NOAM
NOAM era el hermano mayor de Robin, el compañero de equipo de Jason en la liga infantil. Su capitán, Robin Morain, era el mejor jugador del equipo; Jason era el segundo. Juntos habían sido el motor del equipo de los Osos Verdes.
Robin de pronto había abandonado el equipo. Al principio su entrenador y los compañeros no supieron explicarse su decisión. Luego resultó que el hermano de Robin, Noam, estaba muy enfermo. Habían tenido que llevar a Noam al hospital, puesto que había caído en un coma. Aunque logró recuperarse físicamente, sufrió un duro revés mental. Al principio, Jason no dio crédito a lo sucedido hasta que acompañó a Robin al sanatorio donde habían ingresado a su hermano. Noam les contó que le seguía un fantasma que salía de las paredes. Una criatura vestida de negro le perseguía siempre que intentaba huir. Noam lo llamaba el jinete negro. Resultó que había construido una elaborada teoría al respecto, y que básicamente estaba convencido de que el hombre de negro era uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis, mencionados en el Libro de las Revelaciones. Noam dijo que tenía que tratarse de una de las cuatro plagas: la guerra, el hambre, la pestilencia y la muerte. Jason nunca había entendido cuál de los cuatro poderes era el que atormentaba a Noam, pero ¿acaso importaba? Noam lo veía, le oía y recibía órdenes que a menudo le obligaban a mutilarse a sí mismo. Se había cortado las venas, había intentado ahorcarse, e incluso había llegado a meter los dedos en un enchufe. El jinete también le había susurrado quiénes eran sus amigos y quiénes sus enemigos. Eso explicaba probablemente por qué Noam se mostraba tan agresivo con ciertas personas. Obedecía como un corderillo todas las órdenes del jinete. Sus psiquiatras se lavaron las manos, asegurando que todo aquello no era más que consecuencia de su esquizofrenia. Si acaso, era un milagro que hubiese logrado sobrevivir a las repetidas agresiones que había llevado a cabo sobre sí mismo.
Noam Morain había empeorado lentamente. Jason le había visto por última vez hacía muchos años, y por aquel entonces, el amigo de su hermano seguía ingresado, muy medicado para mantener sus psicosis a raya.
Un día, en mitad de uno de sus episodios, había hablado directamente a Jason. Fue durante una visita que hicieron Robin y Jason. Noam de pronto se incorporó de un salto y miró fijamente a Jason, a quien señaló con un dedo tembloroso y un relámpago en la mirada.
—¿Dónde estás? ¡Tú no estás aquí!
Nunca había reflexionado en las palabras exactas de Noam, que era obvio que sufría uno de sus ataques. Veinte años después acababa de hacerlo.
«Tú no estás aquí».
Por aquel entonces había quitado importancia a las palabras por considerarlas fruto de los delirios de un joven perturbado, pero ahora comprendía que Noam, a su modo, había querido contarle algo importante.
«Tú no estás aquí. Tú no existes».
Dos frases cortas, que prácticamente poseían el mismo significado. Jason se estremeció. Recordaba el arrebato de Noam como si hubiera sucedido ayer. Había visto lo que ocultaba la superficie, le había mirado directamente al alma.
Jason salió del ascensor. Con las manos hundidas en los bolsillos, repasó con la mirada el resto de la oficina. Todo el mundo estaba concentrado en su trabajo, exceptuando a Tony, recostado en su asiento con las manos detrás de la cabeza, mirando al techo.
Entró a su despacho y se sentó. ¿Habría visto el hermano de Robin algo en el interior de Jason que nadie más era capaz de ver? Sólo había un modo de averiguarlo. Tenía que intentar ponerse de nuevo en contacto con Noam. ¿Dónde podría encontrar su dirección? Se preguntó si Morain seguiría vivo. ¿Cuánto hacía que no lo veía? ¿Quince años?
Después de sentarse de nuevo, abrió el gestor de correo electrónico. Desde muy joven se había mostrado muy meticuloso a la hora de actualizar la agenda, tanto la copia de seguridad que conservaba en papel como las que guardaba en el ordenador de casa y del trabajo. En cuestión de segundos encontró los números de teléfono de Robin Morain y el de sus padres, pero no el del hombre que andaba buscando. Tal vez el suceso que acababa de recordar supuso una conmoción tan terrible que había decidido no volver a ver nunca al hermano de su amigo.
Al terminar la universidad, Robin y él habían perdido el contacto. Qué raro, porque siempre se habían llevado muy bien.
Probó con el número de Robin, pero ya no estaba activo. Eso supuso un revés. Probó luego con el número de los padres de Robin. Con gran alivio oyó que respondía Jeannine. Jeannine se mostró gratamente sorprendida de oír su voz. No, no se había olvidado de él, ¿cómo se le había ocurrido sugerir tal cosa? Douglas había fallecido en noviembre de 2002, dijo. Robin se encontraba bien. Dos años atrás se había casado con una chica llamada Maggie, una pelirroja que trabajaba de puericultora. Vivían en San Diego, y Robin trabajaba para la banca SunTrust. Por eso había encontrado su antiguo número fuera de servicio.
Jason preguntó por Noam. Jeannine le contó que estaba bien. En los años noventa lo habían trasladado a un centro de cuidados de Anaheim, donde vivía con otros antiguos pacientes. Podía cuidar de sí mismo, con algo de ayuda, pero en general se las apañaba bien solo.
Jeannine quería que la pusiera al corriente de todo en su vida. Le habló un poco de sus cosas, y dijo que en general le iba bien en todos los aspectos. Si se lo hubiera preguntado unos días atrás, la respuesta no podría haber sido más honesta y sincera.
La madre de Robin y Noam no parecía haber cambiado mucho. Si no llega a excusarse, habría seguido charlando con ella por lo menos una hora más, pero al cabo de un cuarto de hora ella le sorprendió, diciendo:
—Probablemente quieras el número de teléfono de Robin.
«Preferiría el de Noam», pensó, pero entonces tendría que contarle por qué quería ponerse en contacto con el mayor de sus hijos. Además, tampoco había nada malo en llamar antes a su viejo amigo. Le facilitó el número y la extensión del trabajo de Robin, así como el número de su domicilio. Dio las gracias a Jeannine, colgó el teléfono y llamó a la oficina de Robin.
Se abrió un poco la puerta, y Carol y Tony asomaron por ella. Cuando vieron que estaba hablando por teléfono, se despidieron de él con un gesto. Echó un vistazo al reloj. Las seis y cuarto. A pesar de lo tarde que era, esperaba encontrar a Robin en el trabajo.
Alguien descolgó el teléfono.
—Morain —dijo una voz grave, distinta de la gutural y aguda del joven que había conocido, a pesar de resultarle familiar a Jason.
—¡Robin! Soy Jason Evans.
Se produjo un silencio. Jason esperó.
—Ha pasado mucho tiempo, Robin. ¿Te acuerdas de mí?
El silencio se alargó antes de que Robin respondiera con cierta cautela, como quien no las tiene todas consigo.
—¿Jason? ¿De veras eres tú?
—El mismo. Con un par de años más a cuestas, pero el mismo de siempre. ¿Sorprendido?
—Podría decirse así. ¿Cómo estás?
—No me quejo. Acabo de hablar con tu madre. Ella me dio tu número.
—Vaya, ¿y a qué debo este honor?
—Te lo contaré en un minuto. Tío, cómo me alegro de oírte. Aún recuerdo los tiempos de los Osos Verdes.
—Éramos los mejores. —Robin rio—. Es increíble charlar contigo otra vez después de tantos años. ¿Haces mucho deporte?
—No, en realidad no. No hay manera de poder encontrar tiempo libre.
—Sé a qué te refieres —dijo Robin—. Yo quiero arrancar de nuevo, pero no dejo de posponerlo. Pero debería hacerlo. Estoy criando michelines.
—¿Michelines? ¿Tú? —Jason sonrió al pensarlo—. Pero si eras el más delgado de la pandilla.
—Pues ya ves que ya no. Pero cuéntame, ¿cómo estás?
—Yo tampoco puedo decir precisamente que conserve el tipo de entonces.
Hablaron de sus recuerdos compartidos. Fue casi como si hubieran hablado hacía una semana. Se pusieron al día de sus respectivas vidas. Al menos pasó media hora antes de que Robin preguntase qué había empujado a Jason a llamar después de tanto tiempo sin hablarse.
—Me gustaría preguntarte por Noam, Robin. ¿Podrías darme su dirección?
—¿Noam? —repitió Robin.
Jason pudo oír el titubeo en su voz.
—Jeannine me ha contado que ahora vive solo —explicó Jason.
—Bueno, con algo de ayuda, pero sí —confirmó Robin—. Hay aspectos en los que no puede valerse por sí mismo. ¿Por qué quieres hablar con él? ¿Qué quieres decirle?
—Mira, yo… —Hizo una pausa—. Para serte sincero, necesito la ayuda de Noam.
—¿La ayuda de Noam? ¿Para qué?
—Es difícil de explicar —respondió Jason—. Es una historia bastante complicada. Se debe a… Bueno, recordarás que decía cosas bastante raras, ¿verdad?
—Noam dice cosas raras continuamente —repuso Robin—. Aunque no siempre son locuras —dijo tras titubear.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Jason, ceñudo.
Robin carraspeó.
—Bueno, los trabajadores del lugar donde vive me han contado que a veces dice cosas que acaban siendo ciertas. Que percibe lo que hacen los demás. Hizo que despidieran a uno de los psiquiatras porque no podía contenerse a la hora de tocar a sus pacientes. Pacientes jóvenes, si sabes a qué me refiero. Tanto chicas como chicos. Nadie lo sabía, excepto Noam. Nadie se lo había contado, pero lo sabía de todos modos. Qué raro.
—Ya lo creo —admitió Jason.
—Hace poco, Carina, una de las enfermeras que trabaja con él, estaba muy triste porque había perdido a un pariente. Noam le dijo que su ser amado seguía con ella. Dijo que el fallecido hablaba con Carina, y a continuación le dijo lo que le decía. Cosas personales, cosas que no había forma que él pudiera saber. Carina se asustó mucho, pero tuvo que admitir que todo lo que decía era verdad.
Jason permaneció en silencio unos instantes.
—Entonces, ¿tiene poderes psíquicos o algo así?
—¿Qué otra conclusión podría sacarse? Varias veces me dijo que me marcharía con la roja. Maggie es pelirroja, y me trasladé a San Diego, así que… Cree lo que quieras, pero yo diría que has dado en el clavo.
Jason carraspeó.
—De niños, Noam dijo algo que me asustó bastante. Lo recuerdo como si fuera hoy, y necesito que me dé más detalles, Robin. Sé que te parecerá extraño, pero es importante para mí. Sobre todo después de lo que me has contado.
—¿De qué se trata?
—No, así no. Por teléfono, quiero decir. Es demasiado personal y complejo. Me gustaría verme contigo un día de estos, como solíamos hacer. Tendríamos que hacerlo.
—¿Y eso es todo lo que vas a contarme? —preguntó Robin.
—Quedaremos para tomar una cerveza y entonces te lo contaré todo —dijo.
Robin exhaló un suspiro, no muy convencido.
—Hay una cosa que sí te diré —dijo Jason, que se esforzó por convencer a Robin de lo apremiante de su petición—. Me están acosando. No se trata de Noam, no te preocupes, pero realmente pienso que él podría ayudarme.
—Todo esto es muy misterioso, Jason. Estás despertando mi curiosidad.
Hubo un silencio momentáneo.
—De acuerdo, confío en ti —concluyó entonces Robin—. ¿Qué quieres hacer? ¿Quieres llamar a Noam?
—De hecho preferiría ir a visitarle. Ahora vive en Anaheim, ¿verdad? Eso está a una hora en coche de aquí, como máximo.
—Ten cuidado cuando le abordes, Jason —le advirtió Robin—. Si no se siente cómodo se cerrará como una ostra. Eso a menudo señala el inicio de una nueva recaída, que es cuando vuelve a sufrir sus episodios. ¿Sabes qué? Creo que será mejor que lo llame antes.
—Gracias, amigo.
Robin le llamó al cabo de diez minutos. Había hablado con Noam, quien le aseguró acordarse perfectamente de Jason. No le importaba que le hiciera una visita. Robin le facilitó la dirección de Noam y le describió cómo llegar. La llamada finalizó con una firme promesa de verse pronto. Probablemente no era más que una muestra de buenas intenciones, pero esas son las cosas que se dicen cuando se habla con los viejos amigos al cabo de tanto tiempo.
Jason se levantó y estiró la espalda. Se sentía mejor después de haber pasado a la acción, en lugar de tanto esperar y mostrarse pasivo. Llamó a Kayla y le contó que llegaría tarde a casa debido a una reunión. Dijo que tenía prisa y colgó antes de darle oportunidad de preguntar de qué clase de reunión se trataba. ¿Era una mentira? Estrictamente, no. Pero en realidad sí lo era. Pensó en lo que ella había dicho. «No me guardes secretos». Estaba rompiendo su promesa.
Poco más de una hora después se encontraba cara a cara con Noam Morain. Que recordase, Noam era un Superman, todo, o casi todo él músculo, un tipo muy fuerte. Aunque en esa época Jason no era ni la mitad de alto que el hermano de Robin. El hombre sentado a la mesa desvencijada, único mueble de la sala, a excepción de las sillas y una cama espartana, parecía haber encogido casi un metro. Donde antes lucía una larga melena de pelo negro, el cuero cabelludo le raleaba cuando no había desaparecido. Algunos mechones de pelo lacio y gris mal cortado le caían sobre las orejas. Tenía la piel arrugada, con un aspecto poco saludable. Todo en él estaba hinchado, abotargado, obeso e informe. Al menos había ganado más de veinte kilos.
¿Tanto le había cambiado ese jinete que sólo existía en su cabeza?
—¿Noam Morain? —preguntó Jason, como si no se conocieran de nada.
El hombre sonrió. Cuando las comisuras de los labios se curvaron para fruncirse ligeramente, Jason creyó atisbar un reflejo del antiguo Noam. Esa era su sonrisa de entonces. Tal vez su cuerpo parecía un abrigo gastado, dado de sí, pero estaba seguro de tener delante a la persona que buscaba.
—Sí —dijo, mirándole a los ojos.
Jason tomó la otra silla y se sentó.
—Hola, Noam. Soy Jason Evans. ¿Te acuerdas de mí?
Noam levantó la barbilla. Asintió.
—¿Cómo te ha ido?
Noam se encogió de hombros.
—Bien, bien.
—Me alegra oír eso, Noam. —Jason miró a su alrededor—. Robin me ha contado que te van mejor las cosas.
—Sí —dijo Noam—. Estoy muy, muy bien.
Jason intentó conjurar la imagen de cómo ese hombre, presa de una terrible enfermedad, había gritado que él no estaba ahí.
«Y sus ojos. Cómo me miró, como si me atravesara. Eso fue lo peor de todo».
Ahora los ojos de Noam le parecieron inertes. Si acaso era digno de lástima, nada más. Jason decidió no dar más rodeos. El personal del lugar le había concedido media hora con Noam.
—Noam, ¿recuerdas cuando te visitaba? ¿Cuando era pequeño?
Se llevó la mano al pecho para señalar que por aquel entonces era mucho más bajo. Jason no esperaba gran cosa, porque sospechaba que a lo sumo Noam tendría un recuerdo fragmentario. Quizá no había sido buena idea ir a visitarle, pero puesto que ya había hecho el viaje estaba decidido a sacarle todo el partido posible.
—Cuando eras pequeño —dijo Noam.
—Cuando era pequeño —repitió Jason.
—Cuando eras pequeño…
Jason esperó. Creyó ver una diminuta luz en los ojos de Noam.
—Ya me acuerdo. —Noam rio—. Se me dan bien las caras, muy bien. Tienes una cara distinta, pero te recuerdo.
—Eso es estupendo, Noam. ¿Recuerdas que te visitaba a veces? Con Robin y tu madre.
—Sí, me visitaste.
—Y me gustaba visitarte, me gustaba hablar contigo…
Noam asintió.
—Pero ¿sabes una cosa? —continuó Jason—. Hay algo que siempre me he preguntado.
Jason tuvo la sensación de estar hablando con un niño. Aspiró aire con fuerza.
—Hubo un día que fui a visitarte y tú me dijiste algo.
Intentó mirar a Noam a los ojos, pero su interlocutor los tenía clavados en la superficie de la mesa.
—Dijiste que yo… no estaba ahí —explicó Jason—. Me preguntaste dónde estaba. Yo estaba contigo ese día, estábamos cara a cara, igual que lo estamos ahora, a pesar de lo cual dijiste que yo no estaba ahí. Como si me hubiera vuelto invisible. ¿Te acuerdas de eso?
Esperaba que Noam dijese que no. ¿Qué haría entonces? No tenía ni idea de por dónde tirar.
—Sí, jugabas al escondite —dijo, sorprendentemente, Noam—. Siempre lo haces. ¿Por qué lo haces?
Jason pestañeó, sorprendido.
—¿Que yo jugaba al escondite?
Se inclinó hacia delante para acercarse al hermano de su amigo e insistirle.
—¿A qué te refieres con eso de que yo jugaba al escondite, Noam?
—Me lo pasaba muy bien. Y ahora estoy bien.
—¡Noam! —exclamó Jason—. ¿Puedes oírme?
—Me gusta este lugar. Tengo una mascota, ¿lo sabías? Una gata. Se llama Joshi. Debe de andar por aquí, en alguna parte.
—Noam…
—Es negra con manchas blancas. ¿Te gustaría verla? Deja que la llame y…
—¿A qué te refieres cuando dijiste que estaba jugando al escondite?
—Es una gata muy bonita, y tan cariñosa —continuó Noam, despreocupado.
—¡Escúchame, coño! —gritó Jason.
El efecto fue inmediato. A Noam se le nubló la mirada. La chispa que había atisbado en sus ojos desapareció por completo. Una expresión herida le cruzó el rostro. Exactamente tal como Robin le había advertido que sucedería.
«Jugabas al escondite —le había dicho Noam—. Siempre lo haces. ¿Por qué lo haces?».
—Siento haberte gritado, Noam. ¿A qué te referías?
Noam se volvió hacia la pared.
—Noam, por favor, lo siento.
No hubo respuesta. Jason se levantó y le puso una mano en el hombro.
—Lamento de veras haberte molestado, amigo.
Noam se encogió y permaneció mudo.
—No volverás a hablar conmigo, ¿verdad?
El hombre siguió mirando la pared.
—Soy un bocazas —se lamentó Jason—. Tengo lo que me merezco.
Noam siguió atento a la pared, sin inmutarse.
—De acuerdo. —Jason suspiró—. Si no quieres hablar más conmigo, supongo que me iré. Te pido disculpas otra vez, Noam.
Se dirigió hacia la puerta, la abrió y se detuvo. Se dio de nuevo la vuelta y miró al hombre sentado en la silla.
—Volveré, Noam, y no esperaré otros quince años.
Jason se dio la vuelta, dispuesto a abandonar el lugar, a cerrar la puerta tras él.
Oyó un ruido. Sonaba como si alguien estuviera rascando la pared con las uñas. Se quedó petrificado. De nuevo oyó el ruido y sintió un escalofrío.
Un pensamiento aterrador le cruzó por la mente. Era el jinete negro, un fantasma que surgía de las paredes.
Noam se encontraba a su espalda, en la silla. No podía ser él el responsable de ese ruido.
De pronto se le ocurrió otra alternativa, aún más aterradora.
«La plaga es la muerte. Mi muerte».
Lenta, muy lentamente, se dio la vuelta.
Y se vio mirando a la cara a Noam, quien también se había vuelto para encararlo.
De pronto aparentaba una absoluta normalidad, no parecía confundido. La diferencia estaba en sus ojos, que ahora vio despejados, claros, fuertes. Jason vio por un momento a Noam tal como había sido antes de la esquizofrenia.
—¿Qué había en el fuego?
El anciano pronunció estas palabras con calma, y plena lucidez. Jason estaba asombrado.
—¿El fuego?
Noam asintió y volvió de nuevo el rostro, contemplando en silencio la pared.
—¿Qué fuego, Noam? No comprendo…
Pero el hermano de Robin parecía haberse extraviado en el barrizal de lo que nos es inaccesible.
—¿Noam?
Siguió sentado como una estatua, como en trance ante la pared.
Jason intentó llamarle la atención un rato, pero Noam no se movió y continuó con la boca cerrada. El ruido se había acabado. Jason esperó unos instantes más y luego cerró la puerta al salir.
Caminó hasta el Aveo que le habían dejado y se sentó al volante. No dejaba de dar vueltas a la conversación que habían tenido.
«No estás aquí. Jugabas al escondite, siempre lo haces. ¿Qué era lo que había en el fuego?».
No tenía la menor idea de lo que podía significar todo aquello, si es que significaba algo.
—¿De qué estaba hablando? —se preguntó en voz alta.
«Pregunta a Mark Hall».
Eso era algo. Mark era psicoterapeuta, el candidato perfecto para profundizar en la mente de Jason y encontrar… lo que fuera que no funcionaba en condiciones.
Mejor aún, a lo largo de los años Mark había ofrecido repetidas veces su ayuda profesional a Jason, para entre ambos abordar su pirofobia. Jason siempre se había negado, amable pero firme.
¿Había llegado la hora de tumbarse en el diván de su amigo? Puede que si lo hiciera obtuviese nuevas perspectivas que arrojasen luz sobre su pesadilla recurrente, y sobre las llamas que no dejaban de amenazar con engullirlo en sus sueños.
Jason conducía por la carretera cuando decidió parar en un lateral. Tomó el teléfono móvil y repasó su agenda hasta encontrar el número de Mark Hall. Le temblaban los dedos cuando presionó los botones. Respondió Laura, la esposa de Mark. Kayla y ella se habían hecho buenas amigas, ambas se veían a menudo. Jason no estaba de humor para mantener una charla larga con ella, así que se limitó a preguntar si Mark estaba en casa. Por suerte sí estaba. Laura lo llamó, y al cabo de unos instantes Jason escuchó su voz.
—¡Jason!
—Mark, me alegro de encontrarte en casa.
—Y yo me alegro de oír eso. ¿Qué te trae de cabeza?
Típico de Mark. Siempre taciturno.
—Creo que necesito tu ayuda. Tu ayuda como terapeuta.
Se produjo un silencio.
—Ya estás al corriente de mis pesadillas —continuó Jason.
—Sí —dijo Mark.
Pues claro que estaba al corriente. Con su trasfondo profesional, conocía con mayor detalle los terrores nocturnos de Jason que ninguna otra persona. Sabía más al respecto que la propia Kayla, y estaba dispuesto a ayudar a Jason a superar sus miedos. Jason siempre se había negado a aceptar su oferta de someterle a terapia. Durante mucho tiempo, había tenido tendencia a negar sus problemas. Solían resolverse por sí solos, y lo cierto era que no le seducía la perspectiva de convertirse en uno de los pacientes de su amigo. Jason contó de nuevo la historia de las Polaroid y los mensajes que llevaban escritos al dorso. Puso al corriente a Mark acerca de la labor detectivesca que había hecho hasta el momento para descubrir la identidad del fotógrafo, incluida su reciente reunión con Noam Morain.
—Y después del accidente, también volví a tener la pesadilla. Después de todos estos años durmiendo como un tronco. —Concluyó.
Mark no le interrumpió mientras hablaba. Se produjo un silencio al otro lado de la línea.
—Por Dios —dijo, al cabo.
—Y que lo digas. Escucha, quiero saber qué de todo esto tiene que ver con… la pregunta de Noam.
—Continúa —dijo su amigo.
—No sé qué acudió al fuego —continuó Jason—. Quizá tiene que ver con mi pesadilla. Es como si estuviera rodeado de fuego y solo. No sé si es una pista, pero no estaría mal analizar el sueño un poco más.
—De acuerdo, entiendo lo que dices —dijo Mark—. Pero ¿estás seguro de que quieres hacer esto conmigo? Lo hemos hablado antes, pero siempre has mantenido la distancia.
—No pienso ir a visitar a un terapeuta que no conozca. Quiero tu ayuda, no la de un desconocido —respondió Jason con voz resuelta, a pesar de no estar totalmente convencido.
—No te preocupes, haré lo que pueda para ayudarte, te lo prometo —dijo Mark—. Comparemos nuestras agendas. ¿Cuándo te va bien que nos veamos?
—Probablemente seas tú quien no tenga un hueco para mí. ¿Cuándo podrías encontrarlo?
—Sacaré tiempo de las piedras para ti, no te preocupes. Mi último paciente del día suele marcharse a las cinco, lo que me da tiempo de dedicar una hora al papeleo, dos a veces, antes de irme a casa. Así que estaré disponible a partir de las cinco. Tú dime cuándo te viene bien pasarte.
De pronto Jason acusó el cansancio que arrastraba. La larga jornada, la montaña rusa emocional que empezaba a hacer mella en él. Se frotó los ojos.
—¿Qué te parece mañana?
—Trato hecho. Nos veremos mañana a las cinco.
Llegó a casa a las diez y media, sintiendo que había vivido tres días en un período de veinticuatro horas. Jason puso al corriente a Kayla mientras se servía un plato recalentado en la mesa de la cocina. Ella arrugó el entrecejo cuando se enteró de que había ido a visitar a Noam sin contárselo, pero no hizo ningún comentario. Le complació, sin embargo, oír que había hablado con Mark.
—Mark es un experto, tiene los pies en la tierra y sabe todo sobre tus ansiedades. Los dos habéis hablado de ellas muchas veces —dijo ella—. Me alegra que lo vayas a ver.
Ella levantó la barbilla y las lágrimas llenaron sus ojos.
—Pero anoche me diste un buen susto.
—Lo siento —dijo él.
—Estoy realmente asustada —dijo temblando—. La última Polaroid llegó hace varios días, y desde entonces nada. Espero que eso sea bueno.
—Yo también tengo miedo. —Jason exhaló un suspiro—. Y comprendo que todo este asunto te abra viejas heridas.
Ella cabeceó en sentido afirmativo.
—Sí, así es.
Jason titubeó, pero decidió seguir por donde había empezado.
—Kayla… Me gustaría hablar de eso.
—A mí no —replicó ella de inmediato, levantándose de su asiento.
—¿Qué pasó dentro de esa tienda? —preguntó de todos modos Jason.
—No —dijo ella con tono de ruego—. No insistas.
—Afirmó saber que iba a morir. Que…
—¡No! —gritó ella—. No quiero saber nada de ese rollo del ocultismo. Nunca más.
«¿Ocultismo?». Esa era una palabra que nunca había oído en sus labios.
—Kayla, estamos casados —dijo él, intentando sosegar la conversación—. Para bien o para mal. ¿A qué viene este tema tabú?
—Tú haces lo mismo.
Jason se quedó callado. Ella tenía razón.
—Ya no hay nada que valga la pena comentar al respecto.
Jason percibió que ese era uno de esos raros momentos en que ella no estaba siendo honesta con él.
—Mi madre también falleció prematuramente hace muchos años —insistió—. Era mayor que Ralph, pero los cuarenta y siete años no es edad para morir. Así que me hago cargo.
—Déjalo correr, por favor —dijo ella, cerrándose en banda.
Mantuvo la boca cerrada, aunque lo hizo a regañadientes. La muerte de Ralph encerraba más de lo que parecía en un principio. Estaba al corriente de la explicación médica oficial, pero también sabía que esa no era toda la historia. Sucediera lo que sucediese aquel día, había hecho que Kayla fuese incapaz de afrontar la muerte. Jason deseó saber más acerca de los secretos que ella le guardaba. Pero esa noche, por desgracia, su mujer se había cerrado como una ostra, tan fuerte que no habría forma de abrirla.
Jason hizo a un lado el recuerdo de Ralph. Le satisfacía que Kayla hubiese apoyado sin reservas su decisión de recurrir a la ayuda a Mark.