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MAUKII

AÚN veía la criatura que había dentro de las llamas mientras enfocaba con los ojos los perfiles y los objetos repartidos por la consulta de Mark. Pasó a trompicones de un mundo a otro, pero, gracias a Dios, al menos ya no sentía el dolor del fuego abrasador.

Kayla le rodeaba la muñeca derecha con ambas manos; tenía los ojos muy abiertos y le miraba con temor. Estaba acuclillada a su lado, y Mark estaba situado detrás de ella. Movía los labios, hablaba, pero Jason no podía oírle. Era como si se hubiera vuelto sordo.

Lenta, muy lentamente, el sonido se filtró de vuelta al mundo real. Oyó el timbre del teléfono, pero Mark no respondió.

«Eh, responde al teléfono», quiso decir, pero le sorprendió descubrir que no había forma de separar los labios. Tampoco podía ponerse de pie, era como si cargara con un par de bolsas llenas de rocas. Entonces, finalmente, le alcanzó la voz de Mark.

—… que estés bien, Jason. ¿Estás bien?

Jason quiso asentir y sintió que movía la cabeza. La criatura en llamas desapareció.

—He vuelto —dijo con voz temblorosa.

Les contó lo sucedido. Cuando explicó cómo había adoptado una forma el fuego, cómo se había convertido en la criatura, en una llama andante, se le atragantaron las palabras. Describió lo que había visto. Expresar cómo se había sentido le resultó mucho más complejo. Podía transmitir el terror en estado puro que había experimentado de una forma diluida. Si se hubiesen intercambiado sus posiciones, si Kayla se hubiera visto rodeada por arañas imaginarias, él tampoco habría sido capaz de comprender en su totalidad el horror que sentía. La empatía tenía sus limitaciones.

Sus propias palabras le sonaron a hueco, no pudieron ni acercarse a expresar el pánico que se había adueñado de él durante la hipnosis.

—Así que realmente había algo en el fuego —concluyó Jason, temblando—. O el fuego se convirtió en algo, no lo sé.

—Eso es aterrador —dijo Kayla en voz baja.

—¿Qué te parece, Mark? —preguntó Jason tras volverse hacia su amigo.

Mark se rascaba la mejilla.

—Esto es más que el principio de nuestro análisis, Jason. No parece una experiencia que hayas reprimido, o una serie de experiencias. Las imágenes son representaciones simbólicas de algo, eso seguro. En fin, has hecho un trabajo excelente en esta sesión. Creo que has logrado avanzar mucho, por no mencionar el hecho de que hayas podido mantenerte bajo control. No olvidaste en ningún momento dónde estabas y cómo salir del trance.

—Gracias. Pero ¿cómo proseguimos a partir de este punto?

—Siempre me gusta comparar estas sesiones con pelar una cebolla —dijo Mark—. Puede que hayas retirado la primera capa, pero aún no has terminado. Vas a tener que volver unas cuantas veces más. Retirar una capa tras otra. No será agradable, pero te ayudaré. Si quieres.

—Si continúo con esto, sólo lo haría contigo —respondió Jason.

—Estoy de acuerdo —intervino Kayla.

Jason reflexionó unos instantes en silencio. Aún no habían logrado responder a una sola pregunta. ¿Qué era el fuego de su visión? ¿Qué era esa criatura ardiente? Y ¿qué tenía todo eso que ver con los tres mensajes que había recibido?

Mark tenía razón. El proceso guardaba un estrecho parecido con el acto de pelar una cebolla. Pero Jason pensó que había una cosa en la que se había equivocado. Cada capa retirada daba pie a más preguntas.

La sesión había dejado a Jason exhausto, y hubiera dado casi cualquier cosa por tomarse una aspirina y tumbarse a dormir un rato. Si al menos tuviera la seguridad de que iba a librarse de aquellas pesadillas…

—¿Podríamos dejarlo por hoy? —preguntó.

—Buena idea —admitió Mark—. Y creo que será mejor si esperamos unos días antes de volver a la carga. Cuando se intenta forzar estas cosas a menudo se obtiene el resultado contrario. ¿Y si volvemos a vernos la próxima semana, a la misma hora?

—De acuerdo —dijo Jason—. Quedemos así.

Kayla y él se despidieron de Mark. Dejó conducir a Kayla de vuelta a casa. De camino ella no dejaba de mirarle de reojo.

—Me pondré bien —aseguró él.

—Sí. Lo harás. Todo se solucionará.

Pero su tono carecía de convicción.

Cuando regresaron a casa, Kayla estuvo callada y no dejó de morderse los pellejos de los dedos. Jason, a su vez, no pudo apartar de su mente la criatura y el incendio. Sacó de la nevera una botella de vino blanco. La etiqueta no le dio indicaciones acerca de su calidad, pero recordaba el precio: cuatro dólares con noventa y nueve centavos.

—Pagas lo que obtienes, ¿no? —murmuró para sí, abriendo la botella y sirviendo dos copas—. Ven, vamos a disfrutar un rato del fresco —dijo a Kayla al pasar por su lado, cuando se dirigía al porche trasero de Canyon View.

Kayla se sentó a su lado en el viejo sofá, y él le pasó el brazo por el hombro. Pasaron un rato sentados, disfrutando del paisaje.

—¿Jason? —preguntó finalmente—. ¿Quieres hablar?

Quiso esbozar su mejor sonrisa.

—Claro, adelante. ¿Qué te parece todo esto?

—Creo… —empezó diciendo ella, antes de negar con la cabeza—. Mira, no lo sé. Pero no dejo de darle vueltas.

—A mí me pasa lo mismo.

La acercó. Necesitaba a su mujer, más que nunca. Su piel olía a flores. Su dulce aroma le trajo recuerdos.

La había conocido poco más de cuatro años antes durante una cena de trabajo. Brian Anderson le había pedido que lo acompañara a otra de sus salidas con clientes: Joe Daniels y Alvin Smith, de Weinstein Productions, una de las productoras de televisión más importantes de la rutilante ciudad de Los Ángeles. Pasaron una tarde agradable, coronada por el éxito laboral, en The Duchess, un restaurante con mucha clase de Sunset Boulevard.

Pero Jason se había pasado toda la noche pendiente de la camarera que atendió su mesa. Cuando tomó nota de sus platos, Jason alabó su peinado, a pesar de no ser la clase de persona que presta mayor atención de la debida a las camareras. Pero puede decirse que Cupido le había alcanzado con su flecha. Cuando se vio preguntándose después por su reacción, concluyó que lo que más le había atraído de ella fue su voz sexi, algo ronca.

Durante los entrantes, había recibido una llamada telefónica y se había excusado para atenderla. Se dirigió a un rincón del restaurante con el teléfono móvil pegado a la oreja, mientras ella le miraba a lo lejos. Tuvo que contenerse para no acercarse a ella y preguntarle: «¿Dónde has estado toda mi vida?».

Pero no era tan valiente, y aquel encuentro no hubiese progresado si no llega a olvidarse la tarjeta de crédito. Cuando después de la cena volvían hacia los coches, Jason se tanteó el bolsillo de la americana y descubrió que había entregado su tarjeta de crédito y había firmado la cuenta, pero no había recuperado la tarjeta. Se despidió apresuradamente de los demás y regresó a buen paso al local. Al principio, la camarera se sorprendió de verle, luego se ofreció a ayudarle a encontrar la tarjeta. Por lo visto había olvidado devolvérsela, y lo sentía tanto, tanto. Quiso decirle que no pasaba nada, pero lo que hizo entonces, llevado por un impulso, fue poner la mano sobre la de ella.

Se miraron a los ojos. Entonces ella puso su otra mano encima de la de él. Jason recordó cómo le brillaron los ojos. Fue en ese momento cuando conectaron.

Él había vuelto a cenar en The Duchess a la noche siguiente. Acudió solo. Y una cosa llevó a la otra.

Resultó que ella había estudiado en Heald Collegue, un instituto dedicado a la formación de secretarias. Luego había recorrido Europa durante seis meses con una mochila a cuestas, y ahora iba en busca de trabajo. Pero no era fácil encontrar el puesto adecuado, por eso trabajaba mientras tanto como camarera.

Ah, sí, estaba también lo de Ralph. La primera vez que fueron a tomar una copa juntos, ella no le mencionó. En la segunda cita le habló de lo sucedido. Poco a poco, con el paso de los años, Jason había logrado sonsacarle más información, pero nunca toda la historia. A la muerte de Ralph, viajó a Europa y visitó varios países. Sus padres habían financiado parte de sus viajes. Ella aportó otra parte, gracias al dinero obtenido en diversos empleos en bares y restaurantes.

No pasó mucho tiempo antes de que empezase a pasar más noches en el piso de ella que en su propia casa, la cual estaba aún en construcción. Se casaron veinte meses después de la cena de trabajo en The Duchess, un soleado y primaveral día de febrero. Estaban enamorados y no habían querido esperar. Fue un día inolvidable. En el transcurso de aquellos meses, ella obtuvo su actual puesto en Demas Electrical, un trabajo que le encantaba.

Llevaban casados casi dos años y medio. Nunca habían tenido problemas, excepto cuando en abril de 2008 murió primero la abuela de ella, y luego, en agosto del mismo año, su abuelo, ambos por parte materna.

Perderlos le había roto el corazón. Poco después, en noviembre de 2008, Rose Salladay, una amiga con quien solía jugar a squash, falleció de resultas de un accidente de tráfico. Esa tragedia demostró ser más grave de lo esperado porque Kayla pasó meses deprimida.

El más reciente había sido el fallecimiento de tío Chris. Naturalmente, fue el modo en que murió lo que más los había conmocionado. Se había pasado los primeros días llorando. Kayla estaba tan pálida como la cera durante el funeral, ocultando con gafas de sol los ojos irritados. Jason contó con que pasaría un tiempo antes de que fuese capaz de superar la pérdida, pero le sorprendió que, poco después del entierro, ella fuese capaz de continuar con su vida. Aún no se había atrevido a preguntarle por qué motivo lo llevaba tan bien, por temor a que el solo hecho de preguntárselo pudiera reabrir la herida.

Quizá tenía algo que ver con el hecho de que una defunción de un miembro próximo de la familia, o un amigo, era más traumática que la muerte de un pariente político.

Fuera lo que fuese, la muerte, expresándolo con suavidad, la trastornaba.

Él temía al fuego. Ella temía a la muerte.

Un fuerte crepitar lo despertó. La cama estaba envuelta en llamas. Furiosas y altas lenguas de fuego los envolvían. Kayla seguía dormida. Sintió el intenso calor en el rostro. Al pie de la cama había una sombra envuelta también en llamas, una especie de espíritu del fuego. Presa del pánico, sólo pudo hacer una cosa: chascar los dedos. No sucedió nada. Las llamas siguieron allí, al igual que la criatura. No se trataba de una pesadilla, ni estaba sometido a hipnosis. Aquello era real.

Un ruido atormentado surgió de la criatura de fuego, como el rugido de las llamas. ¿O se trataba de un quejido, un susurro entre gruñidos? Creyó oír algo en medio.

«Maukii…».

El siseo provenía del fuego.

La cosa se le acercó. Se había subido a la cama y reptaba hacia Kayla y él. El calor era terrible. Las llamas cubrían por completo el rostro de la criatura.

Estaba muy cerca ya, levantaba la mano ardiente, a punto de cerrar los dedos de fuego alrededor de su rostro, de quemarle los ojos, a punto de…

La garganta de Jason profirió un grito ensordecedor. De pronto se despertó. Otra vez.

No había criatura. Ni fuego. Por ninguna parte.

A su lado, Kayla se incorporó en la cama, tiesa como una tabla de planchar, mirándole con ojos desorbitados.

—Otra pesadilla —dijo él, temblando, antes de que ella fuese capaz de hablar—. Esta vez era muy vívida.

«Mark no concluyó bien la sesión», fue lo primero que pensó.

Pero entonces, otro pensamiento acudió a su mente.

«¿Maukii…?».

Aquella palabra era la clave.

«Pero la clave… ¿de qué?».

Recostó en la almohada la cabeza empapada en sudor, mientras se esforzaba en reducir el ritmo al que latía su corazón. De nuevo un incendio que no era más que el fruto de su mente. A menudo había tenido pesadillas.

Pero esa había sido la peor que había sufrido en mucho, mucho tiempo.