El asesinato de Nin
EN REPETIDAS OCASIONES hemos afirmado, tanto en el primer volumen de esta trilogía como en el presente, que Orlov fue todo menos trigo limpio y que sus memorias y escritos han de leerse con muchísima cautela. Debió de ser un embustero compulsivo, atento a forjarse para la historia una imagen que no cuadra en absoluto con la realidad. Lo hizo con la salida del oro. No dijo una palabra sobre Paracuellos. En el asesinato de Nin rayó en la más auténtica desvergüenza. No dudó en inventarse «cuentos chinos» y ennegrecer el recuerdo de otros. Sin embargo, cuando escribió sus memorias[1], publicadas por voluntad suya una vez que hubiesen transcurrido veinticinco años de su fallecimiento, no pudo pensar que algunos de sus secretos, cuidadosamente guardados en los archivos de la KGB, terminarían saliendo a la luz ni que en los archivos españoles pudieran encontrarse documentos que los complementaran. El dictum de William Shakespeare con que hemos abierto esta obra es de plena aplicación a este caso.
ORLOV TIENDE UNA TRAMPA.
Sobre la desaparición del político catalán, el agente de la NKVD se limitó a afirmar en sus recuerdos que «fueron sus enemigos comunistas quienes lo raptaron de la prisión» (p. 307) y que la responsabilidad se ha atribuido a diversas personas (Erno Gerö, Vittorio Vidali, André Marty, «Stepanov», Antonov-Ovseenko) e incluso a él, esto último por parte de Jesús Hernández. Orlov, que quizá ya entonces había entrado en declive intelectual, lo explicó diciendo que los autores de libros sobre la guerra civil se habían visto guiados en su trabajo por asesores procedentes de grupos marginales españoles (sin duda pensaba en el POUM). Según él estaban más interesados en introducir sus opiniones políticas partisanas y en asignar la responsabilidad a la Unión Soviética por los desastres de la guerra que a su propia bancarrota personal como políticos (p. 311).
Esta argumentación es un tanto absurda pero induce a pensar que incluso hasta el final de sus días Orlov no traicionó al régimen soviético. Sí reconoció alguna que otra mentira: dejó escrito, por ejemplo, que los documentos que pretendían demostrar que Nin fue un espía al servicio de Franco eran falsos. Pero no identificó a los autores, echó la culpa de la desaparición sobre las anchas espaldas de los comunistas españoles y fue a su tumba sin revelar lo que sabía. Que era prácticamente todo, incluido hasta el «nimio» detalle de la falsificación documental, que se debió a él mismo.
Fue Orlov quien entrevió, como hemos señalado en el capítulo trece, la posibilidad inmediata de atribuir la culpa esencial a Nin por los «hechos de mayo» ligándolo al descubrimiento y desarticulación de la más importante red de espionaje franquista, que tuvo lugar en abril de 1937 a tenor de lo afirmado en el informe policial español del mes de octubre[2]. Se debe a Costello/Tsarev (pp. 288s, y también a Genovès, 1999) la transcripción, al menos parcial, de un telegrama que Orlov envió a Moscú el 23 de mayo de 1937 en el que detallaba la imaginativa idea que se le había ocurrido. Utilizar tal detención para «fabricar» documentos que «demostraran» que el POUM y sus líderes habían estado en contacto con Franco con el fin de provocar la revuelta de Barcelona. Así se forzaría al Gobierno republicano a tomar medidas y se desacreditaba al POUM como una organización de espionaje «germanofranquista». Esta sugerencia se proyectó sobre un trasfondo de informaciones más o menos coincidentes que subrayaban que el POUM había estado pensando en una insurrección desde tiempo atrás[3].
Correspondió a Orlov diseñar las vías operativas para asestar un golpe al POUM. Por mor de su presunta afiliación con el «traidor» Trotski y por el mero hecho de existir, el POUM atentaba, en la teoría estalinista, contra los intereses de seguridad de la Unión Soviética. Lo hacía en un teatro de operaciones «caliente», como era el español. La proclamada relación Franco-Nin se superponía, en la escena local republicana, a lo que los rectores de la política soviética divisaban a escala universal[4]. Y, naturalmente, coincidió con la preparación de la fase última del proceso contra los militares «fascistas» o «trotskistas».
Orlov ideó una operación que, salvo algún que otro detalle, fue técnicamente brillante (entienda esto el lector en los términos estrictos en que se afirma: el calificativo puede aplicarse a una actuación execrable o positiva y no es óbice para que su contenido pudiera ser criminal) aunque su explotación política ulterior resultara bastante burda. Conviene destacar esta contraposición, que la historiografía no suele abordar. Orlov no era un imbécil. Debía saber que en la URSS Molotov había solicitado públicamente la adopción de medidas contra los «saboteadores» que procuraban destruir la economía, el ejército y las instituciones. De creer sus poco fiables memorias, en febrero de 1937 se había enterado en París por un primo suyo de que en los archivos rusos se habían encontrado pruebas documentales de que Stalin había trabajado para la policía secreta del zar. Conocer esto era correr peligro de muerte. Desde entonces, afirma, esperaba que de un momento a otro se produjera un golpe de Estado protagonizado por los generales a quienes se había informado de tamaño delito de leso comunismo[5]. Es difícil que Orlov no tuviera orientadas hacia Moscú sus sensibles antenas. También es imposible que pudiera ignorar que el mariscal Tujachevsky fue detenido súbitamente el 22 de mayo. En las redes de la NKVD cayeron los más importantes jefes militares, tras el «descubrimiento» de una «conspiración» contrarrevolucionaria. Como ha ilustrado Rybalkin, Shtern recibió órdenes directas de Vorochilov de informar a los asesores y consejeros.
En este clima es imposible que en Moscú no se aceptara la sugerencia de Orlov. Éste fue uno de los platos fuertes que se mostraron a Maria Dolors Genovès. Orlov sabía perfectamente cómo avanzaba la investigación sobre la red de espionaje madrileña. Las diligencias las llevaba exclusivamente la Brigada Especial y eran conocidas del entonces subsecretario de Gobernación, Wenceslao Carrillo[6], del general Miaja y del teniente coronel Rojo, por lo que afectaban a la comunicación al enemigo de secretos militares relacionados con la defensa de Madrid. En cuanto Ortega asumió la DGS le informaron inmediatamente de la operación en curso el comisario general del Cuerpo de Investigación y Vigilancia[7] y el jefe de la Brigada Especial, Fernando Valentí, a tenor de un documento del 1 de junio que reproducimos en el apéndice. No tiene desperdicio. En él figuraron ya todas las piezas que servirían para montar la acción contra Nin.
El informe policial del 28 de octubre, que contiene tal documento, indica que, en las investigaciones,
la colaboración de los técnicos extranjeros referidos era intensísima, examinándose por los mismos con toda libertad las declaraciones y pruebas, tanto en el domicilio oficial de la embajada de su país en Madrid, como en el local que ocupaba en aquella época la Brigada Especial, en Castellana, número 19, colaboración que se estimaba inapreciable, ya que aparte de orientaciones valiosísimas, ponían a disposición de la policía aparatos fotográficos, ópticos, etc., para la reproducción y examen de documentos, de cuyos elementos podían valerse directamente los funcionarios que llevaban el servicio, sin recurrir a otras dependencias de técnica policial, de la discreción de cuyos funcionarios no podía responderse de modo absoluto, como ya existían algunos precedentes.
La cúpula republicana (Negrín, Zugazagoitia, Irujo, Ortega) y algunos de sus predecesores (¿Largo Caballero?, ¿Galarza?, ¿Prieto?), tuvieron que saber de la ayuda prestada por la NKVD. Los técnicos soviéticos facilitaron el descubrimiento de los entresijos de la red de espionaje. Pero, al hacerlo, introdujeron también las alteraciones que convenían a Orlov. Un confidente de la policía, Alberto Castilla Olavarría, participó en la falsificación de los documentos que «demostraban» la existencia de contactos sediciosos entre la organización de espionaje franco-falangista y el POUM, en particular de uno de sus dirigentes. Otro de los hombres clave de Orlov, «Juzik», es decir, Grigulevich, contribuyó también de forma inapreciable y escribió de su propia mano el documento «incriminatorio» fundamental (Costello/Tsarev, p. 291).
Mientras se fabricaban las «pruebas», los jefes militares soviéticos acusados, juzgados en secreto, fueron ejecutados al día siguiente de darse a conocer el veredicto de culpabilidad. Sólo uno se escapó suicidándose. Las detenciones de otros jefes y oficiales se multiplicaron rápidamente. Si esto pasaba con lo más granado del RKKA nadie en su sano juicio se preocuparía de cómo Orlov llevaba a cabo sus planes en la lejana España. El informe republicano del 28 de octubre, que refleja posteriormente su plasmación, se lee como una novela policíaca. Tras algunos esfuerzos se consiguió revelar un mensaje escrito con tinta simpática dirigido al «Generalísimo». Tenía una parte cifrada. Como no había en Madrid técnicos que pudieran descifrarlo, se llevó en gran secreto a Valencia. Acompañaban a los policías «dos de los técnicos extranjeros». Informaron a Ortega, recién nombrado, quien ordenó que un experto de la Subsecretaría de Defensa tratase de descifrar dicha parte en su propio despacho. Los soviéticos aconsejaron una visita al gabinete de técnicos en claves del EM, donde «actuaban varios funcionarios de la misma nacionalidad». Uno de ellos resolvió el problema. El informe continúa:
Ya en posesión del escrito íntegramente descifrado, acudieron el comisario y funcionarios repetidos a la embajada del país a que pertenecían sus colaboradores, al objeto de redactar un informe, según había ordenado el director general [Ortega], pues en la referida embajada les habían sido ofrecidos incondicionalmente los elementos precisos para ello, ofrecimiento aceptado, entre otras razones de orden afectivo, por reunir aquel lugar las condiciones de discreción y reserva indispensables en asunto de tal envergadura.
Una de las preguntas, para la que no tenemos respuesta, es si antes de que se nombrara a Ortega la DGS hubiese actuado de tal suerte. En cualquier caso fue en la embajada, o dependencia de la NKVD, que tanto da, donde otro técnico aconsejó un nuevo examen. Aceptada su sugerencia, apareció un pequeño error. En los esfuerzos previos no se había logrado descifrar el contacto de los espías franquistas. Resultó, el lector no se sorprenderá, que obedecía a un nombre que empezaba por «N» (una comodidad, cortesía de Orlov, porque cabría pensar que en el mundo real, y no de la ficción que creaba la NKVD, se hubiera utilizado algún seudónimo). En consecuencia se redactó el informe del 1 de junio, dirigido al director general de Seguridad y al ministro de la Gobernación. Fue en este momento, cabe sospechar, cuando Zugazagoitia debió tener noticia de la extensión de la conspiración y, con independencia de lo que pensara, de la participación en su descubrimiento de los «servicios especiales» soviéticos.
La reacción inmediata provino del director general de Seguridad. Ortega ordenó que se trasladaran de Madrid, a donde ya habían regresado, los funcionarios que llevaban el caso. En Valencia recibirían instrucciones[8]. Se les dio una carta para el teniente coronel Burillo, jefe superior de Policía de Barcelona, y también comunista. Decía así:
Querido camarada: tengo el honor de presentarle a los funcionarios de la plantilla de Madrid comisario Fernando Valentí y agente de tercera Jacinto Rosell, quienes llevan a ésa una misión delicadísima en la que le ruego les dé toda clase de facilidades. En el caso de que precisaran utilizar gran contingente de fuerzas, antes de denegárselas consultará Vd. conmigo. Un abrazo de su amigo y camarada.
Terminada la misión debían informar a Ortega de todas las actuaciones que hubieran llevado a cabo. Burillo ya había iniciado la redada[9]. Nin fue detenido el 16 de junio sin ninguna dificultad, en parte porque había despreciado todas las advertencias que la CNT y algún uniformado le habían hecho llegar (Genovès, DVD). De ser cierto, sería tal vez un indicio de que la operación no se blindó totalmente. Pero fue rápida. Dado que Orlov había presentado la idea a sus superiores en Moscú el 23 de mayo, antes de la llegada de Ortega a la DGS, y que su traducción a la práctica conllevaba dificultades considerables de manipulación y de encubrimiento, no puede decirse que el nexo NKVD-Brigada Especial no funcionase con fluidez. En menos de un mes la operación se llevó totalmente a cabo. Burillo sugirió que se condujera a Nin a Valencia, «en previsión de posibles desórdenes[10]». Valentí se quedó en la Ciudad Condal desde el 15 de junio al 7 de julio. Del traslado se ocupó Jacinto Rosell, acompañado de otro de los agentes de la Brigada (probablemente un tal «José Escoy», alias que utilizaba nuestro conocido Grigulevich). Llevaban consigo el oficio que se reproduce a continuación:
Tengo el honor de poner a su disposición al detenido ANDRES NIN, directivo del POUM de esta ciudad, cuya detención se ha llevado a cabo según las órdenes recibidas de V. E. Las circunstancias aconsejan alejar a este individuo de esta ciudad, por cuya causa lo envío a esa Dirección General, rogándole le retenga completamente incomunicado hasta que podamos tomarle declaración en próxima fecha. Barcelona, 16 de junio de 1937. El comisario, F. Valentí.
El pie original del oficio se borró y sobre él se escribió a máquina distinta «Iltmo. Sr. Comisario general de Investigación y Vigilancia de Madrid». La corrección la hizo Valentí por orden de Burillo. En contra de lo afirmado por ciertos historiadores, Nin ingresó en los calabozos de la Brigada Especial[11]. Ortega, desde Valencia, ordenó que se guardara reserva absoluta al efecto y que se procediera a los correspondientes interrogatorios. Los policías visitaron la prevención de Atocha, atestada de presos, y algunas dependencias de las comisarías. Ninguna ofrecía garantías de seguridad. En este punto intervino de nuevo la NKVD. «Un alto representante de los técnicos extranjeros» manifestó que el problema se resolvería recluyendo al detenido durante los dos o tres días que se emplearan en los interrogatorios en un hotelito de Alcalá de Henares que ellos ofrecían y que reunía todas las condiciones requeridas[12].
Quizá tenga interés subrayar que el comisario general ofreció algunos agentes de seguridad para proteger el edificio pero que los soviéticos lo rechazaron afirmando que la precaución era inútil y que llamaría la atención. Se llegó a un compromiso. Dos agentes de la Brigada Especial prestarían servicio permanente en el interior del hotelito. La NKVD («el técnico extranjero») se mostró dispuesta a ocuparse de la comida de ambos funcionarios y del detenido. La llevaría una persona de absoluta confianza, la única que conocería el lugar de reclusión. Agentes de la Brigada Especial hicieron el traslado a Alcalá de Henares. Orlov se había salido con la suya.
INTERROGATORIO Y MUERTE DE NIN.
Nin fue interrogado el 18 de junio de madrugada, dos veces el 19 y una última vez el 21 de junio. Según el informe policial del 28 de septiembre fue Rosell el responsable. No hay mención de la presencia de «técnicos extranjeros» pero sería altamente inverosímil que no hubiesen asistido. La Brigada Especial, se recordó por escrito, quería imprimir la máxima celeridad para acortar en lo posible el tiempo que Nin permaneciera fuera de la prevención oficial.
Ahora bien, el preso negó de forma enérgica las acusaciones. Desde el primer momento Nin señaló que «esto es una maquinación urdida por enemigos políticos, que muy bien pudiera ser el PC». Sobre la participación del POUM en los «hechos de Barcelona» afirmó que «como consideraban justa la reacción de la clase trabajadora, se solidarizaron con ella con el fin de darle objetivos concretos y limitados». Hasta el final Nin repitió que «nada tiene que ver con el asunto de espionaje que se le imputa».
Orlov quizá pensara en la posibilidad de reproducir en España la lógica que se practicaba en Moscú y que ha ilustrado Chinsky (pp. 82ss). Las actas del interrogatorio habían empezado a desempeñar el papel central en la maquinaria del terror que desde septiembre de 1936 presidía Yezhov. Fueron una innovación con respecto a la práctica que se había seguido hasta entonces. Uno de sus hombres en España tan dedicado a la represión y a la eliminación de presuntos enemigos de la URSS como era Orlov no podía ignorarlo. Las actas cubrían ante toda eventualidad. En la lógica perversa del terror estalinista-yezhovista, el que Nin no declarara ser culpable de los delitos que se le imputaban se volvía contra él.
El plan de Orlov fracasó. No hubo confesión. La tortura no se menciona, lógicamente, en ninguno de los documentos consultados[13]. No sabemos si fue en tal situación cuando Orlov decidió tomar medidas más drásticas o si la liquidación física estaba programada desde el primer momento. Es un tema no baladí. Payne (p. 293) indica que la orden de asesinato la firmó el propio Stalin y que se conserva en los archivos de la KGB. Es verosímil que figure en ellos, si efectivamente la firmó. Ello no obstante el distinguido historiador norteamericano, en su afán de presentar una imagen lo más negativa posible de una República sometida a incesantes manipulaciones soviéticas[14], pasa por alto dos detalles no insignificantes. El primero es que está totalmente documentada la participación inmediata y personal de Stalin en las purgas. Con frecuencia revisaba las listas de los destinados a la ejecución. Su memoria está lo suficientemente ennegrecida, con razón, y no lo sería mucho más por ligarle tan directamente al asesinato de Nin[15]. El segundo es que también aquel cruzado de la Cristiandad que fue el general Franco hacía lo propio, y sistemáticamente, en el Cuartel General.
A manera de apostilla digamos que no es inhabitual que los máximos líderes políticos, incluso en países democráticos, autoricen asesinatos selectivos. La prensa se ha hecho eco con frecuencia del caso israelí. Tampoco cabe olvidar los intentos, sancionados por las autoridades norteamericanas, contra Fidel Castro, que llevaron a promulgar una legislación especial (un timbre de honor de la gran democracia estadounidense) que prohibía tal tipo de actuaciones[16].
Nikandrov afirma que la decisión de asesinar a Nin se tomó después de los interrogatorios ya que en un principio Orlov no la había previsto. La República, claro está, no era la Unión Soviética. Es posible que Orlov pensara que si Nin seguía con vida, tras negarse a firmar su culpabilidad, la actividad de la NKVD se vería comprometida. Su liquidación física permitía presentar su desaparición como una huida ayudada por sus «compinches fascistas». Otra alternativa es que quizá Nin quedó tan maltrecho que su asesinato era la única salida. Existen discusiones sobre la fecha en que tuvo lugar. Según algunos autores fue hacia mitad de julio. De los documentos conservados en la Causa General y en AFPI se deduce, sin embargo, que el asesinato se produjo mucho antes.
Dos de los vigilantes del chalet (Juan Bautista Carmona Delgado y Santiago González Fernández[17]) declararon que el intento de «liberación» ocurrió en la noche del 22 de junio[18]. Las afirmaciones fueron concordantes. Entre las 9.30 y las diez de la noche, dijo González, se presentó en medio de una tormenta un grupo de unos diez individuos armados de fusiles y otros dos con uniformes de capitán y teniente, carentes de emblemas. El segundo era rubio y con marcado aspecto extranjero. Presentaron documentos firmados por Miaja y el comisario general en los que se ordenaba la entrega del detenido. Los «asaltantes» dominaron al guardián rápidamente tras un forcejeo y le encerraron en una habitación a la que también llevaron a Carmona. Ambos oyeron cómo el «capitán» se dirigía a Nin llamándole «camarada» y se lo llevaban en un coche que partió velozmente[19]. Pudieron cortar sus ligaduras y avisaron a la Brigada. Varios agentes de la misma[20] acudieron con toda urgencia al mando de Ucedo. Registraron el chalet y, ¡bondad de las bondades!, encontraron fuera de él una cartera que probablemente se le había caído a uno de los agresores. Contenía, ¡suerte de las suertes!, documentación a nombre de un alemán y escrita en este idioma, insignias fascistas, billetes de banco franquistas y fotografías de personas con uniformes extranjeros. Más o menos lo que Orlov dijo a Negrín[21].
No es, pues, necesario ser demasiado imaginativo para pensar que al político catalán le asesinaron con toda probabilidad en la noche del 22 de junio. Fijar la fecha es muy importante. Ese mismo día la prensa dio a conocer que entre los detenidos en conexión con la red de espionaje figuraban personalidades del POUM, entre ellas Nin (Solano, p. 58). El 24 de junio se anunció que la policía había dado por terminados sus trabajos acerca de los implicados en el POUM por tal delito.
Según un informe que se mostró en Moscú a Maria Dolors Genovès (y que también reproducen Costello/Tsarev, p. 292) en el entierro de Nin en un descampado participaron Orlov («Schwed»), Grigulevich («Juzik»), dos españoles no identificados[22], el chófer de un tal «Pierre» y una sexta persona oculta tras el seudónimo de «Bom». Tradicionalmente se afirma que «Pierre» era el alias de Gerö (que lo tenía en la IC). Pero en la NKVD «Pierre» era uno de los seudónimos de Naum Isakovich Eitingon (Leonid A.), también conocido como coronel (o general) Kotov, uno de los lugartenientes de Orlov (Sudoplatov, p. 31[23]). «Bom» era un comunista alemán de poca monta y cuya identidad precisa revelará Volodarsky. Nikandrov afirma que los asesinos fueron, ¡cómo no!, los españoles. Uno de los policías de la Brigada Especial, Javier Jiménez Martín, presentó posteriormente a «Escoy» como el cerebro de la operación (Genovès, DVD). Esto es absurdo. Quien controlaba era Orlov. El informe del 28 de octubre señala que inmediatamente de ocurrido el «rapto», Vázquez Baldominos trató por todos los medios de «ponerse al habla con los técnicos extranjeros que habían colaborado con la policía de Madrid, sin lograrlo».
Hasta aquí la reconstrucción de los hechos, tal y como hemos podido hacer combinando documentos que encajan entre sí como las piezas de un puzle. Con ello creemos haber resuelto muchos de los interrogantes que subsistían hasta el momento.
LA CUESTIÓN DE LAS RESPONSABILIDADES.
El conocimiento exacto de lo ocurrido quedó confinado a pocas personas, fuera del pequeño círculo mencionado. En su informe a la IC del 18 de junio «Stepanov» afirmó que
cada día se añaden más y más documentos nuevos, nuevas pruebas y nuevos hechos que demuestran inequívocamente que la organización trotskista en España, el POUM, es la filial del aparato de espionaje del EM de Franco, la organización de los agentes de la Gestapo y de Mussolini, la organización en cuyas filas forman también parte los agentes del servicio de inteligencia inglés y de la seguridad francesa.
El lector perdonará que sometamos su inteligencia a tal insulto. No parece que «Stepanov» fuera un analista sutil y podría tener muy presente lo que solía acontecer a quienes discrepaban de la línea oficial, o de la NKVD. A él no le cogerían en tal fallo. Así que, continuó:
Esta organización trotskista-poumista continúa manteniendo regularmente una apretada relación, por medios escritos y personal, con Trotski. No hace mucho, los documentos hallados y el descubrimiento de la organización de espionaje de Franco así como los papeles que hablan de la preparación de un nuevo putsch demuestran que los dirigentes trotskistas actúan personalmente en la organización del espionaje y ocupan puestos de responsabilidad en este sector.
Es decir, «alguien» había filtrado a «Stepanov» noticias sobre los «documentos» antes de que empezaran los interrogatorios de Nin. «Stepanov» aludió, no sabemos con qué fundamento, a una de las previas reuniones del Consejo de Ministros en la que Giral había planteado el tema de los anarquistas y reprochado a Zugazagoitia que los tratase con excesivo comedimiento, exigiendo que se tomaran inmediatamente medidas contra los agentes de Franco. Prieto y Aiguadé habrían expresado su asombro y protestado contra la lentitud en contra de los dirigentes poumistas encarcelados[24]. El Gobierno, ya con «pruebas» en la mano, decidió ampliar las redadas. Pero aún así el inquisidor de la IC proclamó alto y claro que tales medidas, «necesarias y elementales», eran insuficientes.
Ésta era la atmósfera en la que un cuasi exterminador, como calificamos a Orlov en el primer volumen de esta trilogía, podía convertirse con toda facilidad en exterminador puro y duro. Las «pruebas» preparadas le sirvieron de escudo y, según Nikandrov, alejó de España a «Grig» y a otros participantes. Antes de ello el primero se relajó como intérprete de Koltsov en el congreso de intelectuales antifascistas que tuvo lugar en Valencia. En septiembre pasó sus vacaciones, junto a algunos de sus compañeros de delito, en los balnearios del Mar Negro que controlaba la NKVD. Sin duda sus superiores quedaron satisfechos de su contribución al caso Nin porque su sucesiva misión le llevó a la cúspide de una de las operaciones sucias de la época: la eliminación de Trotski.
Zugazagoitia y Negrín se toparon con muchas sospechas pero que estaban cuidadosamente amuralladas. Es obvio que supieron que los «servicios especiales» soviéticos habían rondado a Nin[25]. Como consecuencia de la necesidad de dar una respuesta a las apremiantes instrucciones la policía republicana preparó algunos informes reservados que les entretuvieron durante algunas semanas, cuando en el extranjero arreciaban las muestras de solidaridad con y de preocupación por Nin. Sólo el 24 de julio, cuando ya estaba en posesión de todos los datos, según afirmó, el comisario general Vázquez Baldominos
solicitó autorización del Excmo. Sr. Ministro de la Gobernación para informarle personalmente en Valencia de lo ocurrido, autorización que le fue concedida en el acto. El día 25 informó ampliamente al Sr. Ministro, entregándole el informe reservado[26] y recibiendo instrucciones que fueron cumplidas estrictamente por la policía de Madrid, la que en este asunto como en todos los servicios realizados a través de su actuación ha procurado cumplir con su deber, siempre de acuerdo con las orientaciones recibidas de las Autoridades superiores.
La máquina judicial había empezado a funcionar en junio. Se nombró juez especial a Miguel Moreno Laguía. Como fiscal actuó Gregorio Peces-Barba del Brío, de la Audiencia de Madrid. Ambos tenían jurisdicción sobre toda España. Lo primero que hicieron fue llamar a declarar a Vázquez Baldominos, a varios agentes de la Brigada Especial y a los guardianes del chalet. El día de San Miguel (29 de septiembre), Peces-Barba solicitó la detención del jefe de la Brigada, de Vázquez Baldominos y de varios agentes, que fue realizada por carabineros. Al parecer, Ortega se interesó por su libertad, sin el menor éxito[27]. Parte del amplio sumario preparado se encuentra hoy en la documentación de la Causa General. Naturalmente, no todas las deposiciones tenían que ser falsas. Un funcionario del gabinete de cifra del EM del Ministerio de la Guerra, Carmelo Estrada Manchón, testificó que el mensaje en clave «intervenido» al espionaje franquista respondía a un cifrado que había dejado de usarse en abril[28]. El fiscal de la República, en un escrito del 29 de julio, se hizo eco del «posible secuestro y desaparición» de Nin[29]. Había circunstancias sospechosas: que su nombre no figurase en la relación de detenidos en Barcelona y trasladados a Madrid. El nuevo director general de Seguridad, Gabriel Morón, declaró el 14 de agosto que había cumplido todas las órdenes de la Superioridad para esclarecer los hechos y que «todas las diligencias han resultado hasta ahora infructuosas[30]». Mayor peso cabe atribuir a las declaraciones de Zugazagoitia, quien abordó en primer lugar las responsabilidades del POUM en los «hechos de mayo».
El ministro recordó que no necesitaban conjeturarse «por cuanto el propio órgano de expresión pública, La Batalla, en editoriales y sueltos afirmó que el POUM se encargó de encuadrar el acto insurreccional, motivo por el cual el aludido periódico fue suspendido y enviado al fiscal …». Los dirigentes poumistas habían por lo demás indicado que «su intervención la determinó la necesidad de recoger un movimiento que carecía de dirección y amenazaba con producir mayores daños que los que había ocasionado». Zugazagoitia declaró que desde el primer momento se había interesado no sólo por dar con el paradero del desaparecido sino por recuperarlo vivo. «Las gestiones encaminadas en cumplimiento de mi orden no dan resultados, pero se me transmite con reiteración [en la copia consultada dice reintegración] la seguridad de que nada irreparable ha sucedido a Nin y la confianza de que acabará por aparecer». Tras un cambio en el equipo investigador, los agentes incorporados al caso informaron al ministro en los mismos términos. Uno de ellos comunicó que «en sus gestiones han sido ayudados por hombres del Partido Comunista quien ha debido producir… órdenes concretas para que los agentes de referencia sean ayudados en su trabajo por todos los militantes de la referida organización, tanto militares como civiles[31]».
Los informes españoles que hemos utilizado en este capítulo muestran con qué alto grado de maligna profesionalidad Orlov condujo la operación. Que en la policía tenía agentes que le eran fieles es indudable. ¿Qué se supo oficialmente en el Gobierno? Pues que los documentos encajaban entre sí como las piezas del mecanismo de un reloj suizo. Identificaban cómo había llegado Nin a Alcalá y dónde había estado retenido. La argucia del «rapto» podía, incluso, no parecer falsa. Había declaraciones sobre el asalto. Que las «pruebas» eran burdas parecía evidente. Pero ¿dónde estaba Nin[32]? Los rumores eran múltiples y oscilaban desde el asesinato puro y simple a su huida al extranjero. Si el informe de la NKVD utilizado por Genovès, Costello y Tsarev merece credibilidad es evidente que su triste fin fue conocido sólo por ciertos agentes de suma confianza y por dos españoles todavía no identificados. ¿Sobrevivirían? Es obvio que Negrín desconfió. En sus apuntes reveló que la sustitución de Ortega se debió a su creencia de que
no podía dirigir las investigaciones el miembro de un partido que, con o sin razón, era acusado de ser causante de la desaparición de D. Andrés Nin, máxime tratándose de una organización política que exige y logra de sus miembros una sumisión que les coloca al margen de otros compromisos y lealtades.
Negrín también rebatió las afirmaciones del sucesor de Ortega, Gabriel Morón, en el sentido de que tanto él, Zugazagoitia e Irujo, amén de las autoridades judiciales, conocían lo ocurrido, uno de los puntales de los argumentos de Bolloten (pp. 780s). Tras encomiar la fogosidad y bravura de Morón y el que hubiera comenzado a sanear los cuerpos de seguridad, Negrín presentó una versión diferente para explicar la dimisión. No se trató de un acto de desesperación ante la incapacidad del nuevo DGS por encontrar la verdad o por sentirse desamparado en sus pesquisas[33]. El Gobierno no toleró que Morón se saltara a la torera sus atribuciones ejecutivas y pusiera en libertad a los funcionarios de policía detenidos, dando lugar así a una interferencia directa de la autoridad gubernativa con la judicial. Según Peces-Barba, «las sospechas sumariales se dirigían a la Brigada Especial» y los investigadores judiciales estaban convencidos «de la imposibilidad de hallar con vida a Andrés Nin». Nunca encontraron «ningún indicio que nos hiciera sospechar que Nin hubiera salido de España».
Está por determinar hasta qué punto y quiénes fueron los dirigentes del PCE que supieron lo que había pasado. Jesús Hernández, en sus memorias, afirma que informó a José Díaz, a quien repugnó el tema, y que Orlov había hablado con Pasionaria y Checa (pp. 135141). No es el suyo un testimonio demasiado fiable, aunque probablemente supiera más de lo que escribió. Vidarte (p. 751) recogió una conversación con Uribe en el que éste le habría dicho: «Rechazo enérgicamente que los comunistas españoles tengamos nada que ver en estas cosas. Si, como tú dices, ha sido Orlov, de la policía especial de Stalin, ni nosotros, ni Togliatti, ni Codovilla podemos hacer absolutamente nada». Lo que sí está claro es que el PCE echó sobre Nin toda su bilis, que no fue poca. Sus periódicos contienen interminables rosarios de calumnias. El propio Uribe no arrojó mucha claridad en sus memorias, no publicadas[34]. En ellas afirmó:
El primer gran lío en el nuevo Gobierno y que fue objeto de varias deliberaciones fue en relación con la desaparición de Nin. El encargado de promoverlo fue el nuevo ministro de Justicia Irujo, maestro en trucos leguyescos. No hacía más que darle vueltas a la ley, como si pudiese existir otra en aquellas circunstancias que la defensa de la República (sic). A falta de otra ocupación mayor, defender a la República como ministro de Justicia, se había ocupado de realizar por su cuenta una minuciosa investigación y pedía a voz en grito que se esclareciese totalmente la verdad, con lo que manifestábamos nuestra conformidad.
De aquí se deduce que el tema fue objeto de debate. También que los ministros comunistas no se opusieron. En ambos extremos coinciden los recuerdos de Negrín. Obsérvese el énfasis puesto en la defensa de la República, como si esta circunstancia pudiera explicar y justificar todo.
Uribe arremetió contra su excompañero de Gobierno al indicar:
No será necesario insistir en el hecho de que toda la investigación de Irujo y sus destemplanzas abogadiles tenían un sentido determinado y esgrimía con gran aparato los telegramas y cartas de las más diversas partes del extranjero, sobre todo de socialdemócratas, que si se mostraban poco diligentes en defender a la República y en denunciar los crímenes del fascismo español que les eran perfectamente conocidos, en cambio dieron pruebas de gran actividad en torno a la suerte corrida por el facineroso Nin.
De estas tres extraordinarias aseveraciones las únicas ciertas eran las segundas. En las democracias, que habían abandonado la República a su suerte, es decir, a la derrota ante Franco y las potencias fascistas, diversas fuerzas políticas, generalmente en la izquierda, se retorcían las manos ante lo que ocurría en la zona republicana. Uribe recordó que
en esta cuestión Prieto entonces no abrió la boca. Los otros ministros tampoco se manifestaron, excepto Zugazagoitia, que se lamentaba que aún no tenía en sus manos los resortes del Ministerio. Negrín estuvo correcto[35].
Y todo, ¿para qué? El PCE se había autoconvertido, en la euforia de la sustitución de Largo Caballero, de la autoeliminación de la CNT como factor gubernamental y de la ocupación de puestos de gran responsabilidad para garantizar la seguridad de la República, en un partido que se veía a sí mismo como la columna vertebral de la resistencia. En la opinión de sus dirigentes, sólo los comunistas podían inyectar la dosis necesaria de hierro y de acero que exigían el Ejército Popular y los organismos de seguridad del Estado. «Stepanov» se situaba en esta línea:
El hecho de que el puesto de director general de Seguridad y el del jefe de todas las fuerzas policiales, responsable del orden público en Cataluña, se hayan traspasado a miembros del PCE es un síntoma y una garantía de la voluntad del Gobierno, que expresa la voluntad del pueblo, de que el orden público se mantendrá, a pesar de las mil y una dificultades y de los intentos del enemigo de provocar preocupaciones y desórdenes.
De creer a «Stepanov», los comunistas no ansiaban, sin embargo, copar puestos así porque sí.
Tan pronto como se formó el nuevo Gobierno los dirigentes del PSOE se enredaron en una pugna por obtener puestos en el aparato gubernamental. Los comités centrales y provinciales de comunicación entre los partidos socialista y comunista aumentaron su actividad. Todas las exigencias y todas las incomprensiones se resolvían en esos comités. Nuestro partido procuró con todas sus fuerzas evitar cualquier tipo de conflictos con el PSOE… pero a medida que los apetitos socialistas… resultaron satisfechos, disminuyó el amor hacia la unidad.
Manuel Cordero, en carta al CC del PCE, se solidarizó con las protestas ante las críticas a la gestión de Largo Caballero. Pidió que se suspendieran. Los comunistas la mostraron a Negrín y Prieto quienes, con cierta retranca, al parecer se indignaron y dijeron que muchos de sus propios compañeros (Vidarte, Lamoneda) no obrarían a favor de la unidad entre ambos partidos. Con ello una de las ambiciones del PCE no se vio satisfecha[36]. Prieto y Negrín, por el contrario, laboraron a favor de la autonomía socialista, si bien ello no impidió que al año siguiente, tras la crisis de abril, sus relaciones se deterioraran estrepitosamente.
El asesinato de Nin fue, indudablemente, un crimen. La responsabilidad inmediata del mismo recae sobre Orlov. Sin los «hechos de mayo» tal vez la pugna contra el POUM, considerado como la vertiente española del enemigo trotskista, hubiera seguido dilucidándose por vías esencialmente políticas o de contención legal. El movimiento insurreccional provocado por la CNT, pero que retóricamente abanderó también el POUM con sus proclamaciones contra la República del Frente Popular y contra la Unión Soviética, amén de su apelación a la «revolución continua», hacían de él un adversario «objetivo», como tanto gustaba de afirmarse[37]. Nada de ello justifica en modo alguno el crimen. La prueba es que al año siguiente la propia Justicia republicana no condenó a los compañeros de Nin a la pena capital. Sí explica que sobre el POUM se abatiera la represión.
En condiciones normales, a Nin probablemente no se le habría impuesto sino una condena de prisión. Orlov fue mucho más allá y el Gobierno hubo de aguantarse porque el cadáver de Nin —éste fue sin duda el juicio de valor implícito— no podía echarse en la balanza de forma tal que se tensionaran las relaciones con la Unión Soviética. Las apelaciones a Stalin eran en aquella época angustiosas, como documentaremos en el tercer volumen de esta trilogía. En vista de la retracción, cuando no hostilidad, de Francia y el Reino Unido, amén del embargo legal norteamericano, era la URSS la única baza de que disponía la República para sostener la guerra. Y si la guerra se perdía, todos los ensueños, revolucionarios o no, se irían al garete.
Las dos cuestiones centrales son las siguientes: ¿Obró el Gobierno más o menos correctamente? Y, sobre todo, ¿qué alternativas útiles y operativas tenía? Todos aquéllos que condenan a Negrín y al Gobierno republicano, y son numerosos, no suelen reflexionar sobre los problemas morales y éticos que surgen en una guerra ni tampoco en el ejemplo de aquellos paladines de la democracia que fueron Winston Churchill, Anthony Eden y Harold MacMillan. En las postrimerías de la segunda guerra mundial, cuando lo que estaba en juego era mantener la alianza antihitleriana y preparar un futuro de cooperación con la URSS, no tuvieron la menor duda en promover la repatriación de millares de prisioneros soviéticos, e incluso el envío de muchos no soviéticos, aunque supusiera encaminarles hacia una muerte segura[38].
Es indudable que Negrín, Zugazagoitia y otros altos cargos sospecharon que Nin no había sobrevivido al contacto con los «técnicos extranjeros». ¿Qué hacer? ¿Desafiar a Stalin? Ni siquiera Franco, que había tenido sus más y sus menos con Faupel o con Sperrle fue tan burdo. Negrín, con buen tino, lo más probable es que tratara de salvar a los demás miembros del POUM, en lo cual encontraría sin duda el apoyo de Irujo. Ésta es una mera hipótesis, pero explica que la Justicia republicana fuera haciendo su trabajo sin que hubiera más interferencias en su funcionamiento, tampoco por parte de la NKVD, a pesar de que Orlov ascendió y aún continuó en su puesto durante algunos meses (hasta que le amenazó el tiro en la nuca que había propiciado para tantos otros). Tal vez alguien que bucee en los papeles de Irujo pueda apuntalar o echar por tierra tal hipótesis. Como «Paracuellos», el desbordamiento que condujo al «caso Nin» fue un acontecimiento no repetido. A ambos les une indisolublemente la siniestra labor de Orlov.
Por lo demás, en junio y julio de 1937 el nuevo Gobierno Negrín tenía otras preocupaciones imperativas. Entre ellas figuraban temas de no pequeña magnitud: por ejemplo, cómo contener las acometidas de Franco tras la caída de Bilbao, cómo lidiar con un entorno internacional que poco a poco iba cerrándose en contra de la República, cómo conseguir nuevos suministros soviéticos. Son temas, entre otros, que abordaremos en la continuación de esta obra destinada a explorar la interacción de los factores que terminaron asfixiándola.