29 de diciembre de 1963

Aún tuvieron que pasar toda la mañana para liberar a Alberto de su mortaja de hielo. Seguía abrazado a su piolet, que quedó abandonado en el helero junto a su mochila. Una vez los dos cuerpos fueron recuperados y colgados de un extremo de las cuerdas, continuaron el descenso. Les esperaban mil setecientos metros de territorio nunca antes transitado.

Por medio de complicadas maniobras de cuerda, descendieron doscientos cincuenta metros hasta la Rampa, donde realizaron un tercer vivac. Dejaron los cuerpos colgados en la vertical de las cuerdas y buscaron una repisa a escasos metros, donde se acurrucaron dentro de sus sacos de dormir. Durante la noche una avalancha barrió la pared y casi alcanzó a los alpinistas suizos. Cuando se despertaron en medio de la confusión y entendieron lo que estaba pasando, buscaron los cuerpos de Alberto y Ernesto, sin ningún resultado. Habían sido arrancados de la cuerda por la fuerza del alud.

Cadáver de Ernesto Navarro. Marcada con un círculo, la clavija intermedia entre Ernesto (cabeza de cuerda) y Alberto Rabadá.