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Discordia política y fragmentación

económica.

LAS RAZONES POR LAS cuales la apelación a la Unión Soviética se hizo tan insistente y recayó sobre pedidos de armas nada desdeñables estuvieron relacionadas con, al menos, dos factores. El primero fue el traslado de las reservas de oro. Es irrelevante a este respecto el que se hubiera establecido o no tal vinculación en el momento de decidir el envío, a principios de octubre de 1936. Poco más tarde quedó claro que sin la ayuda soviética la República no hubiese resistido las embestidas de Franco. El segundo factor no está demasiado estudiado: en la medida en que la producción interna no daba abasto para cubrir las imperiosas necesidades de la guerra, las únicas alternativas consistían en acudir al exterior y reestructurar el sistema productivo, esencialmente en Cataluña y en el País Vasco, es decir, en las zonas donde con mayor virulencia afloraban sentimientos nacionalistas e incluso separatistas. Ahora bien, si el País Vasco estaba cortado del resto de la España republicana, no ocurría lo mismo con su corazón industrial, Cataluña. De aquí la importancia de los efectos de la evolución política catalana. Se trata de un tema cuyo tratamiento cae fuera de nuestros objetivos pero sí debemos abordar al menos la problemática de la inicial reconversión industrial. También es interesante identificar el tipo de información que llegó a las autoridades moscovitas. Los comentarios que al respecto han hecho Radosh y sus colaboradores están muy sesgados e, históricamente hablando, son desafortunados.

LA DELETÉREA INFLUENCIA ANARQUISTA.

Una línea que recorre los documentos soviéticos, y durante una temporada los emanados del cónsul general Antonov-Ovseenko, es la denuncia de los desmanes anarquistas y de su papel distorsionador en la gobernanza de Cataluña[1]. En una ocasión, hacia el 11 de octubre milicianos de la CNT apresaron a un sacerdote pero se mostraron dispuestos a dejarle pasar a Francia, si daba un rescate. El infeliz confesó que había un centenar de compañeros que podrían ofrecer 300 000 francos si también se lo permitían. Los anarquistas aceptaron el trato, se quedaron con el dinero y fusilaron a cuarenta. El resto sólo pudo salvarse gracias a la enérgica intervención de Companys. Los choques no se limitaban a cuestiones de orden público. El cónsul sugirió que la influencia soviética se utilizara para apoyar al Gobierno de la Generalitat (Radosh et al., doc. 21) a la vez que trataba de convencer a los líderes anarquistas que era imprescindible contribuir más eficazmente al esfuerzo de guerra.

Por algún que otro documento desperdigado cabe pensar que, en contra de lo que machaconamente se repite, los soviéticos trataron de llegar a un modus vivendi con los anarquistas. El 21 de octubre, por ejemplo, Krestinsky telegrafió al cónsul: le anunciaba el envío del personal auxiliar adecuado para las tareas de información militar, comercial (un tal Malkov) y general (un especialista de la agencia TASS, A. F. Rothstein). Los ataques contra los anarquistas en la prensa soviética se habían calmado. Estaba llena de llamadas a la introducción de la disciplina, del mando único, sin subrayar quiénes eran o quiénes fueron los que se oponían. El NKID estaba dispuesto a publicar en la prensa toda información positiva sobre la construcción revolucionaria que se desarrollaba en Cataluña. Pedía, finalmente, al cónsul que le diera a conocer cualquier cosa que pudiera publicarse y el NKID trataría de complacerle[2]. Era un enfoque conciliador y aperturista.

Claro está que el poder brotaba de las bocas de los mosquetones. Nada lo ejemplifica mejor que cuando el Gobierno central se trasladó de Madrid a Valencia, piquetes anarquistas detuvieron a varios ministros (Álvarez del Vayo, Juan López), jefes militares (generales Asensio, Pozas) y numerosos altos cargos en Tarancón. Cipriano Mera, que terminó siendo un importante comandante de milicias, se permitió amonestar a los detenidos, acusándoles de que habían abandonado al «pueblo». Los permitieron continuar, no sin discusiones. Mera apostilló que «con gran dolor» (pp. 112-116). Bandas armadas, fuera de control, se arrogaban simplemente, dando cantos a la revolución, el papel del Gobierno[3]. Sólo cabe imaginar lo que hubiera podido pensarse en Londres o en París, de haber circulado la noticia.

Con el paso del tiempo, Antonov-Ovseenko empezó a sentirse más seguro. Cuando el presidente Azaña se trasladó a Barcelona, habló con él y le dijo que convendría que el Gobierno republicano fuese al encuentro de las aspiraciones nacionalistas de algunas provincias, ya que tenderían a acrecentarse con el desarrollo de la revolución y el debilitamiento del poder central. Esto eran palabras mayores. El representante soviético se metía de cabeza en un tema extraordinariamente complicado. Informó a Moscú de que había tendencias autonomistas en Aragón y en Valencia pero se centró en Cataluña. Indicó que el Gobierno se negaba a ofrecerle ayuda militar y económica. Ello no haría sino exacerbar el estado de ánimo separatista. Sólo en los medios socialistas y anarquistas no se notaba tal sensación, que influía mucho en los medios republicanos.

La defensa de Madrid, y la entrada de la CNT en el Gobierno, debilitaron los planes de algunos sectores que aspiraban a la independencia catalana. Se recrudecieron tras el reconocimiento de Franco por las potencias fascistas. Companys, afirmó el cónsul, estaba dispuesto a plantear el tema de la proclamación de España como una república federativa. «Me manifestó ardientemente que era “nacionalista” y que estaba obligado a aprovechar el momento de debilidad del Gobierno central». En su honor, habría que señalar que el reconocimiento de Franco por las potencias fascistas enfrió a Companys. El cónsul pidió instrucciones sobre qué hacer pero recomendó que se aconsejara al Gobierno central que prestase mayor atención a las peticiones económicas y militares de Cataluña, ampliase los derechos autonómicos de algunas provincias y declarase a España una República federativa[4]. La reacción moscovita fue negativa. Antonov-Ovseenko se había metido a coces en un campo minado.

Algo más tarde, su valoración del movimiento anarco-sindicalista se hizo más negativa. Destacó las crecientes contradicciones entre las tradiciones libertarias y la experiencia diaria de la gestión de los asuntos públicos. Con sus continuas oscilaciones e indecisiones, los confederales generaban una desorganización extrema. La escasez de productos de consumo y la carestía aumentaban su impopularidad. La capacidad de actuar en contra de los «incontrolados» disminuía. La FAI continuaba a su aire. Sus milicias realizaban detenciones, registros y fusilamientos o se incautaban por las buenas de bienes particulares[5]. Con frecuencia, ni aceptaban los visados oficiales, ya fueran del Gobierno o de la Generalitat. En el plano económico, las improvisaciones hacían fracasar el control centralizado y la distribución. La política de sueldos era inestable. En el terreno agrícola, aumentaban las agresiones directas. Incluso en el ámbito militar la influencia cenetista era lamentable. Frente a tal estado de cosas, la labor de la Generalitat era contemporizadora, con lo cual crecía el descontento de la pequeña burguesía y de amplias masas de la población. La desmoralización había empezado a afectar al «ejército[6]».

Toda esta situación repercutía negativamente en lo que debía ser una preocupación esencial: el montaje de una industria de guerra. En este aspecto hay un paralelismo entre los diagnósticos y las medidas sugeridas tanto por algunos ministros españoles como por parte soviética. Negrín acometió con decisión importantes modificaciones del marco legal para adaptarlo a las nuevas condiciones. Muchas quedaron en letra muerta. Por el lado soviético, los primeros representantes fueron diplomáticos y especialistas en temas militares y de seguridad interior. No tardaron, sin embargo, en llegar los expertos económicos, industriales y comerciales. Su actividad no se ha estudiado[7] como la de los consejeros militares cuya influencia, según el teniente coronel Morel, se mostró de puertas adentro[8].

Desde el punto de vista de la contribución al esfuerzo de guerra, la capacidad de la industria catalana y su reconversión eran factores esenciales. Ambos se vieron obstaculizados. No se trata de un tema demasiado conocido[9]. En la literatura dominan los autores que enfatizan la euforia cenetista y revolucionaria que se enseñoreó de las instalaciones y empresas industriales en aquel «dulce verano de la anarquía». Desde la perspectiva del Gobierno central, la visión fue muy diferente. Con la industria desorganizada y en colapso, atenazada por las incautaciones y las colectivizaciones, con los propietarios y cuadros técnicos amedrentados y, en ocasiones, en fuga o liquidados, dicha contribución no podía ser muy importante y no lo fue.

Evidentemente, la forja efectiva de un escudo protector llevaba tiempo, al igual que necesitaba tiempo el rearme británico o el francés. Pero así como en estos casos la diplomacia de Londres y París debía comprar, y en parte compró, dicho bien escaso, para la República no era posible aguardar. La reconversión era una tarea urgente. La guerra no esperaba[10]. Costó mucho trabajo traducir esta simple idea a hechos contundentes. Algunos de los escollos tuvieron que ver con el colapso de la autoridad del Estado y la proliferación de poderes territoriales. En el caso de Cataluña se unió el arrebato de competencias estatales por parte de las instancias de la Generalitat (Godicheau, p. 125) y la influencia de las pugnas intracatalanas en las que la CNT/FAI, enorme, y el POUM, diminuto, se llevaron la palma.

Las cartas y despachos de Stajevsky, a quien competían los temas económicos, describieron una situación caótica: cantonalismo, desorganización, distancia sideral entre las disposiciones legales y la realidad sobre el terreno, confrontación política y sindical y, en último término, débiles niveles de producción. El torgpred identificó también las áreas en donde se centraban las mayores dificultades: el deseo de realizar operaciones con el exterior, la apropiación política y territorial de una parte de lo producido y una gran desconfianza, cuando no hostilidad, hacia el Gobierno de Valencia. Varias manifestaciones de lo que antecede se encuentran en un escrito del 14 de diciembre, dado a conocer por Radosh et al. (doc. 25), aunque su interpretación, en mi entender, sea absolutamente incorrecta. En tal escrito quedó registrado el intento del conseller de Economía de la Generalitat, un cenetista llamado Joan P. Fábregas[11], de importar carbón desde el Reino Unido, pero sin tener divisas para pagarlo, a cambio de una garantía soviética que se compensase con la fabricación de locomotoras y motores diésel. Es obvio que una operación triangular de esta índole exigía el consentimiento ruso. Radosh y colaboradores presentan la negativa soviética como una manifestación de la indignación ante las pretensiones de que ayudaran a los anarquistas a hacer la guerra[12]. Es un ejemplo que resulta imprescindible subrayar porque muestra como pocos otros hasta qué punto la ideología turba a estos denodados guerreros de la guerra fría.

Lo que Stajevsky hizo fue lo que debía: decir a Malkov[13], que es quien le contó la entrevista con Fábregas, que la única forma correcta de proceder consistía en que los catalanes solicitaran del Ministerio de Hacienda la autorización para obtener las divisas necesarias para pagar el carbón. Era una respuesta que no surgía de la nada. A finales de octubre o principios de noviembre la Generalitat había querido comprar a la Unión Soviética materias primas tales como cobre, manganeso, níquel, wolframio, cinc, antimonio, cianuro de potasio y sosa. Desconocemos los pormenores de este asunto y cómo se pensaba pagar, si en divisas o negociando un crédito. Pero es verosímil que se planteara a espaldas del Gobierno de Valencia. En cualquier caso, el Politburó decidió, el 10 de noviembre, negarse a aceptar la operación y sí autorizar al NKVT (Comisariado para el Comercio Exterior) para que exportase a España una serie de productos designados por el Gobierno central. Ignoramos cuáles eran éstos. Lo que sí sabemos es que entre ellos había productos que dependían del Comisariado para la Industria Pesada (NKTP). El Narkomfin (Comisariado de Finanzas) debía financiar la exportación. No se trataba, pues, de una operación de venta en efectivo. Veremos más adelante que muchas de las exportaciones de materias primas y productos industriales de procedencia soviética a la República los saldó ésta en cuanto empezó la movilización del oro[14]. Radosh y sus colaboradores deberían haber leído algo sobre la economía de las relaciones bilaterales.

DESARTICULACIÓN EN LA PRODUCCIÓN BÉLICA.

En ocasiones las informaciones soviéticas no se distanciaron demasiado de las británicas. Hacia la misma época un informe del consulado de S. M. en Barcelona reconocía que la sublevación militar había inducido a la Generalitat a asumir grandes responsabilidades. Prácticamente todas las funciones que el Estatuto había dejado en manos del Estado pasaron a la Generalitat, entre ellas las relacionadas con el control de la política monetaria y financiera. Desde entonces ésta se había preocupado de forzar por todos los medios la obtención de oro y divisas, bien de los bancos o de los particulares. No había desdeñado enviar agentes a Francia para vender pesetas a cualquier precio y con el contravalor en francos adquirir productos extranjeros[15]. No es probable que le preocupase, añadiremos nosotros, que en un mercado estrecho y casi ilegal como era el de la peseta republicana una oferta súbita en grandes cantidades depreciase de golpe el tipo de cambio.

El Gobierno no se había atrevido o no había podido tomar medidas efectivas en contra pero sí se había reservado el control de las divisas y nunca había reconocido los desbordamientos extraestatutarios. Su negativa a dar divisas obligaba a la Generalitat a movilizar sus propias «reservas» para adquirir productos en el exterior. Hay, además, que tener en cuenta que el 2 de noviembre Negrín había creado la Comisaría General de Economía con el fin de coordinar la acción en materia de reglamentación y financiación del comercio exterior y que un mes más tarde apareció el fundamental decreto del 2 de diciembre que exceptuó del sistema regulatorio las operaciones del Estado y de los monopolios que de él dependían (Santacreu, pp. 46s). La operación sugerida por Fábregas recaía, en consecuencia, sobre problemas mucho más complejos.

Otra manifestación de sabores cantonalistas la ofrecieron García Oliver, Federica Montseny y el secretario general de la CNT, Mariano R. Vázquez, a principios de diciembre. A las preguntas de Stajevsky sobre lo que pensaban hacer en materia de producción industrial para la guerra, ya que no existían planes de suministro coordinados, la respuesta fue que estaban a favor de ellos pero siempre y cuando un cierto porcentaje de la producción se quedara en Barcelona. Como suena[16]. No hubo reacción a la réplica de que quizá fuese mejor que se encargara el Ministerio de la Guerra. Largo Caballero había pedido a los anarquistas que le enviaran técnicos para que participasen en los planes de producción y distribución pero no lo habían hecho[17]. La única nota esperanzadora era que la desconfianza hacia el Gobierno central, muy alta durante los meses precedentes, parecía empezar a remitir. El ministro de Industria, Juan Peiró, libertario, se había pronunciado a favor de una mayor disciplina en la producción y en contra de la proliferación de comités. Stajevsky destacó que un sector de la CNT se acercaba a las posiciones comunistas en un proceso muy doloroso. La primera afirmación era exagerada pero sí acertaba en que se abría una escisión entre la base local y la dirección nacional.

Que en estas circunstancias fuese Prieto quien asumiera la responsabilidad por la producción bélica a través de la creación de la Comisaría de Armamento y Municiones (CAM) lo consideró Stajevsky algo positivo. Según Largo Caballero la CAM se había creado a tenor de presiones soviéticas. Si fue así, sorprenden tres cosas: la primera, que no hubiera reconocido hasta entonces su necesidad, que era evidente; la segunda, que se negó a que su ministerio, el de la Guerra, estuviese representado en ella; la tercera, que tampoco consideró conveniente, como lo solicitó Prieto repetidamente, transformar la CAM en un auténtico ministerio[18]. De haberlo hecho hubiese podido, quizá, ponerle al frente, toda vez que Prieto no era de los que se agarraban, entonces, a su sillón. En las circunstancias de la época no parece que fuese una medida exagerada. Lo que Largo Caballero podría entender como «presiones» no aparece en los despachos de Stajevsky. Sí se sabe, por el contrario, que los anarquistas bramaban contra Prieto (Azaña, 1990, p. 129). Éste llamó inmediatamente a especialistas, técnicos e ingenieros socialistas y al cabo de un par de semanas los resultados empezaron a notarse, sobre todo en lo que se refería a las numerosas posibilidades de acrecentar la actividad industrial. Stajevsky no dejó de mencionar, sin embargo, que Largo Caballero (bajo el influjo de Asensio) deseaba que también los «generales» participasen, con todo lo que de negativo entreveía que ello pudiera llevar consigo[19]. Simultáneamente, Prieto debió de ponerse en contacto con Berzin pues, el 1 de diciembre, el director del GRU, Uritsky, escribió a Vorochilov que era necesario enviar a España («X») dos especialistas en producción de municiones y sendos especialistas en producción de proyectiles, blindajes, construcción de tanques y producción de elementos explosivos.

Afortunadamente, en los papeles de Prieto se encuentra documentación que permite reconstruir el proceso español. Destaca un informe del 5 de diciembre de 1936 del general Matz, presidente de la Comisión de Municiones, a Asensio en su calidad de subsecretario de Guerra, y de una nota de este último a Largo Caballero fechada el día siguiente. En la primera Matz reconocía que la Comisión, creada por decreto del 19 de agosto, no había podido cumplir su misión. Hubo siempre un largo trecho entre las disposiciones de la Gaceta y la realidad. En ésta, señaló Matz, la Comisión no había conocido las necesidades del ejército; tampoco había tenido noticia de las adquisiciones de material de guerra realizadas por otras instancias; nunca estuvo enterada de las compras hechas en el extranjero; no se le facilitó detalle del material que llegaba… Matz constataba el retraso español en materia de industrias de guerra y la carencia de personal técnico-militar. Se habían hecho milagros y logrado grandes progresos pero subsistían las dificultades de coordinación y el peso dominante de las circunstancias locales. Nada de esto difiere demasiado de las apreciaciones soviéticas.

Prieto dio órdenes de que se contactara con los rusos, un general llamado Dimitroff y un coronel apellidado Valois (tal vez seudónimos). La primera reunión la presidió Asensio. Se discutieron diversos aspectos de organización de la industria y se visitaron fábricas. Hubo toma y daca, nuevas reuniones, incluso en la embajada, y por fin se decidieron una serie de proyectos en los que no participaron los soviéticos. Valois, en particular, parece que aprendió mucho de las dificultades que habían surgido por doquier. Asensio, por el contrario, sugirió a Largo Caballero que la Comisión de Municiones se adscribiera a la órbita de su Ministerio.

Volviendo a Stajevsky, su faceta de generador de ideas es incuestionable. Negrín conservó una carta suya del 15 de enero en la cual recibió varias sugerencias bastante razonables: I) organizar en cada «República autónoma» y en cada provincia una comisión bajo la presidencia del gobernador constituida por la gente más responsable de la UGT y de la CNT. Su papel estribaría en establecer un control estrecho sobre los automóviles que pertenecieran a las diferentes organizaciones. Éstas deberían demostrar la necesidad y utilidad de conservarlos. La comisión debería tener autoridad para decidir la incautación del vehículo si no quedaba convencida por los argumentos aducidos; II) establecer un sistema de tarjetas de control mediante las cuales se adjudicarían ocho litros de gasolina diarios a los coches pequeños y doce a los grandes; III) cuadruplicar al menos el precio de venta de la gasolina; y IV) comenzar inmediatamente la construcción de depósitos subterráneos en lugares tales como Barcelona, Valencia, Cartagena y Alicante para proteger las reservas de gasolina de los ataques del enemigo. Nada de esto era revolucionario y sí de bastante sentido común. La carta mostraba que aún quedaba bastante por hacer incluso en ámbitos tan elementales.

UNA POLÍTICA DE DIVISAS Y DE COMERCIO EXTERIOR DESORGANIZADA.

Si Radosh y colaboradores se hubieran molestado mínimamente en indagar por los antiguos archivos soviéticos sobre los problemas económicos de la España republicana, quizá hubieran podido encontrar un informe inédito de Stajevsky de gran importancia. Con sus comentarios han caricaturizado lo que ocurrió en un terreno políticamente minado. Stajevsky no escatimó críticas al Gobierno central[20] aunque salvó a Negrín, empeñado en reforzar los carabineros como una posibilidad de poner orden en el desbarajuste cantonalista[21]. En una carta del 29 de diciembre de 1936 el torgpred pasó revista a los problemas de la política de divisas y del comercio exterior republicanos[22]. Numerosas regiones (entre las que mencionó Cataluña, el País Vasco y Asturias) trataban de llevar a cabo exportaciones de forma independiente. Era una tendencia alimentada no sólo por consideraciones político-autonomistas sino también por intereses comerciales oscuros de quienes buscaban su enriquecimiento personal: antiguos propietarios, fabricantes, terratenientes, estraperlistas y, no en último término, funcionarios bajo colores anarquistas o socialistas.

La situación era difícil. La separación geográfica no ayudaba. Tampoco las relaciones tirantes entre el Gobierno central y la Generalitat. El primero no había sabido encontrar un lenguaje común con los catalanes y no había prestado la ayuda que necesitaban las regiones. Faltaba personal de confianza. El resultado era un desorden considerable. La línea que Stajevsky había adoptado consistía en apoyar la concentración de toda la importación y exportación y de las operaciones en divisas. Añadamos que ésta era la dirección en que habían discurrido los esfuerzos de Negrín desde que asumió la cartera de Hacienda en septiembre de 1936. A finales de año las operaciones se tramitaban a través de CAMPSA, que había abierto una oficina en Barcelona, y de la delegación comercial soviética. Ello permitiría aproximar pedidos y exportaciones.

Algo más tarde, el 6 de enero de 1937, Stajevsky volvió a la carga. Consideraba que era imprescindible que mejorasen las relaciones entre la Generalitat y el Gobierno. Cataluña contaba con cerca de 3,5 millones de los 10-11 millones de habitantes de la España republicana. Era la región más industrializada, pero su potencial no se aprovechaba lo suficiente ni para la defensa ni para cubrir las necesidades de la población. Su propia actuación estribaba en acercar a los representantes de una y otro para que analizaran conjuntamente los problemas, que hasta entonces nadie había intentado resolver (sic). Había convencido a Negrín y a Prieto para que viajasen a Barcelona. Los problemas seguían concentrados en los ámbitos financiero, comercial, de divisas y de producción bélica. En relación con los primeros, las quejas mutuas eran muy intensas. Los catalanes afirmaban que desde principios de julio estaban financiando la guerra, es decir, que pagaban y mantenían a las milicias, hacían desembolsos a favor de la industria bélica y que habían enviado mucho material fuera de Cataluña. El Gobierno no había dado nada a cambio. Éste, por el contrario, acusaba a los catalanes de haber tomado sin autorización dinero de la sucursal del Banco de España por varios cientos de millones de pesetas.

Stajevsky consiguió que se le admitiera la propuesta de organizar una comisión paritaria con representantes de ambas partes para que estimase lo ocurrido desde julio. El Gobierno declararía estar dispuesto a reembolsar a la Generalitat las sumas correspondientes en caso de resultar deudor. Si lo era ésta, el Gobierno le abriría un crédito a largo plazo. La comisión no había empezado a funcionar, si bien el Gobierno ya había nombrado a sus representantes. Los retrasos se debían al conseller de Hacienda, Josep Tarradellas. Con todo, tanto el Gobierno central como la Generalitat acordaron que la política debía centralizarse aunque garantizando los intereses de Cataluña. El Ministerio de Industria y Comercio elaboraría un plan mensual de exportación, importación y divisas que debía aprobar el de Hacienda. Éste asumió la sugerencia soviética de organizar una comisión de divisas en la que estuviesen representados todos los interesados. También la habían aceptado los catalanes. Stajevsky había sugerido incluso que en las futuras oficinas de CAMPSA en el exterior figurasen agentes de la Generalitat, vascos y asturianos. Convenía reducir los niveles de desconfianza mutua.

En política de divisas los republicanos reconocieron que la situación no podía continuar. Hasta hacía poco, los catalanes las exigían para sí y exigían también que se les reconociera el derecho a adquirir con ellas lo que necesitaran. Los 30 millones de francos eran para «todo tipo de gastos» que, según decían, eran difíciles de prever en un plan. Ni el Ministerio de Hacienda ni Stajevsky estuvieron de acuerdo con tal enfoque. Sin embargo, este último pensaba que habría que llegar a un compromiso y dar alguna cantidad. Negrín hizo gestos. Accedió a la petición. Más tarde entregó 3 millones adicionales para productos absolutamente necesarios. Dio su conformidad para que Cataluña encargase alimentos a través de la delegación comercial soviética. Se acordó que los catalanes pagasen todo lo importado y entregasen a CAMPSA las mercancías de exportación. La lista estaba en vías de preparación y se presentaría pronto.

Íntimamente relacionada con tales problemas de gestión figuraba la expansión del Cuerpo de Carabineros. El problema radicaba en cómo armarlos. Negrín había insistido en varias ocasiones para que se le vendiera material soviético. Cuando llegara y los carabineros, debidamente equipados, se presentasen en la frontera era verosímil que los anarquistas se inclinaran y dejasen de controlar las comunicaciones con Francia. Las dificultades tardaron en desaparecer. A finales de diciembre de 1936 Fábregas, que ya no era conseller, y uno de los dirigentes cenetistas de la industria de guerra fueron a Valencia a entrevistarse con Prieto. Éste aprovechó la ocasión para exponerles sus deseos. Teniendo en cuenta la difícil situación de la industria metalúrgica en Cataluña estaba dispuesto a suministrar inmediatamente las materias primas y los medios necesarios para estimular la producción[23]. Lo que quería, sin embargo, y no para él, sino para el ministro de la Guerra y presidente del Gobierno, es que fuera éste quien llevase a cabo la distribución. Los anarquistas se negaron rotundamente.

En aquella época se fabricaban blindajes en Sagunto, para lo cual habían servido de mucho 22 toneladas de níquel enviadas desde la URSS. En Barcelona había varios centenares de chasis Ford que podían convertirse con facilidad en blindados ligeros[24]. No fue una tarea fácil e ignoramos si se llevó a cabo. Los anarquistas se oponían a enviar los chasis y Prieto no quería que los blindajes fuesen a Barcelona. Stajevsky había podido enterarse de que los confederales querían evitar que se hicieran pedidos de material de guerra a las empresas en donde no tuvieran mayoría[25]. De ellas expulsaban a la gente del PSUC. Aspiraban a reforzar su influencia en los centros de producción y no retrocedían, llegado el caso, ante el asesinato. En tal ambiente, forzar la producción para la guerra iba a convertirse en un problema que exigía una solución rápida.

Gracias a la documentación conservada en AFIP cabe complementar los informes soviéticos. El 5 de diciembre de 1937 Prieto recordó a Joan Comorera las muchas vicisitudes por las que habían atravesado las discusiones con los anarquistas, la Generalitat y el PSUC. Prieto discrepaba de sus afirmaciones de que las deficiencias provenían en gran parte de la incautación de una parte de las empresas a la que el Estado terminó procediendo. La importancia vital de la industria catalana para la República derivaba del hecho de no poder contar con la de Vizcaya y Asturias. De aquí que su intención hubiese estribado en llegar a acuerdos con las empresas catalanas, cualquiera que fuese la forma en que estuvieran organizadas. El Gobierno central les suministraría medios financieros y materias primas a cambio de que se comprometiesen a producir los materiales que las autoridades militares exigieran.

Esta sencilla fórmula no había sido del agrado de nadie, aunque tampoco nadie se había atrevido a criticarla o rechazarla directamente. Se acudía a subterfugios y retrasos para no asumirla. Abad de Santillán había querido consultar a la CNT, que terminó por decir que era mejor dejar el acuerdo para otra ocasión. Propusieron a cambio un contrato para la fabricación de mil camiones. Prieto lo firmó, anticipó varios millones y jamás vio ninguno. Los fracasos, en su opinión, se debían esencialmente a la interposición del aparato de la Generalitat entre las empresas y el Estado, incluso a la hora de distribuir los productos. Hasta febrero de 1937 no se abordó seriamente el tema. Fue entonces cuando en varias reuniones en las que participaron Tarradellas, Comorera y Doménech por la Generalitat y Prieto, Negrín y Peiró por el Gobierno se decidió que la producción se coordinaría de forma tal que se intensificara en la medida de lo posible. Mientras se establecía dicha coordinación el Gobierno iría dando cuenta a la Generalitat de los contratos que hiciera con empresas catalanas. Este compromiso tampoco se cumplió. No se consintió que el Gobierno contratara ni que sus representantes entrasen en fábricas o talleres que hubieran estado dispuestos a producir los materiales que interesaban a las autoridades militares. La crítica de Prieto fue amarga. Se les había interpuesto toda clase de dificultades e impedimentos con el fin de evitar que pudieran llevarse a cabo los deseos gubernamentales.

Aunque sobre este tema sólo disponemos del testimonio escrito de Prieto y se necesitaría una investigación pormenorizada para poder emitir un juicio más fundado, parece claro que nada de ello apoyaba el esfuerzo de guerra[26]. Prieto estableció en Cataluña una delegación del ministerio y concedió en ella representación a la Generalitat, a la UGT y a la CNT. Fue un nuevo fracaso porque ninguna llegó a designar a sus delegados. Sólo se progresó cuando Tarradellas y otras autoridades catalanas fueron a Valencia y propusieron una solución alternativa. Consistía en crear una comisión compuesta solamente de representantes del Gobierno y de la Generalitat. Ello suponía la disolución automática de la que para menesteres semejantes había creado esta última. Cuando, por fin, se pusieron de acuerdo, Tarradellas solicitó entregar una nota por escrito en la que se consignarían ciertos detalles que Prieto aceptó. No se presentó nunca.

Mucho más tarde, con ocasión de la visita a Barcelona del presidente del Gobierno, se le leyó una nota en catalán, bastante confusa, que se reiteró por escrito poco después. Su contenido difería del convenido entre Prieto y Tarradellas. Hubo nuevos retrasos hasta que, por fin, Comorera se desplazó a Valencia e informó a Prieto que la nota no respondía a un acuerdo de la Generalitat y le pidió que publicase el decreto que recogiera lo que en su momento se había acordado. Así se hizo. Prieto nombró a los representantes del Gobierno y lo notificó a Companys, quien procedió de igual modo designando a los de la Generalitat. La nueva comisión empezó a funcionar pero la antigua no se disolvió y actuó por su lado. Sólo cuando el Gobierno se trasladó a Barcelona Prieto planteó la conveniencia de su eliminación, cuidándose de que ello no se interpretara como un gesto hostil hacia la Generalitat[27].

Observadores de otro planeta, entiéndase los soviéticos, no podrían sino considerar como sabotaje este tipo de obstáculos. En la medida en que sus informes llegaban a Stalin, no extrañará que éste se preguntara, en ocasión que describiremos, si la República estaba realmente interesada en ganar la guerra. Que el aspecto más complicado del montaje de una industria bélica lo constituyeron las relaciones entre el Gobierno central y la Generalitat es algo que no sólo lo decían Stajevsky y Prieto. Fue también un motivo recurrente en los informes del consulado general británico. Hasta qué punto eran tirantes se manifestó, por ejemplo, en el ámbito crucial de las salidas de oro. Tras el envío del grueso de las reservas a la Unión Soviética, había quedado un remanente en Cartagena. El Ministerio de Hacienda quiso en algún momento trasladar cinco toneladas a Francia pero se negó categóricamente a hacerlo en camiones o por ferrocarril, aun contando con la necesaria protección, porque temía que al atravesar Cataluña pudiera quedar detenido. Se eligió la vía marítima, más insegura, para transportarlo a Marsella y evitar el tránsito por tierras catalanas. Sin duda los ensueños de Abad de Santillán del verano de 1936 de echar mano a las reservas de oro no se habían disipado totalmente y no hay que olvidar que entonces era el nuevo conseller de Economía.

Para Stajevsky los problemas operativos radicaban en la unificación de la distribución de la producción de material bélico, la introducción de algún tipo de planificación según las exigencias y necesidades del ejército, la regularización del comercio exterior, el empleo de las divisas y la circulación de las mercancías en el interior de la España republicana. Las posturas se habían enquistado a la hora de buscar soluciones de compromiso. Si en el mundo sindical y catalán no había gran disposición, el Gobierno tampoco parecía dar muestras de demasiada mano izquierda. Largo Caballero no podía olvidar su pasado ugetista[28]. Prieto andaba desmoralizado[29] y —decía Stajevsky— no creía en la clase trabajadora. Los anarquistas no contribuían al trabajo gubernamental y los ministros comunistas no destacaban en y por nada[30]. Pero era imposible imaginar una victoria sin la aportación de Cataluña, sin disponer de un plan para la industria bélica, sin vencer las inercias y ambiciones locales, sin que el Ministerio de la Guerra pudiese distribuir la producción y sin planes para la política comercial exterior. Stajevsky reiteró que «estos problemas, que son bastante concretos, deben resolverse. Aquí es donde hay que echar en la balanza todo el peso de la autoridad de la URSS y esforzarse por encontrar aunque sea una solución de compromiso». De esto no debe extraerse la conclusión, cara a Radosh y sus colaboradores, pero siguiendo la más rancia tradición, de que Stajevsky se hubiera convertido en una especie de dictador de la economía republicana.

Varios ingenieros soviéticos trataban de poner orden. La petición a Moscú había sido cursada por Berzin en lo más duro de la batalla de Madrid. El 1 de diciembre Uritsky escribió a Vorochilov dando cuenta de sus deseos. Se trataba de enviar en comisión de servicio a dos especialistas en producción de municiones y a un especialista para cada una de las ramas siguientes: proyectiles, blindaje, tanques y elementos explosivos. Uritsky pensaba que eran absolutamente necesarios porque sin ellos los españoles no podrían avanzar. La respuesta de Vorochilov fue significativa:

Deseo que Donizetti [Berzin] logre alcanzar una posición tal de cara a los amigos que haga que éstos cuenten con sus propuestas y las nuestras y que apliquen a conciencia las decisiones que se derivan de nuestros consejos. Si ello no es posible, resultará vano enviar a nuestra gente. De todas maneras a lo mejor caen bajo el control de Asensio, a quien ya conocemos demasiado bien[31].

Conviene detenerse en las implicaciones de esta respuesta. Salvo error u omisión, de ella se desprende que Berzin tenía dificultad en «vender» sus ideas. Era, pues, necesario fortalecer sus credenciales y para ello nada mejor que contribuir a robustecer su posición. La situación lo exigía. Gracias a un informe de Malkov se sabe algo de cómo evolucionaba la producción de material de guerra en Cataluña. El ejemplo que escogió fue el más elemental: la producción de vainas. Había ocho fábricas pero sólo dos trabajaban más o menos bien, precisamente en donde ya se encontraban encajados los especialistas soviéticos[32]. Producían al día unas 18 000 nuevas de un total de 30 000. Se había interrumpido, por desgracia, la recuperación de las usadas, lo que simplificaba la operación y había permitido llegar al apreciable nivel de 80 000 al día. Una de las fábricas se había dedicado antes de la guerra a labores de estampación. Readaptada, había producido 5000 vainas diarias, con un 70-75% de defectuosas, por lo que se quiso cerrarla. Tras la actuación de un ingeniero soviético alcanzó entre 8 y 10 000 de excelente calidad. Otra había fabricado latas de conserva. Reconvertida, se dedicó a la producción de casquillos. La tecnología no era buena y se situaba en torno a los 8000 diarios. Sin embargo, podría llegar a producir entre 100 y 180 000 unidades. No se había hecho nada. Para otra fábrica había llegado maquinaria francesa, pero sólo había un obrero que se dedicase a su montaje. Dos meses más tarde no había dado comienzo la producción[33]. Esto a Malkov le olía a sabotaje[34]. Muchos años más tarde Benavides hablaría todavía de «las sombras de la incompetencia y de la traición[35]».

A principios de octubre de 1937, el general Grigori Shtern, sucesor de Berzin, elevó un importante informe a Stalin y Vorochilov (anexo cuarto en Rybalkin). En él se hacía eco de que los españoles trabajaban muy bien y alcanzaban altos niveles de calidad en la producción con lo cual las copias de los modelos soviéticos superaban a los originales. Cuando se veían resultados, era fácil organizar colectivos de trabajo y crear el entusiasmo por la producción. Ello significaba, para Shtern, que si la ayuda técnica a la industria española hubiese sido mayor y más operativa, la respuesta de la producción militar hubiese sido mejor. La aportación de los especialistas soviéticos no había sido desdeñable. La reparación del material, la producción de municiones, blindados y aviones era en gran medida un resultado de las aportaciones de los técnicos soviéticos. En las fábricas en donde trabajaban se evitaban el «igualitarismo» y todos los impedimentos generados por las «nuevas formas sociales» introducidas por los sindicatos. La intervención de dos ingenieros, por ejemplo, había bastado para que en el lapso de pocos meses fuera posible iniciar la producción de proyectores. Shtern consideraba que la baja producción de la potente industria vizcaína se explicaba en parte debido a la carencia de especialistas soviéticos en el norte. Había muy pocos. En aquellos momentos no más de 26. No existía ni un consejero para la industria militar. La aportación de la delegación comercial (Stajevsky ya había desaparecido) era nula. A pesar de su escasa competencia en tales materias, el propio Shtern había tenido que encontrar tiempo para dirigir la labor de los ingenieros.

Es decir, poco a poco fueron abordándose los estrangulamientos, aunque no sin sobresaltos. La FAI intentó hacer presión sobre los soviéticos. No enviarían, por ejemplo, cobre de Barcelona si los barcos rusos no descargaban en la Ciudad Condal. La respuesta fue negativa (Benavides, p. 263). El problema de la producción bélica en aquel período de la contienda era, según los datos recopilados por los soviéticos y dados a conocer por Rybalkin, bastante simple. No llegaba. Por ejemplo, frente a una demanda diaria de cartuchos para fusiles y ametralladoras de 3,5 millones, la fabricación había alcanzado la misérrima cuota de los 380 000 en diciembre de 1936 y no había superado el medio millón en marzo de 1937. A finales de este mes, las existencias oscilaban entre 60-70 millones, un volumen que no era particularmente notable para sostener un ritmo trepidante de hostilidades. En el caso de los disparos para cañones de 75 mm contra una demanda de 8000 proyectiles, la producción republicana se movía entre los 500 y el millar por día. Nada de lo que los anarquistas, los poumistas, los trotskistas y demás revolucionarios de variado pelaje dijeran podía contrarrestar tal desequilibrio.

NEGRÍN CHOCA CON ANTONOV OVSEENKO.

A principios de febrero de 1937 Stajevsky remitió a Moscú el esbozo de un plan de importaciones para los cinco meses siguientes. Era la primera vez que algo similar se hacía en España, declaró con orgullo[36]. Naturalmente, antes no había sido necesario. Por lo demás, la República se relacionaba con un sistema de planificación central y cuanto menos se improvisara, mejor. Veremos más adelante que los propios españoles se vieron obligados a planificar las corrientes comerciales, en lógica concordancia con lo que hacían los soviéticos. En cualquier caso, tiene interés mencionar ese primer plan porque da una idea de las necesidades que las autoridades republicanas iban identificando.

El plan preveía la exportación soviética de medio millón de toneladas de trigo, 150 000 de cebada, 12 000 de lentejas, 21 000 de garbanzos, 20 000 de judías, 76 000 de carne, 19 500 de bacalao seco, 12 000 de tocino, 7000 de azúcar, 30 millones de huevos, etc., por un total de 1,33 millones de francos. Obsérvese que se trataba de productos alimenticios, una señal sin duda de que se divisaba ya un problema de abastecimientos nada desdeñable. También se preveían 11 000 toneladas de fertilizantes (120 millones de francos) amén de carbón, algodón y productos varios (300 millones). El total de las importaciones ascendía a 1800 millones de francos.

En el lado de la exportación a la URSS se identificaron 23 000 toneladas de aceite de oliva y 4200 toneladas de productos alimenticios (almendras, limón, naranjas[37], uva seca, vino) y otros (ácido tartárico, raíles, papel para fumar, cemento, cuero, sal, seda, plomo, mercurio, potasa, textiles). El total exportable ascendía a 1058 millones de francos. Si bien quedaban por incluir otros productos (telas e hilados de algodón, motores eléctricos y, significativamente, plata —hasta 4000 toneladas—) parece evidente que la tendencia apuntaba hacia un desequilibrio de la balanza comercial, lo cual no era, por lo demás, nada sorprendente.

En conclusión, no cabe la menor duda de que a los representantes soviéticos les sobresaltaban las relaciones económicas y políticas entre la Generalitat y el Gobierno de Valencia así como la desorganización de la industria de guerra en lo que la referencia continuada era la obstrucción de los anarcosindicalistas. El «malo de la película» era un tal Eugenio Vallejo, delegado de la Generalitat en la Comisión de Industrias, quien también aparece con los más negros colores en las descripciones del ambiente de aquellos días que dejó Benavides. Vallejo era un hombre de confianza de García Oliver. Según cuenta éste en sus memorias, le había pedido que enviase a Madrid granadas de mano para deshacer los intentos de infiltración por los túneles de alcantarillado de las fuerzas atacantes. Es un episodio novelesco, si los hay, y bastante inverosímil pero que a tenor del exministro anarquista tuvo como interesados espectadores a Vicente Rojo y a varios «generales soviéticos», entre ellos Manfred Stern, así como a Rosenberg. Benavides cuenta de Vallejo que se negó a transformar, por ejemplo, una fábrica que elaboraba carburo de calcio en otra que fabricase aleaciones de hierro. Con mala uva, añade: «Y los honrados anarquistas… siguieron sentaditos en el borde de una nube suspendida sobre los paraísos ácratas, mientras sus hijos carecían de elementos de combate y el POUM acusaba al Gobierno central de sabotear la guerra» (p. 263[38]).

En la carta de Stajevsky del 6 de enero destacan dos aspectos política e históricamente importantes. El primero fue su queja respecto al comportamiento de Antonov-Ovseenko («nuestro cónsul, que presume de su “gran” influencia en Cataluña, no ha sido capaz de conseguir que se normalice la situación para que nuestros ingenieros puedan trabajar»). El segundo, ciertas referencias a Negrín que debemos subrayar. En un almuerzo que tuvo lugar en la representación comercial soviética y al que asistieron Prieto, Negrín, Tarradellas, Santillán, Comorera, Malkov, Antonov-Ovseenko y Stajevsky se produjo el siguiente incidente:

Antonov-Ovseenko, en lugar de intentar reconciliar a las dos partes, se declaró en defensa de las posturas catalanas, pero además divagó de tal manera que al final provocó la réplica de Negrín. Éste afirmó que «él, Antonov, era más catalán que los catalanes». Antonov le contestó con aspereza diciendo que él era «un revolucionario, no un burócrata». Entonces Negrín dijo que después de escucharle tenía que presentar la dimisión ya que si puede luchar con los vascos o los catalanes no quiere luchar contra la URSS. La afirmación de Antonov la interpreta como que la URSS no aprueba su línea de conducta y por ello se va. Efectivamente, al día siguiente he sabido por Prieto que aquella misma tarde intentó llamar por teléfono a Caballero, pero que no le localizó. En el viaje de regreso en el avión, Negrín repetía a todo el mundo que no podía trabajar en esas condiciones y que tenía que marcharse.

Desearíamos llamar la atención sobre la actitud de Negrín. Se sintió desautorizado por el cónsul general quien no dio muestras de tener mucha mano izquierda. En un despacho de Largo Caballero con Azaña el 19 de febrero de 1937 el presidente del Gobierno todavía se acordaba de ello, si bien no hay constancia de que revelara a su interlocutor el motivo, si es que lo sabía. Ni antes ni después Negrín se aferró a su cargo. No había pedido que le hicieran ministro y siempre se sintió en libertad para aportar, como pudiera o supiera, su granito de arena a la reconstrucción del poder estatal.

Según Stajevsky, al llegar a Valencia Prieto puso al corriente de lo ocurrido a Gaikis, encargado de negocios por ausencia de Rosenberg. Esa misma tarde envió un telegrama a Moscú. Por fuentes complementarias sabemos que las dos cuestiones fueron elevadas a conocimiento de los hombres más poderosos de la Unión Soviética: Stalin, Molotov, Kaganovich, Vorochilov, Orjonikidze y Andreev. El superior de Stajevsky, el comisario para el Comercio Exterior, Rozengolts, sugirió que se informara a éste que su actuación era básicamente correcta. También llamó la atención sobre el caso del cónsul general. En su reunión del 2 de enero, el Politburó dio la respuesta: que Rosenberg dijera a Negrín que Antonov-Ovseenko no había reflejado en modo alguno los puntos de vista del Gobierno soviético. Al embajador se le ordenó que comunicase al cónsul que el Politburó se había visto obligado a desaprobarle[39]. Debió de ser un golpe no ya duro sino durísimo para el antiguo revolucionario. También una muestra de que los representantes soviéticos sobre el terreno a veces «se pasaban[40]».

Previamente, en el último día de 1936, el Politburó había ordenado la venta a Cataluña de diez mil toneladas de trigo, tres mil cajas de huevos y mil toneladas de harina blanca y, con los medios aportados por los trabajadores soviéticos, que se exportaran otras mil toneladas de harina, otras tantas de guisantes y de azúcar así como quinientas toneladas de aceite[41]. La crucial significación de las importaciones de alimentos, en una República crónicamente desabastecida, llevó en algún momento a Stajevsky a ofrecer ayuda técnica a Negrín, probablemente porque los expertos españoles, que conocían bien los vericuetos comerciales occidentales, no estaban en condiciones de lidiar con un sistema económico planificado y centralizado como era el soviético. El hecho es que el 22 de febrero de 1937, este último le escribió:

Cuando U. tuvo la gentileza de ofrecerme un técnico de la URSS para ayudarnos en las importantes compras de trigo y harina que teníamos que realizar en el exterior acepté desde luego el ofrecimiento, seguro de lo que esto facilitaría nuestra tarea. He seguido con el mayor interés este asunto y estoy perfectamente informado del enorme celo, trabajo y gran eficacia que nuestro camarada Pojarski ha puesto en el desempeño de su cometido, que se ha traducido en una gestión acertada y beneficiosa para nuestro país. Me complazco en expresarle a Ud. y al amigo Pojarski por todo ello mi profunda gratitud y estoy seguro de que cuando llegue el día en que esta colaboración pueda ser conocida por todos se lo agradecerán también y verán en ello una muestra más de verdadera amistad y afecto entre las muchas recibidas por nosotros de la URSS (AJNP).

CANTONALISMO EN EL NORTE.

Si el epígrafe anterior se refiere esencialmente a Cataluña, también llegaron a Moscú noticias no menos alarmantes sobre la situación económica, y en parte política, de la zona republicana del Cantábrico. Hemos localizado un informe debido a Winzer (o Vintser), el primer agregado comercial soviético en España y agente del GRU, ya destinado a Bilbao. El protagonismo indiscutido fue la cantonalización. Se trata de un largo despacho del que extraeremos algunos ejemplos sintomáticos. Según Winzer, hasta entonces había habido un solo organismo común dedicado esencialmente a la distribución de productos alimenticios teniendo en cuenta los porcentajes de población. Naturalmente, todas las provincias competían por obtener el cupo máximo. La situación era complicada porque la mayor parte de los barcos entraban en Bilbao y no tanto en Santander[42] o en Gijón. El presidente, un austríaco, terminó por dimitir, hastiado, y el mecanismo se deshizo. En los límites de cada provincia se establecieron entonces controles que comprobaban si alguien transportaba o se llevaba provisiones de una a otra[43].

Tampoco la industria bélica iba bien. En cada provincia se procuraba fabricar lo que más le convenía en detrimento de la posibilidad de incrementar la producción mediante un sistema racional de distribución de recursos. Quedaban sin explotar innumerables posibilidades de mejora de la productividad. El problema era particularmente grave en el caso de la fabricación de cartuchos, que no superaba los 7000 diarios. Como el gasto era muy elevado, las reservas desaparecían rápidamente. Todo el mundo comprendía que la situación era insostenible pero nadie podía vencer el localismo y el provincialismo. En el Gobierno central sólo Prieto disponía de la suficiente autoridad para resolver los atascos, aunque procuraba no entrometerse demasiado.

Los intercambios interprovinciales estaban desarticulados. En una ocasión los santanderinos ofrecieron leche a los vascos a cambio de patatas. Éstos no tenían muchas y en Santander se decidió enviar la leche a Valencia o al extranjero. Otro caso significativo: la industria vasca no podía trabajar sin carbón. Los asturianos se lo pensaron porque para aumentar la extracción debían dar alimentos complementarios a los mineros cuando ni siquiera había suficientes para el ejército. Subrayaron, además, las dificultades de transporte pero la dura realidad apuntaba a sentimientos de desolidarización: puesto que los vascos disponían de divisas y tenían representantes en el extranjero, los asturianos deseaban que importasen alimentos no sólo para sí mismos sino también para ellos. Entonces les darían el carbón.

Surgían problemas continuamente con el Gobierno central. En una ocasión éste compró cerca de 300 000 toneladas de cereales pero sólo tuvo en cuenta las necesidades de Santander y Asturias, no las del País Vasco. El lehendakari Aguirre montó en cólera y con toda urgencia dio órdenes para que también se adquiriese grano en el extranjero, ya que la falta de pan se hizo sentir rápidamente. Con todo, en el tema, crucial, de la gestión de las importaciones la política vasca era muy diferente de la catalana. Los vascos no exigían que les diesen divisas o que se les permitiese hacer sus compras en el extranjero de manera independiente. Lo que deseaban era recibir los productos foráneos sin tener que utilizar para ello sus propias divisas. Éstas las asignaban a la adquisición de lo más necesario y de aquello que el Gobierno central les negaba o que por cualesquiera circunstancias se retrasaba. Solían ser materiales especiales o productos alimenticios. En otras ocasiones, señaló Winzer, el Gobierno central se comportaba como si Santander y Asturias no formasen parte del territorio republicano en la misma medida que Valencia o Alicante. Ello no significaba que no les ayudase sino que no tenía debidamente en cuenta sus circunstancias especiales y que la ayuda se hacía sin sistema, sin planificación, después de largos debates y de muchos escándalos. Con frecuencia la ayuda se perdía.

No sólo había problemas económicos. También surgían problemas políticos de gran calado. Winzer se hizo eco de los conflictos entre Aguirre y el Estado Mayor republicano en el Norte, bien conocidos en la historiografía y que ha resaltado De Pablo. El resultado fue, sin embargo, la parcelación del esfuerzo de guerra. En una ocasión se planteó al lehendakari la posibilidad de enviar batallones a Asturias. Se negó. Cuando se le dijo que, en el caso de un ataque del enemigo, también él necesitaría ayuda asturiana, la respuesta fue que precisamente los vascos no querían ayuda de anarquistas o de batallones sin disciplina que no harían sino empeorar las cosas[44]. De Pablo (p. 130) menciona otro caso en el que los batallones cenetistas abandonaron el frente. Algunos vieron en el apoyo de Moscú una salida a la situación. El 8 de enero de 1937, por ejemplo, el gobernador general de Asturias telegrafió a Largo Caballero que necesitaba urgentemente ciertas cantidades de material. No eran gran cosa: 13 000 fusiles, 360 ametralladoras, 325 fusiles ametralladores, 100 morteros, 40 cañones, 20 tanques, cartuchos y teléfonos de campaña. La petición la suscribía también «el general ruso» (innominado) que a su vez la pasó a Vorochilov. Rogaba igualmente el envío de tres comandantes de batería, un oficial de transmisiones y un ingeniero industrial para artillería[45]. La modestia de la solicitud de técnicos soviéticos se comenta por sí sola.

La discordia entre los españoles tuvo también su reflejo, aunque por causas no determinadas, entre los asesores. El 23 de mayo Gorev escribió a Vorochilov poniendo de relieve las pequeñas luchas en que se enzarzaban el cónsul Tumanov (que también trabajaba para la NKVD), Winzer y otro agente bajo el seudónimo de «Orsini». Todo ello había perjudicado el esfuerzo de asesoramiento y comprometido la credibilidad soviética a los ojos de los españoles, algo lamentable cuando lo que quedaba por hacer era simplemente inmenso[46].

La situación del Norte puede compararse con lo que Gorev contó a Rojo, en una carta reproducida en el apéndice documental. Tres notas destacan en ella. En primer lugar, el tono de deferencia constante con que escribía. Aunque se le reconoció el rango de general, su escrito a un simple coronel, como era Rojo entonces, rezuma cortesía. En segundo lugar, la transparencia con que describió la situación, que no era demasiado favorable para la eficiente defensa del territorio. En tercer lugar, la referencia permanente al problema de las industrias de guerra. Por último, cabe indicar que el Norte recibió algún que otro suministro soviético. Se conserva, por ejemplo, la composición de la carga que transportó a Santander el mercante Turkip el 2 de noviembre. Llevaba alimentos y ropas para Asturias, Santander y Euskadi, con algo más de 55 000 bultos y casi 4,4 toneladas. Entre los primeros destacaban harina, azúcar, pescado salado, galletas y carne en conserva[47].

EJEMPLOS DE MEJORA EN LA INDUSTRIA DE GUERRA.

Naturalmente es difícil saber hasta qué punto los ejemplos mencionados contenían exageraciones personales. Sin embargo, muchas de las informaciones anteriores sobre la desarticulación de la industria de guerra se confirman, leyendo entre líneas y sin mención alguna al vector soviético, en la propia documentación republicana. En un informe de la Inspección General de Fabricación del Ministerio de la Guerra del 29 de enero de 1937 (Largo Caballero, 2007, pp. 3361-3365) figura la observación de que hasta entonces no se había hecho sino ver las posibilidades de la industria civil. Las producciones estaban limitadas a cifras insuficientes para cubrir las atenciones. Se necesitaban más medios, aumentar la maquinaria, materias primas, organización científica del trabajo, normas, mejoras de la distribución, coordinación de los sistemas de producción, etc. En aquellos momentos, y esto es significativo, estaba paralizada «la carga de cartuchos por falta de vainas disparadas».

En el mismo sentido es particularmente interesante una pequeña memoria elaborada por la CAM (que se encuentra en AJNP) y fechada el 16 de marzo de 1937. Está referida al mismo período que alumbran los despachos de los representantes soviéticos. La responsabilidad inmediata para poner orden en este ámbito correspondió a Indalecio Prieto apoyado por un personaje hoy desconocido, Agustín Redondo Simón[48], quien se encargó de la dirección a principios de enero de 1937. La primera preocupación de la nueva entidad se refirió al problema de los cartuchos. El informe recoge taxativamente: «Nada se había hecho seriamente para obtener una producción regular de cartuchos que pudiese responder a las necesidades de los frentes, salvo en Cartagena que merece capítulo aparte[49]». En efecto, aquí habían funcionado las cosas bien, gracias a que los talleres toledanos habían empezado a instalarse en dicha ciudad a mediados de octubre y que se contaba con el personal especializado de herramentistas y encargados de fabricación que también se había evacuado[50]. Con todo, faltaban máquinas, que había habido que importar a toda prisa de Francia.

La CAM tuvo que vencer la resistencia de los obreros, hastiados de visitas e inspecciones que no habían dado resultado, y pronto llegó a la conclusión de que en ningún sitio podían producirse cartuchos en la cantidad necesaria. Se adquirieron tres talleres completos de cartuchería (de origen francés, ruso y holandés) pero su entrada en funcionamiento llevó algún tiempo. En la fabricación de balas hubo que pasar de sistemas artesanales a una producción moderna, cuyas bases materiales también llevaron tiempo. Se asociaron centros en Madrid, Linares, Valencia, Ibi y Denia. Había que mover diariamente unas treinta toneladas de material. El caos era mayúsculo en el sector de aceros especiales, que ya se habían agotado. Hubo que contratar su importación a marchas forzadas. Se prestó gran atención a los problemas que se planteaban en una variada gama de productos: proyectiles de cañón de los calibres 15,5, 10,5 y 7,5[51] así como espoletas, estopines, bombas de mano, morteros, ametralladoras, fusiles, blindados y explosivos diversos. Se tropezaba con enormes dificultades. La desmoralización era grande. Se carecía de planos de fabricación[52], faltaban especialistas y la desorganización imperaba. Esto se consignó en un informe oficial que llegó a manos de Negrín. Se había rechazado una importante partida de estopines porque no se ajustaba a los calibres del parque de artillería, aunque estaban de acuerdo con las indicaciones facilitadas. Se habían negado transportes, ya fuese para desplazamiento del personal ya para el traslado de material de alta precisión, que había habido que mover en carros de mulas. Quizá un soviético hubiese visto en ello la acción malévola de innominados saboteadores. Redondo, o sus funcionarios, lo presentaron escuetamente como manifestación de una situación embarullada y de gran desbarajuste.

En este panorama un tanto desolador hubo un éxito indiscutible: el desmontaje, traslado y montaje de la infraestructura imprescindible para que pudiera funcionar la aviación. Cuando Prieto se hizo cargo, en septiembre, del Ministerio de Marina y al incorporar a sus responsabilidades las FAR, una de sus primeras preocupaciones consistió en poner a salvo la industria aeronáutica. Por orden suya dio comienzo inmediatamente el estudio de nuevos emplazamientos para las factorías, talleres y demás instalaciones entonces situadas en los alrededores de Madrid. Rápidamente se desmontaron las instalaciones, se embaló la maquinaria y se encaminaron a sus nuevas ubicaciones en la costa levantina por ferrocarril y carretera. La antelación con que se hizo permitió que la evacuación del personal y sus familias se verificase con orden. De esta suerte fue posible acometer en las factorías madrileñas a punto de traslado la reparación de los aviones averiados en los combates sobre la capital. Cuando los atacantes se acercaron a Getafe y a los Carabancheles no quedaban ya ni máquinas ni material. Gracias a estas precauciones se logró que ningún elemento productivo cayera en manos del enemigo.

En la misma época (marzo de 1937) en que la CAM rendía el informe sumario sobre sus actividades, el comandante Carlos Pastor Krauel, que había andado mezclado en Londres en el verano de 1936 con los intentos de importar aviones civiles, hizo un resumen sucinto de lo acaecido en el campo de la industria aeronáutica. Los talleres centrales quedaron instalados en Los Alcázares para pasar más adelante a Murcia. Los de la Aeronáutica Naval, de Barcelona, se reubicaron en Sabadell. La fábrica CASA se trasladó a Reus donde se dedicó a la fabricación del caza A-11 (versión española del ruso I-15) y se esperaba que en breve plazo empezara a salir la primera serie de cien aparatos que tenía encargados. La fábrica Hispano-Suiza, de Guadalajara, se instaló en Alicante, lo que permitió reparar los aviones de caza averiados. Tenía muy adelantadas las gestiones para fabricar el Fokker de reconocimiento C-10 y la comisión de compras de París había empezado a adquirir las materias primas indispensables. La empresa AISA, ubicada igualmente en Alicante, fabricaba los aviones G. P. I. en tanto comenzaba la producción del Fokker de caza D-21. Otras fábricas tenían encargados motores, instrumentos de a bordo, lanzabombas, hélices, fulminato de mercurio, cargas de cebos, etc. También evolucionaba en buenas condiciones la fabricación de bombas de 12, 65, 100, 250 y 500 kg, amén de otros explosivos. Si los documentos no mienten, no cabe duda que ello debió constituir una proeza que conviene rescatar del anonimato de los archivos.

En la CAM trabajaron técnicos e ingenieros soviéticos. El 4 de marzo se identificaron dos nombres (Tarasenko y Slonimer) que recibían sueldos de 4000 pesetas y cuya mitad se pagaba en francos a través de la BCEN. Sin duda hubo otros antes. El 20 de mayo Stajevsky comunicó a Prieto otra lista con doce nombres de los cuales dos recibirían 1000 pesetas en francos franceses y el resto en pesetas. Una parte de los mismos no había percibido todavía la parte correspondiente en divisas[53].

Los ejemplos enunciados, seleccionados entre muchos otros, muestran que era posible disciplinar las actividades productivas. Hasta que se conseguían resultados tangibles era evidente que el abastecimiento del Ejército Popular sólo podía asegurarse mediante suministros del exterior que en aquella época tenían que proceder, siquiera fuese en un volumen inadecuado a la escala de las necesidades, de la URSS. Cabe establecer dos hipótesis. La primera es que la preocupación soviética por la industria de guerra republicana podría haberse debido al interés de evitar drenar en lo posible los stocks propios. La segunda es que tal vez tradujeron al ruso el refrán clásico español del «ayúdate, que el cielo te ayudará».

Como en tantas ocasiones, no es inútil acudir a la valoración de otro testigo de los acontecimientos, el teniente coronel Morel. Le interesaba no sólo el presente del Ejército Popular sino, sobre todo, su porvenir y el identificar las líneas a que se atuviera su posible evolución. En cuanto al futuro, el fracaso franquista ante Madrid había generado una ventana de oportunidad para el Gobierno. Por primera vez, tenía tiempo. Ya no se veía obligado a lanzar a la batalla las fuerzas que, a duras penas, conseguía entrenar y organizar. Nada se hacía fuera del Gobierno, que generaba sin parar proyectos y reformas. La materialización era otra cosa. Morel había detectado desde el principio una cierta despreocupación, una cierta ligereza, un cierto irrealismo en los órganos rectores españoles (para lo cual los observadores soviéticos hubiesen, naturalmente, utilizado términos tales como traición o sabotaje). Con todo,

no dejo de comprobar la existencia de una voluntad, tenaz en el caso de algunos personajes, de hacer algo serio. Una buena voluntad que emociona, sobre cuyos resultados es preciso emitir reservas pero que sería injusto no reconocer. De la misma forma que no he cesado nunca de informar sobre la energía política del Gobierno Largo Caballero (7 de diciembre de 1936).

Naturalmente, los problemas ligados a la desarticulación productiva y a la discordia interna que los exacerbaba no tenían correlato alguno en el bando franquista. Si bien el volumen de producción no era muy notable, las fábricas que habían quedado, o caído, en su zona se habían militarizado sin miramiento alguno. Las energías se habían dirigido hacia el esfuerzo bélico. En ello habían coadyuvado tanto el fervor antirrepublicano como las duras sanciones anunciadas. Los militares jamás temblaron ante la idea de cortar por lo sano cualquier tentativa de sabotaje o de interrupción de la producción. Lo primero era ganar la guerra. Existe cierta evidencia documental no sólo de que esto reflejaba las preocupaciones de Franco sino también de que no se recataba en modo alguno de informar de ellas a sus protectores. En octubre de 1936, por ejemplo, el consejero de la embajada alemana en Lisboa, conde Du Moulin, se entrevistó con el flamante jefe del Estado emergente en Salamanca. En su informe, recogió las declaraciones que le hizo Franco:

En estos momentos la atención se centra en la «unificación de las ideas». La propaganda marxista ha intentado dar la impresión, también en el extranjero, de que tras la victoria del Gobierno nacional se restablecerán los antiguos privilegios de la nobleza y de la Iglesia. Esto no corresponde en absoluto a nuestras intenciones y sobre ello no debería haber ninguna duda. El tema de la Monarquía no es en modo alguno de actualidad. La cuestión de si en España debería restablecerse no se discute por el momento. Al contrario, lo que es preciso es crear una ideología común entre quienes participan en la gran tarea de liberación: el ejército, los fascistas, las organizaciones monárquicas y la CEDA (ADAP, doc. 96).

Aparte de que ya podemos imaginar adónde iba a conducir tal «unificación», Franco jugaba con una carta no desdeñable: las deficiencias de la producción las colmaban sus protectores y para adquirir maquinaria de guerra moderna, los arsenales de las potencias del Eje nunca se le habían cerrado.

CONTRA EL POUM Y LA DESORGANIZACIÓN DE LA PRODUCCIÓN.

Una línea roja que recorre muchas de las informaciones de los representantes soviéticos sobre el desbarajuste que contemplaban en la España republicana es que se veía azuzado por agentes y espías fascistas o por elementos que, objetivamente, servían a los intereses del fascismo. El resultado apuntaba hacia la derrota de la República y, por ende, hacia el fracaso del esfuerzo de apoyo por parte del Kremlin. Son planteamientos que esbozaron no sólo los expertos en materia industrial o de comercio exterior sino también los militares y los diplomáticos. Una primera muestra figura en el despacho de Rosenberg del 25 de septiembre de 1936. Al juzgar la situación en Cataluña, que conocía sólo por informaciones intermitentes, el PSUC era débil y víctima de la actividad provocativa de los «trotskistas». Esto, al mes escaso de llegar a Madrid, revela que era bien consciente del ambiente ideológico en el que Stalin decidía por aquellos momentos acudir en ayuda de la República. Antonov-Ovseenko afirmó, el 11 de diciembre, que la actuación de la FAI se veía reforzada por forasteros, por irresponsables y «sencillamente, por provocadores».

Se trata de una perspectiva que no siempre era inexacta y con la que se había crecido en la URSS. También se derivaba de los pinitos que muchos de los observadores soviéticos habían hecho en el extranjero al servicio de la Comintern. No debe extrañar que con frecuencia las explicaciones combinasen el devastador binomio de incompetencia y sabotaje. Sobre lo primero conviene señalar que no eran los únicos. Impresiones similares se encuentran en los despachos británicos y franceses. Sobre lo segundo, tal vez respondiese a una realidad, aunque ni tan extendida ni tan incrustada en los niveles decisorios en los que se movían. Largo Caballero puso de relieve, con razón, que si en la cúpula del Ministerio de la Guerra hubiese habido traidores y saboteadores el destino de la República pronto hubiera quedado sellado. La dura realidad, afirmó, es que las disponibilidades de armas y municiones eran mínimas[54] y que si se hubieran enviado informaciones de tal índole al mando franquista, las actuaciones de éste hubiesen sido muy diferentes y con resultados infinitamente más destructores. Quizá ello contribuyese a que el ministro de la Guerra se negara con tenacidad a desprenderse de Asensio, de cuya lealtad no dudaba. Si los soviéticos afirmaban que se trataba de un espía, ¿por qué no se aprovechaba Franco de la debilidad de armamento y municiones del Ejército Popular?

Si bien los informes que Stajevsky y Winzer enviaron desde España se abstuvieron, al menos en los que hemos visto, de extraer conclusiones operativas en el ámbito político, en Moscú no tardó en hacerse. Estuvieron en línea con las percepciones de la alta dirección soviética y del propio Stalin, pero también con las circunstancias ambientales. Los meses finales de 1936 y primeros de 1937 fueron el período en que empezaron a desencadenarse las purgas que sucedieron al primer proceso de Moscú contra Kamenev y Zinoviev en agosto. Si Stalin y sus más inmediatos colaboradores veían espías, trotskistas y saboteadores en el corazón mismo del sistema soviético, era difícil que no los intuyeran en tierras de España. En una palabra, en la percepción soviética el sabotaje atenazaba a la República y el Kremlin entendió lidiar con él a su manera.

Dicho esto, no cabe olvidar que, si nuestra interpretación acerca de los motivos que indujeron la decisión de Stalin de acudir en auxilio de la República es correcta, uno de los motores de la actuación soviética estaría orientado en contra de lo que se percibía como «desviacionismo», ya fuese a la derecha o a la izquierda, y en particular todo lo que oliera, aunque fuese de lejos, a trotskismo. Stalin, en la época que precedió al «gran terror» y durante este último, no podía dejar de exportar a España su lucha a muerte contra Trotski y sus seguidores, reales o inventados. Y también, todo hay que decirlo, cuando llegase el momento contra los anarquistas, adalides de la revolución en una época en la que la URSS prescindía de revoluciones.

El POUM, pequeño pero muy activo, constituía un objetivo inevitable. Llevaba meses abogando por una transformación radical de la economía, de la sociedad y de la política en un sentido totalmente opuesto al Frente Popular y a las necesidades que imponía la guerra. Evocaba la gesta revolucionaria bolchevique y deseaba acabar con la República realmente existente. Su actitud ante la llegada del Gobierno de Largo Caballero había sido más que gélida[55]. Después había pasado a atacar violentamente la política soviética, acusándola de traicionar al proletariado español por mor de las conveniencias estalinistas en la escena internacional. Antonov-Ovseenko había respondido a finales de noviembre (Alba, p. 377). Azaña (1990, p. 129) ya había detectado su odio a Trotski. La controversia había enardecido a Nin. Poco más tarde, el 30 de noviembre, como han señalado Elorza y Bizcarrondo, uno de sus mítines había terminado al grito del «¡Muera la República democrática!». Aunque muchos autores conservadores critican la falta de libertad en la España republicana uno se pregunta cuánto hubiera durado un líder político que, en Burgos o Sevilla por ejemplo, hubiese lanzado un «¡Muera el fascismo!», por no hablar de un «¡Abajo el Nuevo Estado!».

De cara al POUM se habían tomado medidas. Fue excluido de la JDM a pesar de que en la misma estuvo representado el partido sindicalista de Ángel Pestaña, de mucha menor entidad. Broué y Témime (p. 275) afirman que ello se debió a presiones de Rosenberg[56]. Cuando el éxito en Madrid robusteció la visibilidad y la propaganda del PCE como el partido que más eficazmente contribuía a la defensa de la República, y tras demostrarse que las armas soviéticas habían contribuido a la salvación de ésta, la Comintern se sintió con fuerzas para pasar al ataque directo. El 24 de noviembre el PSUC propuso a los cenetistas la exclusión del POUM del Gobierno de la Generalitat pero todavía no encontró apoyo (Bolloten, p. 631). Quizá la chispa final fuese una propuesta de Nin (a la sazón conseller de Justicia) para conceder asilo político a Trotski (ya lo había sugerido por primera vez en agosto[57]). En este caso la inoportunidad era evidente y debió crispar los nervios en Moscú al más alto nivel, es decir, de Stalin mismo. Como su correspondencia con Kaganovich muestra (Davies et al, pp. 341ss), el Gobierno soviético había sometido a presión a Oslo en agosto y septiembre de aquel año para que expulsase a Trotski de Noruega, donde disfrutaba de asilo político[58]. No cabe duda de que el asunto se seguía con suma atención desde el Kremlin.

El 11 de diciembre en su informe político desde Barcelona, el cónsul general recogió que las conversaciones sobre la formación de un nuevo Gobierno de la Generalitat no habían concluido pero que un elemento positivo sería, «seguramente, la eliminación de un elemento que desorganiza y provoca como el trotskista POUM[59]». Para conseguirlo habría que reforzar la presencia anarquista. En el ínterin el PSUC reflexionaba sobre lo que cabría hacer: reforzar la endoctrinación, reforzar la relación entre la UGT y la CNT, robustecer los contactos con la Esquerra Republicana y apoyar todas las medidas que llevasen a un poder fuerte, subrayar la autoridad de Companys y apoyar los deseos de formar un ejército regular en la retaguardia y que sirviera de base para reorganizar la resistencia. Finalmente, eliminar el bandidaje armado, lograr el control de la frontera con Francia y alentar la lucha contra las tendencias independentistas del Gobierno catalán.

En este contexto, el mismo día 11 de diciembre, un telegrama de Moscú cursó instrucciones tajantes a los agentes de la Comintern:

Hay que tomar por orientación la liquidación política de los trotskistas como contrarrevolucionarios y agentes de la Gestapo[60]. Después de la necesaria campaña política hay que alejarlos de los gobiernos locales y de todos los órganos. Hay que suprimir su prensa y expulsar a todos los elementos extranjeros. Tratad de poner en práctica estas medidas en acuerdo con los anarquistas[61].

La caracterización de agentes de la Gestapo era, claro está, absurda. La noción contrarrevolucionaria respondía funcionalmente, como ha señalado Elorza (1987, p. 132), a la «propensión poumista a la insurrección y su enfoque de las instituciones democráticas como adversario principal». Las instrucciones de la Comintern iban en la línea política mayoritaria catalana y el POUM salió del Gobierno de la Generalitat. No da la impresión de que, según recoge Bolloten (p. 633), Antonov-Ovseenko presionara en tal sentido[62] (al menos nada de ello aflora en los despachos que he consultado) y la CNT terminó cediendo en su resistencia. Que la Comintern recomendase la unidad de acción con los anarquistas es explicable porque el POUM era una fuerza muy débil. Tal circunstancia excluía la posibilidad de que pudiera tomar el poder siguiendo, como preconizaba, el ejemplo bolchevique. La CNT era su tabla de salvación. Obstaculizar el acercamiento de esta última favorecería el aislamiento del POUM. Los numerosos autores que escriben, ardientes, sobre la presunta manipulación soviética suelen olvidar que, como ha señalado Graham (1999, p. 507), la decisión estaba en consonancia con el sentir general de otros partidos catalanes, en particular la Esquerra, para los cuales la presencia poumista en el Gobierno representaba un obstáculo a la normalización.

La Comintern abordó también la unidad de acción con los socialistas. El 8 de enero de 1937 se amonestó severamente a quienes criticaban a Largo Caballero[63] y se subrayó que era necesario mantener con él relaciones amistosas ya que la unificación del PSOE y del PCE no estaba madura. Poco más tarde, y como veremos en su momento, el propio Stalin abundó en esta idea. La Comintern indicó que convenía abstenerse de reclutar para el PCE a elementos socialistas y que era mejor no aceptar a sus dirigentes, como había ocurrido con Margarita Nelken. Otra cosa era favorecer la unidad sindical. Aquí, era el POUM quien debía pagar los platos rotos. La idea estribaba en incitar a la CNT a que se separase, a que participase en la lucha contra los grupúsculos irresponsables y a que se esforzara por eliminar de sus filas a los sospechosos. Por último, debía participar en la formación del Ejército Popular en Cataluña. La entrada en el PCE de oficiales honestos procedentes de las filas anarquistas era, sin embargo, posible y deseable[64].

La conexión entre las recomendaciones contra el POUM y la evolución de las purgas en la Unión Soviética queda de manifiesto en otro telegrama del 23 de enero de 1937 en el que se ordenó la utilización del proceso entonces en marcha contra el excomisario adjunto a la Industria Pesada, Pyatakov[65], y sus compinches para «liquidar políticamente al POUM tratando de obtener de los elementos obreros de esta organización una declaración que condene a la banda terrorista de Trotski». La víspera Koltsov había publicado un sonado artículo en Pravda sobre los agentes del POUM[66]. Habían mostrado gran actividad al comienzo de la contienda incautándose de edificios a diestra y siniestra (especialmente los que tenían bodegas de vino) y dando acogida a todos los expulsados de otros partidos por latrocinios, libertinaje y demás excesos. En el frente habían desertado. Pero su pecado mortal había consistido en aceptar las órdenes de Trotski: combatir al Frente Popular y oponerse a la Unión Soviética.

Los telegramas de la Comintern anunciaban intenciones políticas y no traducían de forma automática medidas de otra índole, como las que probablemente otearía el siniestro Orlov. Pero lo cierto es que, con el paso del tiempo y la agudización de la discordia en la España republicana, alentaron un proceso de acoso y derribo que llevó meses más tarde al asesinato de Nin por el agente de la NKVD y sus secuaces. Obsérvese que la campaña preconizada debería realizarse, a ser posible, de acuerdo con los anarquistas. Éstos eran, en efecto, un hueso mucho más duro de roer.

Algunas de las informaciones de Stajevsky desencadenaron un rápido proceso de reflexión, no sólo en el Sovnarkom sino también en la IC. A finales de enero ésta comunicó que era indispensable que el PCE contribuyese a la mejora de las relaciones entre Valencia y Barcelona en base a las nociones siguientes: I) los catalanes deberían comprometerse a terminar con la legislación separatista referida a cuestiones que atañían a toda España; II) el Gobierno permitiría que los catalanes arreglasen sus propios asuntos internos; III) había que terminar con las experiencias izquierdistas (gauchistes) en la industria y con el campesinado; IV) era preciso robustecer la unidad de mando en toda España e imponer un criterio severo de disciplina en las unidades militares catalanas, creando reservas que pudieran combatir eficazmente y desarmar a las unidades desmoralizadas que rehuían la lucha. Si la Generalitat y la CNT aceptaban tales condiciones, el Gobierno de Valencia podría ayudar con armas y recursos financieros para que se organizase la economía catalana[67]. Era la única forma de poner un coto a la desarticulación productiva. En las condiciones mencionadas de fragmentación de la autoridad política y económica, la reconversión económica e industrial resultaba difícil.

Es en este contexto en el que deben verse las «Ocho condiciones de la victoria» que el PCE hizo públicas a mitad de diciembre de 1936. Partían del supuesto que la guerra estaba irremisiblemente internacionalizada y que la República combatía no sólo contra los sublevados sino también contra el Eje. Así pues, para ganarla era indispensable crear un gran Ejército Popular. No bastaban la improvisación ni el heroísmo. Era preciso establecer una disciplina férrea y una obediencia absoluta a los mandos a la vez que alcanzar el mando único. Era necesario que desapareciese la autonomía de las distintas zonas geográficas. También hacía falta movilizar y utilizar mejor los recursos y reorganizar las industrias. La guerra, decía el PCE,

la ganará quien disponga de una industria capaz de abastecer al frente y a la retaguardia… este hecho está en la conciencia de todos, pero se tarda demasiado en llevarlo a la práctica. Se han dado ya algunos pasos hacia la creación de una industria de guerra… pero lo que hasta hoy se ha conseguido no es más que una mínima parte de nuestras posibilidades… No es posible la continuación de esa autonomía arbitraria que permite que cada sindicato o cada grupo puedan dirigir, por sí y ante sí, un taller o un centro de producción, determinando las actividades de este centro sin tener en cuenta para nada al resto de las fábricas del país[68].

Tales invocaciones constituían una respuesta lógica a la necesidad de combatir la fragilidad de la economía, una llamada que encajaba con las exigencias de la hora. Los comunistas las compartían con muchos otros y, en primer lugar, con Prieto y con Negrín. Había muchas otras necesidades. Los agentes de la Comintern llamaron, por ejemplo, la atención sobre el frente de Aragón. Las tropas republicanas dependían de Cataluña y la aviación de Valencia. Sería mejor que los catalanes se preocupasen de evitar eventuales cortes en la frontera franco-española y que el Gobierno central asumiera la responsabilidad por el frente aragonés. Una delegación de socialistas y comunistas procedente del mismo se preocuparía de llamar la atención sobre este problema estratégico a Largo Caballero[69].

En definitiva, la situación republicana en el invierno y primavera de 1936 no era demasiado boyante en lo que se refería al establecimiento de las bases industriales para la guerra. Ello reflejaba concepciones muy diferentes sobre el sentido de la contienda y la forma de ganarla. El romanticismo y la espontaneidad de la revolución no servirían de mucho frente al puño de hierro que la República tenía enfrente. El choque no se limitó a la esfera económica. También se desbordó hacia la militar y en ella los consejos de los asesores extranjeros a los respectivos bandos no se alejaron demasiado. ¿Cómo, en efecto, convenía lidiar con los españoles? A esta pregunta intentan dar respuestas documentadas y contrastadas los siguientes capítulos.