Una directa sin palabras

Conversaciones con Jesús Mustienes.

El primer contacto que tuve con Rabadá fue en Mezalocha, cuando yo tenía 16 años. Era la primera escalada de mi vida y Alberto vio que se me daba bien, así que me preguntó: «¿Quieres venir con nosotros a Ansabére?». Yo no había estado nunca en la montaña. Cuando llegamos al párking era abril de 1958 y había nieve durante toda la aproximación. Yo no había estado nunca en la nieve, así que llegué empapado a la base de la ruta por una pendiente de unos 45° donde pasé mucho miedo pues íbamos sin encordar y pensé que si me resbalaba me mataba. Tampoco llevábamos crampones ni piolet. Nanín y Montaner iban por un lado, Bescós y Pepe Díaz por otro y yo iba con Rabadá, al que seguía como si fuera un santo.

Agujas de Ansabére.

Antes de comenzar la escalada Alberto dijo: «Para no llevar peso vamos a bebemos el agua». Y yo me la bebí y vaciamos las cantimploras.

Ante la pequeña aguja de Ansabére.

Serían las tres de la tarde cuando empezamos para llegar a un techo en el que brillaban unas clavijas maravillosas que íbamos a desclavar. Cuando Alberto llegó al techo ya era de noche y yo llegué al vivac a las dos de la mañana, alumbrándome mientras escalaba con una linterna en la boca. Me decía Rabadá: «Date prisa, que hay un sitio aquí cojonudo para dormir», y cuando llegué arriba era un alicatado, un muro liso donde no se pegaban ni las moscas. Llevábamos una cuerda de nailon y dos de cáñamo de treinta metros y un estribo para cada uno. Esa noche la pasamos colgados de los riñones.

A la mañana siguiente, sin agua, desayunamos un trago de leche condensada. Luego la vía se iba a la derecha, pero como Rabadá llevaba la plomada pues él tiró recto abriendo una directa y ya no vimos ninguna clavija más. Allí nos pegamos todo el día en un diedro hasta un pequeño techo, que taponaba la salida donde no se podía clavar. Yo estaba colgado de una clavija con un estribo y Alberto atacó el techo, pero eran todo grietas ciegas y se iban cayendo las clavijas cuando intentaba golpearlas. Yo pensaba que si se caía nos íbamos a ir los dos para abajo, pero al final consiguió llegar a un buen agarre y salió sin poner ningún clavo. Fíjate cómo era de difícil que yo me tuve que hacer nudos en la cuerda para poder subir. Llegamos al segundo vivac donde pudimos estar mejor acomodados. Ese día no pudimos hablar ya de lo hinchadas que teníamos las bocas. Recuerdo que el musgo que había por la pared nos lo comimos. A la noche ya no podíamos ni tragar la leche condensada.

En las Agujas de Ansabére.

Rafael Montaner en las Agujas de Ansabére.

A la mañana siguiente llegamos a la cima sobre las 12, un poco descorazonados porque estábamos muy cansados y seguíamos sin poder hablar. Bajamos por una canal de hielo y por unas clavijas que habían dejado Bescós y Pepe Díaz. Una en cada rápel. Llegamos al nevero de la base de noche. Como íbamos encordados, Alberto, que todavía tenía el espíritu para bromas, se tiró y me arrastró hasta que nos dimos una leche contra las piedras acojonante. Aún tardamos otro día en bajar y ésta es la historia de mi primera escalada con Rabadá.

(Relato de Jesús Mustienes, entrevistado en Zaragoza en noviembre de 2005)