Herb Asher cogió al niño en sus brazos y lo estrechó fuertemente.
—Y ésta es Zina —dijo Elijah Tate—, la amiga de Emmanuel. —Cogió a la niña de la mano y la llevó hacia Herb Asher—. Es un poco mayor que Manny.
—Hola —dijo Herb Asher. Pero la niña no le importaba; lo único que deseaba era contemplar al hijo de Rybys.
Diez años, pensó. Este niño ha crecido mientras yo soñaba y soñaba, creyendo estar vivo cuando de hecho no lo estaba.
—Zina le ayuda y le enseña —dijo Elijah—. Le enseña muchas más cosas que la escuela. Más que yo.
Herb Asher miró a la niña, y vio un hermoso y pálido rostro en forma de corazón y unos ojos llenos de luz. Qué niña tan hermosa, pensó, y se volvió nuevamente hacia el hijo de Rybys. Pero entonces algo le hizo mirar de nuevo a la niña.
En su rostro había una expresión maliciosa, sobre todo en sus ojos. Sí, pensó; hay algo en sus ojos que… Una especie de sabiduría.
—Ahora ya llevan cuatro años juntos —dijo Elijah—. Le dio una pizarra de alta tecnología. Es una especie de terminal de ordenador muy avanzado. La pizarra le hace preguntas y le da pistas. ¿Verdad, Manny?
—Hola, Herb Asher —dijo Emmanuel. En su rostro había una solemne seriedad que contrastaba con la expresión de la niña.
—Hola —le dijo Herb a Emmanuel—. Te pareces mucho a tu madre.
—En ese crisol crecimos —dijo Emmanuel enigmáticamente, y no aclaró cuál era el significado de aquellas palabras.
—¿Es que…? —Herb no sabía qué decir—. ¿Va todo bien?
—Sí. —El niño asintió.
—Tienes que soportar una carga muy pesada —dijo Herb.
—La pizarra hace trampas —dijo Emmanuel.
Silencio.
—¿Qué ocurre? —le preguntó Herb a Elijah.
—Mientras mi madre se moría, tú estabas prestándole oídos a una ilusión —dijo Emmanuel, clavando los ojos en Herb Asher—. Esa imagen no existe. Tu Fox es un fantasma, nada más.
—Eso ocurrió hace mucho tiempo —dijo Herb.
—El fantasma está con nosotros en el mundo —dijo Emmanuel.
—Eso no es problema mío —dijo Herb.
—Pero sí es problema mío —respondió Emmanuel—. Tengo intención de resolverlo. No ahora, sino en el momento adecuado. Herb Asher, te quedaste dormido porque una voz te lo ordenó. Este mundo en el que estamos, todo este planeta, toda su gente…, aquí todo está dormido. He estado diez años observándolo y no encuentro nada bueno que decir de él. Hace lo que tú hiciste; es como tú eras. Quizá sigues durmiendo. ¿Duermes, Herb Asher? Soñaste con mi madre mientras estabas en suspensión criónica. Capté tus sueños y gracias a ellos aprendí muchas cosas sobre mi madre. En mí hay tanto de ella como de mí mismo. Como le dije, sigue viviendo en mí y siendo yo; la he vuelto inmortal… Tu esposa está aquí, no en esa cúpula llena de basura y desorden. ¿Lo comprendes? Mírame y verás a la Rybys que ignoraste.
—Yo… —dijo Herb Asher.
—No hace falta que me digas nada —interrumpió Emmanuel—. No tienes nada que contarme; leo en tu corazón, no en tus palabras. Entonces sabía quién eras, y ahora también lo sé. «Herbert, Herbert», te llamé. Te hice volver a la vida por el bien de ella y por el tuyo propio, y dado que lo hice en bien de ella también lo hice en bien mío. Cuando la ayudabas me estabas ayudando. Y cuando la ignorabas me ignorabas a mí. Ésta es la palabra de tu Dios.
Elijah pasó su brazo alrededor de los hombros de Herb Asher para tranquilizarle.
—Siempre te diré la verdad, Herb Asher —siguió diciendo el niño—. En Dios no hay mentira ni engaño. Quiero que vivas. Ya te hice vivir antes, cuando estabas tendido, psicológicamente muerto. Dios no desea la muerte de ningún ser vivo; a Dios no le complace la inexistencia. ¿Sabes qué es Dios, Herb Asher? Dios es El que Causa la existencia. Diciéndolo de otra forma, si buscas la base del ser que está bajo todas las cosas puedes estar seguro de que hallarás a Dios. Puedes retroceder de Dios al universo fenomenológico o puedes avanzar desde el Creador a ese universo fenomenológico. Cada uno implica al otro. El Creador no sería el Creador si no hubiera universo, y el universo dejaría de existir si el Creador no lo sostuviera. El Creador no existía en el tiempo antes del universo; el Creador no existe dentro del tiempo. Dios crea el universo constantemente; está con él, no por encima o detrás suyo. Esto te resulta imposible de comprender porque eres un ser creado y existes dentro del tiempo. Pero al final acabarás volviendo a tu Creador, y entonces dejarás de existir dentro del tiempo. Eres el aliento de tu Creador, y vives porque Él inhala y exhala. Recuerda bien eso, porque resume cuanto necesitas saber sobre tu Dios. Primero hay una exhalación de Dios que emite toda la creación; y después, en un momento dado, todo empieza su viaje de vuelta, su inhalación. Este ciclo nunca cesa. Me abandonas; te alejas de mí; regresas; te unes nuevamente conmigo. Tú y todo lo demás. Es un proceso, un acontecimiento. Es una actividad…, mi actividad. Es el ritmo de mi propio ser, y es lo que os sostiene a todos.
Asombroso, pensó Herb Asher. Un niño de diez años, su hijo, hablando de esta forma.
—Emmanuel —dijo Zina—, ¿no crees que has estado algo solemne?
—Entonces, ¿jugamos un poco? —dijo el niño, sonriéndole—. ¿Crees que eso sería mejor? Se acercan acontecimientos a los que debo dar forma, y he de crear el fuego que arde y consume. Las Escrituras dicen:
Pues Él es como el fuego del crisol.
»Y dicen también:
¿Y quién podrá soportar el día de Su venida?
»Pero yo afirmo que aún habrá algo más; yo os digo:
El día ha llegado, ardiente igual que un horno; todos los malvados y los de corazón altivo serán como escoria, y cuando llegue ese día les hará arder; y de ellos no dejará ni rama ni raíz.
»¿Qué respondes a eso, Herb Asher? —Emmanuel le estaba mirando atentamente, esperando su respuesta.
Y Zina dijo:
Pero para quienes temen mi nombre, el sol de la justicia se alzará con el viento de la curación en sus alas.
—Cierto —dijo Emmanuel.
Y, en voz baja, Elijah dijo:
Y seréis libres y os desparramaréis igual que los novillos huidos del aprisco.
—Sí —dijo Emmanuel, moviendo la cabeza.
Herb Asher le devolvió la mirada al niño y murmuró:
—Tengo miedo. De veras, estoy asustado. —Se alegró de sentir a su alrededor la tranquilizadora presencia del brazo de Elijah.
—No hará ninguna de esas cosas terribles —le dijo Zina con voz apacible—. Lo dice sólo para asustar a la gente.
—¡Zina! —dijo Elijah.
—Es cierto —replicó ella—. Pregúntaselo.
—No pondrás a prueba al Señor tu Dios —dijo Emmanuel.
—No tengo miedo —dijo Zina en voz baja.
Y Emmanuel le dijo:
Te romperé en dos igual que a una vara de hierro.
Te haré añicos,
como a la vasija del alfarero.
—No —dijo Zina. Y, volviéndose hacia Herb Asher, añadió—: No hay nada que temer. No es más que una forma de hablar. Si tienes miedo ven a verme, y conversaré contigo.
—Es cierto —dijo Emmanuel—. Si te hacen prisionero y te llevan a una cárcel, ella te acompañará. Nunca te dejará abandonado. —Una expresión entristecida cruzó brevemente por su rostro; de repente volvió a ser un niño de diez años—. Pero…
—¿Qué? —preguntó Elijah.
—No voy a revelarlo ahora —dijo Emmanuel, y habló como si le costara mucho. Lleno de incredulidad, Herb Asher vio que los ojos del niño estaban inundados de lágrimas—. Quizá nunca llegue a revelarlo. Ella sabe a qué me refiero.
—Sí —dijo Zina, y sonrió. En su sonrisa había una extraña picardía, o eso le pareció a Herb Asher. Le dejó perplejo. No comprendía qué invisible componenda estaba teniendo lugar entre el hijo de Rybys y la niña. Le inquietaba, y su miedo se hizo aún más grande, y su nerviosismo más profundo.
Esa noche, los cuatro cenaron juntos.
—¿Dónde vives? —le preguntó Herb Asher a la niña—. ¿Tienes familia? ¿Padres?
—Técnicamente soy una pupila de la escuela del gobierno a la que vamos —dijo Zina—, pero a todos los efectos prácticos ahora me encuentro bajo la custodia de Elijah. Se está convirtiendo en mi guardián.
Elijah, que estaba comiendo con toda la atención concentrada en su plato, dijo:
—Los tres somos una familia. Y ahora tú también eres parte de ella, Herb.
—Quizá regrese a mi cúpula —dijo Herb—. Quizá vuelva al sistema CY30-CY30B.
Elijah le miró y dejó de comer, con el tenedor levantado.
—¿Por qué?
—Aquí me siento incómodo —dijo Herb. No había logrado encontrar una razón clara para ello; sus sensaciones seguían siendo vagas e indefinidas. Pero eran muy fuertes—. Este lugar me resulta asfixiante. Me siento más libre fuera de aquí.
—Entonces, ¿la libertad consiste en tumbarte en tu catre y escuchar a Linda Fox? —le preguntó Elijah.
—No. —Herb meneó la cabeza.
—Emmanuel, le has asustado con tanto hablar de hacer caer el fuego sobre la Tierra —dijo Zina—. Aún recuerda las plagas de la Biblia. Lo que ocurrió en Egipto.
—Quiero irme a casa —se limitó a decir Herb.
—Echas de menos a Rybys —dijo Emmanuel.
—Sí. —Y era cierto.
—No está allí —le recordó Emmanuel. Comía lentamente, con expresión sombría, un bocado detrás de otro. Herb pensó que era como si para él comer fuese un ritual solemne, el consumir algo santificado.
—¿No puedes hacer que vuelva? —le preguntó a Emmanuel.
El niño no respondió. Siguió comiendo.
—¿No hay contestación? —le preguntó Herb con amargura.
—No estoy aquí para eso —dijo Emmanuel—. Ella lo comprendió. No es importante que tú lo entiendas, pero era importante que ella lo supiese. Y yo hice que lo supiera. Debes acordarte; estabas allí ese mismo día, el día en que le dije lo que la aguardaba.
—De acuerdo —dijo Herb.
—Ahora vive en otro sitio —dijo Emmanuel—. Tú…
—De acuerdo —repitió Herb, sintiendo ira, una ira inmensa.
Y Emmanuel le miró y le habló muy despacio, en voz baja, con su rostro lleno de calma:
—No comprendes la situación, Herbert. No lucho por conseguir un buen universo, ni tan siquiera uno que sea justo o bonito; lo que está en juego es la mismísima existencia del universo. La victoria final de Belial no significa que la raza humana continúe prisionera y sumida en la esclavitud: significa la no existencia. Sin mí no hay nada, ni tan siquiera Belial, a quien yo creé.
—Cómete la cena —le dijo Zina con amabilidad.
—El poder del mal es hacer que la realidad cese de existir —siguió diciendo Emmanuel—, hacer que la mismísima existencia se detenga. Es el lento escurrirse de todo lo que existe hasta que se haya convertido en un fantasma, igual que Linda Fox. Ese proceso ya ha empezado. Empezó con la primera caída. Parte del cosmos cayó en la oscuridad. La misma Divinidad sufrió una crisis; ¿puedes comprender eso, Herb Asher? ¿Una crisis en la misma Base del Ser? ¿Qué significa eso para ti? La posibilidad de que Dios deje de existir… ¿Qué sacas en claro de eso? Porque la Divinidad es cuanto se interpone entre… —No terminó la frase—. Ni tan siquiera puedes llegar a imaginarlo. Ninguna criatura puede imaginar la no existencia, especialmente la suya. Debo garantizar la existencia, la existencia de todo. Incluyendo la tuya.
Herb Asher no dijo nada.
—Se aproxima una guerra —dijo Emmanuel—. Escogeremos nuestro terreno de combate. Será una mesa donde jugaremos los dos, tanto Belial como yo, y sobre esa mesa apostaremos el universo, el ser de la mismísima existencia. Yo doy comienzo a esta última parte de las eras de guerra; he entrado en el territorio de Belial, en su hogar. He avanzado para ir hacia él, para enfrentarme a él, y no al revés. El tiempo dirá si ha sido una buena idea.
—¿No puedes saber cuáles serán los resultados? —le preguntó Herb.
Emmanuel le miró. En silencio.
—Sí puedes —dijo Herb. Sabes cuál será el desenlace, comprendió. Lo sabes ahora; lo sabías cuando entraste en el útero de Rybys. Lo sabías desde el principio de la creación…, de hecho, antes de la creación; antes de que existiera ningún universo.
—Jugarán siguiendo las reglas —dijo Zina—. Reglas sobre las que ya se han puesto de acuerdo.
—Entonces, ésa es la razón de que Belial aún no te haya atacado —dijo Herb—. Esa es la razón de que hayas podido vivir aquí y crecer…, durante diez años. Sabe que estás aquí…
—¿Lo sabe? —le preguntó Emmanuel.
Silencio.
—No se lo he dicho —le explicó Emmanuel—. No es misión mía. Debe descubrirlo por sí solo. Y no me refiero al gobierno… Me refiero al poder que realmente gobierna todo esto, un poder en comparación con el cual el gobierno y todos los gobiernos no son más que simples sombras.
—Cuando esté preparado ya te lo dirá —dijo Zina—. Sí, cuando esté listo para empezar…
—Y tú, Emmanuel, ¿estás preparado? —preguntó Herb.
El niño sonrió. Una sonrisa infantil, muy alejada del semblante austero de hacía un segundo. Y no dijo nada. Un juego, comprendió Herb Asher. ¡Un juego infantil!
Y al comprenderlo se estremeció.
Zina dijo:
El tiempo es un niño que juega y hace dibujos; un niño es el reino.
—¿Qué es eso? —preguntó Elijah.
—No es del judaísmo —replicó Zina enigmáticamente, y no explicó lo que había pretendido decir con ello.
La parte de él que deriva de su madre tiene diez años de edad, comprendió Herb Asher. Y la parte de él que es Yah carece de edad; es el infinito en sí. Una mezcla de lo muy joven y lo intemporal: exactamente lo que ha definido Zina en su cita.
Y quizás esta mezcla no sea única. Alguien la había percibido antes; la había percibido y la había explicado en palabras.
—Te arriesgas a entrar en el reino de Belial —le dijo Zina a Emmanuel mientras comía—, pero, ¿tendrías el valor necesario para arriesgarte a entrar en mi reino?
—¿Qué reino es ése? —preguntó Emmanuel. Elijah Tate miró a la niña, y Herb Asher la miró también, tan perplejo como él. Pero Emmanuel parecía comprenderla; no daba señal alguna de estar sorprendido. Herb Asher pensó que, pese a su pregunta, ya sabía cuál era ese reino.
—Donde no soy tal y como me ves ahora —dijo Zina.
A estas palabras siguió un intervalo de silencio mientras Emmanuel meditaba. No respondió; siguió sentado, muy quieto, como si su mente se hubiera marchado lejos de allí. Saltando de una palabra a otra, un número incontable de palabras, pensó Herb Asher. Qué extraño es todo esto. ¿De qué están hablando?
—Tengo que ocuparme de una tierra espantosa, Zina —dijo Emmanuel, hablando despacio y articulando cuidadosamente sus palabras—. No tengo tiempo.
—Creo que tienes miedo —dijo Zina, y volvió a ocuparse de su rebanada de pastel de manzana y su montaña de helado.
—No —dijo Emmanuel.
—Pues entonces ven —dijo ella, y de repente todo el color y el fuego de la malicia y el placer ardieron en sus oscuros ojos—. Te desafío —dijo—. Aquí mismo. —Alargó la mano hacia el niño.
—Mi psicopompos —dijo Emmanuel con expresión sombría.
—Sí; yo seré tu guía.
—¿Guiarás al Señor tu Dios?
—Me gustaría enseñarte de dónde vienen las campanas, la tierra de la que llegan sus sonidos… ¿Qué dices?
—Iré —dijo él.
—¿De qué estáis hablando? —preguntó Elijah con aprensión—. Manny, ¿qué es todo esto? ¿A qué se refiere? No va a llevarte a ningún sitio que yo no conozca.
Emmanuel le miró.
—Tienes muchas cosas que hacer —dijo Elijah.
—No hay reino alguno en el que yo no esté —dijo Emmanuel—. Siempre que sea un lugar real y no una fantasía… Zina, ¿tu reino es una fantasía?
—No —dijo ella—. Es real.
—¿Dónde está? —le preguntó Elijah.
—Aquí —dijo Zina.
—¿Aquí? —repitió Elijah—. ¿Qué quieres decir? Veo lo que está aquí; el aquí es el aquí.
—Zina tiene razón —dijo Emmanuel—. El alma de Dios te sigue —le dijo a Zina.
—¿Y confía en mí?
—Esto es un juego —dijo Emmanuel—. Para ti todo es un juego. Jugaré a él. Puedo hacerlo. Jugaré, y después volveré a este reino.
—¿Tan valioso encuentras este reino? —le preguntó Zina.
—Es un lugar horrible —dijo Emmanuel—. Pero es aquí donde debo actuar en ese día grande y terrible.
—Retrasa ese día —dijo Zina—. Yo también lo retrasaré; te enseñaré las campanas que oyes, y como resultado de ello ese día… —Se calló.
—Aun así, acabará llegando —dijo Emmanuel—, tal y como ha sido ordenado.
—Entonces, jugaremos ahora mismo —dijo Zina enigmáticamente. Tanto Herb como Elijah seguían estando perplejos. Cada uno de ellos sabe a qué se refiere el otro, pensó Herb Asher, pero yo no lo sé. ¿Adónde piensa llevarle, si ese sitio se encuentra aquí mismo como dice? Ahora estamos aquí.
—La Comunidad Secreta —dijo Emmanuel.
—¡No, maldita sea! —exclamó Elijah, y arrojó su copa al otro lado de la habitación; la copa se estrelló contra la pared y se convirtió en una multitud de fragmentos diminutos—. Manny…, ¡he oído hablar de ese sitio!
—¿Qué es? —preguntó Herb Asher, asombrado ante la furia del anciano.
—Ése es el término correcto —dijo Zina con voz tranquila—. «De una naturaleza intermedia entre el hombre y el ángel» —citó.
—¡Te estás dejando engañar! —dijo Elijah con furia; se inclinó hacia delante, y sus grandes manos sujetaron al niño.
—Así es —dijo Emmanuel.
—¿Sabes adónde te lleva? —le preguntó Elijah—. Sí, lo sabes. No te da miedo, Manny, y eso es un error. Deberías tener miedo. —Y, volviéndose hacia Zina, le dijo—: ¡Márchate de aquí! No sé qué eres. —La contempló con una expresión donde se mezclaban la ira y el abatimiento, moviendo los labios sin decir nada—. No te conozco; no te comprendo.
—Él sí comprende —dijo Zina—. Emmanuel lo sabía. La pizarra se lo explicó.
—Deja que terminemos nuestra cena y después iré contigo, Zina —dijo Emmanuel. Siguió comiendo tan metódicamente como antes, su rostro impasible—. Tengo una sorpresa para ti, Zina —dijo.
—¿Cuál? —preguntó ella—. ¿Qué es?
—Algo que no conoces —dijo Emmanuel, dejando de comer—. Todo esto había sido decidido desde los comienzos. Lo vi antes de que el universo existiera. Mi viaje a tu tierra…
—Entonces ya sabes cómo terminará —dijo Zina, y por primera vez pareció vacilar, como si su ánimo flaqueara—. A veces olvido que lo sabes todo.
—No todo. Debido al daño sufrido por mi cerebro, el accidente… Se ha convertido en una variable aleatoria, ha introducido el azar.
—¿Dios juega a los dados? —le preguntó Zina, enarcando una ceja.
—Si es necesario —dijo Emmanuel—. Si no hay más remedio…
—Habías planeado todo esto de antemano —dijo Zina—. ¿O no? No consigo entenderlo. Has sufrido daños; no podías saberlo… Emmanuel, todo esto es una táctica tuya. —Se rió—. Muy bien. No tengo forma alguna de saberlo con seguridad. Soberbio, extremadamente bueno; te felicito.
—Debes seguir adelante sin saber si lo he planeado o no —dijo Emmanuel—. Así tendré ventaja.
Zina se encogió de hombros, pero a Herb Asher le pareció que no había recuperado totalmente su aplomo de antes. Emmanuel había logrado hacerla dudar. Y eso es bueno, pensó.
—Señor, no me abandones —dijo Elijah con voz temblorosa—. Llévame contigo.
—De acuerdo. —El niño asintió con la cabeza.
—¿Y qué se supone que he de hacer yo? —preguntó Herb Asher.
—Venir —dijo Zina.
—La Comunidad Secreta… —dijo Elijah—. Jamás creí que existiera. —Contempló a la niña, atónito—. ¡Y no existe; eso es precisamente lo que…!
—Existe —dijo ella—. Y aquí. Venga con nosotros, señor Asher. Será bienvenido. Pero allí no soy tal y como soy ahora. Ninguno de nosotros será igual. Salvo tú, Emmanuel…
—Señor… —le dijo Elijah al niño.
—Hay una puerta a su tierra —dijo Emmanuel—. Puede ser encontrada en cualquier sitio donde exista la Proporción Dorada. ¿No es así, Zina?
—Cierto —dijo ella.
—Está basada en la Constante de Fibonacci —dijo Emmanuel—. Es una relación, 1 a 618034 —le explicó a Herb Asher—. Los antiguos griegos la conocían como la Sección Dorada y como el Rectángulo de Oro. Su arquitectura la utilizaba…, por ejemplo en el Partenón. Para ellos se trataba de un modelo geométrico, pero en la Edad Media Fibonacci de Pisa lo desarrolló en términos puramente numéricos.
—Sólo en esta habitación ya he contado varias puertas —dijo Zina—. La relación es la misma que se utiliza al jugar a las cartas —le explicó a Herb Asher—; tres a cinco. Se encuentra en las conchas de los caracoles y en las nebulosas extragalácticas, y va desde los dibujos que siguen los cabellos de tu cabeza hasta…
—Permea todo el universo —dijo Emmanuel—, desde los microcosmos al macrocosmos. Se la ha llamado uno de los Nombres de Dios.
Herb Asher se preparó para dormir en una pequeña habitación de la casa de Elijah.
—¿Puedo hablar contigo? —le preguntó Elijah, presentándose a su puerta vestido con una gruesa bata algo arrugada y calzando unas grandes zapatillas.
Herb asintió.
—Va a llevárselo de aquí —dijo Elijah. Entró en la habitación y tomó asiento—. ¿Lo comprendes? No ha venido de la dirección que esperábamos. Que yo esperaba… —se corrigió a sí mismo. Tenía el rostro ensombrecido y no paraba de abrir y cerrar los puños—. El enemigo ha adoptado una forma extraña.
—¿Belial? —preguntó Herb, sintiendo un escalofrío.
—No lo sé, Herb. Hace cuatro años que conozco a la niña. La aprecio mucho, y creo que en ciertos aspectos incluso la amo un poco. Tanto como a Manny… Ha sido una buena amiga para él. Al parecer él lo sabía, quizá no desde el principio…, pero creo que en algún momento acabó comprendiéndolo. Todo encaja; he usado mi terminal de ordenador para hacer ciertas investigaciones sobre la palabra zina. En rumano significa hada. Emmanuel ha sido descubierto por otro mundo distinto a éste. Zina se acercó a él durante su primer día de escuela, y ahora comprendo por qué. Estaba esperando. Le esperaba. ¿Te das cuenta?
—De ahí viene la malicia que percibo en ella —dijo Herb Asher. Estaba cansado. Había sido un día muy largo.
—Le llevará cada vez más y más lejos y él la seguirá —dijo Elijah—, y creo que la seguirá sabiendo muy bien lo que hace. Ve lo que sucederá. Es lo que se llama un conocimiento a priori del universo. Hubo un tiempo en el cual podía preverlo todo, pero ya no es así. Cuando se piensa en ello, resulta extraño que fuera capaz de prever su propia incapacidad de ver las cosas, su olvido… Tendré que confiar en él, Herb, no hay otra forma de… —Agitó la mano—. Ya me entiendes.
—Nadie puede decirle lo que debe hacer.
—Herb, no quiero perderle.
—¿Cómo es posible que llegue a perderse?
—Hubo una ruptura de la Divinidad. Un cisma primordial. Ésa es la base de todo el problema, de las condiciones existentes aquí, de Belial y de todo lo demás… Una crisis que hizo precipitarse en la negrura a parte de la Divinidad; la Divinidad se partió en dos, y una parte de ella siguió siendo trascendente mientras que otra parte… se rebajaba. Cayó con la creación, cayó junto con el mundo. La Divinidad perdió contacto con una parte de sí misma.
—¿Y podría fragmentarse todavía más?
—Sí —dijo Elijah—. Podría haber otra crisis. Quizás ésta sea la crisis, no lo sé. Ni tan siquiera sé si él lo sabe. La parte humana de su ser, la parte derivada de Rybys…, ésa conoce el miedo, pero la otra parte…, ésa recuerda vagamente que no tiene miedo de nada. Por razones obvias, claro. Y quizás eso no sea bueno.
Aquella noche, mientras dormía, Herb Asher soñó que una mujer le estaba cantando. Se parecía a Linda Fox, y sin embargo no era ella; podía verla, y vio una terrible belleza, una ferocidad luminosa, y un rostro dulce y resplandeciente, unos ojos que le contemplaban con un brillo de amor. Él y la mujer se encontraban en un coche, y la mujer iba conduciendo; Herb se limitaba a observarla, maravillado ante su belleza. Y ella cantaba:
Tienes que ponerte las zapatillas
para caminar hacia el alba.
Pero Herb no tenía que caminar, porque aquella hermosa mujer le estaba llevando hacia allí. Vestía un traje blanco, y en su cabellera vio una corona. Era muy joven, pero aun así ya era una mujer…, no una niña, como Zina.
Cuando despertó a la mañana siguiente, la belleza de la mujer y su cántico siguieron acosándole; no lograba olvidarlos. Es más atractiva que la Fox, pensó. Jamás hubiera podido creerlo. Sí, antes la escogería a ella que a la Fox. ¿Quién es?
—Buenos días —dijo Zina, que iba de camino al cuarto de baño para cepillarse los dientes. Herb se fijó en que llevaba zapatillas. Pero también las llevaba Elijah cuando apareció. ¿Qué significa eso?, se preguntó Herb.
No conocía la respuesta.