En julio de 1962 Alberto decide no esperar más e ir a ver con sus propios ojos la cara oeste del Naranjo. El negocio de tapicería, espoleado por la capacidad comercial de Montaner, funcionaba sin grandes esfuerzos, tenían personal contratado y Alberto podía tomarse cada vez más tiempo libre.
Viajó en tren hasta Bilbao, luego tomó otro transporte hasta llegar a Santander, donde le esperaba Rodolfo García Amorrortu, que sería su guía durante la excursión. Al día siguiente viajaron con el coche de Amorrortu hasta Espinama. Les acompañaba otro montañero cántabro, Jesús Aja, y desde allí continuaron a pie hasta el viejo parador de turismo de Áliva. Al día siguiente, Alberto pudo contemplar por primera vez el monolito calcáreo con el que tanto había soñado.
Alcanzaron la base de la cara sur, donde se encontraba la ruta de escalada más sencilla, y ascendieron a la cumbre. La roca era totalmente diferente a lo que Rabadá estaba acostumbrado. No tenía nada que ver con el conglomerado grumoso e inconsistente de Riglos ni con los grandes bloques rojizos que formaban fisuras perfectas en las paredes de Ordesa. Aquella roca caliza del Naranjo era compacta como el cemento y estaba horadada por el agua en forma de sinuosos canalizos, por los que la progresión era segura y divertida.
La cara sur, en la que apenas se escalaban cien metros de dificultades, no tenía nada que ver con la gran pared vertical y extraplomada de la cara oeste. El mayor reto consistía en imaginar bien la vía, en dibujar mentalmente el itinerario desde el suelo y prever la táctica de los movimientos clave. Alberto dejó que Rodolfo volviese solo a Santander y pasó un par de días instalado en el refugio Delgado Úbeda bajo la cara oeste, desde donde preparó minuciosamente la ascensión.
Tomó fotografías, realizó dibujos, y a los pocos días tras su regreso a Zaragoza le comentó la idea a su compañero Ernesto Navarro.
Dibujo original de Alberto Rabadá en el que sitúa los relieves de la pared por los que ascenderán posteriormente. En el cuadro, el tramo de la travesía, que Alberto ya anticipaba como el más complejo de la ascensión.