7

El cardenal Fulton Statler Harms, jefe prelado de la vasta red de organizaciones que formaban la Iglesia Cristiano-Islámica, no lograba entender por qué en su Fondo Especial Discrecional no había la cantidad de dinero suficiente para cubrir los gastos de su amante.

Quizá no llegaba a comprender hasta dónde se extendían las necesidades de Deirdre, pensó mientras su barbero le iba afeitando lenta y cuidadosamente.

Conoció a Deirdre cuando ésta logró llegar hasta él en una larga ascensión durante la que consiguió evitar las caídas hasta alcanzar la cumbre, lo cual era casi una hazaña, dado que significaba subir por toda la jerarquía de la ICI peldaño a peldaño. En aquel tiempo Deirdre representaba al FMLC, el Fórum Mundial por las Libertades Civiles, y tenía una lista de abusos y atropellos…, bueno, ni tan siquiera entonces le había prestado gran atención a la lista, y ahora seguía sin acordarse de ella, pero el caso es que los dos habían terminado en la cama, y Deirdre se convirtió en su secretaria oficial.

Su trabajo le proporcionaba dos salarios: el visible, que acompañaba a su puesto, y el invisible, que venía de la bien provista cuenta bancaria que Fulton podía gastar como le pareciera más adecuado. En cuanto a dónde iba todo ese dinero después de llegar hasta Deirdre, el cardenal no tenía ni la más mínima idea. La contabilidad nunca había sido su fuerte.

—Quiere que le quite el color amarillo de este lado de las canas, ¿verdad? —le dijo su barbero, agitando una botellita.

—Sí, por favor —respondió Harms, moviendo la cabeza.

—¿Cree que los Lakers conseguirán romper su racha de derrotas? —le preguntó su barbero—. Ya sabe, ahora han conseguido a ese tipo, el como-se-llame; mide casi tres metros. Si no hubieran subido el…

—Arnold, estoy escuchando las noticias —dijo Harms, dándose un golpecito en la oreja.

—Oh, claro, sí, padre, ya me doy cuenta —dijo Arnold el barbero, mientras extendía el tinte por la encanecida cabellera del prelado—. Pero quería hacerle una pregunta sobre los sacerdotes homosexuales. ¿Verdad que la Biblia prohíbe la homosexualidad? Entonces, no comprendo cómo es posible que un sacerdote sea homosexual practicante.

Las noticias que Harms estaba intentando oír guardaban relación con la salud del procurator máximus del Legado Científico, Nicholas Bulkowsky. Ya se había celebrado una solemne noche de vela y oración, pero aun así Bulkowsky seguía empeorando. Sin hacerlo público, Harms había enviado a su médico personal para que se uniera al equipo de especialistas que atendían al procurator, que se encontraba bastante grave.

Bulkowsky era un católico devoto, algo conocido no sólo por el cardenal Harms sino por la curia entera. Había sido convertido por el carismático evangelista doctor Colin Passim, quien durante sus reuniones evangelizadoras solía volar por los aires en una espectacular demostración de los poderes del Espíritu Santo que moraba dentro de él.

Naturalmente, el doctor Passim no había vuelto a ser el mismo desde que atravesó una gran vidriera de la catedral de Metz, en Francia. Antes demostraba ocasionalmente poseer el don de lenguas, pero ahora lo único que hacía era mover la lengua. Aquello le había inspirado a una popular serie cómica de televisión la sugerencia de que se utilizara un diccionario glosolálico con el que poder entender al doctor Passim. Esa sugerencia había despertado tal indignación entre la gente piadosa que el cardenal Harms había hecho una anotación en su agenda para acordarse de anatematizar dicha serie en cuanto le fuera posible. Pero, como de costumbre, no había tenido tiempo para ocuparse de asuntos tan poco importantes.

Gran parte del tiempo del cardenal Harms era consumido por una actividad secreta: había estado introduciendo el Proslogion de San Anselmo en el sistema de inteligencia artificial Gran Fideo, pensando en resucitar la Prueba Ontológica de la Existencia de Dios, que había quedado desacreditada hacía ya mucho tiempo.

Había acudido directamente a San Anselmo y a la expresión original de tal argumento, aún no manchada por las excrecencias y añadidos del tiempo:

Cualquier cosa comprendida debe estar en la inteligencia. Y, ciertamente, también el ser superior al cual nadie puede concebir ha de existir no sólo dentro del intelecto; pues si estuviera sólo en el intelecto podría ser concebido como existiendo también en la realidad, y esto sería concebir a un ser todavía más superior. En tal caso, si el ser superior al cual nadie puede concebir no se encuentra más que en la inteligencia (y no en la realidad), entonces ese mismo ser es algo que uno podría seguir concibiendo como todavía más superior (por ejemplo, uno que existiera al mismo tiempo en la inteligencia y en la realidad). Esto es una contradicción. Consecuentemente, no puede haber duda alguna de que el ser superior a cualquiera de los que pueden ser concebidos debe existir tanto en la inteligencia como en la realidad.

Sin embargo, Gran Fideo conocía de memoria a todo Santo Tomás de Aquino, Descartes, Kant y Russell, aparte de a sus críticos, y, además, el sistema de la IA también poseía sentido común. Le informó a Harms de que el argumento de Anselmo no se sostenía en pie, y le presentó una página tras otra de análisis en cuanto al por qué. La respuesta de Harms fue no hacer caso de los análisis de Gran Fideo y lanzarse en busca de la defensa de Anselmo hecha por Hartshorne y Malcolm, que decía lo siguiente: La existencia de Dios es o lógicamente necesaria o lógicamente imposible. Dado que no se ha demostrado que sea imposible —lo cual significa que no se ha demostrado que el concepto de una entidad tal sea autocontradictorio—, entonces debe llegarse sin remedio a la conclusión de que Dios existe.

En cuanto hubo dado con aquel viejo argumento, Harms mandó una copia a través de su línea directa al pobre procurator máximus, pensando que con ese medio lograría darle nuevas fuerzas a su compañero en las tareas del gobierno.

—En cambio, fíjese en los Gigantes —estaba diciendo Arnold, el barbero, mientras se esforzaba valerosamente por teñir el amarillo que manchaba los cabellos del cardenal—. Yo creo que todavía no se les puede descartar. Piense en lo que hizo Eddy Tubb el año pasado. ¿Que tiene dolores en el brazo? Bueno, ya se sabe que los lanzadores siempre tienen dolores en el brazo…

Para el jefe prelado cardenal Fulton Statler Harms, el día ya había empezado; intentaba oír las noticias, meditaba sobre su proyecto de San Anselmo, trataba de esquivar las estadísticas sobre béisbol disparadas por Arnold…, aquello constituía su confrontación matinal con la realidad, su rutina. Lo único que le faltaba para convertirla en el arquetipo platónico del comienzo de su fase de actividad era el obligatorio —e inútil—, intento de que Deirdre le diera alguna razón para justificar sus derroches.

Ya estaba preparado para eso; de hecho, ya le había echado el ojo a una chica nueva. Deirdre, que no sabía nada de eso, estaba a punto de abandonar la escena.

El procurator máximus caminaba lentamente en círculos por sus aposentos de la ciudad balnearia del Mar Negro mientras leía el último informe mandado por Deirdre Connell sobre el jefe prelado. El procurator no tenía ningún problema de salud; había dejado que las noticias sobre su «estado de gravedad» se filtraran a los medios de comunicación para que su compañero en el gobierno quedara atrapado en una red de mentiras donde cada una sostenía a las demás. Aquello le daba tiempo para estudiar la evaluación que su personal de inteligencia había hecho de los informes cotidianos mandados por Deirdre Connell. Hasta el momento, todos cuantos servían de cerca al procurator pensaban que el cardenal Harms había perdido el contacto con la realidad y que se había enredado en una ridícula serie de indagaciones teológicas, indagaciones que le alejaban cada vez más de cualquier tipo de control sobre la situación política y económica que, oficialmente, estaba encargado de manejar.

Los falsos informes médicos también le daban tiempo para pescar, relajarse, tomar el sol y pensar en algún modo de arrebatarle su cargo al cardenal y colocar a uno de los suyos en la posición de jefe prelado de la ICI. Bulkowsky tenía introducido en la curia a cierto número de funcionarios del LC, gente bien entrenada y con ganas de entrar en acción. Mientras Deirdre Connell ocupara el puesto de secretaria y amante del cardenal, Bulkowsky jugaba con ventaja. Estaba razonablemente seguro de que Harms no había logrado colocar a nadie en los puestos clave del Legado Científico y que no poseía ningún tipo de acceso recíproco a sus planes. Bulkowsky no tenía amantes; era un hombre entregado a su vida familiar, con una esposa de mediana edad algo entrada en carnes, y tenía tres hijos que asistían a escuelas privadas en Suiza. Además, su conversión a las entusiásticas idioteces del doctor Passim —naturalmente, el milagro del vuelo había sido logrado usando medios tecnológicos—, era un fraude estratégico concebido para que el cardenal se extraviara todavía más en sus sueños de grandeza.

El procurator estaba perfectamente enterado de su intento de hacer que Gran Fideo diera con alguna verificación de la Prueba Ontológica de la Existencia de Dios concebida por San Anselmo; aquello era motivo de risas y bromas en las regiones dominadas por el Legado Científico. A Deirdre Connell se le habían dado instrucciones para que le recomendara a su ya algo envejecido amante que pasara cantidades de tiempo cada vez mayores enfrascado en su gran empresa.

Sin embargo, y aunque tenía los pies sólidamente puestos en la realidad, Bulkowsky no había sido capaz de resolver algunos de sus propios problemas, asuntos que mantenía ocultos a su compañero en el gobierno. Durante los últimos meses, los cuadros jóvenes habían estado decidiéndose cada vez menos por el LC; un número cada vez mayor de estudiantes universitarios, incluso aquellos que se graduaban en las ciencias duras, estaban optando por la ICI, arrojando a un lado el broche con la hoz-y-el-martillo y abrazando la cruz. En concreto, se había producido una escasez de ingenieros de arcas, con el resultado de que tres arcas orbitales del LC habían tenido que ser abandonadas junto con sus habitantes. Aquellas noticias no habían llegado a los medios de comunicación, dado que los habitantes de las arcas habían perecido. Para proteger al público de aquellas tristes nuevas había sido preciso cambiar los nombres de las arcas del LC que aún existían. Los listados de ordenador no mostraban todos aquellos trastornos; la situación aparentaba ser normal.

Al menos hemos conseguido eliminar a Colin Passim, pensó Bulkowsky. Un hombre que habla igual que la grabación de un pato al ser rebobinada ya no es una amenaza. Sin sospecharlo, el evangelista había sucumbido al avanzado armamento del LC, y gracias a ello el equilibrio del poder mundial había sido ligeramente alterado. Y ese tipo de pequeñas variaciones se iban acumulando… Por ejemplo, estaba la presencia de la agente del LC que hacía de secretaria y amante del cardenal. Sin eso…

Bulkowsky sentía una confianza total en su éxito. La fuerza dialéctica de la necesidad histórica estaba de su lado. Dentro de media hora podría retirarse a su cama flotante sabiendo que la situación mundial estaba perfectamente controlada.

—Coñac —le dijo a uno de los criados robot—. Courvoisier Napoleón.

Su esposa Galina entró en la habitación mientras Bulkowsky estaba de pie junto a su escritorio, calentando la copa entre las palmas de las manos.

—El jueves por la noche tienes que estar libre de compromisos —dijo—. El general Yakir dará un recital de la cantante norteamericana Linda Fox para el cuerpo diplomático de Moscú. Cuenta con nuestra asistencia.

—Por supuesto —dijo Bulkowsky—. Habrá que tener preparadas rosas para cuando termine el recital. —Y, volviéndose hacia un par de criados robot, dijo—: Que mi ayuda de cámara se encargue de recordármelo.

—Procura no dormirte durante el recital —dijo Galina—. La señora Yakir se ofendería muchísimo. Ya recordarás lo que pasó la última vez…

—Aquella abominación de Penderecki… —dijo Bulkowsky, que lo recordaba muy bien. Se había pasado todo el «Quia Fecit» del «Magnificat» roncando, y luego se había enterado de ello al leer los documentos del servicio de inteligencia una semana después.

—Recuerda que para ese tipo de círculos públicos eres un cristiano renacido —dijo Galina—. ¿Qué hiciste con los responsables de la pérdida de las tres arcas?

—Han muerto todos —dijo Bulkowsky. Había hecho que los fusilaran.

—Podrías reclutar algunos sustitutos del Reino Unido.

—Pronto tendremos a los nuestros. No confío en lo que pueda mandarnos el Reino Unido. Allí todo está en venta. Por ejemplo, ¿cuánto pide esa cantante por tomar finalmente una decisión?

—La situación resulta algo confusa —dijo Galina—. He leído los informes del servicio de inteligencia; el cardenal le ofrece una gran suma para que acabe decidiéndose por la ICI. No creo que debamos igualar su oferta.

—Pero si una artista tan popular diera un paso hacia delante y anunciara haber visto la luz blanca y aceptara al buen Jesús en su vida…

—Tú lo hiciste.

—Pero ya sabes por qué lo hice —dijo Bulkowsky. Del mismo modo que había aceptado a Jesús, solemnemente y con gran pompa, pronto declararía que había renunciado a Él y que ahora, escarmentado, regresaba al seno del LC. Aquello causaría un terrible efecto sobre la curia, y Bulkowsky tenía la esperanza de que incluso afectaría al mismísimo cardenal. Según los psicólogos del LC, la moral del jefe prelado caería por los suelos. El cardenal creía realmente que algún día todos los que mantenían relación con el LC desfilarían hasta las oficinas de la ICI y se convertirían.

—¿Qué estás haciendo respecto a ese médico que te envió? —le preguntó Galina—. ¿Alguna dificultad?

—No. —Bulkowsky meneó la cabeza—. Los informes médicos falsos lo mantienen muy ocupado. —Lo cierto es que la información médica que le era regularmente ofrecida al médico enviado por el cardenal no estaba falsificada. Sencillamente, pertenecía a otra persona que no era Bulkowsky, un funcionario de segunda fila del LC que estaba realmente enfermo. Bulkowsky había conseguido que el médico de Harms prestara juramento de guardarlo todo en secreto apelando a su ética profesional pero, naturalmente, el doctor Duffey enviaba subrepticiamente detallados informes sobre la salud del procurator al personal de la ICI siempre que tenía ocasión de hacerlo. El servicio de inteligencia del LC se encargaba de interceptarlos, comprobaba que pintaran una situación lo bastante grave, los copiaba y los enviaba a su destino. Los informes médicos viajaban mediante una señal de microondas a un satélite de comunicaciones de la ICI y desde allí eran transmitidos a Washington. Sin embargo, el doctor Duffey sufría periódicos ataques de agudeza mental y entonces se limitaba a mandar la información por correo, medio que resultaba más difícil de interceptar.

El cardenal imaginaba estar tratando con un enfermo grave que había acabado decidiéndose por Jesús y eso había hecho que descuidara su vigilancia sobre las actividades de alto nivel dentro del LC. Ahora el cardenal suponía que el procurator ya no era competente para desempeñar sus funciones, y que nunca más lo sería.

—Si Linda Fox no se decide por el LC —dijo Galina—, ¿por qué no hablas un momento con ella en privado y le dices que algún día ese cohete privado de colorines en el que tanto le gusta volar se convertirá en una bola de llamas cuando vaya a dar un concierto?

—Porque el cardenal habló con ella antes —dijo Bulkowsky con expresión lúgubre—. Ya le ha hecho saber que si no acepta al buen Jesús en su vida, los bicloruros acabarán encontrándola tanto si quiere aceptarlos como si no.

La táctica de envenenar a Linda Fox con pequeñas dosis de mercurio había sido muy hábil. Enloquecería mucho antes de que muriera (si es que llegaba a morir) y, como les gustaba decir a los ingleses, estaría tan ida como un sombrerero…, literalmente, dado que se trataba de un envenenamiento por mercurio, el mercurio utilizado para tratar los sombreros de fieltro que había otorgado a los sombrereros ingleses del siglo XIX la fama de toda una psicosis orgánica.

Ojalá hubiera pensado en eso, se dijo Bulkowsky. Los informes del servicio de inteligencia afirmaban que la cantante se había puesto histérica cuando un agente de la ICI le informó de cuáles eran las intenciones del cardenal si no se decidía por Jesús: después de la histeria vino una hipotermia temporal, seguida por una negativa a cantar el conocido salmo «La roca de las eras» en su próximo concierto, tal y como estaba previsto.

Por otra parte, pensó, el cadmio sería mejor que el mercurio, porque resultaba más difícil detectarlo. La policía secreta del LC llevaba utilizando el cadmio en nulidades desde hacía cierto tiempo, y los resultados habían sido excelentes.

—Entonces, el dinero no será capaz de influir en su decisión —dijo Galina.

—Yo no descartaría al dinero. Esa mujer ambiciona ser la propietaria del Enorme Los Ángeles.

—Pero, si es destruida, los colonos protestarán —dijo Galina—. Dependen de ella.

—Linda Fox no es una persona. Es una clase entera de personas, un tipo. Es un sonido creado por el equipo electrónico, un equipo electrónico muy sofisticado. Hay más. Siempre las habrá. Se las puede fabricar igual que si fueran neumáticos.

—Bueno, pues entonces no le ofrezcas mucho dinero —se rió Galina.

—Me da pena —dijo Bulkowsky. ¿Qué se debe sentir dejando de existir?, se preguntó. Eso es una contradicción. Sentir es existir. Entonces lo más probable es que no sienta nada, pensó. Porque lo cierto es que en realidad ella no existe. Eso es algo que nosotros deberíamos saber muy bien. Fuimos los primeros en concebirla.

O, mejor dicho…, no, el que imaginó primero a la Fox fue Gran Fideo. El sistema de IA fue quien la inventó, indicándole qué debía cantar y cómo cantarlo; Gran Fideo había hecho todos los arreglos precisos, e incluso se había encargado de las mezclas. Y el producto final fue todo un éxito.

Gran Fideo había analizado correctamente las necesidades emocionales de los colonos y había dado con una fórmula para satisfacer esas necesidades. El sistema de IA mantenía una vigilancia constante y percibía continuamente las reacciones despertadas en ellos; cuando las necesidades cambiaban, Linda Fox cambiaba. Todo el asunto era un círculo cerrado. Si de repente todos los colonos desaparecieran, Linda Fox se desvanecería de la existencia con un parpadeo. Gran Fideo la eliminaría de forma tan irremisible como los papeles que pasan por un destructor de documentos.

—Procurator —dijo un criado robot, yendo hacia Bulkowsky.

—¿Qué pasa? —preguntó Bulkowsky, irritado; no le gustaba ser interrumpido cuando conversaba con su mujer.

—Ejem —carraspeó el robot.

—Gran Fideo quiere hablar conmigo —le dijo Bulkowsky a Galina—. Es urgente. Tendrás que disculparme. —La dejó y fue rápidamente a su complejo de oficinas privadas, donde se encontraba el terminal del sistema de IA, cuidadosamente protegido.

Y el terminal estaba parpadeando, aguardándole.

—¿Movimientos de tropas? —dijo Bulkowsky mientras tomaba asiento ante la pantalla del terminal.

—No —dijo la voz artificial de Gran Fideo con su tono característico—. Una conspiración para pasar de contrabando a un bebé monstruoso a través de Inmigración. Hay tres colonos involucrados. He examinado el feto de la mujer. Siguen detalles. —Gran Fideo cortó la conexión.

—¿Cuándo vendrán esos detalles? —preguntó Bulkowsky, pero el sistema de IA no le oyó, pues ya se había desconectado. Maldita sea, pensó. No se muestra demasiado cortés conmigo. Está demasiado ocupado desmontando la Prueba Ontológica de la Existencia de Dios.

El cardenal Fulton Statler Harms recibió las noticias de Gran Fideo con su aplomo de costumbre.

—Muchísimas gracias —dijo mientras el sistema de IA se desconectaba. Algo extraño, se dijo. Algo que Dios jamás pretendió que llegara a existir. Éste es el aspecto realmente más horrible de la emigración al espacio: no recobramos lo que hemos enviado. A cambio, se nos devuelve lo que no es natural.

Bueno, pensó, habrá que matarlo; de todas formas, siento interés por ver su modelo cerebral. Me pregunto a qué se parecerá éste. Una serpiente dentro de un huevo, pensó. Un feto dentro de una mujer. La historia original narrada de otra forma: una criatura muy sutil, desde luego.

La serpiente, la más astuta de cuantas bestias del campo hiciera el SEÑOR Dios.

Génesis, capítulo tres, versículo uno. Lo que ocurrió antes no volverá a ocurrir. Esta vez destruiremos a la criatura maligna, sea cual sea la forma que haya adoptado ahora.

Voy a rezar por ello, pensó.

—Discúlpenme —les dijo al pequeño grupo de sacerdotes que habían venido a visitarle y que esperaban fuera, en la gran sala—. Tengo que retirarme un rato a mi capilla. Acaba de surgir un asunto bastante serio.

Una vez allí, se arrodilló en el silencio y la penumbra, con velas ardiendo en los rincones de la estancia, velas que santificaban tanto la estancia como a él mismo.

—Padre —rezó—, enséñanos a conocer tus caminos y a ir por ellos. Ayúdanos a protegernos y mantenernos en guardia contra el maligno. Haz que podamos prever y comprender sus trampas, pues puede tender muchas y su astucia es grande. Danos la fuerza; concédenos tu santo poder para encontrarle y cazarle allí donde esté…

No oyó ninguna respuesta. No le sorprendió. La gente piadosa hablaba con Dios, y los locos se imaginaban que Dios les contestaba. Sus respuestas tenían que venir de su propio interior, del mismo corazón del cardenal. Pero, naturalmente, el Espíritu Santo le guiaba. Siempre había sido así.

Y, en su interior, el Espíritu, bajo la forma de aquello a lo que él mismo era proclive, ratificó su decisión original. El «No dejarás con vida a la hechicera» incluía en su dominio al mutante que se pretendía pasar de contrabando. «Hechicera» resultaba igual a «monstruo», y por lo tanto tenía el apoyo de las Escrituras.

Y, de todas formas, él era el regente de Dios en la Tierra.

Pero, queriendo ser precavido, consultó su enorme ejemplar de la Biblia y volvió a leer el capítulo veintidós del Éxodo, versículo diecisiete:

No dejarás con vida a la hechicera.

Y luego, por si acaso, leyó el versículo siguiente.

El reo de bestialidad será muerto.

Después leyó las notas.

La antigua brujería se basaba en el crimen, la inmoralidad y la impostura; y degradó a las gentes mediante prácticas horribles y supersticiones. Viene precedido por advertencias contra las licencias sexuales y seguido por una condena del vicio contra natura y la idolatría.

Bien, estaba claro que eso era aplicable en este caso. Prácticas horribles y supersticiones. Cosas engendradas a través de la relación sexual con seres no humanos que vivían en planetas distantes. No invadirán este sagrado planeta, se dijo el cardenal. Estoy seguro de que mi colega, el procurator máximus, estará de acuerdo conmigo.

De repente experimentó una súbita iluminación. ¡Estamos siendo invadidos!, comprendió. Aquello de lo que hemos estado hablando durante unos dos siglos… El Espíritu Santo me lo dice ahora mismo: ¡Ha sucedido!

Maldito engendro de la pestilencia, pensó; y fue rápidamente hacia sus aposentos, donde estaba la línea directa (y altamente protegida) que le ponía en contacto con el procurator.

—¿Es acerca del bebé? —dijo Bulkowsky apenas establecido el contacto, un segundo más tarde—. Me iba a dormir. Eso puede esperar a mañana.

—Ahí fuera hay una abominación —dijo el cardenal Harms—. Éxodo, veintidós, versículo diecisiete. «No…».

—Gran Fideo no permitirá que llegue a la Tierra. Ya deben haberlo interceptado en uno de los perímetros exteriores de Inmigración.

—Dios no desea que haya monstruos en este planeta, el primero y más importante de los mundos. Y, como cristiano renacido, tú deberías comprenderlo.

—Desde luego que lo comprendo —dijo Bulkowsky con indignación.

—Bien, ¿qué instrucciones le doy a Gran Fideo?

—Será más bien qué instrucciones va a darnos Gran Fideo, ¿no te parece? —dijo Bulkowsky.

—Tenemos que rezar para hallar la salida de esta crisis —dijo Harms—. Únete a mí en la oración. Inclina la cabeza.

—Mi mujer me está llamando —dijo Bulkowsky—. Ya rezaremos mañana. Buenas noches. —Y cortó la conexión.

Oh, Dios de Israel, rezó Harms con la cabeza inclinada. Protégenos de la promiscuidad y del mal que ha nacido de ella. Despierta el alma del procurator y haz que comprenda lo apremiante de este momento de ordalía.

Estamos sufriendo una prueba espiritual, pensó. Estoy seguro de ello. Debemos demostrar nuestra valía expulsando a esta presencia satánica. Haznos dignos, Señor; préstanos tu poderosa espada. Concédenos tu silla justiciera para montar en el corcel de… No logró decidirse a terminar la oración; le pareció demasiado apasionada. Ven en nuestra ayuda, pensó, y alzó la cabeza. Se sintió invadido por una gran sensación de triunfo; es como si hubiéramos atrapado a una presa y fuéramos a matarla, se dijo. La hemos perseguido y la hemos cazado. Y morirá. ¡Alabado sea el Señor!