Aun después de retirar el cadáver, la calle seguía llena de gente. Desgrez se abrió paso entre el abigarrado grupo de lacayos y transeúntes hasta donde la vieja criada lloraba sentada en el escalón, enjugándose las lágrimas con el delantal y rodeada de la servidumbre de la casa.
—Yo lo vi, monsieur, yo lo vi —explicó a Desgrez—. El bueno, el amable monsieur Geniers acababa de dar una limosna a un mendigo, cuando un hombre horroroso, con la cara tapada por un pañuelo, salió de ese callejón… —añadió señalando hacia un lado, y todos los ojos se volvieron en dirección a la calleja, cuyo arroyo discurría lleno de inmundicia.
—¿Y…? —la apremió Desgrez.
—Monsieur, el desalmado golpeó a mi amo y lo derribó ahí donde está la mancha de sangre. Le machacó la cabeza con un grueso bastón de contera de hierro.
—¿Puedes decirme cómo era ese hombre?
—Un mendigo con una capa gris harapienta. Pero hablaba como un caballero; de eso estoy segura.
—¿Es que habló? ¿Qué dijo?
—Gritó algo así como: «Toma tu merecido, mal nacido…». Monsieur, se le cayó el pañuelo… y…
—¿Y qué? —inquirió Desgrez.
—Que no tenía cara, monsieur.
—¿Un hombre sin rostro, Desgrez? No tendrá graves problemas de identificación. ¿Le han dicho si era un leproso? —La Reynie hojeaba el informe sobre el asesinato, que tenía encima de la mesa.
—Creo que es más probable que fuese un criminal con la nariz y las orejas cortadas —contestó el subordinado.
—Y con habla de caballero. Me parece imposible. Es un rompecabezas, Desgrez —añadió, meneando la cabeza—. Un hombre de la posición de monsieur Geniers, respetado y con una reputación sin tacha, asesinado delante de su casa… Es un escándalo; seguramente Louvois tomará interés personal, y quién sabe si hasta su majestad. Hay que dar la máxima prioridad al caso. Haced un nuevo registro en la casa, Desgrez, interrogad a sus colegas, examinad la correspondencia. No hay un solo hombre que no tenga algún enemigo.