El haraquiri de Largo Caballero
EL DRAMATISMO DE LOS «hechos de mayo» se acrecienta cuando se consideran sus consecuencias. Tradicionalmente se las ha ligado a la remoción de Largo Caballero de la presidencia del Gobierno. Franquistas, antirrepublicanos, conservadores y anticomunistas han visto en ella una de sus consecuencias ineludibles. A mi entender, la cadena de causación no fue tan simple. El comportamiento de Largo Caballero en la crisis barcelonesa no debió granjearle mucha simpatía por el lado de Azaña. Tampoco pudo contribuir a realzar su imagen con Prieto. Encrespó más aún la crisis larvada en el seno del Gobierno. Nada de ello hubiera sido en sí suficiente para que Largo Caballero saliera del mismo. Fueron condiciones necesarias. Es imprescindible abordar ahora desde el interior una de las crisis más profundas que sacudieron la España republicana pero cuyos efectos, paradójicamente, contribuyeron a fortalecer la voluntad y capacidad de resistencia en una guerra que la República ya tenía, como tal, prácticamente perdida.
MANIOBRAS POLÍTICAS EN VALENCIA.
Cuando «Stepanov» envió a Moscú su segundo informe, el 11 de mayo, los sucesos de Barcelona habían empezado a conmocionar la escena política. Cuatro días antes, nada más llegar Azaña a Valencia Giral le visitó para cumplimentarle y darle novedades. Sin duda ansiaba comentarle cómo se veía la situación desde la sede del Gobierno. Su mensaje fue claro y directo: los partidos de obediencia estrictamente republicana, los socialistas y los comunistas estaban persuadidos de que la situación no podía prolongarse. Según consignó el presidente de la República,
los comunistas estaban decididos a darle la batalla a Largo en el primer consejo que se celebrase. No estaban conformes con la política de Guerra ni con la política de Orden público. No querían que Largo continuase con la Presidencia y con la cartera de Guerra. No podían soportar más tiempo que Largo hiciera y deshiciera a su antojo sin dar cuenta al Gobierno. Cuando algún ministro preguntaba por los asuntos de Guerra y pedía noticias, Caballero contestaba: Se enterará usted por los periódicos. Tampoco contaba para nada con el CSG, que apenas se reunía (Azaña, 1978, p. 42).
Este tipo de percepciones muy precisas no ha calado demasiado en cierta literatura a pesar de que, en su calidad de ministro sin cartera, Giral podía aportar un testimonio precioso. En lo que dijo a Azaña de los comunistas los tiros se dirigían contra la forma en que Largo Caballero ejercía sus responsabilidades como ministro de la Guerra[1]. Pero la información de Giral iba más allá, en un sentido conocido si bien a veces olvidado. Su reproducción in extenso es necesaria en este punto de nuestra argumentación:
Los republicanos, socialistas y comunistas formaban una piña que facilitaría cualquier solución pero que, al menos los republicanos, no querían lanzarse a nada que pudiese colocarme en una situación difícil o sin salida. Aunque Giral no se explicó más, comprendí que las conversaciones entre los tres partidos estaban muy adelantadas. Sí, me dijo que en el próximo Consejo los comunistas tomarían la iniciativa pidiendo una rectificación de política y, de no obtenerla, se retirarían del Gobierno. Los socialistas y los republicanos los apoyarían en su demanda. Vinieron por los socialistas Cordero y Vidarte. Por los comunistas Díaz y La Pasionaria. En el fondo, todos dijeron lo mismo: ineptitud de Largo, desorden público, entrega de Largo a la CNT, influencia perniciosa del cortejo personal de Largo, falta de autoridad, de iniciativa, etc., etc. Transigirían con que Largo presidiera un nuevo Gobierno, pero no con que continuase en el Ministerio de la Guerra.
En una palabra, poco después de llegar a Valencia Azaña pudo comprobar de la boca de dos destacados dirigentes comunistas, apoyados por los demás partidos, que lo que estaba en juego era la idoneidad misma del presidente del Gobierno para abordar ciertos campos de actuación política, en particular el de Guerra. Salvo que se demuestre lo contrario, en este punto crucial para un régimen que luchaba por su supervivencia con las armas en la mano, no parece que hubiese discrepancias. Sin embargo, en la siguiente reunión del Consejo, según escribió Azaña, no ocurrió nada. Largo Caballero planteó el caso de Miaja a manera de información y los comunistas indicaron que si había motivos para el relevo no se opondrían. A «Stepanov», sin embargo, las noticias que le llegaron fueron diferentes: las posiciones estuvieron muy divididas. A un lado se ubicaron Largo Caballero y Galarza y los cuatro ministros anarquistas. Al otro los dos ministros comunistas, a quienes se unieron Álvarez del Vayo, Giral, Irujo y Negrín. Prieto permaneció en silencio.
«Stepanov» se hizo eco de que Azaña había sostenido conversaciones con numerosos políticos y, entre ellos, con Negrín. También informó a la IC de que un grupo de socialistas se había entrevistado con miembros del CC del PCE. Dijeron a éstos que estaban pergeñando el esquema de un futuro Gobierno, sin Largo Caballero. Contaban incluso con un borrador (susceptible de experimentar cambios, como todos los borradores). Según manifestaron, los partidos estrictamente republicanos lo aceptaban. Este borrador preveía que Negrín fuese presidente del Gobierno y ministro de Hacienda. Los socialistas habían avanzado en la asignación de varias carteras, aunque no de todas. Así, por ejemplo, Álvarez del Vayo seguiría en Estado, Prieto iría como ministro de Defensa Nacional (reuniendo los dos ministerios hasta entonces separados), Hernández pasaría a Gobernación[2], Uribe continuaría en Agricultura, Pascual Tomás sería el futuro ministro de Industria, Comercio y Trabajo y Giral el de Instrucción Pública. Tres carteras irían a parar a la CNT (García Oliver, Montseny y Peiró) y otra a los republicanos. Habría, por último, dos ministros sin cartera: uno vasco y otro catalán[3]. Azaña no dejó ninguna constancia de este proyecto (quizá no lo supiera) y no cabe descartar que «Stepanov» no diera en la diana[4].
Si tal información era cierta[5], su importancia sería doble: en primer lugar, demostraría que el sector centrista o moderado del PSOE había empezado a moverse y que lo hacía autónomamente. Había establecido contacto con los partidos republicanos y luego lo hizo con los comunistas. En segundo lugar, «Stepanov» situó claramente en una parte del PSOE, probablemente su Comisión Ejecutiva, la idea de aupar a Negrín a la presidencia del Gobierno[6]. «Stepanov» no sólo había estado incomunicado con Moscú a causa de su enfermedad. Por este segundo informe se sabe, ya que lo explicó en tono un tanto lacrimoso y como de queja, que tampoco recibía instrucciones de Moscú, ni por despachos ni por telegramas. Es obvio que estaba preocupado (¿o tendría miedo?):
¿Por qué no escribís algo? Me gustaría recibir aunque sólo fuese unas cuantas palabras… Personalmente estoy muy interesado en vuestras opiniones con respecto a la información que he enviado. A lo mejor lo que mando no encuentra vuestra aprobación. Tal vez tengáis algo que comentar o aconsejarme (sic) sobre los temas en torno a los cuales he estado escribiendo. En cualquier caso, preferiría recibir ahora vuestros comentarios, críticas, reproches, etc., para poder mostraros lo capaz que soy de mejorar, caso necesario…
Es decir, a diferencia de las tesis de Bolloten y seguidores, da la impresión de que Moscú permanecía mudo, en el silencio de la esfinge, mientras en España se dilucidaba la lucha política. Y ésta se llevaba a cabo, como reconoció «Stepanov» el 18 de junio de 1937, en un ambiente en el que la Comisión Ejecutiva del PSOE y el Politburó del CC del PCE «mantenían diariamente contactos continuos. Los dirigentes del PSOE acudían con frecuencia al CC tanto para informarse como para acordar unidad de acciones» (Komintern, doc. 50). Son, con todo, las fuentes republicanas las que arrojan luz sobre lo que estaba en juego y los movimientos de los distintos actores. La historia es conocida: reunión del Consejo de Ministros, muy tormentosa, el 13 de mayo, con acusaciones mutuas de inusitada dureza; petición de los ministros comunistas de que se acordase la disolución del POUM, sin duda porque llevaban bregando por ella desde hacía meses; salida de los mismos que vieron en los «hechos de Barcelona» una oportunidad dorada para conseguirla; intervención de Prieto anunciando a Largo Caballero que debía informar al presidente de la República de la ruptura de la coalición gubernamental; presentación de su dimisión a éste. Azaña, sin embargo, no se la aceptó. En su opinión se trataba de una finta. Después se celebraron consultas entre el presidente del Gobierno y la Comisión Ejecutiva del PSOE[7].
Esta última visitó a Prieto, quien les dio noticias. Según les dijo, la idea de Largo Caballero era crear un gobierno sindical, integrado en casi su totalidad por ministros de la UGT y de la CNT[8]. (Esto quizá explicase su deseo de evitar una confrontación con la dirección nacional anarcosindicalista). A él, Prieto, se le reservaba la cartera de Agricultura. Sin duda, se trataba de una humillación. Prieto se apresuró a señalar que era imposible que Azaña aceptase un gabinete en el cual se hubieran eliminado a los republicanos y a los comunistas. Poco después, Giral se entrevistó con los socialistas y les dijo que no era posible continuar sin Gobierno. Si el PSOE no suscitaba la crisis, la plantearía él. A tenor de Vidarte, la Ejecutiva deliberó de nuevo con Prieto y le informó que sugerirían al presidente de la República que fuera él quien formase Gobierno. Prieto se negó y propuso el nombre de Negrín.
Al día siguiente, 14 de mayo, Azaña llamó al presidente del Gobierno. Había hablado con Giral quien le había confirmado lo que Largo Caballero había dicho: suscitar la cuestión de confianza era un auténtico crimen. El líder ugetista se justificó: tenía sobre la mesa la inminente ofensiva en Extremadura, las gestiones para la retirada de las tropas italianas y alemanas[9] y la posibilidad de un levantamiento en Marruecos[10]. Nada de ello era convincente. Tenía razón. Subrayemos nosotros que el presidente del Gobierno había dejado que un par de aficionados se adentraran en el terreno minado de contactos supersecretos con las potencias del Eje y que afectaban a la vecina Francia, estos últimos a su vez en manos de un advenedizo como Baraíbar. En cuanto a la famosa ofensiva de Extremadura la valoración de Largo Caballero era errónea. El mismo día Prieto, con todo respeto, le informó que, conforme se había convenido en una reunión del CSG, se había trasladado a Murcia para estudiar en unión de Hidalgo de Cisneros e Irujo con el general «Douglas» (Shmuskevich) las posibilidades de apoyar la resistencia en Vizcaya. Los franceses se habían plegado a impedir que aviones republicanos sobrevolasen su territorio. Por ello se había considerado la forma de acortar las distancias que debieran salvarse sobrevolando la zona franquista. Se llegó a la conclusión de que si se improvisaba un aeródromo de salida en Torrelaguna (Madrid) y un campo de aterrizaje en Reinosa o Arija, los sobrevuelos se recortarían unos 200 km. La primera expedición de aviones de caza se había previsto para el 15 de mayo.
Hubo dificultades. En el mismo día «Douglas» e Hidalgo de Cisneros comunicaron a Prieto que el EM había dispuesto utilizar los aviones en otra operación, la de Extremadura, cuando lo que se había proyectado era enviar al norte entre 18 y 20 aviones de caza y 10 o 12 de bombarderos, fuerzas que se estimaban mínimas para contener la avalancha de la aviación franquista. El EM francés había hecho saber que, según sus cálculos, se necesitarían unos 60 aparatos. Llegaron muchos menos de los previstos (Saiz Cidoncha, pp. 464s). Prieto no dejó lugar a dudas en cuanto a su opinión: «por encima de cuanto se pueda ahora idear respecto a la guerra de España, está la salvación de Bilbao, la cual no puede lograrse si no es a base de aviación; y que cualesquiera otras operaciones, aunque llegaran a ser coronadas por el más completo éxito, no nos bastarían para compensar de la catástrofe que supondría la pérdida de Bilbao» (AFIP: Correspondencia. Largo[11]).
Prieto y Giral dieron más detalles a Azaña. En la reunión del Consejo se habían intercambiado insultos. Negrín había apoyado las tesis comunistas, seguido por los republicanos. Largo Caballero, sin embargo, no había anunciado su intención de dimitir. Ambos habían aconsejado taponar la crisis y que continuara[12]. Aunque en la historiagrafia se han resaltado, lógicamente, estas entrevistas entre los dos presidentes no se les ha dado por lo general la importancia que merecen. En mi opinión, revelan de manera inequívoca que Largo Caballero se agarraba al puesto al destacar que su gestión estaba a punto de dar inmensos resultados en uno de los ámbitos que más atraían la atención de Azaña: el internacional.
Largo Caballero no contaba con la dinámica interna del gabinete y la influencia de los factores ambientales: en la tarde del mismo 14 de mayo, Negrín y Anastasio de Gracia se le presentaron y le dijeron que la Ejecutiva del PSOE había decidido que dimitieran los ministros socialistas (es decir, centristas). En sus recuerdos Largo Caballero les trató con un enorme desprecio. Azaña, el 15, constató la crisis y encargó al presidente dimisionario la labor de formar un nuevo Gobierno. Fue éste el momento de la verdad. Según las informaciones que Rodolfo Llopis transmitió a Araquistáin, Largo Caballero había manejado, por lo menos a principios de marzo, la posibilidad de mantenerse no sólo en la presidencia sino en asumir el puesto de ministro de Defensa Nacional. A Prieto le relegaba (otra humillación) a Obras Públicas en tanto que De Gracia pasaba a Trabajo. Los caballeristas asumirían Estado (Araquistáin[13]), Hacienda (Galarza) y Gobernación (Baraíbar). El PCE podría tener Instrucción Pública y Agricultura; a la CNT corresponderían Justicia, Comercio, Industria y Sanidad. Izquierda Republicana asumiría Abastecimientos. Habría tres ministros sin cartera (vascos, catalanes y uno adicional de Izquierda Republicana[14]). Todo esto, sin embargo, fue barrido de la mesa.
EL ÓRDAGO DE UN LÍDER SIN SINTONÍA.
Era, en efecto, difícil que tal configuración pudiera mantenerse tras los «hechos de mayo». El propio Largo Caballero (2007, pp. 4224ss) ofrece detalles de la oferta reestructurada que presentó el 16 de mayo, sin adscripción de nombres. Confirmó un menor componente sindical, algo que suele olvidarse. La UGT se haría cargo de Presidencia y Defensa Nacional (es decir, él mismo), Estado y Gobernación, como en marzo. Al PSOE (es decir, a los centristas) le daba Hacienda y Agricultura por un lado e Industria y Comercio por otro. No variaba el número de carteras y no está clara la lógica de poner juntas a Hacienda y Agricultura, salvo que le hubiesen llegado las opiniones de Prieto de que en la última no había mucho que hacer. De manera muy significativa, tampoco modificó el número de las que asignaba al PCE, que recibiría Instrucción Pública y Trabajo[15]. Izquierda Republicana obtendría Obras Públicas y Propaganda, cambios menores. Unión Republicana Nacional aparecía con Comunicaciones y Marina Mercante. La CNT asumiría Justicia y Sanidad, con dos carteras menos. ¿Significaba esto que Largo Caballero había extraído la conclusión de que «los hechos de mayo» habían afectado duramente la credibilidad de los anarcosindicalistas? ERC y el PNV estarían representados por ministros sin cartera, como había previsto. Los desplazamientos eran pequeños pero importantes[16].
En el ámbito absolutamente crucial de la política militar Largo Caballero propuso medidas lógicas, junto con otras que no lo eran. En primer lugar, se reestructuraría el EM, refundiéndolo en un único organismo, el EMC, con los correspondientes de Guerra, Marina y Aire. El Ministerio de Defensa Nacional se organizaría en cuatro Subsecretarías (Guerra, Marina, Aire y Municiones y Armamento), la última de las cuales participaría en el futuro EMC. Finalmente el CSG estaría compuesto por el presidente del Gobierno y ministro de Defensa Nacional, seis vocales políticos (representando al PSOE, PCE, partidos republicanos, CNT, Gobierno de Euzkadi y Generalitat) y cuatro vocales técnicos, uno por cada Subsecretaría del Ministerio de Defensa Nacional[17].
Sería el CSG el órgano en el que se tratasen todos los problemas fundamentales de la campaña y las cuestiones de guerra. Era un órgano cuya composición tenía importancia. El presidente, es decir Largo Caballero, contaría al menos con los votos leales de los vocales técnicos, que dependerían de él como ministro. No necesitaría sino un voto adicional para imponer su voluntad ya que correspondía al presidente el ejercicio de la facultad decisoria última. La estructuración tenía, por lo demás, cuatro implicaciones. La primera es que dejaba al Gobierno en un segundo plano, en el que se ocuparía de las cuestiones de política general. La segunda es que ponía a Largo Caballero en la cúspide de la definición de la política de guerra y la blindaba hacia el resto de sus colegas de gabinete. La tercera es que convalidaba lo pasado, ya que Largo Caballero había reunido al CSG sólo esporádicamente (de aquí su compromiso de que en el futuro lo haría al menos una vez por semana) y convertido en un mecanismo para sustraer al Consejo de Ministros el conocimiento de numerosos asuntos militares. La cuarta es que ignoraba las numerosas críticas internas que tal proceder había suscitado. Se trataba, por cierto, de críticas de las que era consciente el propio presidente de la República (1978, p. 54).
Largo Caballero, en una palabra, pretendía convertirse en el supremo responsable de la política a seguir en el conflicto, reforzando la autonomía de su política militar frente al Consejo de Ministros. Objetivamente aspiraba en definitiva a convertirse en el artífice máximo de la gestión bélica de la República[18]. El anacronismo que ya representaba el sistema de mando y de hacer política que había impuesto quedaría perennizado. Aparte de la aberración de la propuesta, olvidaba totalmente las circunstancias. Su liderazgo se veía cuestionado desde hacía tiempo, por los comunistas desde luego, pero no sólo por ellos. El presidente de la República no le tenía la menor simpatía, como se colige de sus memorias y sobre todo de sus apuntes. No contaba con el apoyo de numerosos mandos militares, a los que había relegado. En el PSOE la Comisión Ejecutiva se le había enfrentado y su propuesta de nuevo Gobierno acrecentaría la división del partido socialista convirtiéndola en la victoria completa de uno de los sectores (izquierda socialista) con respecto a los centristas. Es decir, el órdago de Largo Caballero plantea un sinnúmero de cuestiones que no suelen abordar los historiadores que denuncian su caída como resultado casi inevitable de los «hechos de mayo» y de una conspiración comunista o alentada por Moscú[19].
En definitiva, si un sistema como el que Largo Caballero sugería quizá hubiera tenido alguna utilidad en noviembre de 1936, en mayo de 1937 era totalmente inaceptable para una amplia gama de actores políticos. Había llovido mucho y las catástrofes de Málaga, la marcha de la contienda en el norte y los sucesos de Barcelona habían despertado, y golpeado, muchas conciencias. La campaña comunista, cierto es, había surtido sus efectos, como, de creer a Vidarte, había resaltado tiempo atrás el propio Prieto. La idea de que Largo Caballero se erigiera prácticamente en director único de la política militar y de guerra no tenía porvenir. Si a ello se añaden las múltiples reticencias frente al predominio sindical el rechazo estaba predeterminado[20].
Sólo Largo Caballero pudo extrañarse de la recepción de su sugerencia el 17 de mayo. Únicamente la Comisión Ejecutiva de la UGT, por boca de Pascual Tomás, y Unión Republicana Nacional, por la de Martínez Barrio, se declararon favorables. La del primero estaba cantada. La del segundo no podía contar demasiado, dada la insignificancia de su partido. Ramón Lamoneda, por la Ejecutiva del PSOE, lamentó que no hubiera tenido en cuenta la opinión que previamente se le había expresado. Conocedora de que el PCE no querría estar representado en el Gobierno que proponía, la Ejecutiva afirmó que el PSOE también se abstendría de participar. La CNT, por su parte, se sublevó contra la reducción de su presencia: según Mariano R. Vázquez no había provocado la crisis y no aceptaba que se la pusiera en igualdad de situación con el PCE[21]. Era dar muestra de una miopía notable, por muy comprensible que resultara en términos puramente emotivos. Pero la emoción no suele ser buena consejera política. Izquierda Republicana no dijo ni sí ni no claramente en su respuesta formal, pero su argumentación fue en contra:
En los momentos actuales la alta dirección de la política de un Gobierno que ha de hacer frente a ingentes responsabilidades de tipo histórico debe ser la única y exclusiva preocupación de su presidente. Por otra parte, los problemas que plantea la guerra como la que actualmente padecemos deben ser estudiados y resueltos con la colaboración y asesoramiento que juzgue convenientes por la persona que sea designada para ocupar la cartera del Ministerio de Defensa Nacional… Por lo demás, nos creemos obligados a señalar la necesidad absoluta de que en el Consejo de Ministros se traten y discutan las líneas generales de la política de guerra… (Largo Caballero, 2007, pp. 4227-4233).
Esta última argumentación era clave. Si bien IR no tenía ya el peso político de antes de la guerra, nadie podía tacharla de procomunista. Se pronunció por la disociación entre los puestos de presidente del Gobierno y de ministro de Defensa e inequívocamente subrayó que la dirección de la política global (de guerra y no guerra) debía llevarse bajo la dirección colegiada del Consejo de Ministros. Todas estas sutilezas son demasiadas para los historiadores antinegrinistas y anticomunistas.
En realidad, ni siquiera entonces el PCE objetaba a la permanencia de Largo Caballero en la presidencia del Gobierno (Azaña, 1978, p. 50). Por el contrario, sus peticiones eran bastante razonables y, en lo esencial, coincidieron con IR[22]. En definitiva, Largo Caballero lanzó en el penúltimo momento el envite más fuerte y desenfocado de su dilatada carrera política. No podía ganarlo y con ello se hizo el haraquiri, queriéndolo o no. Sorprende que un hombre pragmático, que casi siempre había sabido distinguir entre la retórica y la praxis, no supiera hacer uso del habitual buen sentido que tanto le había servido a lo largo de su extensa vida política. En una carta personal a José Bullejos el 20 de noviembre de 1939 dio algunas claves sobre lo que pensaba, tras atacar a Prieto por variados motivos. Entre ellos mencionó la afirmación de este último de que «se consideraba insustituible en el Ministerio de Defensa Nacional» (sic). Largo Caballero escribió:
No he visto idiotez semejante; no sé de dónde habrá sacado eso. Sin duda se fundará en unas manifestaciones que hice en una reunión convocada y presidida por Azaña al producirse la crisis de mayo, a la que concurrieron representantes de todos los partidos, incluso Prieto. Usted recordará que los comunistas querían echarme del Ministerio de la Guerra y dejarme, de fanfarrón de proa[23], en la Presidencia del Consejo, so pretexto de que las dos carteras eran mucho trabajo. Entonces manifesté que, como socialista y como español, estaba obligado a continuar en Guerra, y que si no era así yo no aceptaría la Presidencia. Pero esto no lo dije porque me considerase insustituible, ni mucho menos, sino porque tenía el propósito decidido de dar la batalla al partido comunista y a todos sus auxiliares, y eso no lo podía realizar más que desde Guerra. Ellos lo sabían. Por eso me echaron. Es más, estaba dispuesto a formar Gobierno prescindiendo de los comunistas, en la seguridad de que (sic) un poco de energía no sucedería nada. Todos, los republicanos de todos los colores y los socialistas de Negrín y Prieto se pusieron al lado de los ministros comunistas Jesús Hernández y Uribe, siendo, por tanto, responsables de la solución que se dio a la crisis[24].
Evidentemente, Largo Caballero o no recordaba ya lo que había pasado unos años antes (sí había querido seguir colaborando con los comunistas) o daba su propia versión de los acontecimientos. En cuanto a intenciones cabe discutir. ¿Quién sabe las que tuviera? La pregunta pertinente es: ¿se hubiese convertido en una figura decorativa, caso de haber permanecido en el Gobierno como presidente? La respuesta más razonable es que no[25]. Largo Caballero tenía una personalidad dura y aristada pero no carecía de activos. Contaba con una base sólida en la UGT y, en parte, en el propio PSOE. Es más, de haber aceptado, la crucial cartera de Guerra hubiese ido a parar quizá no necesariamente a Prieto pero es difícil que hubiera recaído en un comunista. El hecho de que, a pesar de sus resistencias iniciales, el PCE estuviese dispuesto a aceptar la permanencia de Largo Caballero como presidente permite pensar que sus lejanas objeciones ya se habían evaporado. ¿Y quién sabe lo que un auténtico líder hubiese podido hacer desde la Presidencia? No era un puesto irrelevante. Abandonar el Gobierno era lo peor que Largo Caballero pudo hacer porque estar a su cabeza no era una sinecura. No equivalía en modo alguno a la presidencia de la República. Negrín lo demostró mil veces. Claro está que quizá Largo Caballero lo considerase como una humillación.
En definitiva, el líder ugetista cometió un error gravísimo. De haber continuado en el Gobierno como presidente la historia de la República y de la crisis de mayo habrían admitido otra lectura. Un orgullo mal entendido ha llevado a más de un político a su perdición. En cualquier caso, el haraquiri no podía abrir la puerta a demasiadas alternativas. Azaña constató que la propuesta de Largo Caballero no recogía la necesaria aceptación. Según Vidarte, el presidente de la República pidió a la Ejecutiva socialista que le propusiese el nombre del futuro jefe del Gobierno. No está muy claro si la Ejecutiva llegó a votar formalmente a Prieto o si sugirió el nombre de Negrín. Por el contrario, Azaña afirma que fue él quien decidió recudir al ministro canario. No nos es posible zanjar en esta diferencia sutil, pero esencial.
Si los recuerdos de Vidarte son correctos, Prieto no aceptó[26]. Subrayó que no se llevaba bien con la CNT ni con los comunistas. En lo que se refiere a estos últimos mi impresión es que podría tratarse de una construcción a posteriori. Insinuó que sería más útil como ministro de Defensa Nacional. También indicó que los comunistas ya estaban lanzando a los cuatro vientos el nombre de Negrín[27].
LA RACIONAL ELECCIÓN DE AZAÑA.
Descartado Prieto, no quedaban muchos nombres entre quienes elegir. El nuevo primer ministro no podía pertenecer a la izquierda socialista, pero tampoco ser estrictamente republicano (ya se había probado con Giral), o comunista (impensable) o anarquista (el mensaje hubiera sido terrible). No quedaba sino el sector socialista y centrista. En él existían dos alternativas: o elegir a alguien que ya hubiese tenido responsabilidades ministeriales o que procediera de la Ejecutiva o de la alta administración. El mero sentido común abogaba por la primera opción. No se experimenta al más alto nivel en medio de una guerra a muerte. Reducida la cuestión a estos términos, y tanto si Prieto no quiso jugar como si Azaña no le dejó jugar[28], sólo tres hombres gozaban de experiencia ministerial: Álvarez del Vayo, Negrín y De Gracia. Al parecer, Martínez Barrio lanzó el nombre del primero. No suscitaba grandes entusiasmos y Azaña no le tenía en gran estima. De Gracia era poca cosa[29].
Se ha afirmado hasta la saciedad que para ocupar el puesto de presidente del Gobierno el ministro de Hacienda no era demasiado conocido de la opinión pública. Ahora bien, tampoco era exactamente un desconocido. Ningún otro miembro del gabinete había demostrado arrojo y audacia similares. No contaba con demasiados adversarios. Había chocado con la CNT en relación con el control de fronteras, la reconversión industrial e incluso las finanzas de guerra. Pero la CNT se había autoexcluido al ligar su suerte con la de Largo Caballero. En comparación con este único punto «negativo» predominaban los positivos. Negrín estaba bregado en temas esenciales, como los económicos y financieros, de quienes pocos ministros entendían algo. Se había hecho una reputación en la recuperación del orden público y bajo su gestión el Cuerpo de Carabineros había experimentado una expansión espectacular. Conservaba excelentes relaciones con los soviéticos, no en vano era uno de los pocos ministros que les había tratado intensamente. Hablaba idiomas, un atout necesario para salir a la escena internacional, que Largo Caballero ni siquiera se había molestado en hollar. Azaña era muy sensible a las oscilaciones de ésta y tenía del ministro canario un buen concepto. En retrospectiva es difícil ver qué otra alternativa, fuera de Prieto, podía manejar el presidente de la República para encomendar la formación de un nuevo Gobierno. A la vista de tales ventajas, y escasos inconvenientes[30], la decisión fue extremadamente racional[31].
Correspondió, pues, a Negrín dirigir la resistencia contra un adversario que ya no era el que se había sublevado en julio de 1936. Estaba dotado de un mando militar y político único, respaldado por el prestigio que le daban sus victorias, aureolado por el apoyo de la Iglesia católica española y protegido por el permanente abrazo de las potencias del Eje (amén del de santa Teresa). Franco se había encaramado como «Caudillo» (variante castiza, de origen medieval, de términos tan en boga entonces como «Führer» o «Duce») a la jefatura del «Nuevo Estado». Era, a la vez, Generalísimo de los Ejércitos, jefe del Gobierno y del partido único (Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalistas). Su posición era indesalojable. Cómo lidiar con él, en circunstancias internas e internacionales crecientemente adversas, fue el gran reto de la República y que, mirándolo retrospectivamente, ésta no estuvo nunca en condiciones de ganar.
Todos los argumentos precedentes quizá hubiesen sido innecesarios de no persistir en la historiografia la especie del origen «contaminado» del ascenso de Negrín a la presidencia del Gobierno[32]. Como creemos haber demostrado, al menos hasta donde lo permite la evidencia documental conocida, su origen no se encuentra ni en los manejos de la IC ni en las exigencias de Moscú, sino en algo mucho más prosaico y que respondía a la dinámica política republicana. Sin establecer ninguna prelación entre los factores más sobresalientes, cabría mencionar la actitud de Largo Caballero, agarrado a su doble puesto pero con escasa cintura negociadora; la soledad que había sabido crear en torno suyo menospreciando las tendencias que se aglutinaban en su contra; su respuesta a la crisis que precipitaron los hechos de mayo, que casi todo el mundo comprendió eran decisivos pues de ella dependería el futuro rumbo de la República; finalmente su creencia (aunque lo negara) en que sólo él podía dirigir el curso de la guerra como autoridad militar suprema. Gravitando sobre todos estos factores actuó permanentemente la escisión que el PSOE venía arrastrando desde antes de la rebelión militar. Añádase, por último, a título de hipótesis, la escasa simpatía que Azaña sentía hacía él por motivos estrictamente racionales y políticos (no introduciremos aquí el factor personal). Sin la concatenación de tales factores, amén de algunos otros, las campañas del PCE no hubieran alcanzado la intensidad que lograron ni, probablemente, tenido la incidencia que tuvieron.
Las disensiones del exilio quedaron prefiguradas en la crisis de mayo. La UGT, por ejemplo, declaró formalmente que «no prestará colaboración de ninguna clase al Gobierno que pueda formarse si este Gobierno no está integrado por idénticas representaciones al dimitido, figurando en él como ministro de la Guerra y como presidente el camarada Francisco Largo Caballero». Cuando Negrín se planteó la formación del nuevo Gobierno la Comisión Ejecutiva de la UGT rechazó la invitación a participar en él. Con estos apoyos, la República no tenía necesidad de adversarios.
¿Qué valoración a posteriori hizo Largo Caballero?:
La granujada política estaba consumada, el pretexto para los comunistas era el mucho trabajo (sic) que representaba las carteras de Presidencia y Guerra en una sola persona; pero la verdad era el interés de desplazar a Largo Caballero de Guerra porque ya había comenzado a cortar el paso a los comunistas… La Comisión Ejecutiva [del PSOE] no atendió a nadie e interpretó la disciplina como sinónimo de obediencia borreguil a todas sus arbitrariedades y atropellos. La política internacional se hizo en forma efectista para seguir engañando a los incautos. Todo estuvo manga por hombro. El Dr. Negrín hecho un cínico consumado y el presidente de la República dominado siempre por el miedo. Si hubiéramos ganado la guerra sería a pesar de ellos (Largo Caballero, 2007, pp4234-4236[33])..
Sin comentarios.
¿Cuál fue la respuesta de Negrín? Cuando se suscitaron rumores de que las autoridades de Vichy pudieran quizá extraditar a Largo Caballero desde su exilio en Francia, Negrín, residente en Londres, removió cielo y tierra para que los británicos alertasen por todos los medios posibles al Gobierno de Franco acerca de las repercusiones que indudablemente tendría su eventual ejecución[34]. Llovía sobre mojado porque las extradiciones de Cruz Salido, Zugazagoitia, Peiró y algunos otros políticos republicanos habían terminado ante el pelotón. Como es notorio, Largo Caballero fue deportado a un campo de concentración alemán.
DEL USO IDEOLÓGICO Y POLÍTICO DE LA HISTORIA.
La mayor parte del análisis desarrollado en páginas anteriores está basado en fuentes accesibles y que se conocen desde hace tiempo. Que autores como Radosh, seguidos por otros ya mencionados, sigan empeñados en detectar tras la dimisión de Largo Caballero las maléficas maniobras de Moscú, proyectadas hacia la España republicana por el fiel adlátere que fue el PCE, representa una interpretación ideológica. No historiográfica. Hemos llamado la atención sobre algunas de las incoherencias en la posición de Radosh y en ellas nos ratificamos. Es más, no cabe concederles el beneficio de la duda. Si estuvieron en los archivos rusos y consultaron la documentación de la Comintern, hicieron un mal trabajo. No vieron el primer informe de «Stepanov». Tampoco se dieron cuenta de las divergencias que se abrieron entre el agente de la IC y la Central, a pesar de que una lectura medianamente atenta de sus informes, en conexión con el diario de Dimitrov, permite apreciarlas con toda facilidad. Tras la exposición de los hechos, se impone identificar el arco temporal en el cual se manifestaron dichas convergencias y divergencias. Conviene, ante todo, establecer la secuencia de datos y acontecimientos, tal y como figura en el cuadro siguiente.
Convergencias, divergencia, convergencias
FUENTE: Idea comunicada al autor por Hernández Sánchez. Las fechas no citadas en el texto se han tomado del diario de Dimitrov
De la anterior cronología se desprenden algunas conclusiones interesantes. En primer lugar, si hay que poner fecha al comienzo de la actuación comunista para «ablandar» la posición de Largo Caballero cabría situarla en torno al 17 de febrero de 1937. Esto es consistente con las instrucciones cursadas por Stalin unos días antes. El primer indicio lo dio la manifestación por la caída de Málaga. La correspondencia de Álvarez del Vayo con Araquistáin muestra, por lo demás, que el shock había abonado el terreno. A sensu contrario podría afirmarse que cuando, bajo Negrín/Prieto, la República encajó derrotas militares importantes, las masas no se movilizaron en igual medida. Es obvio que el PCE, aunque no sólo él, reaccionó duramente a la derrota infligida en Andalucía y que las instrucciones emanadas del propio Stalin debieron ser comunicadas en un tono que no admitía contradicción. El «ablandamiento» no lo inició Hernández, en contra de lo que afirmó en sus memorias, sino la propia Pasionaria (mitin del 20). El protagonismo que el exministro se autoatribuye debe matizarse severamente. Su intervención en el plenario del CC (8 de marzo) se vio precedida de sendos discursos de José Díaz y, nuevamente, de Pasionaria. Subrayar esta constatación no es trivial porque se opone a su versión de que Togliatti le encargó esa sucia tarea como «castigo» a su discrepancia (¿prototitista?), ante el acoso al que el PCE iba a someter a Largo Caballero. Ahora bien, es obvio que su intervención fue la que más repercusión tuvo, dada su condición de miembro del Gobierno.
En segundo lugar, ¿a quién debe atribuirse la confrontación con Largo Caballero? Codovilla había recibido instrucciones de Moscú de acercarse a él. El nuevo embajador soviético es difícil que se dejara arrastrar por la dinámica partidista. Había hablado con Dimitrov poco antes de asumir su puesto y por consiguiente conocía la línea a seguir. Cuando algo le preocupó, como por ejemplo la disposición limitativa de las posibilidades de ascenso de los oficiales de milicias, actuó por los canales adecuados, es decir, a través de Álvarez del Vayo. Según afirma Kowalsky (p. 38), parece que tenía instrucciones «de no hacerse notar demasiado y de abstenerse de intervenir excesivamente en la política interior de la República». Por último, está documentado que la postura de Stalin y de la Comintern estribó en mantener a Largo Caballero al frente del Gobierno. Es en este punto en el que chocaron las órdenes de Moscú y lo que filtraba, desde España, «Stepanov[35]».
Se ha sombreado la parte de la cronología en la que se aprecia en toda su plenitud un patrón de divergencia, manifestado en la contraposición de posturas en torno al papel deseable de Largo Caballero en el futuro. En tal zona se advierte cómo la línea de «Stepanov» contradice la reiteradamente manifestada en y por Moscú. El que un agente, fiel e hiperortodoxo, mantuviera esta discrepancia en un tema que no era baladí podría explicar por qué en un momento ulterior la IC decidió enviar a Togliatti a España, con independencia de que hubiese estado o no en ésta en alguna ocasión anterior. La patética apelación de «Stepanov» el 11 de mayo, pidiendo consejo (feedback, en terminología moderna) a sus superiores, permite pensar que ya no estaba muy seguro del terreno que pisaba. Se había dejado llevar por los análisis locales, del PCE, en cuanto a la conveniencia de desembarazarse de Largo Caballero[36]. En contra de lo que se ha afirmado hasta el momento, el mejor soporte del líder ugetista se encontraba, paradójicamente, en Moscú, no en Valencia.
No cabe olvidar que entre «Stepanov» y Codovilla (que no parece haber jugado ningún papel importante durante el desarrollo de la crisis[37]) y la cúpula dirigente del PCE había una relación intensa. El primero había sido el profesor en la Escuela Leninista de Moscú de Hernández, Checa, Uribe y otros líderes comunistas españoles. El segundo tenía una estrecha relación con Dolores Ibárruri. Ambos ejercían una profunda influencia sobre los locales pero, a su vez, los dirigentes españoles debieron convencer a «Stepanov» de la justeza de sus análisis políticos e internacionales. La llegada, posterior, de Togliatti obedecería a la necesidad de la Comintern de tener un «tutor» que «tutelase» a los «tutores» en España, valga la redundancia. Ello permitiría evitar las tendencias, ya constatadas, al desbordamiento.
En último término, la actitud de «Stepanov» puede explicarse porque, tras su exposición a los procesos de Moscú, pensara —con razón— que nunca estaba de más ser más ortodoxo que los más ortodoxos moscovitas. O, por utilizar la terminología de Kershaw en su biografía de Hitler, porque creyera que «trabajaba en la dirección de Stalin». Ambas tesis reflejarían un enfoque adecuado en el plano estratégico personal (¿a quién le agrada un tiro en la nuca?), pero que admitía una pluralidad de plasmaciones tácticas. Las que él eligió, de índole local, no coincidieron con lo que se prefería en Moscú, donde Stalin determinaba las orientaciones «correctas» para cada momento y situación. Las interpretaciones «creativas» de los dirigentes del PCE, y transmitidas por «Stepanov» con intenso sectarismo, no pudieron mantenerse indefinidamente.
A continuación de la zona sombreada, la parte blanca muestra un nuevo patrón de convergencias. Es posible que el posicionarse sobre estas últimas costara algún sudor que otro. Ello podría explicar por qué cuando Dimitrov encargó a Togliatti la labor de tutela sobre los «autóctonos» englobara también la lidia con la agudización de los problemas políticos e incluso con las no siempre buenas relaciones entre el PCE y los consejeros de la IC[38]. El propio Togliatti constató antes de ir a España, en conversación con Pedro Checa a principios de julio de 1937, que los comunistas tenían una actitud muy particular ante las relaciones con los anarquistas. En vez de intentar atraérselos preferían lidiar con ellos por la fuerza (Togliatti, p. 256), algo que el astuto italiano evidentemente no aprobaba[39]. En un informe del 13 de septiembre de 1937 a la IC incluso fue crítico con sus predecesores: no deberían inducir a error por medio de teorías improvisadas e incorrectas o introduciendo un alto grado de nerviosismo. Esto, añadido a la impulsividad de los líderes del PCE, era contraproducente. Entre los criticados figuraban Codovilla y Gerö. Tampoco debían considerarse como «dueños y señores» del partido. Era preciso que modificasen su interpretación de los líderes del PCE como si fueran una panda de incompetentes. En particular, Codovilla se había revelado como un auténtico desastre[40].
Nada de esto debe sorprender demasiado. Las críticas a los dirigentes del PCE las había ya empezado a formular Rosenberg a las pocas semanas de llegar. Pero es que, además, Stalin y el círculo dirigente de la IC habían atravesado o iban a atravesar por experiencias similares en China. No era fácil controlar situaciones muy alejadas y complejas y teleguiar su deseable evolución desde Moscú. Los comunistas autóctonos si no se rebelaban por lo menos se mostraban ariscos, lo mismo en China que en España.
El traumático proceso de cambio gubernamental republicano encierra un segundo ejemplo de uso ideológico de la historia. ¿Qué pensar de los «cuentos» de Jesús Hernández? Los trabajos de Hernández Sánchez aportarán una amplia gama de claves interpretativas. La más importante hace referencia a la tentación de utilizar el pasado para influir sobre el futuro. Cabe documentarla con una carta dirigida por José del Barrio Navarro, antiguo compañero de Jesús Hernández de aventuras proyugoslavas, a Margarita Nelken en abril de 1953. Del Barrio se reconoció culpable en gran medida de que se hubiera escrito la obra. Había acordado con el autor la redacción de «un libro político en el que se explicara a fondo la política de los rusos y del Buró Político del PCE». Una obra que fuese una «contribución a que los comunistas, los socialistas de verdad y en general los antifranquistas se explicaran muchas de las cosas que piensan en la actualidad y tuvieran elementos de juicio para juzgar un pasado trágico, a la vez que sirviera de orientación para la continuación de la lucha en el presente y en el futuro».
También se trataba de contrarrestar los efectos provocados por los testimonios del Campesino y de Castro Delgado, que aquí ni hemos mencionado. Pero a Hernández, según Del Barrio, le había salido «un libro sensacionalista», guiado por la «preocupación mayor de que fuera un éxito editorial» y por la pretensión de reivindicar su pasado buscando justificaciones remotas a sus posiciones del momento. Sus juicios sobre los protagonistas de la guerra civil quedaron teñidos indeleblemente por las prioridades de los años cincuenta[41]. Mientras Álvarez del Vayo y Negrín —con cuyos seguidores no había logrado fructificar un acuerdo de unidad en 1951— salían malparados, la figura de Prieto —con quien Hernández pretendía entablar contacto desde la perspectiva del grupo político «nacionalcomunista» que se esforzaba por crear— se vio revalorizada. No es de extrañar que Prieto acogiese con entusiasmo, al menos en el plano periodístico, este tipo de mensaje codificado[42].
Ahora bien, cuando se deja de lado la utilización de la historia, bien con fines de «asentar» interpretaciones ideologizadas, bien para aprovecharla políticamente, ¿qué cabe decir más allá de los análisis puntuales sobre las incoherencias de las famosas memorias de Hernández referidas a la coyuntura de 1937? Pues que el análisis del contexto y las intenciones del exministro comunista permiten descartar su tan cacareada «demostración» de que un vector soviético impulsase a Negrín hacia la presidencia del Gobierno. Al menos, mientras no se pruebe documentalmente otra cosa.
La minuciosa reconstrucción que hemos llevado a cabo en este capítulo y en los anteriores sobre la evolución política de la España republicana nos permite establecer por último dos hipótesis: la primera es si Largo Caballero fue realmente el hombre que la República necesitaba al frente del timón, no ya sólo del Gobierno sino de la política de guerra, en la primavera de 1937. Nuestra argumentación desemboca en una negativa. Esto no es hacer el caldo gordo a las clásicas interpretaciones comunistas. Largo Caballero no se quedó, al final, solo por nada. La segunda es si su sustitución no se produjo cuando era ya demasiado tarde. Bajo su mando se había perdido un tiempo precioso, que era algo de lo que la República no disponía en abundancia frente a un adversario reforzado continuamente por los chorros de hombres y armamento de las potencias fascistas y la recluta de feroces guerreros en el norte de África.