19

PLANES

KAYLA volvió a casa en torno a las cuatro y media. Había disfrutado corriendo con Simone y, después de eso, había ido a visitar a sus padres. Parecía más relajada que esa mañana, más como acostumbraba a ser.

Jason había pasado las últimas horas en la cocina. Era un buen lugar para pensar.

Eso era lo que había estado haciendo mientras asaba un pollo, hervía patatas y cortaba lo necesario para preparar una ensalada. A su vuelta, Kayla le encontró preparando un postre de chocolate.

Se le iluminaron los ojos cuando vio sus creaciones culinarias. Su sonrisa se volvió risa cuando él propuso darse un baño juntos, antes de sentarse a la mesa.

Jason preparó el bañó y descorchó una nueva botella de vino. En esa ocasión no fue una barata, sino un buen Chablis, importado de Francia. Después de sumergirse en el agua, propuso un brindis por ella.

—Gracias —dijo—. ¿A qué debo tanto favoritismo?

—Te quiero.

—Yo también te quiero, Jason. Pero, por favor, dime a qué viene en realidad este divino…

Ella sostuvo la copa con una mano y, con la otra, aprovechó para enjabonarse los pechos, con forma de manzana, y los pezones, los hombros y el cuello, suspirando como hacía en otros momentos más íntimos.

—Festín —concluyó.

—¿A qué viene en realidad, quieres decir? —preguntó él, pellizcándose pensativo la barbilla—. ¿Crees que tengo un propósito oculto?

Ella le miró a los ojos, intentando ver qué le ocultaba. El placer erótico se vio sustituido por cierto grado de desconfianza.

—Sé que tienes una intención oculta. Hace tiempo que te conozco.

No hacía mucho de la última vez que Jason había recurrido a ese truco para salirse con la suya. Fue cuando no se pusieron de acuerdo respecto al lugar al que viajarían de vacaciones. Kayla quería explorar la Cordillera de las Cascadas, en Canadá. Jason había preferido Utah. Durante su última sesión de baño y cena habían tomado la decisión de visitar Utah ese año, e ir a Canadá al siguiente. «Chantajéame todo cuanto quieras, pero eso es lo que vamos a hacer», le había dicho ella, firme.

—¿Tan transparente soy?

—Te escucho, Jason.

Empezó a hablar. Con calma, sin levantar la voz más de lo necesario, le contó cómo se le había ocurrido lo de Mount Peytha City. Quizá había confundido aquella extraña palabra, Mapiitaa. Aunque nunca había estado en Mount Peytha, sentía el fuerte deseo de viajar al pueblo en mitad del desierto. Puede que allí averiguase algo.

—¿Como por ejemplo?

Jason carraspeó.

—La palabra «Mapiitaa» no me ha venido a la mente porque sí.

Tranquilamente, como si se tratase de un asunto sin importancia, compartió con Kayla lo de la ilustración. Ella le dejó terminar, pero le miró con cara de haber hincado el diente a un pomelo.

—En otras palabras, podría ser que Mapiitaa haga referencia a Mount Peytha City, y que el cementerio, con la lápida de la última de las instantáneas, se encuentre allí.

Al moverse hacia el borde de la bañera, levantó un penacho de espuma.

—Esta ilustración es otra cosa nueva. No dejas de sorprenderme, Jason Evans.

—No había motivo para mostrártela. No es que te haga muy feliz.

—¿Mirar el dibujo de un cementerio en llamas? No, gracias —dijo, enfurruñada.

Jason suspiró y se quitó un resto de espuma de la punta de la nariz.

—Pero tienes razón, por supuesto. Tengo que poner todas las cartas sobre la mesa. Y eso es lo que estoy haciendo.

Kayla gruñó.

—Claro, de acuerdo. Suponiendo, repito, suponiendo que estés en lo cierto respecto a Mount Peytha City, ¿qué crees que encontrarás allí?

—Con un poco de suerte, como te he dicho, la lápida.

Ella se inclinó sobre el borde de la bañera para dejar la copa de vino en el suelo. Hacía días que Jason no veía en sus ojos la chispa de alegría que solían tener.

—¿Por qué te interesa tanto esa tumba?

Jason pisaba terreno peligroso, consciente como era de que Kayla no quería hablar del tema. Pero necesitaba su apoyo porque no quería hacer lo que se había propuesto sin contar con él.

—Si lees con atención lo que está escrito al dorso de las Polaroid, podré explicártelo —dijo él con cierta cautela, como si caminara descalzo por un terreno alfombrado de esquirlas de cristal, y cada paso, cada palabra, pudiera suponer un intenso dolor—. Podría equivocarme, pero es una posibilidad. Si no pensamos en algo, no llegaremos a ninguna parte. Tengo una pista, así que escúchame, hazlo con mentalidad abierta y escúchame.

—Te escucho —dijo ella con tono inflexible.

—Vidas pasadas —soltó él.

Kayla abrió los ojos como platos. Cuando él había permanecido en silencio un rato, dijo:

—Eso es bastante rebuscado.

—Kayla, ten paciencia conmigo —le rogó—. No sería la primera vez que ese fenómeno se relaciona con la pirofobia. Créeme, en los últimos veinte años he leído bastante sobre miedos. Hoy en internet encontré otra historia relacionada con el tema, acerca de un niño de ocho años que temía que su casa se prendiera fuego. Es como leer la historia de mi vida. Ese niño se ponía nervioso cada vez que alguien encendía una vela. Pero se sometió a terapia regresiva y alcanzó el recuerdo de una vida anterior. En esa vida tenía doce años y describía una casa de madera; una noche se despertaba, olía a humo. La casa estaba envuelta en llamas. El niño, el niño que había sido en esa otra vida, intentaba huir. No podía salir y moría víctima del incendio. Después de esa sesión, el niño supo de dónde procedían sus miedos y eso hizo que los superase.

Hizo una pausa.

—Otra tenía que ver con la madre de un niño de cinco años. No dejaba de hablar de «antes, cuando era grande». El niño, Tyler, decía que le habían llamado Doyle «antes». Hubo un punto en que su madre lo sentó y le habló de ello, y Tyler describió un campo de batalla. Le habló de hombres que disparaban sobre sus compañeros soldados.

Jason miró a Kayla.

—Tyler adoptó la postura de un soldado que se dispone a efectuar un disparo. Estiró la pierna izquierda hacia atrás, inclinó un poco la derecha y dijo tener «el dedo en el gatillo». Después se vio «levantado» cuando le alcanzó una bala. Le dolió mucho, se le aceleró el ritmo cardíaco y el miedo estuvo a punto de asfixiarlo. Entonces llegó el soldado, el que había terminado con su vida anterior. «Aún tenía el dedo en el gatillo, pero ese hombre se me acercó. Quise moverme, pero me dolía mucho. Disparó de nuevo sobre mí, y fue entonces cuando me quedé muerto», explicó Tyler. Cuando su madre le preguntó qué había pasado después de que el joven expirase, el pequeño se alegró. «Entonces crecí en tu vientre y mi corazón volvió a latir».

Jason tomó un sorbo de vino pues tenía la garganta seca.

—Puesto que Tyler no puede dar fechas ni lugares, su madre fue a visitar a un experto en regresión. La conclusión fue que Tyler pudo ser soldado durante un conflicto con la frontera de México en torno al año mil ochocientos ochenta y ocho. Tyler, entonces Doyle, formó parte de una fuerza gubernamental que combatió a un ejército rebelde, en un momento en que la fuerza superior de los rebeldes había sido subestimada. Aquellos recuerdos habían impreso ciertos miedos en Tyler. Su madre decía que su hijo no podía soportar ver a nadie que se acercase de forma amenazadora a otra persona. Lo atribuía al modo en que había muerto cuando era Doyle. Allí tendido en el suelo, presa del terror, dolorido, no pudo hacer más que esperar a que le asestaran el inevitable golpe de gracia.

Miró a Kayla y dijo:

—¿Quién sabe? Quizá es así de simple —continuó—. Si la reencarnación es real, no una trola, y hay mucha gente que así lo cree, entonces esto podría al menos sugerir que tuve una vida anterior y morí en un incendio.

Kayla recostó la nuca en el borde de la bañera, rodeado el rostro por una aureola de espuma, y se sopló la espumilla de la mano. Tardó unos instantes en decir algo.

—Tú no crees en esas cosas, ¿verdad? —preguntó finalmente.

—Yo nunca he dicho eso. Eres tú quien no cree en ellas.

—Tienes razón. ¿Por qué tenemos que empezar a buscarnos vidas anteriores? ¿Quién dice que no existen otros factores más plausibles que no hemos tenido en cuenta? ¿Qué opinión tendría un psicólogo al respecto?

—Te he pedido que afrontes el asunto con una mentalidad abierta a otras posibilidades.

—Discúlpame por ser escéptica.

—Eso es tomar el camino fácil y lo demás son tonterías, Kayla.

—Tengo un buen maestro.

Jason se mordió la lengua. Nada de peleas. No quería que eso se convirtiera en una discusión.

—Admito que mi teoría tiene un agujero —continuó.

—Dime. —Kayla arrugó el entrecejo.

—En este momento no tendríamos esta conversación sin las Polaroid. Pero ¿cómo iba el fotógrafo a saber que yo he tenido una vida anterior? Y ¿cómo podría saber la fecha exacta de mi muerte? Eso es imposible. No me lo creo ni por un momento.

—Entonces, ¿aparcas la teoría de las vidas pasadas? —preguntó Kayla, algo esperanzada.

—Espera, aún no he terminado.

—Ah.

No pudo evitar que su tono delatase su decepción.

—Es la única teoría que tengo, y aún no estoy dispuesto a arrojarla por la borda. Todavía quiero visitar Mount Peytha City. Tengo que ir a ver ese lugar con mis propios ojos.

—Sabía que ibas a pedirme algo —dijo ella.

Él se mordió la lengua, avergonzado.

—Vas a pedirme que te acompañe —continuó Kayla—. Y si no lo haces, o si no quieres que lo haga, eso casi sería como abandonarme.

—Estás exagerando, Kayla. No voy a abandonarte, ni se me pasa por la cabeza. Pero sí, eso es lo que quería pedirte. Ven conmigo, por favor.

La expresión de Kayla se agrió.

—¿Tengo elección? Tú vas a ir, sí o sí. Y si no estoy allí contigo, voy a sentirme peor.

Kayla guardó silencio unos instantes, mirando fijamente más allá del lugar donde estaba su marido.

—Pero voy a poner una condición.

—¿Cuál es?

—Después de visitar Mount Peytha City, si continúan las pesadillas, volverás a la consulta de Mark. Pero quizá desaparezcan si te olvidas de todo este asunto. Lo hicieron durante una larga temporada, ¿recuerdas? Han vuelto por culpa de las fotografías, ni más ni menos. Yo preferiría que sigas donde estás y no hagas nada durante un tiempo. El fotógrafo parece que ha dejado de enviar cosas. Puede que tengas razón y esto no tenga que ver con una amenaza de muerte. Gracias a Dios, el fotógrafo no ha vuelto a mover pieza, y nosotros podemos vivir más tranquilos.

—Pero en ese caso no averiguaríamos nada. Quizá algo pasará el 18 de agosto.

—A veces los problemas desaparecen si los ignoras, eso mismo me has dicho tú en más de una ocasión.

—Conque te sirves de mis propias armas…

—Y ¿cuál es el problema que afrontamos? —continuó ella, impertérrita—. Alguien afirma que estás muerto. Eso es una locura. Si, a pesar de ello, emprendes la búsqueda de ese cementerio…

Kayla levantó la vista al techo, como si allí hubiera algo interesante que ver.

—¿Cómo explicar esto? Me preocupa que puedas estar metiendo la mano en un avispero, y las consecuencias que eso tendría. Puede que pongas algo en marcha. ¿Quién sabe? Quiero que nuestras vidas continúen. Que sigan hacia delante. ¿Me prometes que lo intentarás?

—Pues claro que…

—¿Me lo prometes?

—Yo…

Le miró a los ojos azules, rogándole una respuesta afirmativa.

—Te lo prometo —dijo él.

Ella volvió a recostar la cabeza en la bañera.

—¿De verdad nunca has estado en ese pueblo?

—No.

—Todo esto me parece muy peculiar.

—También a mí me lo parece —admitió Jason.

—¿Cuándo quieres que vayamos?

—Pronto. Mañana no, pasado.

—Y ¿cómo vamos a solucionar nuestras responsabilidades laborales?

—Nos tomaremos unos días libres.

—Mucha prisa tienes tú.

—Es que no puedo posponerlo, Kayla —se justificó él con mayor calma de la que sentía.

Ella lanzó un suspiro.

—¿Cuánto tiempo vamos a pasar fuera?

—Tres días. Uno para el viaje de ida, otro para echar un vistazo y el tercero para volver.

Kayla entornó los ojos hasta que los párpados no dejaron al descubierto más que unas rendijas imperceptibles.

—Y ¿eso es todo? ¿Has estado haciendo algo más esta tarde, aparte de preparar la cena?

—Culpable —admitió—. He estado buscando en internet información sobre Mount Peytha City. Según parece, es un lugar encantador. Hay mucho deporte acuático: está junto al río Colorado y el lago Mojave, y cerca de Laughlin, Nevada. Lo llaman La pequeña Las Vegas. Y tam…

Jason tosió.

—También tiene un importante cementerio. Tengo la dirección. No puedo decirte qué aspecto tiene, porque no incluyen mucha información en su página web, y el encargado no ha podido hacerme una descripción muy clara del lugar.

Ella irguió la espalda de pronto, y su voz sonó tan ronca que su pregunta se antojó un gruñido.

—¿El encargado?

—Sí —dijo él, que la miró avergonzado—. Ahora iba a explicártelo. Esta tarde llamé a la funeraria de Cleigh Abbeville. Encontré el número en las páginas amarillas. Le dije que trabajaban en mi árbol genealógico y que mi investigación me había llevado a Mount Peytha City, donde esperaba encontrar la tumba de un pariente. Tuve la impresión de que recibe constantemente esta clase de llamadas…

—Jason, deja de andarte por las ramas —pidió Kayla.

—De acuerdo. Nos hemos citado para vernos. Me… Nos espera el próximo miércoles a las once.

—Vaya, por lo visto no has pasado la tarde de brazos cruzados —dijo Kayla, irónica—. ¿El miércoles? Eso significa que tenemos que irnos el martes. ¿Qué quieres preguntar a ese tipo? ¿Cómo me has dicho que se llama?

—Cleigh. Chuck Cleigh. Es una empresa familiar. Mencionó algo acerca de un hijo al que está enseñando. Aún no estoy seguro de lo que voy a preguntarle. Creo que antes tendríamos que echar un ojo al cementerio. Quizá no tendría que haberle llamado hasta llegar allí, pero lo hecho hecho está…

Y se encogió de hombros.

—¿Y eso es todo? —preguntó.

—Sí, eso es básicamente todo.

Kayla asintió.

—Sabremos más el próximo miércoles. Habremos visitado el cementerio y sabremos dónde tomaron las fotografías.

Mientras decía esto, su lenguaje corporal fue de lo más expresivo. Puso ambas manos en el borde de la bañera.

—No crees una palabra de esto, ¿verdad?

Al tiempo que se apartaba, la expresión de su rostro se agrió aún más.

—Escucha —continuó él—. Es posible que esté más vivo que nunca pasado este 18 de agosto. Puede que Mount Peytha City no sea más que el principio. Podría prometerte toda clase de cosas, pero tan sólo dispongo de unas semanas, y no tengo ni idea de lo que nos depara el futuro, Kayla. Maldita sea, necesito tu ayuda.

Lamentó al instante haber dicho aquellas palabras con mayor énfasis de la cuenta.

Ella sacudió la cabeza, lentamente pero con decisión.

—Te acompañaré, te apoyaré y me comportaré, pero después de esto, dejaremos el asunto como esté y volveremos a visitar a Mark. O, si se producen nuevas amenazas, irás a poner al corriente a la policía de lo sucedido. Si es cierto que me quieres, escúchame aunque sea por esta vez.

Habló con decisión, y, como la conocía, fue consciente de que lo decía en serio.

Se le ocurrió algo, o tal vez una vocecilla le habló al oído. Le advirtió que iba a perderla. Que iba a perder todo lo que tenía.

Quiso silenciar la vocecilla.

Jason despertó con un sobresalto y se volvió para comprobar la hora que marcaban los números en rojo del despertador digital. Eran las 2.12 de la madrugada. Tenía en la cabeza una maraña de pensamientos que botaban dentro de su cráneo como pelotas de goma. Kayla dormía a su lado. Jason salió de la cama y se sentó otra vez en el sillón del porche. ¿Cuándo volvería a disfrutar de una noche entera de sueño reparador? Por fin dejó de experimentar esa saturación mental. Contempló la calma oscuridad, atento a los cantos de los insectos. Todo había cambiado. En la mente de Jason, su vida de siempre había terminado.

Se hallaba ante el umbral de una nueva existencia.