Después de llover durante toda la noche en los pastos de Alpiglen, amaneció despejado. La montaña estaba totalmente cubierta de nieve y Luis buscaba con los prismáticos a sus amigos en el tercio superior de la pared. A las 7 horas y 30 minutos de la mañana encontró a Navarro encabezando el último largo antes del nevero de la Rampa. Progresaba a cámara lenta, moviendo los brazos sobre la nieve y dejándolos caer como si fuesen pesadas barras de metal. Cuando alcanzaron el nevero, Luis contó los golpes de piolet que les tomaba tallar un peldaño. Uno, dos, tres… hasta veinte golpes en algunas ocasiones. Alcalde pudo ver la lenta agonía de sus amigos, sin ninguna posibilidad de ayudarles.
Al comenzar la tarde, Rabadá encabezaba los largos de la Travesía de los Dioses, donde los primeros ascensionistas de la pared habían sido elevados a la divinidad por el público que observaba compungido desde Bellevue.
Humo y cuero en la Norte del Eiger.
Los aragoneses estaban cerca del nevero de La Araña, que se desparrama colgado a casi mil setecientos metros del suelo y a trescientos de la cumbre. Quizá, pensó Alcalde, les queda una oportunidad si alcanzan el nevero.
Los primeros largos de la Travesía de los Dioses les tomaron casi toda la tarde. Alcalde podía ver cómo una maniobra de cuerda los detenía durante más de dos horas y cómo su lentitud no era ya un problema técnico, sino un lento descenso hacia la muerte. Al caer la noche, todavía no habían alcanzado el nevero y se preparaban para dormir sentados sobre una repisa. Fue la última vez que Alcalde los vio con vida.
Los primeros síntomas de mal tiempo.
Ernesto Navarro peleando con la roca caliza.
Vivac de Alberto Rabadá.
Alberto Rabadá.