El día amaneció limpio y calmo, pero los escaladores, cansados después de su primer intento, se recuperaban en el campamento. Todo el material estaba secándose al sol sobre los vientos de la tienda de campaña canadiense, mientras que los turistas se agolpaban en la terraza del hotel Bellevue, mirando hacia la Eigerwand, donde varias cordadas comenzaban la ascensión. Rabadá y Navarro habían abandonado la idea de escalar una directa y, si el tiempo continuaba en calma, intentarían al día siguiente la ruta original.
A las tres de la mañana del 7 de agosto, Alberto y Ernesto desayunaron frugalmente y se encaminaron de nuevo hacia la base de la pared. El tiempo había empeorado, pero intentarían la primera parte de la ruta como reconocimiento de la pared. Durante la aproximación, Alberto perdió la cámara Contessa y la buscó durante horas, hasta encontrarla en una pedrera junto al campamento. Como ya habían perdido medio día, decidieron dejarlas mochilas bajo una piedra y volver a dormir a la tienda canadiense. Fue en ese momento cuando un turista inglés, aventurado por la curiosidad, se acercó a ellos y les tomó una fotografía con la Contessa de Alberto. Esa noche Ernesto plasmaría sus impresiones en el diario que le había acompañado durante el viaje. Ya no escribirá ni una línea más y el enigma de la historia incompleta da un toque de misterio al diario manuscrito a lápiz: «Nos disponemos a bajar el nevero cuando vemos venir hacia nosotros un hombre…».
Ernesto Navarro y Luis Alcalde en plena labor de recuperación.
Preparativos de material en la base de la ruta.