A medida que Herb Asher iba descendiendo por la pendiente, el medidor que llevaba en la mano fue mostrando cada vez con más fuerza la señal de guía. Asher comprendió que Rybys había subido por esa colina para llegar a su cúpula. La hice caminar cuesta arriba porque no quería ser yo quien fuera a visitarla. Hice que una chica enferma tuviera que esforzarse para dar un paso detrás de otro, cargada con la comida y los utensilios. Me freiré en el infierno.
Pero aún no es demasiado tarde, pensó.
Asher se dio cuenta de que Yah le había obligado a tomársela en serio. Sencillamente, no me la tomaba en serio, eso es todo. Era igual que si imaginara que estaba fingiendo su enfermedad. Contándome una mentira para conseguir que le prestara atención. ¿Qué revela eso de mí?, se preguntó. Porque, a decir verdad, yo sabía que estaba enferma, realmente enferma, y que no estaba fingiendo. He estado durmiendo, se dijo. Y, mientras dormía, una chica estaba agonizando.
Y entonces pensó en Yah, y se echó a temblar. Puedo reparar mi equipo, pensó. El equipo que Yah hizo arder. No será difícil; lo único que he de hacer es llamar a la nave madre e informarles de que he sufrido una avería y de que mi equipo se ha fundido. Y Yah prometió dejar mis cintas de la Fox tal y como estaban…, cosa que indudablemente puede hacer. Pero tengo que volver a esa cúpula y vivir ahí dentro. ¿Cómo puedo seguir viviendo ahí? No puedo vivir ahí. Es imposible.
Yah tiene planes para mí, pensó. Y al comprenderlo sintió un gran miedo. Puede obligarme a hacer cualquier cosa.
Rybys le saludó aparentemente impasible. Vestía una bata azul, y entre sus dedos sostenía un pañuelo hecho una bola, y Asher se dio cuenta de que tenía los ojos enrojecidos por el llanto.
—Pasa —le dijo, aunque Asher ya estaba dentro de la cúpula; parecía un poco aturdida—. Estaba pensando en ti —dijo—. Estaba despierta, pensando.
En la mesa de la cocina había un frasco de medicinas. Lleno.
—Oh, eso… —dijo ella—. No conseguía conciliar el sueño, y pensé tomarme una píldora para dormir.
—Guárdalo —dijo él.
Obedientemente, Rybys se llevó el frasco al armarito del cuarto de baño.
—Te debo una disculpa —dijo Asher.
—No, nada de eso. ¿Quieres beber algo? ¿Qué hora es? —Se dio la vuelta para mirar el reloj de pared—. De todas formas, estaba levantada; no me has despertado. Estaba recibiendo algunos datos por telemetría. —Señaló hacia su equipo; las luces brillaban indicando cierta actividad.
—Me refiero a que sí tenía aire —dijo Asher—. Un suministro portátil.
—Ya lo sé. Todo el mundo lo tiene. Siéntate; voy a preparar un poco de té. —Empezó a hurgar en el cajón que había junto a su cocina, lleno a rebosar—. Creo que tengo bolsitas de té por alguna parte.
Y ahora, por primera vez, Asher se dio cuenta del estado en que se hallaba la cúpula de Rybys. Era increíble. Platos sucios, cazuelas, sartenes e incluso vasos con restos de comida estropeada, ropa sucia tirada por todas partes, basura, desperdicios… Preocupado, miró a su alrededor, preguntándose si no debería ofrecerse a limpiar el lugar. Y Rybys se movía tan despacio, con una fatiga tan evidente en cada gesto… De repente, Asher intuyó que se encontraba mucho más enferma de lo que le había hecho creer en un principio.
—Está hecho una leonera —dijo ella.
—Estás muy cansada —murmuró él.
—Bueno, echar las tripas cada día de la semana agota bastante. Aquí hay una bolsita de té. Mierda; ya la he utilizado una vez. Las uso y luego las dejo secar. Si lo haces una sola vez no pasa nada, pero me he dado cuenta de que algunas veces empiezo a usar la misma bolsita una y otra vez. Intentaré encontrar una que no haya utilizado. —Siguió hurgando en el cajón.
La pantalla de televisión mostraba una imagen, un auténtico horror animado: una inmensa hemorroides que palpitaba agitadamente, hinchándose cada vez más.
—¿Qué estás viendo? —preguntó Asher, y apartó los ojos de la imagen animada.
—Están pasando un nuevo serial. Empezó hace muy poco, el otro día. «El esplendor de…». He olvidado el resto. No sé muy bien de qué va. Es realmente interesante. Lo dan a casi todas horas.
—¿Te gustan los seriales? —preguntó.
—Me hacen compañía. Pon el sonido.
Asher conectó el sonido. El serial había vuelto a empezar, sustituyendo a la hemorroides animada. Un anciano con barba y tremendamente velludo luchaba con dos arácnidos de ojos saltones que, aparentemente, pretendían decapitarle. «¡Apartad vuestras jodidas mandíbulas de mí!», gritó el hombre, agitando los brazos. El destello de los rayos láser iluminó la pantalla. Herb Asher recordó una vez más cómo Yah había quemado su equipo de comunicaciones y sintió una oleada de ansiedad que le aceleró el pulso.
—Si no quieres verlo… —dijo Rybys.
—No es eso. —Hablarle de Yah iba a resultar muy duro; Dudaba que fuera capaz de hacerlo—. Me ha pasado algo muy raro. Algo me despertó. —Se frotó los ojos.
—Te pondré al día —dijo Rybys—. Elijah Tate…
—¿Quién es Elijah Tate? —la interrumpió Asher.
—El viejo barbudo; ahora recuerdo cuál es el nombre del serial: «El esplendor de Elijah Tate». Elijah ha caído en manos de los hombres-hormiga de Sincrón Dos, aunque la verdad es que no tienen manos. También hay una reina que es realmente muy malvada y que se llama…, lo he olvidado. —Hizo un esfuerzo—. Creo que se llama Hudwillub. Sí, eso es. Bueno, el caso es que Hudwillub quiere ver muerto a Elijah Tate. La reina es realmente horrible; tendrías que verla. Sólo tiene un ojo.
—Qué gracioso —dijo Asher, nada interesado en el serial—. Rybys, escúchame…
Rybys siguió hablando como si no le hubiera oído:
—Bueno, Elijah tiene un amigo que se llama Elisha McVane; son realmente muy buenos amigos y siempre se ayudan entre sí. Es una especie de… —Miró a Herb—. Bueno, como tú y yo. Ya sabes; ayudarse mutuamente… Yo te hice la cena y tú has venido hasta aquí porque estabas preocupado por mí.
—Vine hasta aquí porque me lo ordenaron —dijo él.
—Pero estabas preocupado.
—Sí —dijo él.
—Elisha McVane es mucho más joven que Elijah y es realmente guapo. Bueno, el caso es que Hudwillub quiere…
—Yah me envió —dijo Asher.
—¿Te envió adónde?
—Aquí. —Su corazón seguía latiendo con mucha fuerza.
—¿De veras? Eso es realmente muy interesante. Bueno, Hudwillub es muy hermosa. Te gustaría. Quiero decir que te gustaría físicamente… En fin, deja que lo exprese de esta forma: Objetivamente, su atractivo es obvio, pero espiritualmente está perdida. Elijah Tate es una especie de conciencia externa suya. ¿Qué tomas con tu té?
—¿Has oído lo que…? —empezó a decir Asher, pero decidió que era inútil.
—¿Leche? —Rybys examinó el contenido de su refrigerador, sacó un cartón de leche, vertió un poco en un vaso, la probó y torció el gesto—. Está rancia. Maldita sea… —Tiró la leche por el fregadero de la cocina.
—Oye, lo que te estoy contando es muy importante —dijo Asher—. La deidad de mi colina me despertó en plena noche para decirme que tenías problemas. Quemó la mitad de mi equipo y ha borrado todas mis cintas de la Fox.
—Puedes conseguir más de la nave madre.
Asher la miró en silencio.
—¿Por qué me estás mirando de esa forma? —Rybys inspeccionó rápidamente los botones de su bata—. No se me habrá abierto ninguno, ¿verdad?
Oh, no, pensó Asher. Los botones de tu bata están perfectamente. Pero los de tu cabeza…
—¿Azúcar? —preguntó ella.
—De acuerdo —dijo él—. Hubiera debido notificarlo al Comandante en Jefe de la nave madre. Esto es grave.
—Pues hazlo —dijo Rybys—. Ponte en contacto con el C-en-J y cuéntale que Dios acaba de hablar contigo.
—¿Puedo usar tu equipo? Aprovecharé para informar de que mi equipo se ha fundido. Ésa es mi prueba.
—No —dijo ella.
—¿No? —Asher la miró, perplejo.
—Eso es un razonamiento inductivo, y no resulta de fiar. No puedes razonar yendo hacia atrás, de los efectos a las causas.
—¿De qué infiernos estás hablando?
—Que tu equipo se haya fundido no prueba que Dios exista —dijo Rybys con mucha calma—. Espera; te lo pondré en lógica simbólica para que lo veas mejor. Si es que consigo dar con mi pluma… A ver si la encuentras; es roja. La pluma, no la tinta. Solía…
—Un momento, un momento. Concédeme un maldito momento, por favor. Para pensar. ¿Eh, de acuerdo? ¿Te importa? —Asher se dio cuenta de que estaba subiendo el tono de voz.
—Hay alguien fuera —dijo Rybys. Señaló hacia un indicador; la luz estaba encendiéndose y apagándose—. Un clem robando mi basura. Dejo mi basura fuera de la cúpula. Lo hago porque…
—Deja entrar al clem —dijo Asher—, y se lo contaré todo.
—¿Le hablarás de Yah? Oh, de acuerdo, y entonces empezarán a subir tu pequeña colina cargados de ofrendas, y se pasarán el día y la noche consultando a Yah; se te habrá acabado la paz. No podrás tumbarte en tu catre y escuchar a Linda Fox. El té está listo. —Llenó dos tazas con agua hirviendo.
Asher marcó el código de la nave madre. Un instante después estaba en contacto con el operador de circuitos.
—Quiero informar de que he tenido un contacto con Dios —dijo—. Quiero hablar con el Comandante en Jefe. Dios habló conmigo hace una hora. Una deidad nativa llamada Yah.
—Un momento. —Hubo una pausa, y después el operador de circuitos dijo—: Oye, no serás el tipo de Linda Fox, ¿verdad? ¿El del Puesto Cinco?
—Sí —dijo él.
—Tenemos la cinta de video de El violinista en el tejado que pediste. Intentamos transmitirla a tu cúpula, pero al parecer tu equipo de recepción no funciona. Hemos avisado a los de reparaciones y no tardarán en llegar. La cinta es de la versión original, con Topol, Norma Crane, Molly Picon…
—Espera un momento —dijo Asher. Rybys le había puesto la mano en el brazo y estaba intentando atraer su atención—. ¿Qué pasa? —preguntó.
—Fuera hay un ser humano; acabo de echarle una mirada. Haz algo.
—Volveré a llamaros —le dijo Asher al operador de circuitos de la nave madre. Cortó la conexión.
Rybys había encendido las luces exteriores. Asher miró hacia la ventanilla de la cúpula y vio algo muy extraño: un ser humano, sí, pero no llevaba el traje habitual; en vez de eso, vestía lo que daba la impresión de ser una túnica, una túnica muy gruesa, y un delantal de cuero. Sus botas estaban llenas de remiendos y parecían haber sido fabricadas por él mismo. Incluso su casco parecía antiguo. ¿Qué diablos es esto?, se preguntó Asher.
—Gracias a Dios que estás aquí —dijo Rybys, y sacó un arma del compartimento que había junto a su catre—. Voy a dispararle —explicó—. Dile que entre; usa el altavoz exterior. Y asegúrate de no ponerte en medio de mi línea de tiro.
Estoy tratando con lunáticos, pensó Asher.
—¿Por qué no nos limitamos a no dejarle entrar?
—¡Y una mierda! Esperará hasta que te hayas marchado. Dile que entre. Si no acabamos con él, me violará, y luego me matará, y después te matará a ti. ¿Sabes quién es? He reconocido quién es; conozco esa túnica gris. Es un Mendigo Salvaje. ¿Sabes qué es un Mendigo Salvaje?
—Sé qué es un Mendigo Salvaje —dijo Asher.
—¡Son criminales!
—Son renegados —dijo Asher—. Gente que ya no tiene cúpulas.
—Criminales. —Rybys quitó el seguro del arma.
Asher no sabía si reír o desesperarse; Rybys estaba junto a él, hecha una furia, con su bata azul y sus zapatillas de peluche; se había puesto rulos en el pelo, y su rostro estaba hinchado y enrojecido por la indignación.
—No quiero tenerle rondando junto a mi cúpula. ¡Esta cúpula es mía! Diablos, si no piensas hacer nada al respecto, llamaré a la nave madre y les pediré que manden a una patrulla de policías.
—Eh, usted, el de fuera… —dijo Asher, conectando el altavoz.
El Mendigo Salvaje alzó la cabeza, pestañeó, se protegió los ojos con la mano, y luego le hizo una seña a Asher desde el otro lado de la ventanilla. Un viejo arrugado e hirsuto, curtido por las dificultades, mirando a Asher y sonriéndole.
—¿Quién es usted? —dijo Asher por el altavoz exterior.
Los labios del viejo se movieron pero, naturalmente, Asher no pudo oír nada. O Rybys tenía desconectado el micrófono exterior, o estaba estropeado.
—Por favor, nada de dispararle, ¿eh? —le dijo a Rybys—. ¿De acuerdo? Voy a dejarle entrar. Creo que sé quién es.
Rybys volvió a poner el seguro de su arma, despacio y con mucho cuidado.
—Entre —dijo Asher por el altavoz. Activó el mecanismo de la escotilla, y la membrana intermedia quedó en posición. El Mendigo Salvaje se esfumó por ella con un caminar rápido y decidido.
—¿Quién es? —le preguntó Rybys.
—Es Elijah Tate —dijo Asher.
—Oh, entonces el serial no es un serial… —Se volvió hacia la pantalla de televisión—. He estado interceptando una transferencia de información psicotrónica. Debo haber estado conectada al cable equivocado. Maldita sea. Bueno, qué diablos… Ya me parecía que lo emitían durante mucho rato.
Elijah Tate apareció ante ellos, limpiándose los cristales de metano del cuerpo: un anciano de aspecto salvaje e hirsuta cabellera grisácea, muy contento de estar dentro de la cúpula y a salvo del frío. Sin perder un momento, empezó a quitarse el casco y su inmensa túnica.
—¿Qué tal te encuentras? —le preguntó a Rybys—. ¿Estás algo mejor? ¿Te ha cuidado bien este idiota? Como no lo haya hecho, te aseguro que pronto le tendré criando malvas.
El viento soplaba a su alrededor, como si estuviera en pleno centro de una tormenta.
—Soy nuevo —le dijo Emmanuel a la niña del vestido blanco—. No comprendo dónde estoy.
Los bambúes se agitaron con un susurro. Los niños jugaban. Y el señor Plaudet estaba junto a Elijah Tate, observando al niño y a la niña.
—¿Me conoces? —le dijo la niña a Emmanuel.
—No —dijo él. No la conocía y, sin embargo, le parecía familiar. Su carita estaba pálida y tenía el cabello largo y oscuro. Sus ojos, pensó Emmanuel. Están cargados de años. Los ojos de la sabiduría.
—Nací cuando el océano aún no existía —le dijo la niña a Emmanuel en voz muy baja. Esperó un momento, observándole, buscando un algo, quizá una respuesta; Emmanuel no lo sabía—. Fui creada hace mucho tiempo —le dijo la niña—. En el comienzo, mucho antes que la mismísima Tierra.
—Dile tu nombre —la riñó el señor Plaudet—. Preséntate.
—Soy Zina —dijo la niña.
—Emmanuel —dijo el señor Plaudet—, ésta es Zina Pallas.
—No la conozco —dijo Emmanuel.
—Ahora vosotros dos os iréis a jugar en los columpios —dijo el señor Plaudet—, y mientras tanto el señor Tate y yo hablaremos. Venga, marchaos.
Elijah fue hacia el niño y se inclinó sobre él.
—¿Qué te ha dicho? —le preguntó—. La niña, Zina…, ¿qué te acaba de decir? —Parecía enfadado, pero Emmanuel estaba acostumbrado a los casi continuos estallidos de ira del anciano—. No he conseguido oírlo.
—Te estás quedando sordo —dijo Emmanuel.
—No, es que ha hablado en voz muy baja —dijo Elijah.
—No he dicho nada que no se dijera ya hace mucho tiempo —dijo Zina.
Perplejo, Elijah miró primero a Emmanuel y luego a la niña.
—¿De qué nacionalidad eres? —le preguntó.
—Vámonos —dijo Zina. Cogió de la mano a Emmanuel y se lo llevó; los dos niños se alejaron en silencio.
—¿Qué tal es la escuela? —le preguntó Emmanuel pasados unos momentos.
—No está mal. Los ordenadores son algo anticuados. Y el gobierno lo observa y lo controla todo. Los ordenadores son ordenadores del gobierno; debes acordarte de eso. ¿Cuántos años tiene el señor Tate?
—Muchos —dijo Emmanuel—. Creo que unos cuatro mil. A veces se marcha, pero siempre vuelve.
—Ya me has visto antes —dijo Zina.
—No, no te he visto.
—Has perdido la memoria.
—Sí —dijo él, sorprendido al ver que Zina lo sabía—. Pero Elijah está convencido de que ya la recobraré.
—¿Tu madre está muerta?
Emmanuel asintió con la cabeza.
—¿Puedes verla? —le preguntó Zina.
—A veces.
—Usa los recuerdos de tu padre. Entonces podrás estar con ella en el retrotiempo.
—Quizá.
—Tu padre lo tiene todo almacenado.
—Me da miedo —dijo Emmanuel—. Es por culpa del accidente. Creo que fue algo hecho a propósito.
—Claro que fue hecho a propósito, pero a quien deseaban matar era a ti, aunque ni ellos mismos lo supieran.
—Quizás ahora puedan conseguirlo.
—No tienen forma de encontrarte —dijo Zina.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque soy la que lo sabe todo. Me encargaré de saberlo todo por ti hasta que recuerdes, e incluso entonces seguiré a tu lado. Es lo que siempre quisiste. Estaba a tu lado todos los días; era tu amor y tu deleite, y siempre estaba presente, jugando junto a ti. Y, cuando terminaste, ellos fueron mi principal placer.
—¿Cuántos años tienes? —le preguntó Emmanuel.
—Soy más vieja que Elijah.
—¿Más vieja que yo?
—No —dijo Zina.
—Pareces mayor que yo.
—Eso es porque has olvidado. Estoy aquí para hacer que recuerdes, pero eso es algo que no debes contarle a nadie, ni tan siquiera a Elijah.
—Siempre se lo cuento todo —dijo Emmanuel.
—Esto no —dijo Zina—. No le hables de mí. Tienes que prometérmelo. Si hablas de mí con alguien, no importa quién sea ese alguien, el gobierno me descubrirá.
—Enséñame los ordenadores.
—Aquí están. —Zina le llevó hasta una gran habitación—. Puedes preguntarles cualquier cosa, pero te darán respuestas modificadas. Quizá tú seas capaz de engañarles. Me gusta engañarles. Son realmente muy estúpidos.
—Puedes hacer magia —dijo él.
Al oír esas palabras, Zina sonrió.
—¿Cómo lo sabías?
—Tu nombre. Sé lo que significa.
—No es más que un nombre.
—No —dijo él—. Tu nombre no es Zina; Zina es lo que tú eres.
—Pues entonces dime qué soy —le pidió ella—, pero dilo en voz muy baja, porque si sabes lo que soy entonces es que estás recuperando una parte de tu memoria. Pero ten cuidado; el gobierno escucha y observa.
—Antes, haz algo de magia —dijo Emmanuel.
—Lo sabrán; el gobierno se enterará.
Emmanuel cruzó la habitación hasta una jaula dentro de la que había un conejo.
—No —dijo—. Eso no. ¿Hay aquí dentro algún otro animal en que puedas convertirte?
—Emmanuel, ten cuidado —dijo Zina.
—Un pájaro —dijo Emmanuel.
—Un gato —dijo Zina—. Espera un momento. —Se quedó quieta y movió los labios. Un instante después el gato, una hembra gris con rayas, entró en la habitación—. ¿Quieres que sea la gata?
—Quiero serlo yo —dijo Emmanuel.
—La gata se morirá.
—Deja que se muera.
—¿Por qué?
—Fueron creados para eso.
—En una ocasión un ternero al que iban a sacrificar se escapó y fue corriendo a un rabino en busca de protección, y puso la cabeza entre las rodillas del rabino. Y el rabino le dijo: «¡Vete, pues para eso has sido creado!». Quería decir: «Has sido creado para que te sacrifiquen».
—¿Y qué pasó después? —preguntó Emmanuel.
—Dios hizo que el rabino pasara grandes penalidades durante mucho tiempo —dijo Zina.
—Comprendo —asintió Emmanuel—. Me has enseñado una lección. No seré la gata.
—Entonces yo seré la gata —dijo Zina—, y no se morirá porque yo no soy como tú. —Se agachó, puso las manos en las rodillas y llamó a la gata. Emmanuel la observó, y la gata acabó acercándosele y pidió hablar con él. Emmanuel la cogió en brazos, y la gata posó una pata sobre su cara. Con su pata le dijo que los ratones eran una gran molestia y que, aun así, la gata no deseaba su extinción, pues por muy molestos que fueran dentro de ellos había algo fascinante, más fascinante que molesto; y ésa era la razón de que la gata anduviera siempre buscando ratones, aunque la gata no los respetaba demasiado. La gata quería que los ratones existieran y, aun así, los despreciaba.
Todo esto se lo comunicó la gata al posar su pata sobre la mejilla del niño.
—Está bien —dijo Emmanuel.
—¿Sabes si hay algún ratón por aquí? —preguntó Zina.
—Eres la gata —dijo Emmanuel.
—¿Sabes si hay algún ratón por aquí? —repitió ella.
—Eres una especie de mecanismo —dijo Emmanuel.
—¿Sabes…?
—Tienes que encontrarlos tú sola —dijo Emmanuel.
—Pero tú podrías ayudarme. Podrías asustarlos y obligarlos a que vinieran hacia donde estoy. —La niña abrió la boca y le enseñó los dientes. Emmanuel se rió.
La pata volvió a posarse sobre su mejilla y le comunicó más pensamientos: el señor Plaudet estaba entrando en el edificio. La gata podía oír sus pasos. Déjame en el suelo, le comunicó la gata.
Emmanuel dejó a la gata en el suelo.
—¿Hay algún ratón por aquí? —preguntó Zina.
—Basta —dijo Emmanuel—. El señor Plaudet está cerca.
—Oh —dijo Zina, y asintió con la cabeza.
El señor Plaudet entró en la habitación y dijo:
—Veo que ya has conocido a Misty, Emmanuel. ¿Verdad que es una gatita preciosa? Zina, ¿qué te pasa? ¿Por qué me miras de esa manera?
Emmanuel se rió; Zina tenía ciertas dificultades para desenredar su esencia de la gata.
—Tenga cuidado, señor Plaudet —dijo—. Zina le arañará.
—Supongo que te referirás a Misty, ¿no? —dijo el señor Plaudet.
—Oh, no, ésa no es mi clase de trastorno cerebral —dijo Emmanuel—. El… —Se calló; podía sentir cómo Zina le decía no.
—No es muy bueno con los nombres, señor Plaudet —dijo Zina. Ahora ya había logrado separarse de la gata y Misty, perpleja, se fue caminando muy despacio. Estaba claro que Misty no había logrado hallarle ninguna explicación al por qué, de repente, se había encontrado en dos sitios distintos al mismo tiempo.
—Emmanuel, ¿recuerdas mi nombre? —le preguntó el señor Plaudet.
—Señor Talk —dijo Emmanuel.
—No —dijo el señor Plaudet, y frunció el ceño—. Aunque en alemán «Plaudet» quiere decir lo mismo que «Talk» en inglés: hablar…
—He sido yo quien se lo ha contado a Emmanuel —dijo Zina—. Me refiero a lo de su nombre.
Después de que el señor Plaudet se hubiera marchado, Emmanuel le dijo a la niña:
—¿Puedes llamar a las campanas? ¿Para bailar?
—Por supuesto. —Y un instante después se ruborizó—. Oh, esa pregunta tenía trampa.
—Tú también haces trampas. Siempre las estás haciendo. Me gustaría oír las campanas pero no tengo ganas de bailar. Aunque me gustaría ver cómo bailas.
—En alguna otra ocasión —dijo Zina—. Claro que, si sabes lo de la danza, es que recuerdas algo…
—Creo que recuerdo. Le pedí a Elijah que me llevara a ver a mi padre al sitio donde le tienen guardado. Quiero ver qué aspecto tiene. Si le viera quizá pudiera recordar muchas más cosas. He visto fotos suyas.
—Hay algo que quieres pedirme —dijo Zina—. Algo que te interesa mucho más que lo de la danza.
—Quiero conocer qué poder temporal tienes. Quiero ver cómo haces que el tiempo se detenga y empiece a correr hacia atrás. Ése es el mejor truco de todos.
—Pues yo creo que para eso sería mejor que vieras a tu padre.
—Pero tú puedes hacerlo —dijo Emmanuel—. Aquí mismo.
—No pienso hacerlo. Hace que se trastornen demasiadas cosas, y luego nunca vuelven a ocupar sus lugares correctos. En cuanto te has salido de la sincronía… Bueno, algún día lo haré para que lo veas. Podría llevarte hasta un tiempo anterior al choque, pero no estoy segura de que sea prudente hacerlo porque podrías tener que vivir de nuevo toda esa experiencia, y eso haría que empeorases. Ya sabes que tu madre sufrió unas heridas muy graves, ¿no? Lo más probable es que hubiera muerto de todas formas. Y tu padre saldrá de la suspensión criónica dentro de cuatro años.
—¿Estás segura? —le preguntó Emmanuel, muy emocionado.
—Cuando tengas diez años de edad le verás. Ahora mismo está de nuevo con tu madre; le gusta retroceder en el tiempo hasta el momento de su primer encuentro. Ella era muy descuidada; tu padre tuvo que limpiar su cúpula.
—¿Qué es una «cúpula»? —preguntó Emmanuel.
—Aquí no tienen de eso; las cúpulas son para el espacio. Para los colonos. El sitio donde naciste. Sé que Elijah te ha contado todo eso. ¿Por qué no le prestas más atención?
—Es un hombre —dijo Emmanuel—. Un ser humano.
—No lo es.
—Nació como hombre. Y, después, yo… —De repente se quedó callado: un fragmento de memoria había vuelto a él—. No quería que muriese. ¿O sí? De modo que me lo llevé en ese mismo instante. Cuando él y… —Intentó pensar, encuadrar la palabra en su mente, darles forma.
—Elisha —dijo Zina.
—Estaban caminando el uno al lado del otro —dijo Emmanuel—, y yo me lo llevé, y él hizo que una parte de su ser volviera junto a Elisha. Así que nunca murió…, me refiero a Elijah. Pero ése no es su auténtico nombre.
—No, ése es el nombre que usa ahora.
—Entonces, recuerdo algunas cosas —dijo Emmanuel.
—Y recordarás más. Mira, creaste un estímulo desinhibidor que te hará recordar antes de…, bueno, cuando llegue el momento adecuado. Eres el único que sabe cuál es ese estímulo. Ni tan siquiera Elijah lo sabe. Y yo tampoco lo sé; me lo ocultaste cuando eras el que eras.
—Ahora soy el que soy —dijo Emmanuel.
—Sí, dejando aparte el que tienes la memoria dañada —dijo Zina, dando una buena muestra de pragmatismo—. Así que no eres igual que entonces, ¿verdad?
—Supongo que no —dijo el niño—. Creí haber entendido que podías hacerme recordar.
—Hay varias clases distintas de recuerdo. Elijah puede hacer que recuerdes un poco y yo puedo hacer que recuerdes todavía más que él, pero sólo tu propio estímulo desinhibidor puede hacer que tú seas tú. La palabra es…, tienes que acercarte a mí para oírla; sólo tú debes oír esa palabra. No, voy a escribirla. —Zina cogió un papel y un trozo de tiza que había en una mesa cercana y escribió una palabra.
HAYAH
Al contemplar la palabra, Emmanuel sintió cómo la memoria volvía a él pero sólo durante un nanosegundo; enseguida volvió a escapársele, o eso le pareció.
—Hayah —dijo en voz alta.
—Esa palabra pertenece a la Lengua Divina —dijo Zina.
—Sí —dijo él—. Lo sé. —Era una palabra hebrea, una palabra con raíz hebrea. Y el mismísimo Nombre Divino procedía de aquella palabra. Emmanuel sintió un respeto grande y terrible; y tuvo miedo.
—No temas —le dijo Zina en voz baja.
—Tengo miedo —dijo Emmanuel—, porque durante un segundo he recordado. —Y he sabido quién soy, pensó.
Pero volvió a olvidarlo. Cuando él y la niña salieron al patio, ya no lo recordaba. Y, aun así —¡qué extraño!—, recordaba que lo había sabido, y que había vuelto a olvidarlo casi inmediatamente. Es como si dentro de mí tuviera dos mentes, pensó, una en la superficie y la otra en las profundidades. La mente de la superficie ha resultado dañada, pero la mente profunda no. Y, sin embargo, la mente profunda no puede hablar; está encerrada, prisionera. ¿Para siempre? No; un día llegará el estímulo. Lo que él mismo había creado.
Probablemente era necesario que no recordara. Si hubiera podido recordarlo todo y hacer accesible a su conciencia toda la raíz del problema, el gobierno le habría matado. La bestia tenía dos cabezas: la religiosa, un cardenal llamado Fulton Statler Harms, y la científica, llamada N. Bulkowsky. Pero esas dos cabezas eran meros fantasmas. Para Emmanuel la Iglesia Cristiano-Islámica y el Legado Científico no constituían la realidad. Sabía lo que se ocultaba detrás de ello. Elijah se lo había contado. Pero, aunque Elijah no se lo hubiera contado, lo habría sabido de todas formas; no importaba dónde se encontrara ni cuál fuera el momento, siempre sería capaz de identificar al Adversario.
Lo que no lograba entender era a la niña, a Zina. En aquella situación había algo que no sonaba bien. Y, sin embargo, no le había mentido; no podía mentir. Emmanuel había hecho que mentir le resultara imposible; decir la verdad era la base fundamental de su naturaleza. Bastaba con que le hiciera preguntas.
Mientras tanto, daría por sentado que era una de los zine; ella misma había admitido que bailaba. Su nombre, naturalmente, venía de dziana y algunas veces aparecía tal y como ella lo utilizaba: Zina.
Fue hacia ella y se detuvo a su espalda pero muy cerca, casi tocándola.
—Diana —le dijo al oído.
Y la niña se volvió al instante. Y, mientras se volvía, Emmanuel la vio cambiar. Su nariz se volvió diferente, y en vez de una niña vio a una mujer adulta que llevaba una máscara metálica echada hacia atrás de tal forma que revelaba su rostro, un rostro griego; y se dio cuenta de que la máscara era la máscara de la guerra. Entonces tenía que ser Palas. Ahora estaba viendo a Palas, no a Zina. Pero sabía que ninguna de las dos revelaba toda la verdad sobre su auténtica esencia. No eran más que imágenes, formas que adoptaba. Aun así, la máscara metálica le impresionó. La imagen estaba desvaneciéndose, y Emmanuel supo que nadie más que él la había visto. Ella jamás la revelaría a otras personas.
—¿Por qué me has llamado «Diana»? —preguntó Zina.
—Porque ése es uno de tus nombres.
—Uno de estos días iremos al Jardín —dijo Zina—. Así podrás ver a los animales.
—Me gustaría mucho —dijo él—. ¿Dónde está el Jardín?
—El Jardín está aquí —dijo Zina.
—No puedo verlo.
—Tú creaste el Jardín —dijo Zina.
—No puedo acordarme. —Le dolía la cabeza; se llevó las manos a las sienes. Igual que mi padre, pensó; él solía hacer lo que yo estoy haciendo ahora. Salvo que él no es mi padre.
No tengo padre, se dijo.
El dolor llenó su ser, el dolor del aislamiento. Zina se había esfumado de repente, y el patio de la escuela, el edificio, la ciudad…, todo se había desvanecido. Intentó hacerlo regresar, pero no le fue posible. El tiempo había dejado de transcurrir. Incluso el tiempo había sido abolido. Lo he olvidado por completo, comprendió. Y, por haberlo olvidado, todo ha desaparecido. Ahora ni tan siquiera Zina, su amada y su deleite, podía hacer que lo recordara; había vuelto al vacío.
Un murmullo apagado se fue desplazando por el vacío y las profundidades. El calor se hizo visible; a esa transformación de frecuencia el calor aparecía como luz, pero tan sólo como una luz rojo oscuro, una luz sombría. Emmanuel la encontró horrible.
Mi padre, pensó. No, tú no eres mi padre.
Sus labios se movieron y pronunciaron una sola palabra.
HAYAH
El mundo regresó.