En la mesa de La Reynie había un cofre recubierto de latón, cerrado y con el cierre destrozado. Desgrez, de pie junto a la mesa, miraba cómo su superior lo abría y hojeaba los papeles que contenía. De entre el montón de recibos y notas, cogió un montón de cartas grasientas de papel barato y sin sello de lacre y leyó un par de ellas.
—Interesante, Desgrez. Esta correspondencia entre monsieur Geniers y el caballero de Saint Laurent parece indicar que éste fue enviado por aquél a la prisión por deudas. Se queja de la comida, pide mantas, dinero, vino… suplica, lanza bravatas, amenaza…
—Pensé que lo veríais inmediatamente, monsieur de La Reynie. Lo que sospechábamos.
—¿Así pues…? —añadió el teniente general de la policía criminal de París enarcando una aristocrática ceja.
—Hemos hecho indagaciones a propósito de ese Saint Laurent, monsieur de La Reynie. Su último domicilio fue la casa de los Marmousets, en el barrio de la Cité. Madame de Paulmy pagó el mes pasado la fianza con unas ganancias que obtuvo en la lotería.
Por la sonrisa extrañamente sensual de La Reynie, Desgrez comprendió que había suscitado el interés de su superior.
—Desgrez, me sorprende que el marqués haya tolerado esto. Es célebre por su carácter celoso.
—Sí, desde luego, tenéis toda la razón. Según los sirvientes de la mansión Paulmy, a los que he interrogado, contrató a unos sicarios para que le secuestraran y le cortaran la nariz y las orejas.
—Muy bien, Desgrez. Ya tenemos al hombre sin cara. Pero ¿qué es lo que veo aquí? —añadió, extrayendo del fondo del cofre un papel.
—La dirección de la marquesa de Morville, de puño y letra de monsieur Geniers. Consideré que os interesaría, monsieur.
—La marquesa de Morville… ¡No sabéis cuánto me irrita esa mujer! Pasó por mi lado hace un mes en la recepción de la mariscala de un modo tan insolente que estuve a punto de poner al descubierto su farsa. Sospecho que… no sé bien qué, pero sospecho de ella. Seguid esa pista, Desgrez. Detenedla e interrogadla respecto a ese crimen.
—Monsieur, tiene protectores en los más altos círculos.
—En ese caso proceded con cautela, pero proceded. No me fío de los farsantes… y menos si son del género femenino.
La expresión de máxima atención de Desgrez nunca cambiaba en presencia de La Reynie, pero cierto sentimiento burlón bailaba en su interior. Era harto difícil irritar al más que impávido teniente general de la policía, y se preguntaba qué le habría dicho la impertinente marquesa a su superior.