Otra parte de la Isla
Entra CALIBÁN, con una carga de leña.— Óyese ruido de truenos
CALIBÁN.— ¡Que todos los miasmas que absorbe el sol de los pantanos, barrancos y aguas estancadas caigan sobre Próspero y le hagan morir a pedazos! Sus genios me oyen, y, no obstante, no puedo menos de maldecirle. Pero si él no lo ordena, se guardarán de pellizcarme, de espantarme con visajes de erizo, de hundirme en el lodo, o, semejantes a hachones de fuego en la noche, extraviarme en mi camino. Sin embargo, no pierden ocasión de divertirse a mi costa. Unas veces parecen monos que me hacen muecas, aúllan tras mí y luego me muerden; otras, como puercoespines, se revuelcan sobre el sendero que siguen mis pies desnudos y enderezan sus puntas bajo mis pasos; frecuentemente me veo todo enroscado de culebras, que con sus lenguas partidas silban hasta volverme loco. (Entra TRÍNCULO.) ¡Vedlo ahora! ¡Mirad! He aquí uno de sus espíritus, que viene a atormentarme porque soy demasiado lento en llevar la leña. Voy a tenderme boca abajo. Quizá no me descubra.
TRÍNCULO.— Aquí no hay breña ni arbolillo para guarecerse y se prepara otra tempestad. La oigo cantar en el viento. Allá lejos, aquella nube negra, aquella inmensa nube, parece un sucio tonel pronto a vaciar su líquido. Si llega a tronar como antes, no sé dónde resguardaré mi cabeza… Aquella nube no ha de reventar sino lloviendo a cántaros… ¿Qué tenemos aquí? ¿Un hombre, o un pez? ¿Muerto, o vivo? Un pez, a juzgar por el hedor; un pez rancio; un pobre Juan y no de los más frescos. ¡Extraño pez! Si estuviera ahora en Inglaterra (como lo hice en otro tiempo) y tuviera este pez, aunque sólo fuese en pintura, no habría tonto en día festivo que no diese por verle una moneda de plata. Este monstruo haría allí la fortuna de un hombre. Todo animal extraño enriquece a su dueño. Mientras no os darían un óbolo para socorrer a un mendigo lisiado, gastan diez por ver a un indio muerto. ¡Tiene piernas de hombre y sus aletas parecen brazos! ¡Está caliente, a fe mía! Cambio ahora de opinión. No es un pez, sino un insular herido por el rayo. (Truena.) ¡Ay! ¡Retorna la tempestad! Lo mejor es guarecerse bajo su gabardina. No hay otro abrigo en los alrededores. ¡La miseria da al hombre extraños camaradas de lecho! Voy a agazaparme aquí hasta que pase el residuo de la tormenta.
Entra ESTEBAN cantando, con una botella en la mano
ESTEBAN.— No me veréis ir al mar, al mar;
aquí quiero morir en la ribera…
¡Lúgubre tono para cantar en un entierro! Bien; aquí está el reconfortante. (Bebe.)
El capitán, el piloto, el contramaestre y yo,
el artillero y su auxiliar,
amábamos a Mall, a Bey, a Mariana y Margarita;
mas ninguno de nosotros se cuidó de Catalina
porque tenía una lengua con un dardo
que impulsaba a gritar al marino: «¡Anda y que te ahorquen!»
A ella no le gustaba ni el olor de la brea ni el de la pez;
en cambio un sastre podía rascarla donde sentía comezón
¡A la mar, pues, muchachos, y que ella vaya a ahorcarse!
Ésta es también una tonada triste; pero aquí está mi confortativo. (Vuelve a beber.)
CALIBÁN.— ¡No me atormentes! ¡Oh!
ESTEBAN.— ¿Qué pasa? ¿Hay aquí diablo? ¿Es para hacer burla de nosotros el disfrazaros de salvajes y de indios? ¡Ya! No he escapado del naufragio para que me espanten ahora vuestras cuatro piernas. Porque ya lo dice el refrán: jamás un hombre de cuatro patas me hará perder terreno. Y así se repetirá mientras Esteban respire por las narices.
CALIBÁN.— ¡El espíritu me atormenta! ¡Oh!
ESTEBAN.— Éste es algún monstruo de la isla, con cuatro piernas, que habrá cogido una fiebre, a lo que presumo. ¿Dónde diablos ha aprendido nuestro idioma? Aunque solo sea por eso, voy a darle algún auxilio. Si logro curarle, domesticarle y conducirle a Nápoles, será un presente digno del mayor emperador que haya andado sobre cuero de vaca.
CALIBÁN.— No me atormentes, te suplico. Llevaré más aprisa mi leña al hogar.
ESTEBAN.— Está ahora en el acceso, y no profiere sino desvaríos. Probará mi botella. Si es la primera vez que bebe vino, hay probabilidades de que le cure su ataque. Si consigo que se restablezca y le domestico, el sacrificio no habrá sido demasiado grande. Reembolsaré lo que haya gastado con él, y eso con creces.
CALIBÁN.— Todavía no me haces gran daño; pero pronto me lo harás; lo noto en tus temblores. Próspero obra ahora sobre ti.
ESTEBAN.— Venid acá; abrid la boca. He aquí lo que os va a desatar la lengua, gato. Abrid la boca. Esto sacudirá vuestra fiebre, os lo aseguro. Seriamente, no sabéis qué amigo soy yo. (Da de beber a CALIBÁN.) ¡Abrid aún las mandíbulas!
TRÍNCULO.— Dijera conocer esa voz. Debe de ser…; pero está ahogado, y éstos son demonios. ¡Oh! ¡Auxiliadme!
ESTEBAN.— ¡Cuatro piernas y dos voces! ¡El más curioso monstruo! Su voz de delante le sirve para hablar bien de su amigo; su voz de atrás para articular palabras viles y calumniar. ¡Aunque necesitase todo el vino de mi botella para reconfortarlo, curaré su fiebre! ¡Vamos! ¡Amén! Voy a dar de beber a tu otra boca.
TRÍNCULO.— ¡Esteban!
ESTEBAN.— ¿Es tu otra boca la que me llama? ¡Gracias! ¡Gracias! Es un diablo, y no un monstruo. Voy a dejarle. No tengo cuchara larga[10].
TRÍNCULO.— ¡Esteban!… Si eres Esteban, tócame y háblame, pues yo soy Trínculo, no te asustes; tu buen amigo Trínculo…
ESTEBAN.— Si eres Trínculo, avanza. Te tiraré de las piernas más cortas. Si están aquí las piernas de Trínculo, son éstas. ¡Eres el propio Trínculo, verdaderamente! ¿Cómo has llegado a servir de asiento a este buey de la Luna? ¿Es que exhala Trínculos?
TRÍNCULO.— Le tomé por un hombre fulminado. Pero ¿no te ahogaste, Esteban? Confío ahora en que no debiste de ahogarte. ¿Amainó la tempestad? Me refugié bajo la gabardina de este buey de la Luna, por temor a la borrasca. ¿Y tú estás vivo, Esteban? ¡Oh, Esteban! ¡Dos napolitanos salvados!
ESTEBAN.— No des vueltas a mi alrededor, te ruego. Mi disposición no guarda el equilibrio.
CALIBÁN.— (Aparte.) Serían hermosos seres si no fueran espíritus. He ahí un arrogante dios, portador de un licor celestial. Voy a postrarme ante él.
ESTEBAN.— ¿Cómo te salvaste? ¿Cómo viniste aquí? Júrame por esta botella que me dirás cómo ha sido. Yo me salvé sobre una barrica de jerez que los marineros habían arrojado por encima de la borda. ¡Lo juro por esta botella, que he fabricado con mis propias manos, de la corteza de un árbol, luego que toqué la orilla!
CALIBÁN.— ¡Juro por esta botella ser tu vasallo fiel, pues no es terrestre tu licor!
ESTEBAN.— ¡Hela aquí! Jura, pues, ¿cómo te salvaste?
TRÍNCULO.— Gané la orilla nadando como un pato. Puedo nadar como un pato, te lo juro.
ESTEBAN.— Toma, besa este libro[11]. (Dándole de beber a TRÍNCULO.) Aunque puedas nadar como un pato, tienes el aspecto de una oca.
TRÍNCULO.— ¡Oh, Esteban! ¿Guardas más de esto?
ESTEBAN.— ¡La barrica entera, hombre! Mi bodega está en una roca, a orillas del mar, donde he ocultado mi vino. ¿Qué hay, buey de la Luna? ¿Cómo va tu fiebre?
CALIBÁN.— ¿No has caído del cielo?
ESTEBAN.— ¡De la Luna, te lo aseguro! Yo era el hombre de la Luna, de que se hablaba antaño.
CALIBÁN.— En ella te he visto y te adoro. Mi señora me ha mostrado a ti, a tu perro y a tu haz de leña.
ESTEBAN.— Vamos, júralo; besa el libro. En seguida lo llenaré de nuevo. ¡Jura!
TRÍNCULO.— ¡Por la luz del día, he aquí un monstruo bien estúpido!… ¡Tenerle yo miedo! ¡Un monstruo tan poco temible!… ¡El hombre de la Luna! ¡El más crédulo de los monstruos!… ¡Bien bebido, monstruo, en verdad!
CALIBÁN.— Te enseñaré todas las partes fértiles de la isla y besaré tus plantas. ¡Sé mi dios, te lo suplico!
TRÍNCULO.— ¡Por esta luz, que es el más pérfido y borracho de los monstruos! ¡Cuando su dios esté dormido, le robará la botella!
CALIBÁN.— ¡Besaré tus pies! ¡Quiero ser tu súbdito jurado!
ESTEBAN.— ¡Avanza entonces, arrodíllate y jura!
TRÍNCULO.— ¡Voy a morir de risa con este monstruo de cara de perro! ¡Vilísimo monstruo! Me dan ganas de pegarle…
ESTEBAN.— ¡Vamos, besa!
TRÍNCULO.— Pero ¡qué ebrio está este infeliz monstruo! ¡Abominable monstruo!
CALIBÁN.— Te mostraré los más exquisitos manantiales; cogeré para ti bayas, pescaré para ti y te aprovisionaré de suficiente leña. ¡Mala peste al tirano a quien sirvo! ¡Ya no le llevaré más haces, sino que te seguiré, hombre maravilloso!
TRÍNCULO.— ¡El más ridículo de los monstruos, que erige en maravilla a un pobre borracho!
CALIBÁN.— Te ruego me permitas que te conduzca donde brotan las manzanas silvestres; y con mis uñas largas te desenterraré trufas. He de mostrarte un nido de grajos y enseñarte cómo se coge a lazo al ágil mono. Te conduciré bajo las ramas del avellano, y algunas veces atraparé para ti gaviotas jóvenes de las rocas. ¿Quieres acompañarme?
CALIBÁN.— (Cantando ebriamente.)
¡Adiós, amo; adiós, adiós!
TRÍNCULO.— ¡Un monstruo aullando! ¡Un monstruo ebrio!
CALIBÁN.— No haré más estacadas para peces;
no buscaré para el fuego,
cuando se me mande;
ni fregaré la vajilla de madera, ni lavaré más los platos.
Ban, Ban, Ca —Calibán[12],
tienes nuevo amo, —nuevo hombre te dan.
¡Libertad! ¡Prosperidad! ¡Prosperidad! ¡Libertad!
¡Libertad! ¡Prosperidad! ¡Libertad!
ESTEBAN.— ¡Oh, bravo monstruo! ¡Condúcenos! (Salen.)