El capitán Desgrez cruzó decidido el cuerpo de guardia del Châtelet y entró por la puerta interior del fondo del gran vestíbulo de piedra. Apenas respondió al saludo del grupo de oficiales que se cuadraron a su paso, dejando a un lado los mosquetes que estaban limpiando.
—¿Qué le pasa? —dijo uno de ellos, apartando la larga escobilla y sacando una baraja del bolsillo.
—Déjalo; cuando pone esa cara es que huele algo —respondió el sargento.
—¿Que huele algo? Pues malo para el origen del olor —comentó el primero, barajando y repartiendo las cartas.
Por la puerta abierta oían al capitán dar gritos al jefe del archivo, más allá del cuerpo de guardia. Luego, se vio salir a Desgrez con un legajo atado con cordel bajo el brazo y desaparecer en dirección al despacho de monsieur de La Reynie.
—Ah, Desgrez, pasad. Estaba a punto de mandar a buscaros —dijo el teniente general de la policía, ataviado con el uniforme carmesí de su cargo, tan conciso como de costumbre y sin levantarse del asiento.
A su espalda, la pared estaba llena de libros de leyes y en el escritorio tenía la transcripción del careo de dos monederos falsos, previamente interrogados por separado, en la que La Reynie había subrayado las discrepancias de testimonio, anotándolas en el librito rojo del que nunca se separaba. Era un caso importante, que implicaba al tesoro; seguramente un caso de traición. Louvois, el ministro real con quien él despachaba, quedaría impresionado. Desgrez se quitó el sombrero, haciendo una reverencia.
—Monsieur de La Reynie…
—Desgrez, a juzgar por vuestra cara, intuyo que os halláis tras la pista de algo. ¿Tiene alguna relación con esos papeles que lleváis bajo el brazo?
—Monsieur de La Reynie, el falsificador Latour ha vuelto a París.
La Reynie apartó su librito de notas.
—Y llevaba en el coche a una muchacha que vestía la ropa de una muerta —añadió Desgrez, abriendo el cartapacio—. Pasquier, Geneviève; desaparecida. —Unas hilachas de cara lana gris revolotearon al tiempo que el capitán depositaba ante su jefe una nuestra de la tela—. Idéntica prenda, rota y remendada.
—El caso está cerrado, Desgrez. Se halló el cadáver en el río.
—Pero el vestido, monsieur, no mostraba señales de haber estado en el agua; no se habían estropeado los galones. Como nuevo, si exceptuamos los zurcidos.
—Y queréis que se reabra el caso en concepto…
—De asesinato, monsieur de La Reynie. En esta ciudad desaparecen con demasiada facilidad miembros de familias, especialmente cuando hay una herencia de por medio. Si no recuerdo mal, a la muchacha en cuestión le habían legado una buena propiedad rural que esperaba recibir el hijo varón. Deseo hacer nuevas indagaciones.
—Muy bien, vuestro celo es encomiable. Pero he de pediros que retraséis la actuación de momento a causa de otro asunto mucho más importante. Acabo de recibir noticia de que madame de Brinvilliers ha abandonado al fin su escondite en Inglaterra. Y tenemos pendiente el escándalo de su huida de Francia, Desgrez… —añadió La Reynie, ahora con cara de pocos amigos.
—Pero… su alcurnia… seguramente que Louvois no ignora que… la ayudaron muy altas instancias…
—Les ciega eso de la alcurnia, Desgrez. Esos cortesanos piensan que debe haber dos clases de leyes. Pero a mí la alcurnia no me impresiona, creedme. En el reino hay que aplicar la misma justicia a todos; si no, sería un desastre. Su alcurnia en nada cambia los hechos; esa mujer envenenó sistemáticamente a su familia para obtener dinero con el que pagarse los amantes. Si fuera una plebeya, sus cenizas estarían ya aventadas. Quiero que deis con ella, como sea, y me la traigáis para ejecutarla.
—¿Dónde se la ha visto por última vez?
—En Dover —contestó La Reynie, entregando a Desgrez el informe de los espías ingleses, que había sacado del cajón—. Ahí está el nombre del barco. Podéis empezar por interrogar al patrón del Swallow. Están también los nombres de varios pasajeros. Sospecho que tratará de esconderse en un convento de monjas extranjeras, pero que hablen francés; en cuyo caso puede que recibamos información de las autoridades eclesiásticas. El rey en persona ha ordenado que no escape esta importante fugitiva.
—No obstante, el asunto del asilo religioso…
—Asunto baladí para un hombre hábil como vos, Desgrez. No dejéis pistas… nada que suponga un compromiso para su majestad. Os encargo el caso para que me la traigáis cueste lo que cueste.
Desgrez hizo una reverencia, pero en su mente no veía más que la imagen de la aprendiza del traje gris. Y antes de devolver el cartapacio al archivo, escribió en él: Callet, «lingère», para recordar por dónde iniciar las indagaciones.