Armas, armas, vengan
de donde vengan.
EN COMPARACIÓN con la fuente de suministro cómoda, eficaz y altamente productiva que Franco encontró en las potencias del Eje, la República lo tuvo muy negro, fuera de la Unión Soviética. La operación montada en París desde los primeros días del conflicto, con su apelación a los canales del contrabando, no fue demasiado exitosa y nunca proporcionó en abundancia otro armamento que ligero, de variado calibre y con frecuencia de execrable calidad. Howson la ha analizado de forma pormenorizada. Presentaremos ante todo sus resultados, no muy gloriosos, y aludiremos seguidamente al entorno en que se desarrolló, por lo menos hasta finales de 1936. Más tarde los delegados del Ministerio de Hacienda asumieron mayores responsabilidades. Esto provocó una fuerte confrontación entre Negrín y Araquistáin cuyas salpicaduras aún tiñen la literatura.
ARMAMENTO MALO, INSUFICIENTE Y PAGADO A TOCATEJA.
Entre principios de octubre y el 9 de noviembre de 1936, lo que en los documentos conservados por el ministro de Hacienda se denominó el Servicio de Adquisiciones Especiales (SAE) recibió sumas no desdeñables. Cabe identificar 660 millones de francos del Banco de España a través de las siguientes entidades: Luis Dreyfus (30 millones el 6 de octubre), Chase Bank (150 el 7 y 100 millones el 13), Crédit Lyonnais y Barclays Bank (50 millones de cada uno el 21), Banque de l’Union Parisienne (50 millones el 21) y Banque Commerciale pour l’Europe du Nord[1] (50 millones el 26 de octubre y 180 millones el 9 de noviembre). El SAE también ingresó 417,32 millones procedentes de diversos agentes republicanos. En total, la no despreciable suma de casi 1110 millones de francos. No hay que aspirar a una precisión imposible. Méndez (p. 67) reconoce que todos sus gastos eran de naturaleza supersecreta y que no llevó ningún estado de cuentas hasta que un día apareció en su hotel Pedro Prá, «de profesión contable, cuya esposa era técnica y ama de llaves en el laboratorio de Don Juan Negrín». Se trataba de Pilar Brea.
Del montante global de fondos se movilizaron 231 millones de francos a través de cheques bancarios; 269 lo fueron mediante créditos documentarios; casi 519 se transfirieron; unos 41 fueron a parar a cuentas especiales (a las que aludiremos posteriormente) y 2,4 se emplearon en concepto de varios. El 10 de diciembre de 1936 permanecían casi 47 millones en bancos y unos 0,6 millones de francos en caja (cifras redondeadas). A ello habría que añadir otros rubros para el período entre el 11 y el 31 de diciembre, como sigue: 24 millones en cheques bancarios; 42 en créditos documentarios; y algo más de 26 millones en transferencias. Se dispone, además, para el período comprendido entre el 7 de octubre y el 10 de diciembre del movimiento de caja, un total de casi 8632 millones y los pagos están perfectamente identificados[2].
El detalle de las operaciones, en el que no entraremos, permite extraer cinco conclusiones. El SAE estuvo en contacto con empresas francesas a las que adquirió material de guerra, aunque en cantidades no excesivamente elevadas. El último pago efectuado al Office Général de l’Air (OGA), que como señala Jansen (p. 601) era una empresa privada, tuvo lugar el 26 de octubre de 1936. El director era un amigo de Pierre Cot y se llamaba André Faraggi. Merece la pena recordar (Howson, p. 76) que ésta era la empresa que había intervenido en los primeros envíos de aviones franceses a España en agosto de 1936. Era suministradora del Gobierno español desde 1923 y continuó actuando como tal si bien terminó limitándose a aquellos materiales fuera de la no intervención. A veces bordeó la legalidad, como cuando suministró aviones pequeños o deportivos susceptibles de reconversión, meros juguetes en comparación con los enviados a Franco por las potencias fascistas.
Una segunda conclusión debe subrayar el papel creciente que, a partir de comienzos de noviembre, desempeñó la legación de México a la cual se transfirieron sumas para que adquiriese material de forma encubierta, en consonancia con las instrucciones del presidente Cárdenas[3]. Esta cobertura tuvo una gran importancia política y debió acrecentar considerablemente el respeto y la admiración que los dirigentes republicanos sintieron por el país azteca. La tercera conclusión es que muchos de los pagos no se efectuaron para adquirir material bélico en sentido estricto, sino pertrechos y aprovisionamientos tanto para la guerra como para el sector civil de la economía: productos químicos y materias primas, ropa, alimentos, aceros, camiones, etc. No sólo era lógico sino también el resultado de que una serie de empresas (por ejemplo, Construcciones Aeronáuticas) necesitaban continuar adquiriendo productos a sus proveedores habituales, que con frecuencia eran franceses[4]. Una cuarta conclusión es que con los fondos recibidos el SAE atendió al pago de numerosos servicios: transportes, fletes, comunicaciones, sueldos de aviadores, gastos de explotación del enlace aéreo Toulouse-Barcelona-Alicante-Madrid, ayudas a las familias de voluntarios de las BI[5], etc.
Por último, desde París se alimentaron de fondos algunos agentes diplomáticos en el exterior, particularmente en Francia pero también en el Reino Unido, en Suiza y sobre todo en América del Norte. Hubo pagos que dan lugar a interrogantes y sobre los cuales el historiador desearía saber más: por ejemplo, el 7 de diciembre se efectuó una transferencia a favor de lord Churchill. La cantidad fue mínima (105 000 francos) pero ha de resaltarse[6]. La pérdida, o no localización, de documentación de apoyo no permite aclarar algunos casos que sólo cabe caracterizar de exóticos: por ejemplo, el 14 de diciembre se emitió un cheque a favor de un ministro iraquí por importe de 250 000 francos. ¿Para qué? Sólo en dos ocasiones hubo que prestar garantías, no sabemos los motivos, ante la Aduana de Marsella en relación con varias operaciones. Así, el 24 de octubre se constituyó una caución respecto a 9 cañones JLAS y 58 000 proyectiles Oerlikon por importe de 2,3 millones de francos. Iban destinados a Alicante en el vapor Jalisco. Un mes más tarde, 2,5 millones se aplicaron a 80 000 proyectiles de análoga marca y un total de 10,5 millones a 80 morteros Brandt de 81 mm, 32 000 proyectiles para los mismos, 100 morteros de 61 mm y 15 000 proyectiles. Se habían embarcado en el vapor Lynhgang y estaban próximos a transbordarse al Carmen.
La contabilidad terminó enderezándose. El 12 enero de 1937 Negrín dictó una orden (probablemente reservada) en la que se encargó a Prá, como delegado especial del Ministerio, que remitiese a Valencia para su revisión y formalización[7] los estados o estadillos necesarios con las cantidades de que hubiera dispuesto la Comisión de Compras, el importe de los remanentes y los acreditivos pendientes. Los fondos sobrantes debían ingresarse en el BCEN. Con ello se ponía fin a una época de cierto desbarajuste.
CONSIDERACIONES CUANTITATIVAS Y CUALITATIVAS.
Es evidente que este tipo de operaciones sólo podía realizarse con el conocimiento del ministro de Finanzas Vincent Auriol, cuyo jefe de gabinete adjunto, Gaston Cusin, participaba en el grupo de altos funcionarios que trataba por todos los medios de encontrar fórmulas que permitiesen encaminar la ayuda a la República[8]. Las adquisiciones más importantes para la economía de guerra se relacionan a continuación:
Compras de material vía París
FUENTE: AJNP y elaboración propia
Un estadillo sobre material ya remitido y otro pendiente de envío el 10 de diciembre de 1936 permiten aclarar algo más el flujo de suministros. En él destacan: 78 camionetas, 112 camiones, 15 autocares, 7 tractores, 6 grúas, 6 ambulancias, 25 equipos telefónicos, 350 kilómetros de cable telefónico, 600 gemelos de campaña, material sanitario en el cual resaltan 80 ambulancias, 10 camiones, 18 camionetas y 45 000 tiendas de campaña, víveres[11] y vestuario. Se habían pagado, en todo o en parte, y estaban pendientes de envío, 22 remolques, 10 coches, 41 camiones, 6 cisternas, 25 chasis, 3 furgones y 6 grúas. Estas estadísticas no son sobrecogedoras por su importancia. Tienen más interés los envíos adicionales de material de guerra. Los reseñamos en el siguiente cuadro.
Otro material de guerra que transitó por el SAE
FUENTE: AJNP y elaboración propia
Este material fue transportado por los siguientes barcos. A Alicante por el Bramhill (101 ametralladoras, 19 000 fusiles, 28,6 millones de balas, 4000 pistolas y medio millón de balas), por el Bjornoj (21 000 fusiles ingleses y 29 millones de balas), por el Rambon (16 tanques Renault 1917, 200 ametralladoras Vickers y 5 millones de balas[12]) y por el Warmond. A Bilbao por el Iciar (6000 fusiles, 100 ametralladoras y 50 000 balas) y por el Bass (5000 fusiles y 5 millones de balas). A Santander por el Azteca (19 300 fusiles, 10 millones de balas, 300 ametralladoras, 2,5 millones de balas nuevas, un millón de granadas de mano y 30 toneladas de pólvora[13]). A Cartagena por el Lynhgang (22 cañones del 77 con 75 000 proyectiles, 8 cañones del 105 con 13 000 proyectiles, 4 cañones Krupp del 105 y del año 1916 con 14 500 proyectiles y 5000 del 75[14]). Todos ellos son anteriores a las llegadas consignadas en una famosa relación enviada por Prieto a Federica Montseny el 17 de marzo de 1937 (Ramón Salas, pp. 2584ss).
Hubo otros barcos, como el Vincencia (50 toneladas de pólvora, 25 000 espoletas, 4 cañones Krupp del año 1916 con 6000 proyectiles y 8 cañones del 76,2 Krupp/Putiloff del 76,2 con 15 000 proyectiles[15]) o el Rona (64 toneladas de pólvora, 100 toneladas de tólita y 60 000 proyectiles de 75 mm) que descargó en El Ferrol. Esto podría demostrar que una parte de la actividad del SAE estaba infiltrada. No es de extrañar porque informaciones, exactas e inexactas, sobre este tipo de operaciones salían a la prensa internacional con demasiada frecuencia[16]. De otro barco no se ofrecen detalles.
Un caso muy notable lo constituye el Sylvia, fletado por el OGA y que fue capturado en octubre en aguas del Estrecho. En su momento generó una gran publicidad y, de puertas adentro, intensísimas recriminaciones[17]. Araquistáin extrajo del episodio conclusiones muy ilustrativas: el capitán, griego, era un indeseable y se negó a recalar en Bilbao como le había pedido el armador; las operaciones de carga en Danzig se retrasaron demasiado, dando pábulo a mil especulaciones en toda la prensa del Báltico y en otros países europeos; gran parte del material era chatarra; existía la posibilidad de que hubiera habido connivencia con agentes franquistas, etc[18]. Es difícil que pudieran adquirirse en Francia grandes cantidades de armas. Los británicos no lo detectaron. El informe Otero, por lo demás, y refiriéndose a la experiencia acumulada en los meses iniciales de la no intervención, afirmó con fuerza:
En este desdichado país, salvo los aviones de las primeras semanas, poco más hemos recogido que lágrimas de viejos impotentes y discursos de románticos acobardados (Largo Caballero, 2007, p. 3279).
Excepto algunas partidas ínfimas, sólo se habían adquirido «unos cuantos fusiles y algunos puñados de cartuchos, pagados como si fueran de oro y sin control alguno». No era una imagen demasiado alentadora. Desde noviembre de 1936 los esfuerzos debieron acentuarse, en consonancia con la mayor experiencia del mundo turbio y proceloso de los traficantes de armamento. En el período en el cual se confeccionaron los anteriores estadillos se encontraba en ruta el material que se consigna en el cuadro de la página siguiente.
También se enviaron víveres (10 500 cajas de lecha condensada, 1200 de queso, 4000 sacos de legumbres secas, 1350 sacos de guisantes verdes, 150 cajas de atún, 227 cajas de manteca y 3221 cajas de carne en lata). Había material ya cargado: 6 cañones antiaéreos del 75 con 7000 proyectiles; 12 cañones del 7,62 con 44 000 proyectiles; 5 millones de balas del 303; un millón y medio del 7,62 y 350 ametralladoras Colt del mismo calibre. Dentro del material por embarcar figuraban: 3000 fusiles Mauser del 7,62 y otros tantos Manlicher con 4 millones de balas; 12 cajones de avituallamiento para obuses del 77; 10 cañones del 105 con 16 000 proyectiles; 24 cañones del 77 con 27 000 proyectiles; 2000 proyectiles del 75; 6 cañones del 4,7 con 6000 proyectiles y 4 cañones antiaéreos del 37 con 4000 proyectiles. Se adquirieron 8 barcos (Rambon, Warmond, Dobesa, Elsie, Sarkani, Autom, Keenwood y Morna) por un total de 124 500 libras esterlinas[19] y, por último, se habían contratado cartuchos: 15 millones en Yugoslavia, 10 millones en Grecia, 35 millones en Noruega, 4 millones en Bélgica, 50 millones en Polonia, 25 millones en Checoslovaquia, 10 millones en Lituania, amén de 95 millones adicionales cuya procedencia no se indicó.
Material bélico en ruta hacia España
FUENTE: AJNP
Todos estos resultados NO son muy impresionantes. Es indudable que, por muchos que fueran los esfuerzos desplegados desde París, su contribución a la incipiente economía de guerra republicana y al flujo de suministros bélicos no permitía asentar en ella la resistencia a la sublevación[20]. Aunque muchos de los materiales enviados no caían bajo el dogal de la no intervención, otros sí. Precisamente estos últimos no fueron muy significativos en comparación con los ulteriores suministros soviéticos. Obsérvese, además, que lo adquirido o contratado a través del SAE fue, en general, municiones y material ligero. No hubo demasiados aviones (aunque sí intentos de obtenerlos) y el número de tanques fue minúsculo. La conclusión es que a través de París no se lograba el tipo de armamento indispensable para contener la progresión franquista. Precisemos algo más estas observaciones generales.
Una nota, sin fecha[21], ofrece un resumen de los esfuerzos por adquirir aviones. A través de un agente, Hofman, parece ser que se contrataron 6 aparatos Air Speed-Abroc-Auson equipados, a 15 000 libras cada uno[22]. Por mediación de un tal Paul Dormann se contrataron 16 bombarderos Potez y 28 cazas PZL 11 por un total de algo más de 77 millones de francos[23]. Fue una operación importante pero se malogró. Se había pagado mediante un acreditivo que se rescató íntegramente el 31 de diciembre de 1936, tras la detención del agente republicano en Bucarest. El teniente coronel Luis Riaño había contratado 8 aviones FK 55 y 14 FK51. La comisión de compras de la embajada, a su vez, contrató 16 aparatos FK 52. El precio ascendía a 136 000 libras pero únicamente se habían entregado 2 FK 51[24]. Por último, se habían contratado 12 aviones de caza RO 37 armados, por 557 675 dólares pero los aparatos habían encontrado dificultades para salir y sólo quedaba el consuelo de que se rescataría el precio.
Si en este material de cierta entidad los resultados no fueron considerables, en el caso del material ligero proliferaron los calibres. Ello fue reflejo de las variopintas ofertas que llegaron a los republicanos, tentados —u obligados— a aceptar lo que se les presentaba. Numerosos países aprovecharon la ocasión para desembarazarse de viejas armas y de municiones obsoletas. En el caso del Gobierno de Varsovia con absoluta frialdad. Los polacos incluso introdujeron fuertes sobreprecios por el material inutilizable, retirado por atípico o incompatible, desgastado, peligroso a causa de defectos de diseño o fabricación, o por haber estado almacenado durante demasiado tiempo (Howson, pp. 155ss). La avidez de armas y la candidez, inexperiencia, desesperación y simple estupidez de los compradores propiciaron la adquisición a precios de oro (nunca mejor dicho) de una gran cantidad de auténtica chatarra. Las operaciones con Polonia debieron suponer una inversión no inferior a los 60 millones de dólares (Howson, p. 162). Y, naturalmente, como han demostrado Heiberg y Pelt, el oro español se desparramó por toda Europa, incluso por la Alemania nazi, y fue una buena inyección para economías depauperadas como la griega. Ambos países vendieron armas a la República (en el primer caso de tapadillo) y se las apañaron para que algunos envíos cayeran en manos franquistas. Heiberg estima que sólo en 1937 los republicanos pudieron perder en tales transacciones entre 6 y 7 millones de libras, una cantidad enorme en la época.
Sin ánimo polémico alguno, la inevitable conclusión es que la República no hubiera podido sostener las crecientes exigencias que imponía la guerra recurriendo simplemente al material obtenido por este tipo de procedimientos. Consumían, además, una enorme cantidad de esfuerzos, dinero y, no en último término, un capital político del que no andaba sobrada. Constituían un interesante aporte complementario pero en ellos no podía radicar la principal fuente de aprovisionamientos por razones de calidad, seguridad o, en último término, mero volumen. Cuando se piensa en los suministros que recibía Franco, prácticamente sin solución de continuidad, la actuación del SAE no parece que fuera otra cosa que la manifestación más o menos inevitable de la búsqueda de alguna salida para contornear el dogal de la no intervención. Un primer intento de obtener material y avituallamientos que no caían bajo la misma.
Entre las operaciones especiales mediadas a través de París hay dos que son dignas de mención. El 27 de octubre se situaron fondos a favor de Vidarte por 10 millones de francos, lo cual es consistente con lo que afirma en sus memorias. Estaban destinados a favorecer la adquisición de material en Checoslovaquia. En el segundo caso, las circunstancias son muchísimo más oscuras. Los contables del Ministerio de Hacienda se sintieron obligados a poner de manifiesto las dimensiones financieras de la operación. El 5 de noviembre Araquistáin cursó instrucciones para que se pusieran a disposición de Pablo Rada, el mecánico de Ramón Franco en el histórico vuelo del Plus Ultra, 20 millones de francos en la BCEN. El embajador afirmó que seguía en ello órdenes de Madrid. Posteriormente, Álvarez del Vayo indicó que Rada sólo podría utilizar dicha suma en forma de créditos documentarios abiertos con intervención y conocimiento del SAE. El 11 de diciembre se desconocía si, con cargo a los 20 millones de referencia, se había constituido alguno. Sí se sabía que Rada había dispuesto de la mayor parte de la suma: el 7 de noviembre había utilizado dos cheques por importe de 15 000 y 2,3 millones de francos y el 9 había adquirido 120 000 dólares contra 2,59 millones que había dejado a su disposición en la BCEN. El 12 había hecho una transferencia de 650 000 francos a su propio nombre en el Barclays y el 21 y 25 había girado cheques por importe de medio millón y un millón de francos, respectivamente. El 2 de diciembre habían transferido al Barclays 7,8 millones a disposición de Antonio Rexach y el 10 había girado un último cheque por 2,5 millones de francos. En total había dispuesto de casi 15 millones de francos. Quedaban disponibles 2,65 millones en francos y los dólares[25]. Rada hizo efectivos todos los cheques y en ninguna de las operaciones intervinieron los servicios relevantes del SAE.
Olaya Morales (pp. 512ss) ha reproducido un informe de un agente republicano en el que se hizo eco de esta operación. A su tenor estuvo motivada por el ministro de la Gobernación, Ángel Galarza, y fue autorizada por Largo Caballero. El embajador planteó desde el primer momento múltiples objeciones ya que no se fiaba de las cualidades morales de Rada. Expresó su extrañeza de que pudiera obtener aviones, cuando el SAE se veía con mil dificultades para lograrlo, a pesar de todas las presiones que se ejercían desde círculos influyentes de la izquierda francesa. Este informe y la nota de los contables casan perfectamente. La idea de que Rada constituyera los créditos documentarios procedió del propio Araquistáin y la BCEN cumplió las órdenes de que no se le entregara efectivo alguno. Sólo después de un acoso de dos días de Rada al matrimonio Prá, y para evitar un escándalo, el embajador consintió en autorizar la retirada de fondos. Es indudable que se trató de una operación sucia y ciertamente no pudo ser la única. Otra cosa es si debe elevarse, como lo hace Olaya Morales, al nivel de categoría[26]. Prieto conservó una carta del ministro de Gobernación en la que éste explicó pormenorizadamente su intervención. Aunque no nos detengamos en ello, afirmó que su implicación se limitó a responder de la lealtad política de Rada a la causa republicana. Lo único que sabía Galarza es que Rada había acompañado como técnico a un extranjero, anarquista, que deseaba ofrecer material de guerra para Gobernación. Galarza lo había comunicado a Largo Caballero y pedido a su interlocutor pruebas tangibles de que lo que afirmaba era cierto mediante el envío de los elementos que decía tenía disponibles. El agente fue asesinado en Barcelona[27]. Fue en esta coyuntura cuando, estimamos nosotros, Rada debió entrever la posibilidad de hacerse con una buena suma de dinero, engañando a Araquistáin.
MATERIAL ADQUIRIDO POR AGENTES SOVIÉTICOS.
En la operación de París se entremezclaron también compras hechas por servicios soviéticos de forma que no es fácil de desentrañar. Hay, eso sí, algunas indicaciones que el general Uritsky, a cargo de la operación de ayuda a España, elevó al comisario Vorochilov el 13 de noviembre. A su tenor los soviéticos (bien directamente o por persona interpuesta) habían celebrado tres contratos, en Checoslovaquia, Francia y Suiza. El primero se concluyó con la firma checoslovaca Technoarm, según el detalle del cuadro siguiente.
Material adquirido por la URSS en Checoslovaquia
(en libras).
a En otro documento se mencionan dos millones.b Con mil balas por cada uno, es decir, 10 millones.c Equivalentes a 452 450 dólares.
FUENTE: RGVA, Fondo 33 987, inventario 3, página 2
El nombre en clave del agente que hizo tales adquisiciones fue Tomson. Más tarde compró ocho cañones de 76,2 mm con 15 proyectiles para los mismos. En el momento de redactar la nota para Vorochilov el importe de esta segunda operación no se había comunicado, pero una nota señala que importó 6500 dólares. Todo este material (incluyendo los cañones) se envió a España con el barco noruego Hilfern, que cargó en Danzig el 25 de octubre y descargó en Bilbao el 7 de noviembre de 1936[28]. El segundo contrato (parisino, de un tal «Argus[29]») versó sobre artillería, como se muestra en el cuadro a continuación.
Material de artillería comprado por agentes soviéticos
(en dólares).
Los cañones y obuses se entregaron a través de Gibraltar, en Cartagena, con otro barco noruego (el Denkgam) el 10 de noviembre. Finalmente, hubo un tercer acuerdo, suizo, y también de «Argus» que versó sobre un avión Douglas, dos aviones Lockheed y un avión Klark por importe, respectivamente, de 86 000, 28 500 y 23 750 dólares (en total 138 250 dólares). Todos ellos se habían ya suministrado[30] salvo el Lockheed, que llegaría el 15 de noviembre.
Tales adquisiciones se hicieron, naturalmente, por vías subterráneas y es verosímil que por agentes del GRU (no los míticos de Krivitsky). Se conserva una carta del embajador soviético en Praga, S. Alexandrovsky, a Litvinov del 30 de octubre que arroja alguna luz sobre cómo se realizaban las operaciones. Alexandrovsky informó que había intercambiado visitas protocolarias con el nuevo representante republicano, Luis Jiménez de Asúa. Al cabo de unos días éste le había dicho que su misión estribaba en comprar en Checoslovaquia todo cuanto material de guerra pudiese, en especial tanques, aviones y artillería, es decir las armas pesadas que necesitaba urgentemente la República. Contaba con «especialistas» que pudieran ayudarle en su cometido. Sin embargo, para adquirir armamento era preciso identificar a un comprador ficticio que pudiera demostrar, en caso de requerimientos bancarios, de la empresa o de las autoridades, que iba destinado a un país tercero. A Jiménez de Asúa le faltó tiempo para preguntar a su colega si podría echarle una mano. El armamento se compraría como si fuese para la URSS pero se desviaría en el trayecto y se destinaría a España. Dice mucho de la reserva con que la operación se había organizado desde Moscú que Alexandrovsky afirmara que él no consideraba posible algo parecido. Jiménez de Asúa insistió indicando que, según sus datos, la URSS había ya enviado varios cargamentos de armas por lo que no veía por qué no podría ayudar por aquel método, mucho menos peligroso para todos los participantes. El embajador soviético replicó que él no estaba al tanto y que las operaciones de ese tipo no entraban en la esfera de su competencia. De aquí que solicitara información al NKID pues en Praga interesaban vivamente tales temas. Sí se mostró dispuesto a utilizar la valija para que su colega español pudiera comunicarse con sus autoridades pero, aún así, solicitó instrucciones[31].
Las operaciones se hicieron en primer lugar, desde el punto de vista de la recepción, a través del PCF y, en particular, de uno de sus dirigentes, el diputado Émile Dutulleil[32]. Hacia finales de septiembre o principios de octubre Largo Caballero ordenó a Negrín que le situara divisas bien directamente o a las organizaciones que indicara a cargo del presupuesto del Ministerio de la Guerra. Se trataba de adquirir armas por vías clandestinas sin recurrir a los servicios de la embajada porque no se fiaban de que tuvieran la discreción necesaria, dado el ambiente caótico en que se desarrollaba la operación de París. Más tarde las solicitudes procedieron de Prieto[33]. Sin embargo, el presidente del Gobierno (Largo Caballero, 2007, pp. 3281ss), recordando selectivamente, afirma que fue este último el responsable de los suministros de material de guerra y también quien decidió cerrar la operación, tal y como había ido evolucionando hasta la fecha. Al parecer, Prieto tenía una fuerte animadversión contra la misma que consideraba «como una rémora y un nido de inmoralidades». Es posible documentar que, en ocasiones, por París pasaron ofertas con todo el aspecto de ser fraudulentas. El 14 de noviembre Araquistáin envió un telegrama anunciando que tenía oportunidad de adquirir diez bombarderos Caproni y veinticinco cazas de la misma marca. El puerto de embarque sería Génova en un navío elegido por los republicanos. El pago se haría 24 horas después de que el barco hubiera zarpado. El embajador se curó en salud: dado el origen de la mercancía y teniendo en cuenta el puerto, más los peligros derivados de la actuación de las flotas piratas a lo largo de las costas levantinas, solicitó la opinión de los servicios de Prieto (AHN: Fondo Araquistáin, legajo 70/38 A). No dio más detalles pero no hace falta ser muy perspicaz para pensar que se trataba de una operación dudosa o incluso de una trampa preparada por los propios italianos. Que bajo el régimen fascista pudieran «distraerse» treinta y cinco aviones desafía toda imaginación.
LA ATRACCIÓN DE LA URSS COMO FUENTE DE SUMINISTRO.
En el funcionamiento del SAE y de las comisiones de compra había, desde luego, una gran confusión. Esta impresión es algo que se desprende de uno de los informes elaborados por Araquistáin tras haber recibido confirmación de que la política de adquisiciones en el exterior se centralizaría en una Comisaría de Armamento y Municiones. Ésta se creó por decreto del 18 de diciembre de 1936 (Gaceta del 20) y sustituyó a la previa Comisión de Municiones que había estado adscrita a los Ministerios de Guerra y de Marina y Aire. El nuevo organismo dependería de este último aunque el Ministerio de la Guerra se ocuparía de la distribución. Se reconocía que el sistema anterior, con su peculiar división de responsabilidades, no había sido demasiado eficaz[34]. Era cierto.
La decisión fue consecuencia de la distribución de tareas a la que procedió el Consejo Superior de Guerra (CSG), una innovación de gran trascendencia que sirvió muy bien a Largo Caballero[35]. El Consejo adoptó tal distribución en la última decena de noviembre. Entonces se encargó a Prieto de todo lo concerniente al armamento y municiones y dividió en dos ramas la actividad que se le encomendaba. Una para la producción nacional y otra para las adquisiciones en el extranjero. Para regir la primera se creó la ya mencionada Comisaría y para atender la segunda combinó, previo acuerdo con los responsables, la actividad de dos organizaciones: la delegación comercial de la URSS en España (que dirigía Stajevsky) y la de París, a la cabeza de la cual se encontraba Dutulleil, aparte del aprovisionamiento que pudiera hacerse desde México y de algunos contratos directos[36].
La reorganización se reflejó de forma inmediata en París en donde, siguiendo instrucciones, Araquistáin cerró el SAE y cursó órdenes para que la sección de contabilidad remitiese los detalles referentes a la actividad pasada y a las acciones en curso (de los cuales la documentación que se conserva en el archivo parisino de Negrín es, sin duda, una parte). En un informe del 12 de enero de 1937 el embajador aprovechó la ocasión para hacer una pequeña historia de la operación y destacar las grandes dificultades en medio de las cuales había actuado. No se atrevió a enjuiciar la labor ni de su predecesor ni la de los agentes a sus órdenes. «Si hubo errores, como el contrato con la Société Européenne —¡y quién no se equivoca!— fue más bien por la inexperiencia de unos hombres que, procedentes de profesiones muy distintas, se vieron obligados, bajo apremios angustiosos además, a intervenir en un tráfico de tan extremada complejidad en el que hasta los más linces y expertos están siempre expuestos a los mayores quebrantos y contratiempos». Araquistáin sabía bien de lo que hablaba porque, en torno a los servicios de compras, se había formado una atmósfera,
verdaderamente irrespirable, por obra de la muchedumbre de negociantes profesionales o espontáneos a quienes no había sido posible complacer en sus afanes de lucro y que, defraudados o resentidos, no cesaban de ir y venir entre París y España, difamando a cuantos habían intervenido en el comercio de referencia[37].
El embajador puso orden en aquel embrollo, apoyándose en el diputado socialista, catedrático de Obstetricia y exrector de la Universidad de Granada, Alejandro Otero, quien había participado en las operaciones desde antes de su llegada, y en representantes de las delegaciones regionales y sindicales asentadas en París para que ejercieran algún tipo de control[38]. Que el caos tenía su origen en el colapso de la autoridad del Estado se desprende de su informe con toda nitidez:
Era preciso acabar con la legión de comisariados que a diario caían sobre París, enviados por tal o cual región o provincia, por organismos políticos o sindicales o que simplemente llegaban por propia cuenta, creyendo que aquí nadie hacía nada y que ellos solos, por su sagacidad y diligencia, podrían lograr en un abrir y cerrar de ojos lo que otros no conseguían durante semanas y meses. En la inmensa mayoría de los casos esos ilusos se volvían como habían venido… pero haciéndose la concurrencia los unos a los otros y a los que aquí actuaban permanentemente[39].
Vascos y catalanes habían sido los más prolíficos en enviar agentes y sus representantes rápidamente se incorporaron al comité de control. Más tarde lo hicieron los de Valencia y Asturias al igual que afiliados a la UGT y a la CNT, de cuyas filas habían surgido las críticas más duras. Presidió el comité Antonio Lara, exministro. El embajador hizo en repetidas ocasiones alusiones a la meticulosidad con que se habían llevado a cabo las operaciones de control contable y a los informes de la sección correspondiente que periódicamente se elevaban a conocimiento del Gobierno. Recordó la complejidad y dificultades de la tarea y el esfuerzo infinito que exigía cada operación de compra,
desde que comienza con la criba de un aluvión de ofertas, que la mayoría de las veces son imaginarias o fraudulentas, hasta que la mercancía llega a España después de vencer innumerables obstáculos, como la comprobación de que la mercancía existe en efecto y que es de la calidad requerida, el logro de un permiso de exportación, cosa dificilísima por causa del pacto de no intervención; el fletamento de un barco con tripulación de confianza, el estudio de si conviene más que el transporte se haga por tierra o por mar, y en este caso por qué mares y entre qué puertos[40].
PROBLEMAS ESTRUCTURALES EN LAS ADQUISICIONES DE CONTRABANDO.
La operación estuvo afectada no sólo por los problemas anteriores. Un análisis en profundidad permite pensar que había muchos más. Según Araquistáin:
De todos los obstáculos inherentes a un comercio siempre difícil y ahora casi lindante con la imposibilidad por las trabas que la legislación de cada país, el pacto de no intervención de Londres y la prensa desafecta han puesto constantemente a nuestras adquisiciones, sólo pueden darse cuenta los que han trabajado en ese comercio, y ellos han informado e informarán aún a sus regiones, a sus organismos sindicales y al Gobierno central de esas dificultades, sin que en lo sucesivo nadie pueda alegar, con causa justificada, que la comisión ha dejado hacer en todo momento cuanto podía y que había otros procedimientos más rápidos y eficaces.
Ello no obstante, el embajador destacaba en primer lugar un obstáculo interno que no había facilitado la operación. No había habido un plan de compras que precisara las prioridades adecuadas. Esto había inducido a los agentes parisinos a obrar según su propia iniciativa. Hoy es difícil saber si el Ministerio de la Guerra o el de Marina y Aire (que eran los que hubieran debido diseñar tal plan) habían estado en condiciones de hacerlo. Si no lo estuvieron, conviene recordar que Largo Caballero y Prieto evadieron sus responsabilidades en sus respectivos escritos.
Gracias a documentos conservados por el segundo puede, sin embargo, arrojarse nueva luz sobre los problemas que planteaban estas adquisiciones. Fue Prieto, en su calidad de ministro de Marina y Aire y comisario de Armamento y Munición primero y de Defensa Nacional después, quien solicitó una y otra vez la entrega de grandes cantidades de divisas para atender a la adquisición de armamento y materiales para la industria de guerra. Prieto, autor de numerosos artículos y ulterior adversario acérrimo de Negrín, no entró a dilucidar públicamente los aspectos de su gestión financiera y de adquisición de armamento. No cabe exonerarle, pues, de responsabilidad hasta abril de 1938[41]. Fue entonces cuando Negrín dejó Economía y Hacienda y asumió las tareas de Prieto.
La documentación del AFIP es, en ocasiones, sumamente precisa. Recae con frecuencia sobre grandes pedidos. A título de meros ejemplos podemos señalar que el 21 de febrero de 1937 Prieto solicitó que se enviaran a Dutulleil 150 millones de francos, con el fin de completar un programa de adquisiciones negociado con círculos próximos al PCF; el 12 de marzo de 1937 que se situaran en París 102 millones de francos; el 17 que con cargo a las divisas checoslovacas procedentes de las exportaciones españoles se enviaran a Praga 69 millones de coronas; el 7 de abril que se remitieran al general Francisco Matz en París 60 millones de francos. En este período debió de haber gran actividad en la capital francesa porque en días seguidos pidió otras transferencias al mismo destinatario por 42, 32 y 22 millones de francos. Es decir, las necesidades de la campaña y las de la CAM llevaban a Prieto a intervenir incluso en el manejo de las divisas obtenidas en las operaciones normales de comercio exterior[42].
La subsistencia de la responsabilidad prietista es también documentable. El 7 de enero de 1938, por ejemplo, Negrín escribió que en el mes de diciembre anterior se habían situado 98 millones para aviación, «aparte de las cantidades considerables que a través de CAMPSA se vienen concediendo para maquinaria, materias primas, camiones, etc.». Era optimista. En un párrafo dejaba claro la plena responsabilidad de su compañero y amigo:
Yo creo que si esas cantidades, como a no dudarse se hace, se emplean debidamente, el temor de que nos quedemos sin aviación, aunque los rusos se retrasen, es un tanto exagerado. Tenga presente que las previsiones totales de aviación, hasta mayo inclusive —comprendida maquinaria y materias primas—, son de 1475 millones de francos franceses. Aparte los gastos que se originan en pesetas. Aparte el material que se logre de la URSS. Nosotros vamos atendiendo las previsiones convenidas y confiamos en poder seguir cumpliendo el plan[43]. Si se tiene en cuenta que ni Inglaterra, Francia, Alemania, Italia o Estados Unidos gastan lo que nosotros para la adquisición de material, según los datos presupuestarios pedidos por mí, y de los que dentro de unos días podré darle el detalle preciso, no veo motivo de grave alarma por temor a que nos falte material. Si llega. Lo que sí me permitiría rogarle es que sembrara en sus servicios, con la maestría con que Ud. sabe hacerlo, la preocupación de que el sacar el máximo rendimiento a las divisas que se conceden tiene tanto valor, y desde luego es tan indispensable por lo menos, como el heroísmo y pericia que con derroche se prodiga en el arma de aviación.
Esta carta, no exenta de tono emotivo, nos exime de cualquier otro comentario. La operación fue mejorando con el paso del tiempo a pesar de que en Madrid y en Valencia las cosas más urgentes solían hacer pasar a segundo plano las más importantes. Una cosa era preparar instrucciones, para lo cual la burocracia que no había huido estaba perfectamente cualificada, y otra muy diferente adecuar medios y necesidades. Si durante los tres primeros meses cruciales apenas si se había avanzado en la práctica en la creación de un Ejército de nuevo cuño, no sorprende que el desbarajuste estratégico hubiese reinado, como lo hizo, en la política de adquisiciones exteriores.
Hubo otro obstáculo estructural, de orden financiero. Al principio los fondos habían llegado con irregularidad e insuficiencia. A toro pasado, y con la experiencia obtenida, Araquistáin subrayó que desde el primer momento hubieran debido situarse mil o dos mil millones de francos en París o en otro punto de Europa para «atender con prontitud a todas las necesidades de la guerra». Posiblemente estaba en lo cierto[44] pero ignoraba los planteamientos y actuaciones madrileños en un terreno en el que el antiguo periodista y gran radicalizador del PSOE no era particularmente ducho. Tras la sublevación militar no se inició una operación de venta de oro al Banco de Francia de gran envergadura. Quizá fuese un error. Pero no debió ser fácil movilizar metal en grandes cantidades. Negrín captó el problema de inmediato y lo primero que hizo fue forzar la enajenación del metal y su puesta a buen recaudo. Desde la capital española, los envíos por vía aérea eran pequeños por definición. El traslado a Cartagena permitió aumentar su volumen. Araquistáin se quejaba de que los envíos de fondos habían sido parciales «y en plazos no periódicos, con la tardanza del transporte y en las autorizaciones por el Banco de Francia». Ello había llevado a que el SAE careciese de liquidez en ocasiones.
Pero los problemas eran de fondo: el Gobierno francés nunca estuvo dispuesto a otorgar crédito a la República, salvo de forma provisional y a manera de puente. Podía ser más o menos largo, dependiendo del ritmo de envíos del metal. A la postre, el sistema giraba en torno al carácter de movilización de las reservas seguido en un principio. Araquistáin se hubiera sentido muy sorprendido e incluso injuriado caso de haber conocido las comunicaciones internas que sobre la operación en París circulaban en Moscú. El 3 de febrero Uritsky informó, por ejemplo, a Vorochilov que los resultados de todas aquellas adquisiciones habían sido deleznables, que se habían malgastado fondos en volumen significativo y que los precios cargados a los republicanos habían sido muy elevados. La última partida de armas fue una que llegó a Santander el 28 de enero de 1937 en el barco Rambon[45].
Más duro fue el general Berzin en un informe (firmado con el seudónimo de «Donizetti»), sin fecha pero de principios de 1937, que arroja cierta luz sobre los trasfondos oscuros de la operación en París. En lo que se refería al armamento y a su adquisición en terceros países las cosas iban mal. Sólo se salvaba la parte que discurría por Estados Unidos. Los contactos franceses no podían hacer mucho. Casi todo pasaba a través de dos «sinvergüenzas» (sic) llamados Wolf[46] y Liberman que parecían trabajar con los servicios de inteligencia polacos, checos y letones. Estos sujetos recogían toda la basura armamentística y obtenían por ella precios que suponían el triple de lo habitual. Se hicieron, literalmente, de oro pero no garantizaron ni la calidad ni la regularidad de los suministros[47]. En algún momento empezaron a salirse de madre. Un ejemplo fue la adquisición de 56 calibre del 80 sin afustes que no entregaron después de entretener a los republicanos más de mes y medio. No llegó una veintena de aviones comprados en Estados Unidos. Berzin recordó que los franquistas habían capturado barcos que llevaban suministros a la República y no le extrañaba que detrás de ello pudiera encontrarse el propio Wolf que, después de haberse hecho con un gran capital, querría tal vez congraciarse con Franco. Para colmo, los contactos franceses no parecían sospechar de él y Stajevsky también le mostraba cierto entusiasmo.
Se comprende, a la luz de este informe que la operación parisina no fuese muy boyante. Los controles de la no intervención, y la aparición masiva de alemanes e italianos a finales de 1936, tuvieron que provocar un crecimiento del volumen de adquisiciones republicanas, tanto en la Unión Soviética como, de contrabando, fuera de ella. El desgaste de material se intensificaba. El Gobierno debió ampliar efectivos y equiparlos. La necesidad de armamento y municiones aumentó. Berzin no abogó por desviar las adquisiciones a la Unión Soviética. Se quejó, eso sí, de las insuficiencias que padecían las que se hacían fuera de ella y de la falta de eficacia de la producción republicana. El resultado era una dramática carencia de armamento y municiones modernos y una incapacidad para sostener los ataques frente a un enemigo bien dotado y equipado[48]. Si los republicanos no podían o no sabían organizar mejor las compras en el exterior el futuro se presentaría difícil. Por muy heroicamente que combatieran los soldados, poco podrían hacer frente al adversario si no disponían del suficiente armamento, material y municiones. Tal era la situación, vista con toda frialdad. Franco no lidiaba con este tipo de problemas.
En definitiva, el sistema montado no era eficiente. Araquistáin siguió comunicando sus impresiones al Gobierno o al ministro de Hacienda (queda constancia de que el 28 de noviembre de 1936 envió a éste un SOS). Negrín y Prieto debieron sentir alicientes para idear algún otro sistema. Lo encontraron tras hacer algún tipo de sondeos en Francia de los que, por desgracia, no han aparecido demasiadas huellas hasta el momento. El nuevo sistema pivotó sobre tres pilares: la colocación de una gran parte de las reservas metálicas en Moscú, la obtención de material ruso a crédito mientras se las movilizaba y la preparación del recurso al sistema bancario soviético en Occidente. Araquistáin criticó la disolución del SAE sin apreciar tal vez en toda su plenitud que, cuando escribía en enero de 1937, la trama financiera de la economía de guerra y la política de adquisiciones republicana habían basculado hacia Moscú.
Sí tenía razón, no obstante, al afirmar que «el sistema de las delegaciones directas, individuales o plurales, ha sido y será funesto. Enviar uno o varios hombres a un país cuya lengua y ambiente político generalmente desconocen, con la pretensión de que adquieran determinado material, está expuesto casi siempre a seguro fracaso». De aquí que recomendase que los agentes españoles no se movieran de París y que desde la capital francesa organizasen las adquisiciones en todas sus fases, desde el trato inicial con los vendedores hasta el transporte, aunque como de alternativa quizá este último pudiera dirigirse desde otro lugar como Londres o Amsterdam.
No cabe ocultar que a Araquistáin debió de sentarle como un tiro la decisión de liquidar el SAE y de centralizar las adquisiciones en España. Siendo piadosos, podríamos pensar que ignoraba los derroteros por los que se encaminaba la nueva política. Siendo no piadosos, podemos establecer la hipótesis de que la pérdida del SAE le restaba poder e influencia. Su correspondencia hacia Valencia, ya no de carácter oficial, adquirió tonos virulentos, muy en consonancia con su propio carácter. Se contuvo a duras penas en una comunicación con Negrín, pero más adelante, en carta al presidente del Gobierno dio rienda suelta a sus frustraciones quejándose de que el ministro de Hacienda le había dicho que no podría situar fondos en París.
Araquistáin delineó nada menos que los contornos de toda una conspiración contra Largo Caballero, de quien alguien le había dicho que estaba cansado y descontento. La idea que transmitió a Valencia fue que se estaba preparando un nuevo abrazo de Vergara y que desde ciertos ministerios se saboteaba la guerra, no para que la República la perdiera pero sí para que se desarrollara un clima favorable a una mediación. Para ello sería preciso cambiar de Gobierno. Sin ligarlos de manera decidida con tal presunta conspiración, criticó duramente a Prieto y a Negrín[49]. Al primero le imputó derrotismo y una conducta inexplicable en la cartera de Marina y Aire y auténticamente desastrosa en la CAM[50]. Suponía que ello se debía a que no quería hacer la guerra a fondo para no ganarla por completo, porque si se ganaba no podría entonces detenerse la revolución social que el socialista moderado tanto temía[51]. A Negrín le culpaba de no situar fondos en París con la rapidez necesaria[52]. Pensaba que no quería movilizar el oro con urgencia y clamaba porque se vendiera en otros mercados. La misma imputación que a Prieto la aplicó también al ministro de Hacienda, ambos partícipes en «los fines semiderrotistas antes indicados[53]».
En realidad, la basculación hacia Moscú y la BCEN por la que se había inclinado el Gobierno, o al menos su presidente y ministro de la Guerra y el de Hacienda, debió verse alimentada por algunas lecciones extraídas de la dura experiencia parisina: con la masa de oro depositada en la capital soviética, las autoridades republicanas (es decir, los dos primeros) ordenarían ventas parciales del metal. El contravalor serviría para pagar los suministros bélicos y para situar grandes volúmenes de fondos en la BCEN. Las peticiones de material se centralizarían en Valencia (y más tarde en Barcelona, según los desplazamientos de la peripatética capital republicana) y sería en España en donde se examinarían calidades y precios. La operación quedaba cerca de las autoridades centrales y la conexión operativa se establecería con los servicios soviéticos in situ.
Araquistáin no se daba cuenta, o no quería dársela, de que el SAE había cumplido una función de relleno, en la medida en que la República no había tenido, en un primer momento, otra opción que enviar agentes por doquier, mientras esperaba el resultado de las gestiones oficiales con Francia, el Reino Unido, Estados Unidos y la Unión Soviética. También es verdad que con el colapso del aparato del Estado en el interior y en el exterior las alternativas teóricamente posibles no eran muchas. ¿Qué hacer cuando los diplomáticos desertan, las colonias se dividen y los funcionarios tiran cada uno para su lado? El Gobierno había mantenido el sistema, aceptado su reorganización (uno de los logros innegables del embajador) e incluso lo había reforzado, pero los resultados no fueron los deseados.
Según un informe confidencial del grupo socialista de París, Araquistáin no era el hombre adecuado para lidiar con la situación.
Desde el punto de vista político y diplomático, su gestión fue un desastre; desde el punto de vista de régimen interior, hay que reconocer que atendió a todos y fue afable, cortés y considerado… En lo que concierne a adquisiciones de material de guerra procuró, con notorio desacierto, alejar o arrinconar a los elementos que no le eran incondicionales ideológicamente y sustituirlos por otros faltos de la experiencia y del talento de los anteriores (AFPI: AH 72-2[54]).
Así, pues, es indudable que la atmósfera no debió de ser un dechado de eficiencia y que en ella pesaron el descontrol y la desorganización, como señala Martín Aceña (2004, p. 80), pero hay que ser algo más incisivo.
EL DOGAL EXTERIOR.
En comparación con el sistema del que se beneficiaba Franco, el republicano era estructuralmente ineficaz. Era infiltrable y no podía alimentar las exigencias crecientes de la economía de guerra. Tampoco permitía obtener materiales modernos. Pero lo cierto es que en ningún caso cabe subestimar la no intervención. Auriol y un grupo de altos funcionarios trampeaban como podían, pero siempre surgían problemas[55]. De vez en cuando se detectaban envíos de armas disfrazados y la maquinaria administrativa francesa se ponía en movimiento. Ni Auriol ni las autoridades de aduanas, que a veces cerraban un ojo, podían ignorar los resultados. Un caso que nos parece característico debe rescatarse de la oscuridad de los archivos. El 6 de noviembre el gabinete de Auriol se interesó por un envío de diez cajas con mercancías de procedencia belga que se encontraban en la aduana de París-La Chapelle (CHAN, 552, AP 22). Solicitó que se evitasen los inconvenientes que pudieran resultar del cumplimiento de las formalidades administrativas correspondientes. Llegó tarde. Alguien había hecho una denuncia. Las cajas contenían armas (fusiles, pistolas, revólveres, balas, cargadores, etc.). Lo importante de este caso es que ni siquiera el interés del gabinete sirvió para mucho.
Como demostración de que el paso de la frontera franco-catalana no estaba todo lo expedito que se sugiere normalmente en la literatura, sobre todo la profranquista, cabe traer a colación una carta de Largo Caballero a Araquistáin del 7 de abril de 1937. En ella se hizo eco de las denuncias de que, con gran frecuencia, material destinado a España no atravesaba la frontera, era interceptado o regresaba a fábrica. En ocasiones, elementos afines al bando franquista incluso se habían apoderado de material de guerra destinado a los republicanos. Por lo demás, no había ni orden ni concierto entre quienes enviaban las expediciones y los receptores, de tal suerte que al desconocer la composición de los suministros no se sabía con seguridad si habían llegado todos o no.
El desbarajuste llegaba a tales extremos que, abusando de las preocupaciones necesarias impuestas por el enmascaramiento, los remitentes, como por ejemplo el Comité du Rassemblement Populaire, enviaban suministros no se sabía bien si a organizaciones gubernamentales o a las BI. Ocurría con frecuencia que un agente de éstas, radicado en Barcelona, se apoderaba de ellos como si fuesen propios (AHN: Fondo Araquistáin, legajo 32/40). Más duros eran los condicionantes que obstaculizaban los transportes marítimos. Hubo otras dificultades que lastraron el proceso de alimentación en armas de la República al socaire de la no intervención. Fueron esencialmente de dos categorías. Combinadas, tuvieron un efecto deletéreo para el aprovisionamiento republicano.
El Consejo de Ministros británico del 28 de octubre consideró la posibilidad de publicar una solemne advertencia para evitar el transporte marítimo de material bélico soviético. Inmediatamente los funcionarios del Foreign Office destacaron que tal medida, por su unilateralidad y por dirigirse contra un país y un Gobierno con el cual mantenían relaciones diplomáticas plenas, estaba en desacuerdo con la línea seguida tradicionalmente. La actividad disuasoria no parece que se concretara en una disposición oficial aunque sí se trasladó al ámbito menos comprometido de las recomendaciones. En consecuencia, las autoridades británicas informaron a las compañías de navegación que los buques de guerra no protegerían a los mercantes que llevasen material bélico a España. Esto se hizo en un período en el que Londres sabía perfectamente que la Armada franquista interfería con los suministros destinados a los puertos republicanos. En consecuencia, los avisos en tal sentido se hicieron en particular a aquellos armadores que se dedicaban a tal tipo de tráfico. Muchos debieron de hacer caso. Otros plantearon sus dudas ante la Administración. De entre ellos alguno confesó haber transportado armas. Hubo quien presentó argumentos poco convincentes.
Lo único que el Reino Unido no estuvo dispuesto a hacer fue a ampliar la lista de mercancías cuya exportación a España se prohibía y que había sido aprobada por el CNI. Este tema se planteó con motivo del transporte a España de 99 camiones soviéticos a bordo de un barco británico. Tras muchos dimes y diretes, se llegó a la conclusión de que los camiones no podían, en puridad, considerarse material de guerra, aunque fuese posible que los franquistas tuvieran otra opinión[56]. Finalmente, el 1 de diciembre de 1936 el Parlamento aprobó la ley. A su tenor, quedó prohibido el transporte de armas a España a bordo de barcos o desde puertos británicos. La Royal Navy tendría derecho a inspeccionar las cargas y si los buques con armamento eran detenidos por la Armada franquista no podrían acogerse a la protección de la Marina británica. Como señala George (p. 124), el Gobierno conservador admitía con ello que no quería proteger los intereses de sus compañías de navegación. Otros huecos en la legislación fueron cerrándose inmediatamente. Es curioso que quienes defienden la conveniencia para la República de enviar el oro a Londres, no se detengan en este tipo de medidas.
Frente a las críticas internas y las dificultades de transporte externas, Negrín se centró en mejorar la generación de recursos financieros y su aplicación. En ello no falló. Araquistáin continuó impertérrito su batalla contra el ministro de Hacienda y el historiador ha de reconocer que todavía no se ha dicho la última palabra sobre la operación que se centralizó en el SAE y en París. Ésta nunca se liquidó. En primer lugar, fue útil en la adquisición de pertrechos para conducir una guerra de tipo moderno. En segundo lugar, debió de constituir una posición de repliegue. Había permitido identificar y aglomerar una extensa red de agentes de la que la República no podría prescindir si las cosas iban mal. En tercer lugar, había en torno suyo numerosos intereses creados, propios y ajenos. Sin embargo, Prieto mantuvo sus dudas. En una carta a Largo Caballero del 26 de marzo de 1937 le llamó la atención sobre la abundancia de ofertas que eran «verdaderamente tentadoras en cuanto a adquisición de armas». Recaían sobre grandes cantidades de material y sobre excelentes condiciones en cuanto a las operaciones mismas. Sospechó que lo que había detrás de ello era un interés por inducir la congelación de importantes recursos financieros. Si el CNI llegaba a incluir en el embargo un segmento de las actividades en este campo, los países de la no intervención no hubieran tenido compunción alguna en bloquearlos. En este sentido podrían explicarse ciertas ofertas que procedían de fuentes un tanto inesperadas como las relacionadas con las potencias del Eje. Prieto mencionó varios ejemplos que recaían sobre grandes volúmenes de recursos: un contrato por 50 000 fusiles y cincuenta millones de cartuchos, pero no se había cumplido. Otro por millón y medio de libras esterlinas para adquirir 100 000 fusiles y cien millones de cartuchos y en la que los vendedores corrían con todos los gastos de transporte y seguro hasta Valencia. Estaban dispuestos a depositar un dólar por fusil en concepto de garantía. De ello Prieto concluía que las potencias fascistas «deben de tener alguna esperanza de conseguir la esterilización de nuestro oro[57]».
La apuesta por traspasar hacia la Unión Soviética el peso de la operación ha sido criticada desde otras perspectivas. Algunos autores se han extrañado de que la República no enviara a Moscú a algún agregado de Defensa o de que no se dotara a Pascua de personal especializado. A sensu contrario, cabría aducir que la capacidad de control sería más elevada si se la hacía recaer sobre los servicios republicanos centrales y si se confiaba más en la seguridad de las comunicaciones soviéticas que en las que utilizaba el embajador. Con todo, es evidente que por muy intensas que fuesen las premuras, destinar dos o tres militares a Moscú no hubiera debido constituir un obstáculo insalvable[58]. Subyace a tales críticas la premisa de que la Unión Soviética «podría» estrujar más y mejor a la República al no haber expertos españoles en Moscú. Quien sí la estrujó fue la flamante República polaca. En la pequeña historia de las infamias de la guerra civil, la cometida por el Gobierno de Varsovia, militarista y de derechas, no fue de las menos significativas[59]. En tales condiciones conviene subrayar que ya en el informe de Berzin, reproducido en anexo por Rybalkin en la edición española, se indicó que muchas de las armas pedidas a través de la operación en París no habían llegado a tiempo. Ello había ocasionado graves perjuicios. ¡Como para fiarse de ella!