que quiere que recordemos y pensemos. Lo cual quiere decir que somos lo que ese algo quiere que seamos… Y, a su vez, eso significa que no tenemos ninguna auténtica existencia propia. Nos encontramos sometidos a los caprichos de algo.
—Qué extraño —dijo Herb Asher.
—Sí —dijo su socio—. Es muy extraño.
Al final de la jornada, mientras Herb Asher y su socio se preparaban para cerrar la tienda, una joven vestida con una chaqueta de ante, tejanos, mocasines y un pañuelo rojo atado a la cabeza entró en el local.
—Hola —le dijo a Herb, con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta—. ¿Qué tal estás?
—Zina —dijo él, contento de verla. Y una voz dentro de su cabeza dijo: ¿Cómo te ha encontrado? Esto se encuentra a casi cinco mil kilómetros de Hollywood. Mediante algún ordenador y con un anuario de locales, probablemente. Aun así…, tuvo la sensación de que algo no andaba bien. Pero Herb no era de los que rechazan la visita de una chica guapa.
—¿Tienes tiempo para tomar una taza de café? —preguntó ella.
—Claro —dijo él.
Poco después estaban sentados el uno frente al otro ante una mesa en un restaurante cercano.
—Quiero hablar contigo sobre Manny —dijo Zina, mientras removía la crema y el azúcar de su café.
—¿Por qué se parece a mi mujer? —preguntó él.
—¿Se parece? No me había fijado. Manny está muy preocupado porque tiene la impresión de que te impidió conocer a Linda Fox.
—No estoy seguro de que fuera culpa suya.
—Ella venía directamente hacia ti.
—Venía en dirección nuestra, pero eso no demuestra que hubiera acabado conociéndola.
—Manny quiere que la conozcas. Herb, se siente terriblemente culpable; no pudo dormir en toda la noche.
—¿Y qué se propone hacer al respecto? —quiso saber Herb, perplejo.
—Quiere que le escribas una carta diciéndole que eres fan de ella. Explicándole la situación. Está convencido de que te responderá.
—No es probable.
—Le harías un gran favor a Manny —dijo Zina en voz baja—. Incluso si no te contesta.
—Preferiría volver a verte a ti —dijo él. Había sopesado cuidadosamente sus palabras antes de pronunciarlas; midiéndolas y calculando sus posibles efectos.
—¿Eh? —Zina alzó la mirada. ¡Qué ojos tan negros!
—A los dos. A ti y a tu hermano pequeño.
—Manny ha sufrido ciertos daños cerebrales. Su madre resultó herida en un accidente aéreo cuando estaba embarazada de él. Manny pasó varios meses dentro de un útero sintético, pero no lograron meterle en él a tiempo. Así que… —Tabaleó con los dedos sobre la mesa—. No es normal. Ha estado yendo a una escuela especial. Sus daños neurólogicos hacen que a veces tenga ideas realmente muy extrañas. Por ejemplo… —Vaciló—. Bueno, qué diablos. Dice que es Dios.
—Entonces mi socio tendría que conocerle —dijo Herb Asher.
—Oh, no —dijo ella, agitando vigorosamente la cabeza—. No quiero que vea a Elijah.
—¿Cómo sabes que se llama Elijah? —preguntó él, volviendo a tener esa peculiar sensación, como un aviso de algo.
—Antes pasé por tu apartamento y estuve conversando con Rybys. Pasamos varias horas juntas; me habló de la tienda y de Elijah. Si no, ¿cómo crees que podría haber encontrado tu tienda? No viene a tu nombre en el anuario.
—Elijah es un obseso de la religión —dijo él.
—Eso es lo que me contó Rybys, y por eso no quiero que Manny le conozca. Lo único que harían sería embriagarse mutuamente con sus delirios teológicos.
—Pues yo creo que Elijah tiene la cabeza muy bien puesta encima de los hombros —respondió él.
—Sí, y en muchos aspectos Manny también es de lo más normal. Pero, si juntas a dos personas religiosas, y las dos están un poco… Bueno, ya sabes. Empezarán a hablar de Jesucristo y el fin del mundo, la batalla del Armagedón, la conflagración final… —Se estremeció—. Es algo que me da escalofríos. La condenación y el fuego del infierno…
—Tienes razón, Elijah está muy metido en todo eso —admitió Herb. Tenía la impresión de que Zina ya lo sabía. Probablemente Rybys se lo había contado; ésa debía ser la explicación.
—Herb —dijo Zina—, ¿quieres hacerle a Manny ese favor que te pide? ¿Le escribirás una carta a la Fox…?
—Y su expresión cambió bruscamente.
—«La Fox» —dijo él—. Me pregunto si acabarán refiriéndose a ella de esa forma… Desde luego, tiene un gran talento natural.
—¿Escribirás a Linda Fox y le dirás que te gustaría conocerla? —siguió diciendo Zina—. Pregúntale dónde va a actuar; las fechas de esas presentaciones en clubs se fijan con mucha antelación. Dile que eres propietario de una tienda de alta fidelidad. No es muy conocida; no se trata de una de esas estrellas famosas en toda la nación que reciben toneladas de cartas. Manny está seguro de que te contestará.
—Claro que lo haré —dijo él.
Zina sonrió y sus oscuros ojos bailotearon.
—No es problema —dijo Herb—. Volveré a la tienda y escribiré la carta en la máquina de allí. Después, podemos ir juntos a echarla al correo.
Zina sacó un sobre de su bolso.
—Manny se ha encargado de escribirla por ti. Eso es lo que él quiere que digas. Si no lo encuentras adecuado puedes cambiarlo, pero…, no lo cambies demasiado. Manny se esforzó mucho al redactarla.
—De acuerdo. —Cogió el sobre que le tendía, se levantó y dijo—: Volvamos a la tienda.
Mientras estaba sentado ante la máquina de escribir de la oficina, copiando la carta de Manny a la Fox —tal y como la había llamado Zina—, la joven iba y venía por el local, fumando con largas y vigorosas caladas.
—Oye, ¿hay algo que deba saber y que no me hayas contado? —preguntó él de pronto. Tenía la sensación de que en todo aquello había algo oculto; Zina parecía estar desacostumbradamente nerviosa.
—Verás, Manny y yo hemos hecho una apuesta —dijo Zina—. Es una apuesta sobre si…, bueno, básicamente es sobre si Linda Fox va a contestarte o no. La apuesta es algo más complicada, pero ése es el núcleo del asunto. ¿Te molesta?
—No —dijo él—. Bueno, ¿y a qué habéis apostado el dinero cada uno, a que contestará o a que no?
Zina no le respondió.
—Olvídalo —dijo él. Se preguntó por qué no le había contestado, y por qué el asunto la ponía tan nerviosa. ¿Qué piensan que va a salir de todo este asunto?, se dijo—. No le cuentes nada de esto a mi mujer —añadió después, porque ahora también él estaba empezando a sentirse nervioso.
Y en ese momento tuvo una corazonada muy intensa: que de aquello dependía algo, algo importante, algo cuyas dimensiones era incapaz de comprender.
—Oye, ¿estáis tendiéndome una trampa o qué? —dijo de pronto.
—¿Por qué lo preguntas?
—No lo sé. —Había terminado de escribir; apretó la tecla de imprimir y la máquina, dotada de memoria electrónica, imprimió instantáneamente su carta y la dejó caer en la bandeja de salida.
—Se supone que he de firmarla, ¿no? —dijo él.
—Sí. Tú eres quien manda la carta.
Firmó la carta y escribió las señas en un sobre, copiando la dirección que había en la carta de Manny… y, de repente, se preguntó cómo era posible que Zina y Manny hubieran conseguido la dirección de Linda Fox. Porque allí estaba, escrita con la cuidadosa letra holográfica del niño. La dirección no era la de la Cierva Dorada, sino la de una residencia. En Sherman Oaks.
Qué extraño, pensó. Lo normal sería que su dirección no figurase en los anuarios, ¿verdad?
O tal vez sí. No era demasiado conocida, como ya le habían hecho notar varias veces.
—No creo que conteste —dijo.
—Bueno, pues entonces unas cuantas monedas de plata cambiarán de manos.
—La tierra de las hadas —dijo él al instante.
—¿Qué? —exclamó ella, sorprendida.
—Un libro infantil. Monedas de plata. Un viejo clásico. «Necesitas una moneda de plata para llegar a la tierra de las hadas». Lo dice en el libro. —De niño había tenido un ejemplar de ese libro.
La joven se rió. Con nerviosismo, o eso le pareció a Herb.
—Zina —dijo éste—, tengo la sensación de que aquí hay algo raro.
—No que yo sepa. —Cogió el sobre de entre sus dedos—. Lo echaré al correo —dijo.
—Gracias —dijo él—. ¿Volveré a verte?
—Claro que sí. —Se inclinó sobre él, frunció los labios y le besó en la boca.
Miró a su alrededor y vio bambúes. Pero a través de ellos había ráfagas de color que no paraban de moverse, igual que el fuego de San Telmo. El color, un rojo vivo y muy brillante, parecía estar vivo. Se agrupaba aquí y allá, y donde se acumulaba formaba palabras o algo parecido a ellas. Como si el mundo se hubiera convertido en un lenguaje.
¿Qué estoy haciendo aquí?, se preguntó, lleno de confusión. ¿Qué ha pasado? ¡Hace un momento yo no estaba aquí!
El resplandor rojo, parecido a una electricidad hecha visible, formó un mensaje dirigido a él, un mensaje distribuido a través de los bambúes, los columpios infantiles y los resecos tallos de hierba.
AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN,
CON TODAS TUS FUERZAS Y CON TODA TU ALMA.
—Sí —dijo él. Tenía miedo, pero las lenguas de fuego líquido eran tan hermosas que más que miedo era una especie de respeto impresionado; fascinado, miró a su alrededor. El fuego se movía; se formaba y desaparecía; iba y venía de un lado a otro; empezó a reunirse en forma de charcos, y de repente supo que estaba viendo a un ser vivo. O, más bien, la sangre de un ser vivo. El fuego era sangre viviente, pero se trataba de una sangre mágica, no sangre física sino sangre transformada.
Se inclinó, tembloroso, tocó la sangre, y sintió que una sacudida atravesaba todo su cuerpo; y supo que la sangre viviente había penetrado en él. Un instante después, en su mente se formó una palabra:
¡CUIDADO!
—Ayúdame —dijo con un hilo de voz.
Alzó la cabeza y vio un espacio infinito; vio tales extensiones de espacio que fue incapaz de comprenderlas…, un espacio que se extendía por toda la eternidad, y él mismo estaba expandiéndose con ese espacio.
Oh, Dios mío, se dijo; y se estremeció violentamente. Sangre y palabras vivientes, y algo inteligente muy cerca de mí, estimulando el mundo o el mundo estimulando a ese algo; algo camuflado, una entidad que era consciente de su presencia aquí.
Un rayo de luz rosada le cegó; sintió un terrible dolor en su cabeza y se llevó las manos a los ojos. ¡Estoy ciego!, comprendió. Con el dolor y la luz rosada llegó la comprensión, un conocimiento tan claro que era casi cortante; supo que Zina no era una mujer humana, y supo también que Manny no era un niño humano. El lugar donde se encontraba no era ningún mundo real; lo comprendió porque así se lo había dicho el rayo de luz rosada. Este mundo era una simulación y algo vivo e inteligente, algo que tenía buenas intenciones y que quería que lo supiese. Algo se preocupa por mí y ha penetrado en este mundo para advertirme, comprendió, y se ha camuflado como este mundo para que el amo de este mundo, el señor de este reino irreal, no se entere de su presencia; para que no sepa que está aquí y que me lo ha revelado. Qué terrible es conocer este secreto, pensó. Podrían matarme por conocerlo. Estoy en…
NO TEMAS
—De acuerdo —dijo, pero siguió temblando. Palabras dentro de su cabeza, conocimiento dentro de su cabeza. Pero seguía estando ciego, y seguía sintiendo dolor—. ¿Quién eres? —preguntó—. Dime tu nombre.
SIVAINVI
—¿Quién es «Sivainvi»? —preguntó.
EL SEÑOR TU DIOS
—No me hagas daño —dijo.
HOMBRE, NO TENGAS MIEDO
Empezó a recobrar la vista. Apartó las manos de sus ojos. Zina estaba ante él, con sus tejanos y su chaqueta de cuero; no había transcurrido más de un segundo. Ahora estaba retrocediendo, después de haberle besado. ¿Conocía lo ocurrido? ¿Cómo podía saberlo? Sólo él y Sivainvi lo sabían.
—Eres un hada —dijo él.
—¿Una qué? —Y se echó a reír.
—Esa información me acaba de ser transferida. Lo sé. Lo sé todo. Recuerdo CY30-CY30B; recuerdo mi cúpula; recuerdo la enfermedad de Rybys y el viaje a la Tierra. El accidente. Recuerdo todo aquel otro mundo, el mundo real. Penetró en este mundo y me ha hecho despertar. —La miró, y Zina le devolvió su mirada, sin apartar los ojos.
—Mi nombre significa hada —dijo Zina—, pero eso no me convierte en un hada. Emmanuel significa «Dios con nosotros», pero eso no hace que él sea Dios.
—Recuerdo a Yah —dijo Herb Asher.
—Oh —dijo ella—. Vaya. Cielo santo.
—Emmanuel es Yah —dijo Herb Asher.
—Me marcho —dijo Zina. Fue rápidamente hacia la puerta de la tienda, con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta, hizo girar la llave en la cerradura y desapareció por el umbral; un instante después ya no estaba.
Tiene la carta, recordó de pronto Herb. Mi carta a la Fox.
Se apresuró a seguirla.
No había ni rastro de ella. Miró en todas direcciones. Coches y gente, pero no Zina. Se había esfumado.
La mandará por correo, se dijo. La apuesta entre ella y Emmanuel…, esa apuesta guarda relación conmigo. Están apostando por mí, y todo el universo está en juego. Imposible. Pero el rayo de luz rosada se lo había dicho; le había transmitido toda esa información de forma instantánea, sin que el tiempo hubiera transcurrido.
Temblando, con la cabeza todavía dolorida, volvió a la tienda; se sentó y empezó a frotarse la frente.
Va a hacer que entre en relación con la Fox, comprendió. Y el resultado de esa relación, según y como vaya, hará que la estructura de la realidad… No estaba seguro de lo que ocurriría. Pero eso era lo que estaba en juego: la mismísima estructura de la realidad, el universo y cuantas criaturas vivientes había dentro de él.
Es algo relacionado con el ser, pensó, y sabía eso tan sólo gracias al rayo de luz rosada, que era una sangre viviente, eléctrica, la sangre de alguna inmensa metaentidad. Sein, pensó. Una palabra alemana; ¿qué significa? Das Nichts. Lo opuesto de Sein. Sein igual al ser igual a la existencia igual a un cosmos auténtico. Das Nichts igual a nada igual a la simulación del universo, el sueño…, dentro del cual estoy ahora, eso lo sabía muy bien. El rayo de color rosa me lo ha contado.
Necesito un trago, se dijo. Cogió el teléfono, introdujo en él la tarjeta perforada con el número, e inmediatamente el aparato le puso en contacto con su casa.
—Rybys —dijo con voz enronquecida—. Voy a llegar tarde.
—¿Vas a salir con ella? ¿Con esa chica? —La voz de su mujer estaba a punto de quebrarse.
—No, maldita sea —dijo él, y colgó el auricular.
Dios es el Garantizador del universo, comprendió. Ésa es la base de cuanto se me ha contado. Sin Dios no hay nada; todo fluye y desaparece.
Cerró la tienda, se metió en su aerovehículo y conectó el motor.
De pie en la acera…, un hombre. Un hombre familiar, un negro. De mediana edad, bien vestido.
—¡Elijah! —gritó Herb—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Qué sucede?
—He vuelto para ver si te encontrabas bien. —Elijah Tate vino hacia el vehículo de Herb—. Estás muy pálido.
—Entra —dijo Herb.
Elijah entró.